Operación Masacre

Operación Masacre Resumen

Operación masacre comienza con un prólogo en el que Rodolfo Walsh cuenta cómo se entera de los fusilamientos clandestinos de José León Suárez: es la mención de un “fusilado que vive” lo que llama su atención. Esta circunstancia extraordinaria lo conduce a conocer la historia de Juan Carlos Livraga, uno de los sobrevivientes.

Walsh también cuenta dónde se encuentra cuando sucede el levantamiento contra el gobierno de la Revolución Libertadora, encabezado por Tanco y Valle. Está en un bar de La Plata jugando el ajedrez cuando el ruido de unos disparos hace que salga a la calle. Cuando llega a su casa la encuentra rodeada de soldados. También escucha a un conscripto morir en la calle, hecho que después lo relacionará con la historia de Livraga, que lo llena de indignación.

Empieza entonces a reponer la historia de su investigación, contando cómo se va enterando de los otros sobrevivientes. Después de publicar los primeros artículos sobre la historia de Livraga, se encuentra con Miguel Ángel Giunta. Gracias a él conoce que hay un tercer sobreviviente, que vive escondido: Horacio Di Chiano. Su búsqueda continúa en una embajada, donde se entera por boca de Juan Carlos Torres de los sobrevivientes Julio Troxler y Reinaldo Benavídez. El séptimo sobreviviente es Rogelio Díaz, con quien no llega a entrevistarse.

A publicaciones parciales de la investigación le sucede este libro, que publica en 1957. Operación masacre se divide en tres partes: “Las personas”, “Los hechos” y “La evidencia”.

En “Las personas” Walsh describe a quienes se hallaban en una casa del barrio Florida, en Vicente López, el 9 de junio e 1956, donde llegará la policía buscando a Tanco. Primero, el narrador presenta a Nicolás Carranza y a Francisco Garibotti. Ambos se conocen de trabajar de ferroviarios, son hombres casados y con hijos. Carranza es peronista y es un fugitivo; Garibotti trabaja todavía en el ferrocarril. Walsh cree que ninguno de los dos está al tanto del levantamiento que está por suceder.

A continuación presenta a Horacio Di Chiano, el dueño del departamento de adelante en la casa de Florida. Don Horacio, sin ningún tipo de sospecha de lo que va a ocurrir en su casa, invita a su vecino Miguel Ángel Giunta a escuchar una pelea de box. Giunta acepta la invitación.

A Rogelio Díaz decide describirlo con dos instantáneas: una, en la que se lo ve alegre jugando a los naipes en el departamento del fondo; otra, en la que duerme tranquilo mientras se encuentran detenidos en la Unidad Regional San Martín. De “Carlitos” Lizaso nos da a entender que tal vez sabía algo de la revolución, porque le había dejado a su novia un papel que contenía estas palabras: “Si todo sale bien esta noche…”.

Los dos que con seguridad están involucrados en el levantamiento son Juan Carlos Torres y Norberto Gavino. Torres es el dueño del departamento del fondo, donde varios de los después detenidos están jugando a las cartas y escuchando la pelea. Tanto él como Gavino cuentan que estaban a la espera de noticias y que, mientras tanto, no tenían razones para sospechar peligro. Por eso no echan a los que se encontraban casualmente en la casa. Otro involucrado, que le da información a Walsh manteniendo su identidad oculta, es “Marcelo”. Este individuo no se encuentra al momento en que llega la policía, pero pasa varias veces por la casa para hablar con Gavino y pedirle que cuide a Lizaso, puesto que conoce a su familia.

Walsh continúa su narración con las semblanzas de Mario Brión, Juan Carlos Livraga y Vicente Rodríguez. De Brión y de Rodríguez, ambos muertos en el fusilamiento, solo puede conjeturar su inocencia mediante relatos de terceros, familiares o conocidos. Livraga, “el fusilado que vive”, niega rotundamente saber algo del levantamiento. Walsh cuenta también que a eso de las 10:45pm llegan dos pesquisas disfrazados de civil, que entran para verificar que no hay armas en el lugar.

A eso de las 11pm, Di Chiano y Giunta se encuentran en el departamento de adelante cuando escuchan golpes fuertes a la puerta de entrada. Al grito de “¡La Policía!”, Walsh cierra la primera parte y da inicio a la segunda, dedicada a los hechos.

La casa de Florida se llena de policías. El que lidera el operativo es el teniente coronel Fernández Suárez, que pregunta a gritos dónde está Tanco. A Giunta le apunta la pistola en la garganta. Ninguno responde: no entienden lo que está sucediendo, ni quién es Tanco.

Enseguida pasan al departamento del fondo. Torres logra escapar, mientras que Lizaso lo intenta pero es capturado. El resto es detenido sin ofrecer resistencia. Afuera, en la calle, mientras los suben a una camioneta, capturan a tres personas más que pasan por allí. Después de revisar los departamentos buscando armas y documentos, lo detenidos son trasladados a la Unidad Regional San Martín.

A las 0hs del 10 de junio de 1956, la Radio del Estado interrumpe su transmisión, sin dar noticias del levantamiento. Recién lo hará a las 0.32hs, con un comunicado oficial que declara la vigencia de la ley marcial en todo el territorio argentino. A las 0.45hs los detenidos llegan a la Unidad Regional San Martín. Allí permanecen varias horas, padeciendo el frío. Los interrogan y retienen algunas de sus pertenencias, por las que les dan un recibo. Cerca de las 5am, Fernández Suárez comunica al inspector mayor Rodolfo Rodríguez Moreno la orden de fusilar a los detenidos.

Con la excusa de que los trasladan a La Plata, los prisioneros son subidos a un carro de asalto. Walsh conjetura que son por lo menos 12 personas las que están en la camioneta. Después de algunas idas y vueltas llegan al basural de José León Suárez. Hacen bajar a algunos, otros quedan en la camioneta. A los que bajaron los hacen ponerse codo con codo para enfrentar el pelotón de fusilamiento. Antes de dar la descarga, Troxler, que se encuentra en la camioneta, inicia el escape. Logra escapar junto con Benavídez, Giunta y Gavino, mientras los policías disparan a mansalva. Díaz también se da a la fuga, aunque no se sabe cómo.

Brión, Rodríguez, Carranza y Garibotti mueren durante el tiroteo. A Lizaso lo capturan y lo hacen fusilar. Di Chiano y Livraga se tiran al suelo y ahí permanecen hasta que llega el momento del tiro de gracia. Don Horacio está ileso, pero cuando llega la camioneta hacia donde está tendido, finge estar muerto y no le disparan. Livraga, en cambio, recibe el disparo, que le atraviesa la cara sin comprometer ningún órgano vital.

De los sobrevivientes, Troxler, Benavídez y Gavino consiguen exiliarse en Bolivia. Díaz permanece escondido en una casa en Munro hasta que lo detienen. Horacio permanece oculto por meses y pierde su trabajo. El peor suplicio lo pasan Giunta y Livraga: el primero se presenta un día a aclarar la situación y es capturado. En la cárcel tratan de volverlo loco, no le dan de comer ni beber; sobrevive gracias a unos presos que le arrojan lo que pueden. Livraga, que primero es llevado a un hospital para que le curen las heridas, es arrojado sin cuidados médicos a un calabozo, semidesnudo y con la venda en la cara, que se le cae a pedazos. Los familiares de las víctimas también sufren el maltrato policial, mientras intentan dar con el paradero de sus seres queridos.

Livraga y Giunta son trasladados al penal de Olmos, donde reciben un trato más humano. Allí conocen a un abogado que consigue su libertad. En los papeles de excarcelación de Giunta, dentro del rubro “causa”, no figura nada. Ambos creen ser los únicos sobrevivientes de la masacre.

En la tercera parte, titulada “La evidencia”, Walsh sigue las pistas que indican cómo Fernández Suárez intenta controlar las consecuencias del irregular operativo llevado a cabo por Rodríguez Moreno. Además de dispersar a los involucrados, publica una nómina de cinco fusilados en la zona San Martín, mientras da una declaración en la que manifiesta que a las 11pm de aquel día estaba en una casa de Vicente López, deteniendo a 14 personas. No establece vínculo entre los muertos de San Martín y los detenidos de Vicente López, pero otorga un dato importante: la detención se realizó antes de que se promulgara la ley marcial.

Cuatro meses después, el doctor Jorge Doglia denuncia a Fernández Suárez por los maltratos y las torturas que reciben presos y detenidos en la policía; en su acusación, suma el fusilamiento ilegal de Livraga. Doglia es destituido de su cargo, pero la denuncia es continuada por Eduardo Schaposnik. El 14 de diciembre, Livraga se presenta ante la justicia para demandar a quien resulte responsable por tentativa de homicidio y daño. Se abre, de esta manera, la causa a la que Walsh quiere sumar su libro como material para la denuncia.

En su testimonio, Fernández Suárez confirma que la detención se realiza a las 11pm del 9 de junio, que los detenidos no participan en el motín y que a la madrugada del 10 de junio son fusilados. Otros declarantes dan constancia de las detenciones y encarcelamientos realizadas en la Unidad Regional San Martín y en la comisaría de Moreno, donde permanece preso Livraga, aunque en ninguno de estos lugares queda constancia formal de estos ingresos. Para Walsh, esta falta de formalidad convierte las detenciones en secuestros y los fusilamientos, en asesinatos.

Fernández Suárez consigue el respaldo de altos mandatarios en el poder. Él y el comisario Cuello, segundo a cargo en la Unidad Regional San Martín, sostienen que la ley marcial es promulgada a las 11pm del 9 de junio, en el momento en que se realiza la detención. Este dato es falso, arguye Walsh. Fernández Suárez solicita que el caso sea trasladado a tribunal militar. El doctor Hueyo, a cargo de la investigación, considera que para determinar si la causa pertenece a jurisdicción militar o civil, es preciso determinar la hora en que entra en vigencia la ley marcial. Este pedido es desoído por la Suprema Corte de Justicia, que el 24 de abril de 1957 pasa la causa a la justicia militar. Walsh acusa a este fallo de dejar para siempre impune la masacre de José León Suárez.

La tercera parte se cierra con unos capítulos agregados años después, en los que Walsh extrema su posición en contra del gobierno de la Revolución Libertadora, al punto de sostener que el asesinato de Aramburu por Montoneros, que tiene lugar en 1970, es un acto de justicia histórica que frena el poder de la oligarquía.