Oliver Twist

Oliver Twist Resumen y Análisis Capítulos 8-14

Resumen

En plena travesía, Oliver decide que irá hasta Londres, pues recuerda que los viejos indigentes del asilo aseguraban que en esa ciudad había muchos recursos para dar trabajo a un niño como él. El primer día de viaje, logra caminar veinte millas con solo un pedazo de pan, pero progresivamente va debilitándose y se ve en la obligación de mendigar agua y comida, sufriendo la discriminación y el desprecio de mucha gente. Luego de una semana, llega a Barnet y se desploma en la calle, incapaz de seguir caminando. Entonces ve a un niño de su edad que, en sus modales, aparenta ser un caballero, observándolo desde la vereda de enfrente. El niño se acerca a preguntarle si está bien y, al verlo tan débil, le compra algo de comida y le pregunta si se dirige a Londres. Le cuenta que él vive allí, en la casa de un anciano que seguramente no tendrá problema en alojar también a Oliver. En seguida le dice que su nombre es Jacobo Dawkins pero lo apodan “Truhán”, y Oliver piensa para sí que seguramente no sea la mejor compañía, pero se dispone igualmente a acompañarlo hasta la ciudad. Allí conoce al viejo Fagin, que no solo hospeda a Jacobo, sino también a un grupo de otros niños de su edad, entre ellos otro muchacho que se llama Charley Bates. Fagin acepta a Oliver, lo alimenta y le da un lugar donde dormir.

Oliver despierta de su sueño profundo y pretende aún estar dormido mientras observa cómo Fagin abre una puerta secreta del suelo de la habitación y toma de allí una pequeña caja, de la que extrae para admirarlos varios relojes y otras joyas de valor. Fagin descubre que Oliver lo está observando y le pregunta amenazadoramente qué vio, pero al notar que Oliver no ha visto mucho, lo deja ir a asearse. Fagin, Oliver, el Truhán y Charley Bates desayunan juntos, y estos dos últimos cuentan que han estado trabajando y muestran algunas carteras y pañuelos que han conseguido. Oliver se asombra de esos objetos y de la diligencia de sus compañeros, y desea que Fagin le enseñe a realizar ese trabajo.

A continuación, Fagin, Bates y el Truhán juegan a un juego en el que Fagin pretende ser un viejo caballero que camina por la calle, y Bates y Truhán deben quitarle sus pertenencias de valor sin que aquel se de cuenta. De pronto llegan dos mujeres jóvenes, Betty y Nancy, que agradan mucho a Oliver, y que en seguida salen nuevamente, llevándose a Bates y al Truhán. Entonces Fagin le dice al niño que si llega a trabajar tan bien como el Truhán, será un gran caballero.

Oliver pasa muchos días jugando el mismo juego con Fagin y los otros niños hasta que un día, cansado de estar encerrado, le pide al anciano que lo deje salir a trabajar con Truhán y Bates. En esa salida, el niño se preocupa al ver que sus compañeros no parecen estar yendo a ningún lado específico y se divierten molestando a algunas personas por la calle, hasta que se detienen cerca de un viejo caballero parado en la puerta de una librería. Entonces ve cómo el Truhán se le acerca por detrás al viejo y toma de su bolsillo su pañuelo, para luego salir corriendo hacia la otra esquina. En ese instante, Oliver comprende el sentido del juego de Fagin y, asustado, se echa a correr desesperadamente por la calle.

En ese momento, el viejo caballero, el señor Brunlow, se da cuenta de que le falta su pañuelo y, al notar que Oliver corre despavorido, asume que él es el ladrón y comienza a pedir ayuda. De inmediato, una multitud de gente en la calle se une al pedido de Brunlow y empieza a perseguir al supuesto ladrón. El Truhán y Bates ven lo que ha sucedido y salen de su escondite para unirse al grito “¡Al ladrón!” de la muchedumbre, en repudio a Oliver, y el narrador comenta que eso evidencia la naturaleza del hombre, que ante todo tiende a su propia conservación. Finalmente, alguien logra interceptar al niño que huye y pronto llega un oficial de policía que lo detiene.

Al ver de cerca al niño, el señor Brunlow ve algo en su rostro que le recuerda a alguien, aunque no puede precisar a quién, y comienza a dudar sobre su responsabilidad en el robo, con lo cual dice que no quiere presentar cargos, pero el oficial ignora su pedido y lleva al niño a comparecer ante el magistrado Fang. Este se muestra muy irritado ante el señor Brunlow, que no llega a intimidarse con la actitud autoritaria del magistrado y se empeña en defender a Oliver. Desoyendo despectivamente a Brunlow, Fang le hace preguntas a Oliver pero el niño, de los nervios, se descompensa y se desmaya, lo que Fang interpreta como prueba de culpabilidad y condena al niño a tres meses de trabajo forzado. En ese instante, llega a la corte el vendedor de la librería donde Brunlow se encontraba al momento del robo y confiesa haber visto que Oliver no había sido el ladrón, con lo cual Fang debe echarse atrás en la condena. El señor Brunlow se lleva al niño enfermo a su casa, con la ayuda del librero.

Oliver es instalado en una cama y Brunlow se empeña en poner a su disposición una serie de cuidados que el niño jamás recibió en su vida. El joven no despierta durante muchos días y, cuando lo hace, conoce a la señora Bedwin, la ama de llaves de Brunlow, que lo trata con mucho cariño y se emociona de ver lo agradecido que es Oliver. Cuando se siente mejor, la señora Bedwin lo lleva a su habitación, y allí él queda muy impresionado por el retrato de una mujer que cuelga de una pared. El señor Brunlow visita a Oliver para ver su estado y se da cuenta de que el niño tiene una semejanza impresionante con la mujer del cuadro. El muchacho, sorprendido por la conmoción de Brunlow, se desmaya.

Entretanto, Fagin le pregunta a Truhán y a Bates qué pasó con Oliver, y en eso entra un hombre a la habitación llamado Guillermo Sikes, que trata a Fagin con mucha prepotencia. Mientras toma unos tragos, Sikes escucha la historia de la captura de Oliver. Fagin dice que le preocupa que Oliver los delate, por lo que Sikes asegura que hay que averiguar a dónde fue llevado el niño. Como ninguno de ellos se atreve a acercarse a la estación de policía, Fagin le pide a Betty que vaya y ella se rehúsa, al igual que Nancy. Pero Sikes termina convenciendo a esta última para que lo haga.

En la estación, Nancy pregunta por Oliver y el oficial le cuenta que fue recogido por un caballero y llevado a algún sitio en Pentonville. Ella luego le da esa información a Fagin y Sikes, y Fagin envía a Truhán a buscarlo.

Luego del desvanecimiento de Oliver, el señor Brunlow quita el retrato de la pared, pues nota la excitación que produce en el niño, y cuando este se despierta lo echa en falta, pero la señora Bedwin asegura que hasta que no se sienta mejor no volverá a colgarlo. Días después, cuando Oliver ya está más fuerte, el señor Brunlow lo llama a su despacho. El niño tiene miedo de que el caballero lo vuelva a arrojar a las calles y le ruega que no lo haga, a lo que aquel responde que esas no son sus intenciones, siempre y cuando Oliver no le dé razones para hacerlo, y le pide que le cuente su historia. Sin embargo, antes de que pueda empezar, llega el señor Grimwig, un amigo de Brunwlow., que incomoda a Oliver. Luego de tomar el té, Brunlow le pide a Oliver que devuelva unos libros al librero y un dinero que le debe. Grimwig está convencido de que Oliver se quedará con el dinero y traicionará a su amigo, mientras que Brunlow confía en el niño, y ambos se quedan mirando el reloj esperando que regrese.


Análisis

Esta sección de la novela nos introduce ya en el escenario de Londres, donde Oliver conocerá a los mejores y los peores personajes de su vida. En su encuentro con el Truhán y con Fagin, Oliver recibe, irónicamente, su primera experiencia de generosidad o, por lo menos, lo que parece ser un gesto de amabilidad, que luego se transformará en algo más. El lector, sin embargo, nunca termina de confiar en esos personajes. De hecho, hay en este punto una ironía dramática, en tanto el lector sabe y entiende más que el propio personaje: el lector se da cuenta de que el juego que Fagin le hace jugar a los niños no es más que un simulacro de robo y que los objetos que aquellos traen son robados. La brecha entre esa noción y la ingenuidad de Oliver, que cree que son objetos manufacturados, genera un alto grado de dramatismo y anticipa sucesos trágicos.

De todas formas, es la primera vez también que el lector ha visto que un personaje es en cierta medida amable con Oliver, con lo cual el carácter malvado de Fagin no es inmediatamente evidente, si bien se perciben contradicciones en su personalidad. De hecho, este carácter no terminará de confirmarse hasta el final de la novela, cuando se revele que incluso su más mínimo gesto de amabilidad está completamente orientado en beneficio propio.

El carácter bondadoso y honesto de Oliver queda acentuado por oposición a Fagin y los niños que trabajan para él. Incluso habiendo crecido sin ningún ejemplo de buenos valores y bondad, apenas descubre que Fagin y los chicos son ladrones, Oliver logra diferenciarse de ellos: se desilusiona completamente y entiende que quiere alejarse de ellos, aunque hayan sido las únicas personas que en alguna medida han sido amables con él.

En seguida, la falsa generosidad de Fagin y sus secuaces será puesta en contraposición con la genuina bondad y amabilidad que encarnan el señor Brunlow y la señora Bedwin. Brunlow se diferencia de todas las figuras adultas representadas hasta el momento, y es el primero que se preocupa verdaderamente por Oliver, logra ver más allá de su prejuicio y de sus primeras impresiones, y llega a empatizar con el niño incluso mientras piensa que le ha robado su pañuelo. Es la primera vez que Oliver es comprendido, que su personalidad se transparenta ante un adulto, aún cuando el niño es incapaz de defenderse y expresar su inocencia. Brunlow se deja llevar por una intuición que el resto de los adultos desoye: “Hay en las facciones de este muchacho alguna cosa que me interesa” (73). De hecho, el caballero anticipa algo que se resolverá más adelante, que es su sensación de conocer a Oliver de algún lado: “¡Dios mío!, ¿dónde he visto unas facciones como las suyas?” (74). Sin embargo, la bondad de Brunlow, que parece diferenciarlo del promedio de los adultos de esa sociedad, no es gratuita sino que le trae también problemas. De hecho, el viejo menciona que ya ha sido traicionado varias veces por su exceso de generosidad y, sin embargo, elige confiar nuevamente para salvar a Oliver.

La excepcionalidad en el trato de Brunlow queda evidenciada en la escena en que, luego del robo del pañuelo por parte del Truhán, Oliver huye de la multitud que lo persigue violentamente. Casi nadie sabe cuál es el crimen por del que se acusa a Oliver y nadie sabe con certeza si lo hizo verdaderamente, pero la masa de gente que camina por la calle se contagia de la furia y del entretenimiento que les significa cazar a un ladrón y verlo ser capturado por la policía: “‘¡Al ladrón! ¡Lo han tomado!’, exclamaban todos con alegría.” (71). Es la primera vez en la novela en que queda retratado con crudeza el peligro de la psicología de masas, que, al final de la novela, con la persecución de Sikes, adquirirá un tono más trágico. Se ve cómo, al obrar en bloque, las personas se contagian del estado de ánimo y de las conductas del resto, perdiendo su capacidad de pensar y evaluar críticamente lo que acontece. Como la conducta se vuelve grupal, las responsabilidades individualidades parecen diluirse y eso da rienda suelta a la crueldad y la violencia.

El narrador aprovecha para reflexionar al respecto y nuevamente atribuye ese comportamiento a una condición natural del hombre. Así, cuando describe cómo Truhán y Bates traicionan a Oliver y se suman a la turba que pide que capturen al niño, el narrador explica: “lo hicieron para obedecer un sentimiento loable y meritorio, que es el de la conservación de sí mismos. Como el respeto de la libertad individual es uno de los privilegios que más enorgullecen a los ingleses, no tengo necesidad de hacer observar que la huida de aquellos jóvenes debía reivindicarlos con buenos conceptos” (85). Con su característico sarcasmo, el narrador deja en evidencia la naturaleza egoísta e individualista de esa sociedad, que defiende esos comportamientos como si respondieran a valores respetables.

Frente a la violencia de las masas, la indefensión de Oliver queda al descubierto nuevamente en su incapacidad por expresarse y defenderse. En principio, el niño es incapaz de interpretar lo que sus compañeros están por hacer con Brunlow. Una vez que se da cuenta del robo, lo único que logra hacer es correr para escaparse, y cuando lo apresan no logra hacerse entender. Lo mismo sucede ante el magistrado Fang: “Oliver intentó contestar, pero le faltó la voz; estaba pálido como la muerte y le parecía que la sala daba vueltas a su alrededor” (76). Nuevamente, la vulnerabilidad e impotencia del niño alcanza sus intentos de comunicarse. Así, esa afonía, la incapacidad física de hablar, simboliza la indefensión de Oliver y su falta de recursos para comunicarse con el mundo que lo rodea. Esa incapacidad de hacerse entender podría condenarlo al peor destino, pero Oliver tiene la suerte de cruzarse con algunos adultos, como Brunlow, que se compadecen de él y que por primera vez le dan entidad a su voz.

Por otra parte, esta sección, especialmente en la escena del magistrado Fang, retrata la penosa labor de la justicia a través del despotismo del magistrado, su criterio ridículo y su necesidad de expresar su autoritarismo más allá de la voluntad genuina de esclarecer los hechos. Fang no está interesado en escuchar el relato de los hechos sino en impartir órdenes según sus prejuicios y sobreentendidos. El lector es testigo así de cómo la justicia comete errores deliberados y obra con negligencia, pues de no ser por el librero, que insiste en declarar a favor de Oliver, el niño habría sido condenado injustamente. En efecto, cuando queda confirmado por el librero que Oliver no fue el ladrón, Fang necesita descargar su ira hacia algún lado y desvía la acusación de robo ridículamente hacia otro objetivo, reprochándole a Brunlow haberse ido de la librería sin pagar el libro. La impunidad del magistrado queda al descubierto ante la impotencia y la bronca que siente Brunlow, un caballero de renombre y respetuoso que es humillado sin razón.

Por último, estos capítulos introducen el motivo de la importancia de los lazos familiares, que se desarrollará también más adelante en la novela. En esta instancia, nadie sabe aún de los lazos de Oliver, pero algo se anticipa, como ya se dijo, en la sensación que tiene Brunlow de conocer a Oliver, y también en cómo el retrato de la casa de Brunlow sensibiliza en gran medida al niño. Algo similar ocurrirá luego con Rosa, que finalmente terminará siendo pariente de Oliver.