Otra vuelta de tuerca

Otra vuelta de tuerca Resumen y Análisis Capítulos 9 - 13

Resumen

Capítulo 9

Los días avanzan sin ningún incidente mientras la institutriz se dedica al cuidado de los niños, cuya compañía es tan agradable que borra los malos recuerdos. En compañía de los pequeños, la mujer siente que vive en una “nube de música, cariño, éxito y teatralidad privada” (88). Por momentos, el miedo a que los espectros los corrompan la impulsa a abrazarlos con fuerza, y luego se pregunta qué pensarán los pequeños de estos despliegues espontáneos de cariño.

A su vez, las demostraciones de afecto de los niños también parecen ir en aumento. Ella tiene la sensación de que nunca han estado tan ocupados en complacerla ni tan abocados en su aprendizaje. Estos motivos la llevan a no proponer la inscripción de Miles en un nuevo colegio: el pequeño es demasiado talentoso para que una mala institutriz o un párroco lo arruinen. Sin embargo, hay momentos en que se pregunta si la inteligencia del niño no se debe a algún tipo de influencia sobrenatural.

La institutriz incluso se sorprende del cariño que se profesan mutuamente. Miles y Flora nunca pelean y vay veces, de hecho, en que llega a percibir pequeños acuerdos entre ellos, en los que alguno se queda distrayéndola mientras el otro se aleja. El buen trato que le da Miles a su hermana sorprende particularmente a la institutriz, a quien le parece raro que un varoncito sea tan considerado por la “edad, el sexo y la inteligencia inferiores” (89).

La institutriz intenta cambiar el sentido del relato; siente que está demorando el momento más horroroso de su historia y se justifica diciendo que, al contar los espantosos hechos que vendrán, se obliga nuevamente a vivirlos. Sin embargo, toma coraje para realizar la ¨horrible zambullida¨ (89) y contar lo sucedido en esos días.

Una noche, mientras lee a la luz de las velas, recuerda una sensación que tuvo su primera noche en la casa: la noción de que alguien recorría el lugar. El recuerdo hace que la institutriz se levante, tome una vela y salga a recorrer los pasillos. Una vez allí, una brisa apaga su vela, pero continúa con el recorrido a la luz del amanecer, que entra desde desde la ventana. Finalmente, percibe a una persona subiendo hacia su dirección desde las escaleras y reconoce, por su aspecto, a Peter Quint. Al notar su presencia, el espectro se detiene bruscamente y la observa, en un encuentro que considera tan real como podría serlo estar en una casa desconocida frente a un enemigo. Pasado un momento, Quint da media vuelta y se retira por las escaleras, mientras la institutriz ve su “abominable espalda” (92) alejarse.

Capítulo 10

Luego del encuentro con el fantasma de Quint, la institutriz regresa a su cuarto. Al llegar, comprueba con horror que Flora ya no está en su cama, aunque esta está armada de modo que parece que estuviera durmiendo adentro. La mujer ingresa velozmente a la habitación cuando escucha unos sonidos desde la ventana. A dirigir la mirada hacia allí, reconoce con alivio la figura de Flora que ingresa a la habitación desde el alféizar.

La pequeña le recrimina haber salido de la pieza y se excusa diciendo que salió a la ventana para ver si la veía en el patio. La institutriz le pregunta por qué dejó la cama armada y Flora responde que lo hizo para no asustarla si regresaba. Aunque la mujer se encuentra segura de que la niña miente, prefiere seguirle el juego a confesar sus temores e intentar compartirlos con ella.

Los días siguientes a este episodio, la institutriz no logra conciliar el sueño. Se queda despierta hasta tarde, sentada en la cama, y sale a recorrer los pasillos mientras Flora duerme. Aunque no vuelve a ver a Quint, una noche se asusta ante la presencia de la señorita Jessel en uno de sus recorridos. La figura se encuentra sentada de espaldas en el último de los peldaños de la escalera, con la cara apoyada en sus manos como si estuviera afligida. Sin embargo, el fantasma desaparece un instante después.

Once días después ocurre un nuevo episodio: agotada por tantos días sin dormir, la institutriz se duerme al instante en su habitación. Cuando se levanta, alrededor de la una de la madrugada, comprueba que su vela se encuentra apagada. Al buscar a la niña, se encuentra con que su cama esta vacía y que, nuevamente, se encuentra en el alféizar de la ventana. Esta vez, está apoyada en el marco sobre sus manos mientras contempla el exterior, sin darse cuenta de su presencia.

La institutriz decide salir de la habitación para ver por otra ventana qué es lo que Flora observa. Mientras camina por el pasillo, pasa por la habitación de Miles y se pregunta si el pequeño duerme o también observa fuera de la ventana. Como sospecha del niño, piensa en entrar y sorprenderlo, pero elige evitarlo, ya que quizá es inocente. En cambio, se dirige a una amplia habitación en desuso de la planta baja. Desde allí observa por la ventana y ve algo que la descompone: el propio Miles está solo en el jardín y se encuentra observando hacia arriba, como si hablara con alguien que está en la torre.

Capítulo 11

La tarde siguiente, la institutriz y la señora Grose se reúnen a hablar mientras cuidan a los niños. La institutriz agradece que su amiga le crea, la apoye y sea discreta ya que cuida, de ese modo, su situación y su trabajo. Sin embargo, le molesta que no perciba en los niños más que su belleza y felicidad, ni desconfíe de ellos. Mientras el ama de llaves observa a los niños jugar bajo el sol, la institutriz se prepara para contarle el episodio sufrido con Miles la noche anterior.

Una vez que descubrió al niño, ambos se dirigieron de la mano y en silencio hacia la habitación. En ese momento, a ella la acompañaba una sensación de triunfo, debido a que Miles no encontraría ninguna excusa y tendría que confesar. Lejos de eso, lo que sintió al llegar fue que el pequeño la tenía “entre la espada y la pared” (102), ya que podría exponerla ante todos si llegaba a acusarlo de algo tan ridículo como relacionarse con espíritus. Aún así, le exigió con dulzura que dijera la verdad y explicara por qué había salido. Ante su pregunta, Miles le respondió que había salido con el objeto de que ella pensara, por única vez, que él era malo. En ese momento, la institutriz le preguntó cómo era que estaba tan seguro de que ella saldría, a lo que el pequeño respondió que había recibido la ayuda de Flora: su hermana pequeña miraría por la ventana y eso llevaría a la institutriz a asomarse para saber lo que veía.

Capítulo 12

La institutriz le repite a la señora Grose las últimas palabras que Miles pronunció esa noche: "Piense lo que podría hacer, usted lo sabe" (104). Aunque el pequeño se refiere a su capacidad de hacer el bien, la institutriz lo entiende como una forma de referir a los motivos de su expulsión en la escuela. La mujer asegura que los niños y los espectros se encuentran todo el tiempo y que, cualquiera que los hubiese visto como ella durante esas noches, pensaría lo mismo. Más aún, mientras observan a los niños compartir la lectura de un libro, la institutriz afirma que, en realidad, lo que hacen es fingir que leen para hablar sobre los fantasmas. Luego le dice que el hecho de que los niños no hayan mencionado nunca a Quint o a Jessel constituye la prueba de que se encuentran con ellos.

La institutriz sabe que parece loca por su modo de hablar, pero también sabe que cualquiera en su lugar habría enloquecido y a ella, lejos de eso, la situación la vuelve una mujer más lúcida. Las mujeres observan a los pequeños mientras la institutriz prosigue con sus reflexiones: dice que toda su belleza y dulzura sirven como un engaño y que los pequeños, en realidad, están ausentes. Pertenecen a los fantasmas, quienes les están enseñando el amor al mal. Aunque la señora Grose se sorprende, acepta la idea de que los sirvientes eran unos depravados en vida. Sin embargo, se pregunta cómo pueden seguir siendo un peligro ahora que están muertos. La institutriz le responde que aún pueden destruirlos, que hasta ahora aparecían en lugares alejados, pero cada vez acortan más la distancia.

En ese momento, la señora Grose propone contactarse con el tío para que se haga cargo de la situación, pero la institutriz dice que no pueden escribirle para decirle que la casa está embrujada y sus sobrinos, locos. El ama de llaves acepta que el tío no quiere ser molestado y la institutriz responde que su deseo de no hacerse cargo es lo que provoca que los fantasmas sigan haciendo daño. En ese momento, la señora Grose insiste con contactarlo y eso provoca que la institutriz la amenace: si llega a pedirle al amo que vaya a Bly a ayudar, ella se irá de inmediato.

Capítulo 13

A lo largo del siguiente mes, la relación entre la institutriz y sus alumnos se complejiza más aún en la medida en que ella siente a los pequeños volverse cada vez más cínicos. La institutriz está segura de que mantiene un "acuerdo tácito" (109) con ellos, en el que todos realizan sus actividades cotidianas sin mencionar ni tocar el asunto con Peter Quint y la señorita Jessel.

El verano avanza, cambiando el paisaje de Bly sin que se produzcan otros episodios con los fantasmas. Pese a que esta situación ayuda a calmar los nervios de la institutriz, lo cierto es que también le produce malestar. Esto se debe a que, aunque no ve nada, percibe cambios en el clima y en la naturaleza que le parecen señales de la presencia de los espectros. En esos instantes, la institutriz siente que su sensibilidad para lo sobrenatural se acrecienta.

La institutriz recuerda su última charla con Grose. En esa oportunidad le dice que, aunque siente que debe agradecerle a Dios por tener los ojos sellados, no puede hacerlo debido a que está segura de que los niños ocultan algo. Durante esos días, la institutriz se obsesiona con Miles y Flora y cree que -aún en su presencia- hay momentos en que ellos se vinculan con los fantasmas. Sin embargo, reprime el impulso de decir algo, ya que los niños podrían negarlo y la harían quedar en ridículo.

Para evitar la incomodidad, “parlotea” (114) con los pequeños hasta que repentinamente el silencio ocupa todo el espacio. Entonces tiene la certeza de que los fantasmas están en el ambiente y se aterroriza al pensar que se dirigen hacia los niños y les hablan. Esas situaciones son tan escalofriantes que los niños asumen distintas estrategias para salir del paso: algunas veces se apresuran a besarla, otras le preguntan cuándo irá el tío a visitarlos. Ella les responde con naturalidad, aunque sepa en el fondo que el tío nunca les va a escribir debido a la plena confianza que deposita en ella. También guarda las cartas que los niños le escriben a él, debido a que las considera demasiado hermosas para ser enviadas.


Análisis

En estos capítulos se vuelve a revelar la noción de punto de vista subjetivo como un elemento que estructura el curso del trama. En el capítulo 9, la institutriz recuerda sus días de paz en Bly mientras cuida a los niños, hasta que confiesa haber realizado una digresión de su historia debido a que no quiere volver a vivir los horribles acontecimientos. Finalmente, se prepara para realizar la “horrible zambullida” (89), metáfora que explica la sensación que le produce ir al grano en su relato: una decisión traumática e intempestiva de la que no puede volver atrás.

A su vez, es posible identificar en estos capítulos varios elementos que ilustran el modo de organización social imperante en la época victoriana: en el capítulo 9, por ejemplo, se revela la valoración misógina que realiza la institutriz sobre Flora cuando se sorprende por el buen trato que tiene Miles con ella. Allí afirma que la pequeña tiene una “edad, el sexo y la inteligencia inferiores” (89) a los de su hermano. Este tipo de jerarquías sexuales son comunes a lo largo de la novela y responde a un orden social patriarcal naturalizado en la época victoriana, momento histórico en el que se enmarca el relato.

Algo similar sucede en relación a las jerarquías de clase: en el capítulo 10, la institutriz ofrece una metáfora que es significativa para comprender el modo en que se aprovecha de su posición para influir en la mente de la señora Grose. Allí, comenta que el ama de llave acepta sus conclusiones como "si hubiera preparado una pócima de bruja y se la ofreciera" (100), y que ello se debe a un “extraño reconocimiento ante mi superioridad por sus logros y su función” (ídem). Estos pasajes son significativos en tanto explicitan el modo en que la situación de clase produce asimetrías en la amistad de las mujeres. La señora Grose acepta lo dicho por la institutriz como una forma de respeto ante su superioridad de clase.

Por otro lado, estos pasajes ayudan también a delinear algunos aspectos de la personalidad de la joven. La psicología compleja de la institutriz se manifiesta de diferentes modos a lo largo de la nouvelle. En este caso, aparece vinculada con el desdén con que se refiere a la niña y a Grose, la única que la apoya incondicionalmente en la casa. En este sentido, la locura, como explicación posible de los acontecimientos, vuelve a aparecer mencionada por la propia institutriz en el capítulo 12, cuando le dice a la señora Grose: “Sé que sigo hablando como si estuviera loca; y es increíble que no lo esté” (105).

El tema de la incomunicación es un componente central en esta parte de la historia. En el capítulo 12, por ejemplo, se hace evidente, a partir del pedido que la institutriz le hace a la señora Grose cuando le exige que no se comunique con el tío para que se dirija a Bly a ayudarlos. Sin embargo, es en el capítulo 13 donde la cuestión de lo no dicho se tematiza con más insistencia: a lo largo de todo el capítulo, la institutriz manifiesta disgusto ante el hecho de que, en la relación con Miles y Flora, el problema de los fantasmas permanezca en “el ámbito de lo innominado y lo intocado” (109). Por otro lado, hacia el final del capítulo, la mujer confiesa quedarse las cartas que los niños le escriben a su tío debido a que son “demasiado hermosas para ser enviadas por correo” (115).

Por último, es recurrente la aparición de imágenes típicamente asociadas a las historias de fantasmas. En los capítulos 9 y 10, por ejemplo, el tópico de la casa encantada, habitada por las almas en pena de sus antiguos habitantes, se desarrolla en profundidad en las escenas de insomnio de la institutriz, momentos en los que tanto Quint como la señorita Jessel se hacen presentes frente a ella. Estas convenciones son comunes en la literatura gótica del siglo XVII, en la que era recurrente la aparición de mansiones antiguas repletas de espectros y la aparición de mujeres heroínas como las únicas capaces de combatirlos.