Otra vuelta de tuerca

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La incomunicación y lo no dicho

El problema de la incomunicación o lo no dicho es otro de los elementos que caracterizan a Otra vuelta de tuerca y hacen posible la producción de suspenso e intriga, al tiempo que obligan al lector a formular constantes suposiciones alrededor de la trama.

Para empezar, han pasado alrededor de cuarenta años desde los hechos narrados en el manuscrito. Tanto Douglas como la institutriz han muerto y ya no queda nadie a quien preguntarle sobre los acontecimientos. En este punto, es necesario aclarar que la historia es escrita por un narrador "objetivo", en el sentido de que transcribe el manuscrito tras la introducción contada por Douglas durante Nochebuena. Estos hechos son significativos porque permiten una primera conceptualización del tema de la incomunicación: ya no hay personas vivas a quienes recurrir para confirmar los hechos.

Por otro lado, el primer motivo de intriga en la historia se produce con la carta que el tío de los niños le envía a la institutriz. Este correo contiene, a su vez, otra carta no leída por él, proveniente del colegio de Miles. Allí, informan que el niño ha sido expulsado de la institución, pero no explicitan el motivo. Para colmo, Miles termina confesando, en el capítulo 24, que su expulsión se debe a ciertos comentarios que realizó en la escuela, pero su muerte le impide contar qué fue lo que dijo y a quién.

Por último, a lo largo del relato la institutriz está constantemente esperando que los niños confiesen su relación con los fantasmas, pero esto nunca sucede. Ella asegura que los fantasmas se comunican con ella y que le susurran cosas a los niños, pero el contenido de dicha comunicación nunca se hace explícito sino que es producto, en principio, de sus elucubraciones. Del mismo modo, las conclusiones que la institutriz le transmite a la señora Grose no suelen estar basadas en hechos sino en sus propios procesos mentales.

Para finalizar, los acontecimientos que determinan la retirada de Flora de Bly y la muerte de Miles, en el capítulo 24, posiblemente se hubieran evitado si el tío de los niños no le hubiera impuesto a la institutriz la prohibición de recurrir a él.

Lo sobrenatural

La casa embrujada y la existencia de almas en pena que deambulan con el objeto de acosar a los vivos, conforman otro de los temas principales de Otra vuelta de tuerca: la sobrenatural. La nouvelle de Henry James, en este sentido, recupera varios de los tópicos más comunes de las historias de terror. Esto ya se vislumbra desde el “Prólogo”, cuando un grupo de amigos se entretienen alrededor de una chimenea contando cuentos de fantasmas mientras esperan la llegada de Navidad.

Para cuando Henry James escribe Otra vuelta de tuerca, la literatura de terror ya tenía una tradición importante y un lugar ganado en el público tanto de Inglaterra como de los Estados Unidos. Su referente más próximo es el escritor Edgar Allan Poe, pionero en la narrativa de cuentos donde lo sobrenatural o misterioso se introduce, al igual que en la nouvelle de James, a través de la introspección de sus narradores.

Pero incluso en el siglo XVII ya pueden encontrarse convenciones literarias propias del terror en la literatura gótica: los antiguos castillos, los amplios y desolados jardines, los fantasmas y cementerios son imágenes constitutivas de esta tradición, al igual que la aparición de mujeres heroínas como las únicas capaces de percibir el mal y combatirlo.

Además, aun antes de la literatura gótica, la producción de climas misteriosos a partir de estas imágenes era recurrente en autores célebres del Renacimiento, tales como William Shakespeare. Estos autores recuperaban esos elementos de los antiguos relatos populares de Europa, cuyos orígenes se remontan hasta la Edad Media.

Esta amplia herencia literaria vuelve a aparecer en las narraciones de la época victoriana, en la que se ubica la obra de Henry James. La construcción de los espacios en el relato, por ejemplo, es algo común en la tradición de historias de terror: en el capítulo 1, la institutriz se sorprende de la confianza y el coraje de Flora, quien la guía por la enorme mansión llena de ¨cuartos vacíos y oscuros corredores¨ (33). El lugar, alejado de la civilización, antiguo y coronado por dos grandes torres, se presenta como el escenario ideal para las apariciones de los fantasmas. En las habitaciones se oyen susurros, movimientos casi imperceptibles llaman la atención de la mujer y brisas heladas circulan por la casa, apagando las velas.

La locura

Una de las características más valoradas de la escritura de Henry James es su intento por producir una literatura que exprese en forma realista los procesos psicológicos de sus personajes. En Otra vuelta de tuerca, ello se comprueba en los monólogos interiores de la institutriz, que ocupan la mayor parte de la novela. En estos monólogos, son recurrentes los momentos en los que su cordura puede ser puesta a prueba.

Su miedo por la seguridad de los niños y el deseo de que su trabajo sea reconocido por el tío de ellos se explicitan en forma insistente a lo largo de la novela, al punto de transformarse en pensamientos obsesivos. En el capítulo 3, la institutriz manifiesta sentirse “justificada” (44) por realizar correctamente sus labores, al tiempo que considera su trabajo como una forma de darle “placer” (ídem) a su amo. Luego de ello, expresa que sería “una historia encantadora encontrar alguien súbitamente” (ídem) que la admire en su trabajo. En ese momento, se le presenta por primera vez el fantasma de Quint en una de las torres de la mansión, lo que puede ser interpretado como una alucinación.

Otras situaciones de la historia apoyan esta caracterización de la institutriz como una mujer mentalmente inestable: desde el capítulo 1, ella recuerda sus primeros días en Bly como momentos de mucha ansiedad y excitación. Abundan las escenas en las que la mujer no logra conciliar el sueño por las noches debido a pensamientos obsesivos que la acosan. Por momentos, tiene raptos de violencia o maltrato con la señora Grose y con los niños. Un ejemplo puede leerse en el capítulo 16, cuando se refiere en forma sarcástica al analfabetismo del ama de llaves.

Finalmente, desde un análisis que interprete los acontecimientos de la historia como producto de su locura, tanto la fiebre de Flora en el capítulo 21 como la muerte de Miles en el capítulo 24 son consecuencia del cuidado obsesivo y neurótico de su institutriz.

Los valores victorianos

La nouvelle de Henry James se desarrolla en la época victoriana, que encuentra sus manifestaciones sociales más características en Inglaterra, a mediados del siglo XIX. La sociedad de la época victoriana era fundamentalmente moralista, disciplinada y prejuiciosa, y sus principales valores eran el afán de trabajo, la fe cristiana, el cuidado de la familia y la abstinencia sexual. En Otra vuelta de tuerca, estos valores se ven representados a lo largo de toda la trama, sobre todo lo que respecta a la actitud moralista de los victorianos en cuanto a la religión, la clase social y el sexo.

La misoginia y la noción de superioridad masculina frente a la femenina es una constante: la mujer era considerada como el ángel del hogar, quien protegía a la familia y contribuía a la represión de los impulsos sexuales. Esta idea encaja perfectamente con la figura de la institutriz, quien vela por el alma de los niños ante la presencia maligna de Peter Quint. Si bien el carácter ambiguo de la novela no permite explicitarlo, sí se puede intuir que la perversión de este tiene connotaciones sexuales. Esta insinuación sexual se revela en varios momentos a lo largo del relato. Por un lado, aparece como una de las causas por la que la señora Grose desapruebe la relación entre la señorita Jessel y el difunto criado. Pero lo que causa mayor impacto es su asociación a la figura de Miles: en el capítulo 6, la señora Grose manifiesta que Peter Quint era demasiado libre, lo que asusta sobremanera a la institutriz, quien le pregunta: “¿Demasiado libre con mi niño?” (65). Este es el momento en el que la posibilidad de que Quint sea pederasta se formula con mayor explicitación. En este sentido, permite preguntarse si los misteriosos e inadecuados comentarios que provocan la expulsión de Miles en el colegio, tal como el niño confiesa en el capítulo 24, no se deben a la influencia perversa del espectro en él.

Por otro lado, la mujer aparece en varias oportunidades desempeñando un rol pasivo. El tío de los niños le impone a la institutriz la prohibición de contactarlo y ella, aunque es valiente y fuerte, la sostiene hasta el final de la novela. El fantasma de la señorita Jessel, por su parte, parece haber caído en pena debido a la influencia de Quint. Finalmente, Flora adora y obedece a su hermano, cosa que no le sorprende a la institutriz, quien, en el capítulo 9, manifiesta haber tenido hermanos y no le asombra que las niñas idolatren a los varones.

Por último, a principios de la era victoriana -momento en el que se enmarca el relato- las clases altas dominaban por completo la sociedad y la política. Por ese motivo, muchos de los parámetros morales y estéticos de la época se expresaban superficialmente tomando como modelo a estas élites. En la nouvelle, por ejemplo, el carácter ruin de Quint se verifica en el hecho de que no use sombrero, lo que establece una distinción de clase que se vuelve significativa: mostrarse sin sombrero en público simboliza ser de una clase inferior y, por tanto, es una marca de vulgaridad. Ello lleva a la institutriz, cuando ve por primera vez al espectro, a darse cuenta instantáneamente de que no es un caballero. Esa es una de las características, además, que llevan a Grose a reconocer a Quint. Por otro lado, el recelo frente a la clase social de Quint se verifica nuevamente cuando Grose desaprueba el vínculo entre el difunto criado y Miles debido a que el primero era de una clase inferior mientras que el pequeño pertenecía a la élite. A su vez, la sumisión y obediencia de la señora Grose frente a la institutriz aparece justificada en múltiples ocasiones por su inferioridad de clase.

La lucha entre el Bien y el Mal

Era común en la doctrina cristiana de los victorianos que el orden moral del mundo se dividiera entre el Bien y el Mal. En este sentido, los niños de Otra vuelta de tuerca son siempre caracterizados como puros, angelicales y frescos. Cuando la institutriz conoce a Miles en el capítulo 3, queda encantada frente a la “cualidad celestial” (40) del niño, en la cual reconoce la “misma positiva fragancia de pureza” (ídem) de su hermana. A la imagen angelical de los pequeños se le opone la de los fantasmas, quienes son personificados como almas en pena, vestidos de negro, demoníacos y perversos.

Antes de la muerte de Miles en el capítulo 24, la institutriz no suele manifestar temor a una posible violencia física de los fantasmas hacia los niños. Lo que ella teme, en realidad, es que los espectros los corrompan o se queden con sus almas. Desde que Grose le confiesa que Miles y Peter Quint compartían mucho tiempo juntos, la institutriz se convence de que la antigua institutriz y el criado intentaron pervertir a los niños en vida, y que su influencia continúa después de la muerte. En este sentido, el temor ante el sexo como una forma de corrupción es recurrente en la historia, aunque no sea mencionado en forma explícita.

La amistad

Sea que los fantasmas existan o que todo esté en la imaginación trastornada de la institutriz, lo cierto es que el enorme esfuerzo que ella realiza para proteger a los niños solo parece posible gracias al apoyo incondicional de la señora Grose. La amistad es un elemento fundamental en Otra vuelta de tuerca y se materializa en la lealtad simple, confidente y desinteresada del ama de llaves. Aunque la mujer nunca llegue a ver a los espectros, y a pesar de los reiterados maltratos y desaires que recibe de la institutriz, la señora Grose nunca deja por ello de apoyar con sus palabras y acciones las decisiones que toma su amiga.

En el capítulo 5, la institutriz caracteriza la confianza de Grose en su cordura como “una de las más dulces caridades humanas” (62). Sin embargo, es en el capítulo 21 cuando la lealtad y la amistad de Grose encuentra su momento más bello: las amigas deciden separarse para que el ama de llaves aleje a la pequeña Flora de Bly. Mientras se despiden, la institutriz expresa su deseo de hacer confesar al pequeño Miles para así salvarlo de las garras de Quint. En ese momento, Grose le dice a su amiga que la salvaría a ella, incluso sin los niños.

El doble

Una mirada atenta a la construcción de los personajes principales de Otra vuelta de tuerca permite sacar a relucir otro sus aspectos fundamentales: el tema del doble. En este sentido, cabe mencionar que la cuestión del doble no es específica de esta nouvelle: en la literatura en general, este motivo se manifiesta como una forma de expresar literariamente la dualidad de la naturaleza humana, y resulta particularmente frecuente en la tradición del género fantástico. Aparece en forma recurrente, por ejemplo, en los cuentos de Edgar Allan Poe y en la narrativa Robert Louis Stevenson, entre otros. En el caso de Henry James, el problema de la dualidad puede considerarse desde diversos ángulos.

En un principio, la caracterización de los espectros personificaciones del Mal se construye a través de un paralelismo con los personajes de Miles y Flora, que operan, por el contrario, como representantes del Bien. Los niños aparecen constantemente asociados al color blanco, a la pureza, a la infancia y a lo celestial, mientras que los fantasmas están vestidos de color negro y se los asocia a la corrupción, la adultez, lo diabólico y lo perverso. Por otro lado, el tema del doble se vuelve a replicar en los niños, que bien podrían considerarse como la versión femenina y masculina del mismo personaje angelical. Lo mismo sucede entre la señorita Jessel y Peter Quint, quienes ofrecen la versiones complementarias de una misma encarnación diabólica.

A su vez, el tema del doble puede interpretarse en la oposición institutriz buena versus institutriz mala: en el capítulo 15, por ejemplo, se produce un encuentro entre ambas mujeres en la sala de estudio. En esa escena, la institutriz dice que Jessel la miró como si su derecho a estar en el lugar fuera tan válido como el de ella. Allí, la institutriz manifiesta sentirse una intrusa, lo que posibilita dos lecturas distintas: que el fantasma sea el doble malvado de la nueva institutriz o que sea, en realidad, una alucinación proyectada por sus inseguridades.