Poemas de Mario Bendetti

Poemas de Mario Bendetti Resumen y Análisis Poemas de la oficina

Resumen

En esta sección analizaremos la producción poética de Mario Benedetti que se centra en la vida del oficinista. Los cinco poemas con los que trabajaremos fueron publicados originalmente en el tercer poemario del autor, Poemas de la oficina, de 1956.

Sueldo

En primera persona del singular, con nostalgia, el yo lírico recuerda su vieja esperanza, que cabía en un dedal; sus sueños; su anhelo de realizar un larguísimo viaje, lleno de adioses, gente, países de nieve y corazones. Luego, recuerda la confianza que tenía en sí mismo. Piensa en aquel que podría haber sido en una vida con otro ritmo y algo de suerte. Finalmente, afirma que aquella esperanza que cabía en un dedal no entra en el sobre que tiene en sus manos, lleno de papeles sucios que le dan en forma de pago cada día veintinueve por tener los libros rubricados y dejar que la vida transcurra.

Este poema consta de una estrofa de veintiún versos. La métrica es irregular y la rima, libre.

Después

En primera persona del singular, el yo lírico afirma que, cuando se jubile, el cielo durará todo el día. Él estará un poco sordo como para escuchar los árboles, pero recordará que existen. Estará un poco viejo para andar en la arena, pero el mar lo hará sentir melancólico. No tendrá memoria ni dinero. Acunará el tiempo en sus brazos como a un recién nacido. Estará solitario, pero podrá hablar con sus fieles amigos de Europa. Además, desde la orilla del mundo, contemplará los desfiles de niños, pensionistas, aviones, eclipses y regatas. Nadie le pedirá informes, balances ni cifras, y solo tendrá horario para morirse, pero el cielo de verdad habrá llegado demasiado tarde.

Este poema consta de una estrofa de veintiocho versos. La métrica es irregular y la rima, libre.

Ángelus

En primera persona del singular, el yo lírico afirma que el destino consiste en ver la lluvia a través de letras invertidas, un paredón con manchas y el techo de los ómnibus. No hay cielo ni horizonte. Hay una mesa grande y una silla que gira cuando quiere escaparse. Además, no hay tiempo para estar triste, ya que siempre se recibe alguna orden, o suena el teléfono o el timbre. Por si fuera poco, está prohibido llorar sobre los libros porque no queda bien que la tinta se corra.

Este poema consta de cuatro estrofas irregulares. La métrica también es irregular y la rima, libre.

Licencia

En primera persona del singular, el yo lírico afirma que, a partir de ese momento, tanto en su conciencia como en el almanaque y la planilla, comienza su descanso de dos semanas. Debe apurarse porque hay muchas cosas para hacer: debe recuperar el mar y hallar toda su vida en cuatro gigantescas olas. También debe mirar el cielo y encontrarlo diferente, advertir que el horizonte se acercó veinte metros y que el césped del año anterior era más verde, y esperar con tranquilidad que se apague la luna. Repentinamente, el yo lírico se despereza, grita, dice que se siente poca cosa sobre la arena y que se le va el día. Asevera que nadie quiere pensar que nació para eso, ni que alcanza y sobra con los pinos, la mujer, un libro y el crepúsculo. Finalmente, afirma que una noche cualquiera acabará todo: sonará el despertador y empezará el trabajo, tanto en su cabeza como en el almanaque y la planilla. El periodo de trabajo durará cincuenta semanas.

Este poema consta de siete estrofas irregulares. La métrica también es irregular y la rima, libre.

El nuevo

En primera persona del singular, el yo lírico describe al chico nuevo que entró en la oficina. Dice que es un muchachito decente y prolijo. Afirma que cada vez que se sienta piensa en las rodilleras, murmura “sí señor” y se olvida de sí mismo. Luego, agacha la cabeza y escribe sin parar hasta que son las siete menos cinco. Entonces lanza un suspiro alegre. El yo lírico asevera que aquellos que trabajan hace mucho en la oficina ya saben lo que le pasará al nuevo: en veinticinco años no podrá enderezarse ni será el mismo. Tendrá unos pantalones mugrientos y un dolor en la espalda, siempre en el mismo sitio. Ya no dirá “sí señor”, sino “viejo podrido” y palabrotas, y dos veces al año pensará, sin creer en su nostalgia ni culpar al destino, que todo ha sido demasiado sencillo.

Este poema consta de una estrofa de cincuenta versos. La métrica es irregular y la rima, libre.

Análisis

Poemas de la oficina, publicado en 1956, es la obra poética más importante de Benedetti. A través de este libro, la vida moderna de la metrópolis uruguaya se instala definitivamente en la poesía del país oriental. Según Pedro Orgambide, en este poemario Benedetti “redescubre la vida cotidiana” (p. 9). Así como los poetas norteamericanos de la década de 1930, el autor uruguayo examina aquí las minucias del día a día utilizando un lenguaje excesivamente simple con el que resalta la banalidad de la realidad concreta. Además, dramatiza la rutina y expone el vacío que atraviesa la vida del ser moderno que gasta sus horas en la oficina:

El cielo de veras que no es éste de ahora

el cielo de cuando me jubile

durará todo el día

todo el día caerá

como lluvia de sol sobre mi calva.

(“Después”, p. 45)

El yo lírico de esta obra es el oficinista. Si bien no tiene nombre ni apellido, todos los poemas están desarrollados a través de una voz que, en primera persona del singular, narra las tareas diarias que lleva a cabo desde hace años maquinalmente (sin siquiera comprenderlas), recuerda con nostalgia sus sueños del pasado, y advierte cómo su vida se desperdicia de manera irremediable. El oficinista se expresa siempre con un vocabulario coloquial. No necesita grandes palabras para hablar de su existencia entre papeles, ni de aquellas pequeñas aspiraciones que tal vez podrá llevar a cabo cuando se jubile, ni del cielo gris que se ve desde el ventanal de su oficina. El oficinista no necesita palabras solemnes ni complejos giros sintácticos para expresar sus simples y profundas frustraciones. Por eso mismo, los Poemas de la oficina son sumamente prosaicos. Su versificación responde a las pausas y los énfasis que el oficinista hace mientras piensa en voz alta, mientras discute consigo mismo o intenta convencerse de que el cielo, cuando se jubile, durará todo el día, o mientras cuenta los billetes de su paga mensual y se pregunta a dónde fueron sus viejas esperanzas:

(...) aquella esperanza que cabía en un dedal

evidentemente no cabe en este sobre

con sucios papeles de tantas manos sucias

que me pagan, es lógico, en cada veintinueve

por tener los libros rubricados al día

y dejar que la vida transcurra,

gotee simplemente como

un aceite rancio.

("Sueldo", p. 42)

Tal como puede verse en esta cita, los poemas de la oficina están atravesados por una profunda angustia existencial que solo es mitigada por el tono humorístico del autor. A través de la comicidad, Benedetti ridiculiza la vida del trabajador. No culpa a este por vivir de esa manera, pues comprende que sus condiciones materiales y el funcionamiento del mundo lo han colocado de 8 a 18 entre cuatro paredes, pero tampoco lo exime de responsabilidad. Con una carcajada le señala su alienación y lo sacude para intentar despertarlo:

(...) aquí empieza el descanso

dos semanas.

Debo apurarme porque hay tantas cosas

recuperar el mar

(…)

mirar el cielo estéril

y hallarlo cambiado

hallar que el horizonte

se acercó veinte metros

que el césped hace un año era más verde.

(“Licencia”, p. 47)

Además del uso de un lenguaje simple y el tono humorístico, en esta obra predomina el estilo fragmentario. El oficinista carece de una verdadera relación, tanto con aquello que lo rodea (sus labores diarias) como con aquello que desea. En los versos citados, habla de aquel mundo con el que se contactará durante sus dos semanas de descanso como si fuera un conjunto de elementos que suponen desarrollar ciertas tareas. Es decir, traspone la lógica alienada de la oficina (la lógica del hacer cosas mecánicamente, sin pensar ni desear) al mundo del ocio y el placer. El oficinista se ha alejado definitivamente de sí mismo, ha sido absorbido por el capitalismo citadino:

Otro día se acaba y el destino era esto.

Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:

siempre suena una orden, un teléfono, un timbre.

(“Ángelus”, p. 46)

La sobrecarga de tareas y la exigencia del hacer borran al ser. La alienación es tan grande que el oficinista ni siquiera es capaz de sentir su propia tristeza. En este punto, cabe preguntarse: ¿cómo sucede eso? ¿En qué momento pierde el oficinista su propia noción de ser? ¿Cómo convierte el sistema a los individuos en dóciles empleados? En “El nuevo”, la voz habla sobre el joven que recién da sus primeros pasos en la oficina. Cuenta:

Decente

un muchachito.

Cada vez que se sienta

piensa en las rodilleras

murmura sí señor

se olvida

de sí mismo.

Agacha la cabeza

escribe sin borrones.

(pp. 42-43)

El nuevo es un muchachito decente y humilde que entra en la oficina con el sueño de mejorar su condición social. No está feliz, pero confía en que la vida laboral será redituable. No es que dice “sí señor”, agacha la cabeza y trabaja de manera incansable porque le gusta lo que hace, sino porque al sentarse piensa en sus rodilleras, en la incomodidad de su ropa, en su inferioridad y en su condición servil. Las rodilleras funcionan aquí como un símbolo de la humildad. El nuevo es, de antemano, un sujeto que ha nacido para servir. Cuando empieza a trabajar, cree que algún día dejará de usar esas rodilleras, realizará un viaje infinito y disfrutará de un cielo que dure todo el día, pero eso no será así:

(...) dentro de veinte años

quizá

de veinticinco

no podrá enderezarse

ni será

el mismo

tendrá unos pantalones

mugrientos y cilíndricos

y un dolor en la espalda

siempre en su sitio.

(p. 43)

Veinticinco años después, el nuevo no mejoró su condición social. Los pantalones están peor que antes, tiene el físico destruido y, encima, dejó de ser sí mismo. En la poesía de Benedetti, el mundo de la oficina se presenta como una falsa promesa que atrae a la gente decente y ordinaria. Cada “nuevo” empieza a trabajar lleno de esperanzas y, lentamente, a través de la repetición monótona, como si fuese un péndulo hipnótico, la oficina lo va adentrando en su mundo, lo va haciendo olvidar de sus ambiciones, le va quitando su identidad y su juventud. Lo va convirtiendo en un hombre descartable, igual que todos los otros hombres que están allí, trabajando junto a él.

Al estilo de Charles Chaplin en Tiempos modernos, Benedetti construye una poética mordaz, humorística y pesimista acerca de la vida laboral en la ciudad. La alienación, la pérdida de los sueños, la miseria y la monotonía se presentan como factores constitutivos e inevitables de la nueva vida del hombre de las masas. A través de esta obra, el poeta uruguayo invita al oficinista a pensar lo que nadie quiere:

(...) nadie quiere

pensar que se ha nacido para esto

pensar que alcanza y sobra

con los pinos

y la mujer

y el libro

y el crepúsculo.

(“Licencia”, p. 48)

Es decir, lo invita a pensar que, afuera de la oficina, existe otra vida posible.