Operación Masacre

Operación Masacre Resumen y Análisis de la Segunda Parte: Los Hechos (capítulos 14-21)

Resumen

14. ¿Dónde está Tanco?

Horacio Di Chiano va a abrir la puerta pero la policía salta el cerrojo antes de que termine de sacar la cadena. La casa se llena de policías rápidamente. El jefe del grupo, que lleva puesto el uniforme del Ejército Argentino, le pregunta a Horacio dónde está Tanco; este no sabe de quién habla. El que manda se dirige entonces a Giunta y le apoya la pistola en la garganta; le dirige la misma pregunta. Ante el silencio, recibe un puñetazo. Ambos son sacados de la casa y llevados al auto de policía.

“El episodio es confuso, no hay dos relatos que coincidan” (62), dice Walsh. Parece que Lizaso y Torres estaban yendo del departamento del fondo hacia el de adelante cuando llegó la policía. Torres logra escapar saltando la pared del patio que comunica los dos departamentos; es el primer sobreviviente. “Carlitos” es detenido.

La policía llega al departamento del fondo. “Nadie mueve un dedo. Nadie protesta ni se resiste” (63), enfatiza el narrador. Los hacen salir a la calle y los van subiendo a un colectivo. El jefe, mientras los maltrata, va preguntando sus nombres. Cuando escucha el de Gavino, lo reconoce; con el cañón de la pistola en la boca le pregunta dónde está Tanco y amenaza con matarlo. Gavino no responde. A Giunta y a Di Chiano también los suben al colectivo. Detienen a tres personas más que estaban en las inmediaciones: un chofer de colectivo, un sereno de una fábrica y un joven que se despedía de su novia.

Antes de irse, revisan los departamentos, buscando armas y documentos. Aquí Walsh sostiene que “la primera etapa de la ‘Operación masacre’ ha sido rápida”. Son las 11:30pm y la Radio del Estado sigue transmitiendo música clásica.

15. La revolución de Valle

En este capítulo, Walsh reconstruye el panorama político del momento, en torno a este primer intento peronista de retomar el poder mediante la revolución. La proclama firmada por Valle y Tanco acusa al gobierno de la Revolución Libertadora de censura, represión y del desabastecimiento del país. Según Walsh, la resistencia peronista de esa época tiene una gran capacidad para percibir los males infringidos, “y una notable ambigüedad para diagnosticar las causas, convertirse en movimiento revolucionario de fondo y abandonar definitivamente al enemigo las consignas electorales y las bellas palabras” (67).

El foco revolucionario es apagado en menos de 12 horas. Hay varios enfrentamientos, con tiroteos, heridos y muertos. La mayoría de los habitantes del país ignoran lo que está sucediendo. La Radio del Estado, a las 00hs, interrumpe la transmisión, como consta en el Libro de Locutores de Radio del Estado. Hasta ahora, no se ha dicho nada sobre los acontecimientos subversivos, ni se ha hecho alusión a la ley marcial, que sin ser anunciada públicamente no puede entrar en vigencia. “Pero ya ha sido aplicada” (69), sostiene Walsh, y será aplicada a hombres que fueron capturados antes de que rija la ley.

16. “A ver si todavía te fusilan…”

Mientras viajan en el colectivo, los prisioneros de Florida se preguntan por qué los llevan. Gavino sabe, pero guarda silencio. Llegan a la Unidad Regional de Policía de San Martín. A las 0.11 del 10 de junio de 1956, la Radio del Estado reanuda su transmisión, sorpresivamente. Por unos 20 minutos transmite música ligera. “Es el primer indicio oficial de que algo serio ocurre en el país” (70).

A la casa de Florida llegan dos personas más, en busca de un amigo: Julio Troxler y Reinaldo Benavídez. De Troxler, Walsh nos cuenta que ha trabajado de oficial de policía y que sabe cómo tratar con ellos; de Benavídez sostiene que “va a sucederle algo increíble, algo que aun ubicado en esa noche de singulares aventuras y experiencias, parece arrancado de una exuberante novela” (71).

Troxler conoce al sargento que los intercede y que les avisa que tiene la orden de llevarlos. En este momento, ninguno de los dos sospecha nada grave y por eso no reaccionan, pero más adelante obrarán con una determinación sorprendente.

A las 0.32, la Radio del Estado interrumpe la música y transmite en cadena nacional el anuncio de dos decretos: declara en vigencia la ley marcial en todo el territorio de la Nación y pone en conocimiento su reglamentación. Troxler se encuentra con otro conocido, un comisario que acaba de escuchar el anuncio y que, bromeando, le dice: “a ver si todavía te fusilan” (73).

17. “Pónganse contentos”

A las 0.45 bajan a los prisioneros del colectivo. Los llevan a una oficina de la Unidad Regional San Martín. Se preguntan perplejos por qué los tienen allí, sin encontrar respuesta. Mario Brión piensa en su esposa, que debe estar preocupada porque él nunca llega tan tarde a su casa. Garibotti se lamenta de haberle hecho caso a su amigo Carranza. Este recuerda las palabras de su mujer, que le pedía que se entregue, y piensa que ya es hora de entregarse, porque “matar no lo van a matar, por unos panfletos y unas conversaciones” (75).

Un oficial les pregunta si son detenidos políticos y les dice que se pongan contentos, porque estalló la revolución y ya no tienen comunicación con La Plata. Del combate que se da en esta ciudad, Walsh destaca la participación de Juan Carlos Longoni, un policía que defiende al gobierno, implacable durante toda la noche, y que después será dejado cesante por respaldar las denuncias que el doctor Doglia realiza sobre este caso de los prisioneros de la Unidad Regional San Martín.

18. “Calma y confianza”

Es la 1.45 de la mañana. La ley marcial ha sido propalada varias veces. Hace 15 minutos se difundió un comunicado de la Vicepresidencia de la Nación, firmado por Rojas, que notifica lo que está ocurriendo y que le pide a la población “tener calma y confianza en la fuerza y consolidación de la Revolución Libertadora” (77). Los prisioneros se enteran y empiezan a temer. Gavino pregunta a qué hora salió la ley marcial y se alivia al enterarse que se promulgó después de su detención. Pero Mario Brión dice en voz alta: “a ver si todavía nos matan…” (78). Todos hablan al mismo tiempo, preocupados, hasta que dos guardias armados imponen silencio. Mientras tanto, el sargento Díaz ronca despreocupado.

19. Que nadie se equivoque…

Rodolfo Rodríguez Moreno, el inspector mayor de la Unidad Regional San Martín, se pregunta por qué le tienen que caer a él estos “pobres diablos” (78). Tiene un mal presentimiento, atado como está a la “desgracia”. En más de una ocasión le ha tocado estar envuelto en situaciones complicadas, de accidentes “infortunados” en los que él es inocente. “Pero el desastre lo sigue” (79). Aquella noche lo acompaña el comisario Cuello.

Los detenidos empiezan a ser llamados en tandas para ser interrogados. A Livraga le preguntan si sabía algo de la revolución, si había visto antes unos brazaletes con la insignia P.V. (Perón Vuelve) y si un revólver que allí tenían le pertenece. A todo responde que no, y cuenta por qué se hallaba en el departamento de Florida.

Gavino se pone de acuerdo con Carranza para declarar lo mismo: que son simpatizantes peronistas, que presumían que iba a haber un levantamiento y que fueron a escuchar la noticia por radio. Mientras tanto, a Troxler y a Benavídez los tienen separados, en otra dependencia. A estos les dicen que los mandan a La Plata.

A las 2.53 de la mañana sale en cadena nacional una difusión del vicepresidente Rojas, en el que anuncia que se está dominando el levantamiento. Luego dice: “Que nadie se equivoque […] La Revolución Libertadora cumplirá inexorablemente sus fines” (81). Una hora después, el combate continúa.

Los detenidos tiritan de frío en la Unidad Regional de San Martín. Desde las 3 de la madrugada el termómetro marca 0 grados. Entonces los llaman de nuevo, de a uno. Les quitan dinero, relojes, llaves, documentos y otras pertenencias; a cambio les dan un recibo de lo confiscado. Se torna evidente que no piensan soltarlos.

20. ¡Fusilarlos!

Son las 4.45 de la madrugada y parece que Rodríguez Moreno está tratando de ganar tiempo. No le resulta placentero tener que salir a matar a estas personas. Está convencido de que la mayoría no tiene nada que ver con lo que está sucediendo. A las 4.47 sale una difusión por Radio en la que se avisa que han sido ejecutados 18 rebeldes civiles. Fernández Suárez da la instrucción determinante: “¡A esos detenidos de San Martín, que los lleven a un descampado y los fusilen!” (83). Rodríguez Moreno recibe la orden y se decide.

21. “Le daba pecado…”

A los tres hombres que habían detenido en la calle les devuelven sus efectos personales y los dejan en libertad. Rodríguez Moreno dirá más tarde que los liberó a cuenta propia, porque estaban incluidos en la orden de fusilamiento.

El resto es llevado a un carro de asalto. Les dicen que los trasladan a La Plata. En eso, el comisario Cuello llama aparte a Giunta y, casi suplicando, le vuelve a preguntar si él estaba en la casa de Florida. Giunta comprende que le está pidiendo que diga que no, para tener una excusa para soltarlo. Pero no sabe por qué tiene que mentir, y afirma que estaba. Luego dirá que al comisario le había “dado pecado” mandarlo a morir. Giunta vuelve con los otros, inconscientemente prevenido.

Walsh conjetura cuántos hay en aquel carro. Son por lo menos 12, pero algunos dicen que hubo hasta 14. Los vigilantes son alrededor de 13; llama la atención que van armados con máuseres, pistolas poco propicias para la misión que deben cumplir, que requiere de fusiles ametralladoras. Es un enigma el porqué de esta extraña circunstancia que permitirá, junto con otras condiciones inusuales, que la mitad de los condenados salven sus vidas.

Cabe resaltar que ninguno sabe que están condenados, “inaudita crueldad” que agrava la ilegal situación. “No se les ha dicho que los van a matar. Más aún, hasta último momento habrá quien pretenda engañarlos” (86).

El camión empieza a andar. Los prisioneros no pueden ver, no saben que la dirección que toman. En realidad, se aleja de La Plata. Brión le dice a Giunta que cree que los matan, y este intenta consolarlo. Carranza y Livraga van confiados. Troxler va atento, le llama la atención que ninguno de los vigilantes se anima a mirarlo. En eso se da cuenta que no están yendo para la Plata. Primero cree que van a Campo de Mayo, pero luego el carro cambia de dirección. Le resulta incomprensible.

Análisis

El comienzo de la segunda parte es vertiginoso. Se multiplican las imágenes de la violencia, con los gritos, los culatazos y las armas apuntadas. En este estado de confusión general, es más difícil reconstruir fielmente los hechos, puesto que los testimonios se tornan más subjetivos por la experiencia directa del peligro: “no hay dos relatos que coincidan”, sostiene el narrador. Esto, en vez de empobrecer la representación, la hace más vívida, puesto que Walsh logra recrear con destreza esa sensación de caos que reina en la casa del barrio Florida cuando entra, intempestivamente, la policía.

El narrador utiliza la repetición para enfatizar su punto de vista crítico: “Nadie mueve un dedo. Nadie protesta ni se resiste”, sostiene, y con este recurso le da un matiz de denuncia política al relato. En esta parte, asimismo, aparece por primera vez la referencia al título de la obra, “operación masacre”, nombre con el cual Walsh bautiza este operativo policial que reiteradamente denuncia como atroz e ilegal.

En esta parte aparecen dos víctimas más: Troxler y Benavídez. Son dos personajes muy importantes en la “trama”, porque tienen un rol activo en la fuga de los sobrevivientes. No aparecen mencionados en la primera parte, dedicada a las personas, por una cuestión cronológica, dado que ellos no estaban presentes cuando llega la policía, momento que Walsh elije como bisagra para determinar el comienzo de los hechos. La decisión de hacer un punto de inflexión en ese instante es, al mismo tiempo, una decisión literaria y política: por un lado, organiza el material periodístico con un claro motivo de suspenso, que cierra la primera parte con un grito ("¡La policía!") e inicia la segunda con los sucesos terribles de aquella noche; por otro lado, se infiere de esta división una acusación: el crimen se inicia con la llegada de la policía y no antes, porque para Walsh no hubo allí una reunión subversiva.

En el capítulo sobre la revolución de Valle, Walsh realiza un comentario en el que cuestiona el proceder de ese entonces de la resistencia peronista, que todavía no se ha determinado a tomar una postura y un discurso de corte más revolucionario. Esta crítica es un claro indicio de la conversión ideológica del autor y, posiblemente, haya sido agregado en ediciones posteriores de Operación masacre, cuando Walsh ya tenía un posicionamiento político más radicalizado.

En el capítulo 16 nos enteramos por qué el detalle de la Radio del Estado es tan importante: porque es el medio que comunica la promulgación de la ley marcial, cuya vigencia da comienzo a un estado de excepción, en el cual se pueden realizar fusilamientos sin juicio previo. Esta ley no tiene incidencia sobre los hechos sucedidos antes de ser comunicada oficialmente y, por ende, las personas detenidas con anterioridad no pueden estar sometidas a su imperio. Como veremos en la tercera parte, este es un dato crucial de la investigación de Walsh; así lo anticipa cuando dice que la ley ha sido aplicada antes de tiempo. En términos literarios, se resuelve el suspenso en torno a la mención insistente sobre la Radio del Estado y su transmisión.

Varios de los capítulos de esta segunda parte llevan como título un sintagma dicho por alguno de los involucrados, que luego se repone en la narración. Son palabras que conllevan algo de ironía y de sarcasmo, no por lo que dicen en sí, sino por el contexto en que son pronunciadas, y por haber sido destacadas del resto. Un policía le dice a Troxler, después de haber escuchado la promulgación de la ley marcial, “A ver si todavía te fusilan”. Ellos se ríen, pero el lector sabe que aquella frase de broma no tiene nada. Lo mismo sucede cuando en la comisaría les dicen a los detenidos que se pongan “contentos” porque estalló la Revolución, como si aquello los fuera a ayudar en este transe. Walsh también decide resaltar dos partes de los comunicados oficiales del vicepresidente Rojas: “calma y confianza” y “que nadie se equivoque”. Son dos sintagmas con los que el gobierno de facto quiere remarcar el poder de la Revolución Libertadora, pero que en el texto se cargan de sentidos nefatos y premonitorios de lo que está por suceder.

El narrador utiliza el estilo indirecto libre para reponer los pensamientos que tienen sus personajes mientras se encuentran en la Unidad Regional de San Martín. Si bien pudo haber recuperado estos pensamientos de los testimonios de algunos de los sobrevivientes, de otras personas que murieron, como Carranza o Brión, solo pudo haber utilizado la información que tenía disponible para imaginar lo que estarían pensando en ese momento. En estas instancias, el relato se apega más al tipo de representación realista, que apuesta más por la verosimilitud –por lo que pudo haber pasado– que por la verdad –es decir, por lo que estamos seguros de que sucedió. No obstante, siguen apareciendo las conjeturas de lo que no pudo ser dilucidado, como cuántas personas, en efecto, son llevadas al basural para ser fusiladas.

Walsh también utiliza este recurso del estilo indirecto libre para reponer las reflexiones de uno de los “malos” de la historia: el mayor Rodríguez Moreno. Es interesante, en este punto, cómo Walsh utiliza datos que conoce del policía para suponer qué es lo que está pensando Rodríguez Moreno antes de llevar a cabo los fusilamientos. Sabe que este personaje ha estado envuelto en varios casos de abusos policiales que terminaron en la muerte sospechosa de prisioneros y detenidos. Pero en vez de construir al personaje como evidentemente culpable, apela al recurso de la ironía, puesto que sostiene que el pobre Rodríguez Moreno se vio azarosamente envuelto en situaciones turbias en las que él no tuvo nada que ver. La recurrencia de estos episodios invita al lector a pensar que, evidentemente, Rodríguez Moreno es menos inocente de lo que aparenta.

Estos capítulos también están llenos de anticipaciones. Se destaca el hecho de que Benavídez tendrá un rol importante en una situación increíble, todavía no descubierta, que adelanta el tema de la verdad en oposición a la verosimilitud, porque “parece arrancado de una exuberante novela”. Lo excepcional marca también una parte de la denuncia de Walsh, que resalta todas las irregularidades del operativo, como el hecho de que los oficiales no lleven consigo las armas reglamentadas para realizar un fusilamiento, y que tampoco le han dicho a los detenidos que los van a fusilar. Mucho de lo que sucede aquella noche mezcla cierto descuido de la policía con cuestiones inexplicables, y que por ello rodean lo inverosímil, lo excepcional en un sentido a la vez fantástico y terrible, porque tiene que ver con un crimen de Estado.