Operación Masacre

Operación Masacre Resumen y Análisis de la Primera Parte: Las Personas (Capítulos 1-13)

Resumen

1. Carranza

Operación masacre comienza con una primera parte en la que se presenta a las víctimas del fusilamiento clandestino ocurrido en la madrugada del 10 de junio de 1956, al mismo tiempo que se repone cómo llegaron al lugar en donde son detenidos. El primero es Nicolás Carranza, a quien Walsh ubica entrando a su casa la noche del 9 de junio. Lo reciben sus seis hijos y su compañera, Berta Figueroa, acostumbrada a que su marido llegue “al amparo de las sombras” (29), en su condición de perseguido por ser peronista.

Carranza juega con sus hijos. Antes alegre, ahora no es un hombre feliz. Su mujer le cuenta sus preocupaciones: teme que les quiten la casa porque Carranza ya no trabaja en el ferrocarril y está prófugo. Ella le pide que se entregue, pero él insiste en que no es un delincuente. Le avisa a su mujer que aquella noche no duerme allí y sale. Hace unos pocos metros, se detiene frente a una casa y llama a la puerta.

2. Garibotti

El capítulo anterior deja a Carranza frente de la casa de la familia Garibotti, casa de “muchachones bravos” (32) y de retratos en las paredes. El padre de la familia, Francisco Garibotti, trabaja de ferroviario, de donde conoce a Carranza. “¿Qué viene a hacer Nicolás Carranza?”, pregunta el autor-narrador, a lo que responde con una línea de diálogo que pertenece a la esposa: “Vino a sacármelo. Para que me lo devolvieran muerto” (34).

Garibotti se va con Carranza, avisa que hace una diligencia y vuelve pronto. En este punto, el narrador hace sus conjeturas acerca de lo que pudieron hablar los dos hombres: tal vez Garibotti le recomienda a Carranza que se entregue; tal vez este tiene un pedido para él, o solo quiere que vayan juntos a la casa de un amigo a escuchar la radio, porque van a dar un noticia; acaso tan solo vayan a esa casa a jugar naipes y escuchar el partido de boxeo. Lo cierto es que ambos van desarmados y que, cuando llegue la ocasión, se dejarán arrestar sin resistencia. De Carranza dice el narrador: “se dejará matar como un chico, sin un solo movimiento de rebeldía” (35).

Walsh cierra el capítulo diciendo que de Garibotti no volverán a tener referencias ciertas, y que de Carranza solo se tendrá alguna otra información más adelante, en el transcurso de aquella noche.

3. Don Horacio

El capítulo comienza con una descripción del barrio de Florida, donde se inician los acontecimientos que llevarán a la masacre. Se detiene luego en la casa de portones celestes en la que transcurre “el primer acto del drama” (37). La casa tiene dos departamentos, uno al frente y otro al fondo.

En ese mismo momento, a las 9:30pm, se inicia el trágico levantamiento de junio, orquestado por Tanco y Valle. La mayor parte del país, incluidos Di Chiano y Giunta, no saben nada de lo que está sucediendo. Mientras tanto, la Radio del Estado, voz oficial de la Nación, transmite música de Haydn.

4. Giunta

A Giunta, Walsh lo ha conocido personalmente. Lo describe como un hombre de 30 años, alto, rubio, sincero y de humor irónico. Por su forma de hablar, uno se convence rápidamente de su inocencia, afirma el narrador. Giunta trabaja como vendedor en una zapatería de Buenos Aires, oficio que le ha dado la habilidad de adivinar los deseos de sus clientes, cualidad que el narrador destaca, porque más adelante, aunque Giunta no lo sospeche, le ayudará “a salir del trance más amargo de su vida” (40).

5. Díaz: dos instantáneas

Antes de presentar a Rogelio Díaz, el narrador cuenta que va llegando gente a la casa del fondo, donde habrá hasta quince hombres jugando a las cartas y escuchando el partido de box. Sostiene que por momentos será difícil saber con precisión cuándo llegaron y cuándo se fueron los presentes, y que incluso algunas identidades no quedarán del todo dilucidadas.

Sabemos, dice Walsh, que alrededor de las 9pm llega Rogelio Díaz, aunque se desconoce qué lo lleva hasta aquella casa. Díaz es un suboficial retirado de la Marina que vive cerca, en Munro. Está casado y tiene dos o tres hijos, aunque nadie pudo dar luego con su familia. Walsh no sabe si está o no comprometido con el movimiento revolucionario. El narrador decide describirlo a través de dos imágenes, de las que infiere su inocencia: una, en la que se lo ve alegre y conversador jugando a los naipes; otra, en la que ronca apaciblemente cuando los tienen detenidos en la Unidad Regional de San Martín, mientras todos temen. “En estas dos instantáneas puede resumirse toda la vida de un hombre” (41).

6. Lizaso

Carlos Lizaso es un muchacho de 21 años, que trabaja duramente y a quien en sus momentos de ocio le gusta jugar al ajedrez. Proviene de una familia numerosa en la que se suele hablar de política. Cuando llega a la casa de portones celestes aquella noche, puede no saber de la revolución: no lleva un arma consigo y nunca tuvo una. Pero su novia encuentra una nota con la letra de Carlos en la que dice “Si todo sale bien esta noche…”. “Pero todo saldrá mal” (43), responde Walsh.

7. Alarmas y presentimientos

“Marcelo”, uno de los informantes de Walsh cuyo verdadero nombre permanece oculto, pasa un par de veces por la casa de Torres, con la intención de prevenir a Lizaso. Este hombre sabe lo que está ocurriendo y es amigo de la familia de Carlitos. Antes de marcharse por última vez, llama aparte a uno de los presentes y le pregunta si los que se encuentran allí saben algo de lo que está pasando. Este le responde que no, que vinieron a escuchar la pelea. “Marcelo” se va y le pide a su interlocutor que cuide a Lizaso. Este le dice que se quede tranquilo, que “ya no hay nada esta noche” (45).

8. Gavino

Descubrimos que aquel interlocutor de “Marcelo” es Norberto Gavino. Él, a diferencia del resto, está involucrado en el levantamiento. Aquella noche no tiene novedades del asunto y no quiere alarmar a los que allí se encuentran escuchando a la pelea y jugando a los naipes. Gavino está prófugo y su esposa está encarcelada como rehén. Se ha resguardado en el departamento de Torres, a la espera de noticias.

9. Explicaciones en una embajada

El relato llega en este punto al inquilino del departamento del fondo, a Juan Carlos Torres. Aquí Walsh repone las conversaciones que tuvo con este hombre desde su asilo en la embajada latinoamericana. Él le cuenta que, como Gavino, también estaba a la espera de noticias y que en su casa había documentación, aunque no armas, como después se dijo. No puso sobre aviso a quienes habían caído en su casa, acostumbrada a estar abierta a todo el mundo, porque no tenía información certera y no quería exponerse. Unos minutos más y todos se hubieran ido a sus casas, dice. Walsh cierra el capítulo con estas palabras: “En este caso, todo girará alrededor de unos minutos más” (48).

10. Mario

De Mario Brión, el narrador da una imagen muy detallada acerca de su forma de ser, sus aspiraciones laborales y su estilo de vida. Lo describe como un muchacho serio y trabajador, aficionado a la lectura y emprendedor. Brión resuelve a ir a escuchar la pelea a la casa de su vecino porque lo invitaron. Allí, algunos testigos lo ven alegre y alejado del resto del grupo, cerca de la radio.

11. “El fusilado que vive”

Juan Carlos Livraga vive en la casa de su padre. Es un muchacho de ideas comunes y temperamento reflexivo, con una curiosidad instintiva. ¿Sabe algo de los levantamientos?, se pregunta Walsh, y luego responde: Livraga lo niega rotundamente. Varios testimonios despejan toda sospecha. Pasadas las 10pm, Livraga está indeciso, no sabe si quedarse en un bar que frecuenta, o si ir a un baile. En esa duda estaba cuando se encuentra con su amigo Vicente Rodríguez.

12. “Me voy a trabajar”

Hombre corpulento, Vicente Rodríguez quería ser alguien en la vida, pero su mala suerte lo dejará pidiendo, desesperado, que le den el tiro de gracia, después de haber recibido varios disparos. Casado y con tres hijos, cuando aquella noche sale para la casa fatídica, le dice a su mujer: “Me voy a trabajar” (53). Walsh conjetura si ha mentido, si sabe algo del levantamiento, o si su primera intención era, en efecto, irse a trabajar. Se encuentra con Livraga y lo invita a escuchar la pelea. Antes de llegar a su casa, ve gente en el departamento del fondo de la casa de portones celestes. Averigua que pueden escuchar la pelea ahí. Livraga se encoge de hombros y acepta el ofrecimiento.

13. Las incógnitas

En este último capítulo de la primera parte, Walsh hace un repaso de quiénes se encuentran en el departamento del fondo: Carranza, Garibotti, Díaz, Lizaso, Gavino, Torres, Brión, Rodríguez y Livraga. No se sabe a ciencia cierta si hubo otras personas. Algunos vienen y se van. A eso de las 10:45pm aparecen dos desconocidos a quienes nadie reconoce, pero que después se sabe que son pesquisas, que ingresan para notificar que no hay armas en el lugar. Walsh anticipa que cuando llegue la policía, nadie ofrecerá la menor resistencia.

En el departamento de adelante se encuentran Di Chiano y Giunta. Faltan pocos minutos para las 11pm; la Radio del Estado pasa música clásica. En la Comisaría 2ª de Florida se han reunido veinte hombres para un operativo. La pelea de box dura 10 minutos. Mientras Don Horacio se encuentra en la cocina, calendando agua caliente para su mujer, escucha unos golpes fuertes a la puerta, continuados por un grito: “¡La policía!” (57).

Análisis

En esta primera parte predomina el tema de las tensiones entre literatura y periodismo. Walsh utiliza muchos recursos que dinamizan la narración y que convierten la investigación en un relato atrapante.

Podemos destacar, en primer lugar, el uso de los testimonios de familiares, sobrevivientes e involucrados para reconstruir las escenas previas y particulares de cada uno de los que estaban presentes en la casa del barrio Florida. Esta reconstrucción llega, cronológicamente, hasta el momento en que la policía golpea la puerta del departamento de Don Horacio, acción que cierra este “primer acto del drama”, como lo llama Walsh. Pero también aparecen anticipos, en pequeñas dosis, de lo que sucederá más adelante, de modo que los acontecimientos que se narran se van cargando de expectativa y de suspenso. Por ejemplo, Walsh nos dice que Carranza “se dejará matar como un chico”, un adelanto que nos dice cuál es el final trágico de este personaje y que le sirve, asimismo, para representar su inocencia. En sentido inverso, el narrador también toma una cualidad del personaje para entender mejor los sucesos futuros: esto sucede cuando anticipa que una de las habilidades de Giunta, la de adivinar qué desean sus clientes, lo ayudará a sobrevivir la masacre.

Por momentos, la historia parece estar contada por un narrador casi omnisciente, que describe la vida de sus personajes y que recrea, casi como si se tratara de una representación realista, los diálogos que tienen con sus seres queridos aquella noche. Pero también aparece, en algunas zonas, la instancia de investigación, como cuando el narrador se pregunta por qué Carranza fue a la casa de Garibotti, y la respuesta se otorga con una línea de diálogo de la mujer de Garibotti, que le ha dicho personalmente a Walsh: “Vino a sacármelo. Para que me lo devolvieran muerto”. Esta irrupción de un diálogo que viene de otra línea temporal, la de la investigación, quiebra el verosímil de una reconstrucción de tipo realista y lo hace consciente al lector de la realidad cruda de la masacre.

Walsh pone a disposición de su relato datos objetivos, como cuál es la temperatura aquella noche, para comprender mejor las circunstancias de los hechos. Algunos de esos datos se tornarán relevantes más adelante, como qué transmitía la Radio del Estado según la hora, un elemento clave de su investigación que se nos presenta como importante, aunque todavía no se nos revela el porqué: “En este caso, todo girará alrededor de unos minutos más” (48).

La sucesión de los capítulos en esta primera parte también tiene una función literaria: las personas son colocadas, en la secuencia narrativa, por cercanía, y en algunos casos una intriga pendiente de un capítulo se resuelve en el otro, como cuando nos enteramos que la puerta a la que llama Carranza en el capítulo 1 es de la casa de Garibotti en el capítulo 2, o que quien habla con “Marcelo” en el capítulo 7 es Gavino en el 8. Llama la atención también que Livraga, un personaje que se destaca en el prólogo por ser “el fusilado que vive”, aparezca recién en el capítulo 11; quizás Walsh estaba buscando quitarle protagonismo a uno de los sobrevivientes, para que el lector llegue a simpatizar también con las otras víctimas. El modo en que estas personas son descritas como hombres de familia y trabajadores, en su mayoría ignorantes del levantamiento, busca interpelar la conciencia del público lector, para que se entristezca o se indigne ante la situación de injusticia con que fueron arruinadas estas vidas “honradas”. De esta manera, las imágenes de la cotidianidad que aparecen en esta parte funcionan como recurso para despertar la empatía del lector. A medida que avance el relato, y en relación con las modificaciones realizadas por el autor años más tarde (ver sección “Apéndice”), la impunidad de los victimarios también relativiza y aminora la condición de “culpables” de quienes sí estaban comprometidos con la causa revolucionaria, como Gavino.

Las marcas subjetivas de la narración aparecen cuando se muestran las “lagunas” de la investigación. Los acontecimientos no pueden ser reconstruidos en su totalidad, puesto que los diferentes testimonios se revelan incompletos y parciales. Walsh, en vez de ocultar esta situación, la pone en evidencia, realizando sus propias conjeturas y haciéndose cargo de las incógnitas irresueltas. Precisamente estos momentos, en los que el investigador expone sus preguntas y sus inferencias, ponen de manifiesto que las instancias de mayor objetividad periodística son aquellas que, paradójicamente, están atravesadas por la subjetividad del narrador-periodista.