Un enemigo del pueblo

Un enemigo del pueblo La sociedad de masas y la opinión pública: el contexto histórico de 'Un enemigo del pueblo'

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la población europea aumentó de 274 a 423 millones de personas. El incremento demográfico se debió en parte a las mejoras en la salud pública y en las condiciones laborales de los trabajadores, y sus consecuentes mejoras en las viviendas y alimentación. Por otro lado, el progreso de la medicina posibilitó el descenso de la mortalidad y más calidad de vida; los descubrimientos de investigadores como Louis Pasteur, Robert Koch y de muchos otros científicos contribuyeron a prevenir o controlar enfermedades como la rabia, la tuberculosis, el cólera, la peste bubónica, el tifus, el tétanos y la viruela. Las últimas décadas del siglo XIX constituyeron una verdadera revolución en el campo de la medicina. Es quizás por esta razón que Ibsen elige como protagonista de su obra al Doctor Stockmann: su profesión era de gran prestigio de la época por su vinculación con el saber y con el servicio a la comunidad.

Este crecimiento poblacional tuvo como consecuencia la multiplicación del número de ciudades europeas, la masificación de la vida urbana y una nueva demanda: la clase media y la clase obrera industrial comenzaron a exigir una mayor participación política y en la vida pública. La aparición de estas grandes muchedumbres que reclamaban ser tenidas en cuenta en las decisiones sobre los destinos de su país dio origen a un fenómeno conocido como “sociedad de masas”, esto es, aquella sociedad en la que grandes masas de personas anteriormente excluidas, pertenecientes a las clases medias y bajas, participan de manera activa tanto en lo político y lo social como en el ámbito cultural.

En la segunda mitad del siglo XIX, muchos pensadores observaron preocupados la aparición de las masas. Temían que se perdieran los anteriores lazos sociales y también que aumentara el número de delitos, así como la intensidad de la violencia social. Pero, en verdad, la mayor preocupación de muchos intelectuales en relación con la multitud consistía en el peligro de que se implantaran definitivamente los sistemas democráticos y el sufragio universal en los Estados modernos. Masas de “nuevos ricos” –preocupados solo por sus intereses económicos– y también de obreros –peligrosos por sus reclamos de igualdad– pretendían acceder al sufragio universal, y esto era percibido como la proximidad del caos político y social. No eran pocos los intelectuales que pensaban que las decisiones políticas de una nación debían permanecer alejadas de las clases medias y bajas, puesto que ellas –sostenían– estaban constituidas por individuos egoístas, fácilmente manipulables, incapaces de razonar y carentes de valores intelectuales y morales. Uno de estos era el médico y sociólogo francés Gustave Le Bon (1841-1831), uno de los pensadores que más sistemáticamente se preocupó por el fenómeno de las masas, quien expresó:

Una cadena de argumentos lógicos es totalmente incomprensible para las muchedumbres y por eso es permitido decir que no razonan, o razonan falsamente (…). El orador, en comunicación íntima con la muchedumbre, sabe evocar imágenes que la seducen. Si vence, ha realizado su fin y veinte volúmenes de arengas (…) no valen lo que algunas frases que llegan hasta el cerebro de aquel a quien queremos convencer. Sería superfluo añadir que la impotencia de las muchedumbres para razonar correctamente les impide tener ningún rasgo de espíritu crítico, es decir, de aptitud para discernir la verdad del error y formar un juicio preciso sobre cosa alguna. Los juicios que las muchedumbres aceptan no son sino juicios impuestos, nunca juicios discutidos. En este punto de vista son numerosos los hombres que no se elevan por encima del nivel de las muchedumbres. La facilidad con la que ciertas opiniones se convierten en opinión general obedece, especialmente, a la imposibilidad en que están la mayor parte de los hombres para formarse una opinión particular basada sobre sus propios razonamientos.

Las palabras de Le Bon y su visión de las mayorías se evidencian extremadamente semejantes a las que expone nuestro protagonista, el médico que descubre el peligro de las aguas en Un enemigo del pueblo; lo que Le Bon denomina “las muchedumbres” es aquello que el Doctor Stockmann llama "mayoría compacta": “el enemigo más peligroso de la razón y de la libertad de nuestra sociedad es la mayoría compacta” (Acto IV, p. 200).

Al conflicto de las masas habría que agregar, tal como se desprende de la cita de Le Bon, otro problema: el de la opinión de las masas sobre los asuntos públicos, es decir, el problema de la opinión pública. A finales del siglo XIX, las mayorías pasaron a ocupar un lugar significativo en el consumo de bienes culturales, por ejemplo, periódicos. Se consolida entonces un periodismo sensacionalista, que busca conquistar grandes masas de lectores, y que les otorga cada vez más espacio a las noticias sobre crímenes, aventuras, hechos extraordinarios, dramas familiares... Este fenómeno tampoco fue visto de manera optimista por los pensadores de finales del siglo XIX: si las masas eran irracionales y sus opiniones consistían en el producto de la imposición de juicios ajenos, entonces era posible suponer que la prensa podía ejercer cierto poder de manipulación sobre la opinión pública. O al revés: el periodismo, embarcado en una competencia desenfrenada por conquistar cada vez más lectores, le daría a su público, no información verdadera y relevante, sino aquello que, de antemano, se suponía que aumentaría las ventas. Jürgen Habermas, filósofo alemán que ha estudiado con profundidad el concepto de opinión pública, resume así las visiones sobre este término en aquel entonces:

La novedad en los hechos y la necesidad de cambios y variaciones han llegado en nuestros días a ser a tal punto decisivos que la opinión popular prescinde (…) de aquella verdaderamente vigorosa y eficaz elaboración intelectual de los grandes hombres que creían en principios y eran capaces de sacrificarlo todo a ellos. [La opinión pública] se ha convertido con el curso del tiempo en una consigna gracias a la cual la masa cómoda e intelectualmente desidiosa ha tenido el pretexto para sustraerse al propio trabajo intelectual.

En la obra de Ibsen, asistiremos a un detrás de escena de la actividad periodística: toda la acción que se desarrolla en la redacción de El Mensajero del Pueblo nos permitirá observar que el periodismo ya no es, como dice uno de los personajes, la vocación de allanar el camino a la verdad, sino un modo eficaz y deshonesto de manipular la opinión pública.