Nueve cuentos

Nueve cuentos Resumen y Análisis "Para Esmé, con amor y sordidez"

Resumen

El narrador comenta que acaba de recibir la invitación a una boda y explica que, aunque le encantaría asistir, tiene que desistir, porque recibirá en esas fechas la visita de su suegra. No obstante, decide compartir "algunos reveladores apuntes sobre la novia tal como la conocí hace ya casi seis años" (115).

Es el año 1944, y el narrador se encuentra "entre unos sesenta reclutas norteamericanos" (116) apostados en Devon, Inglaterra, entrenando para la invasión del continente. Después de tres semanas de entrenamiento, el grupo tiene programado viajar a Londres, donde se rumorea que serán "asignados a divisiones de infantería y paracaidistas reunidas para el día de la invasión" (116). El último día antes de la partida, el narrador pasea por Devon y encuentra una iglesia en el centro de la ciudad. En el frente, la pizarra anuncia que, a las tres y cuarto, habrá práctica del coro de niños. El narrador entra.

La práctica ya está en marcha y el narrador, sentado en las bancas, se ve atraído por una niña de unos trece años, "con un pelo rubio ceniciento, que le caía hasta el lóbulo de la oreja, una frente exquisita y ojos aburridos" (119). Su voz se destaca, aunque parece hastiada de su propia voz.

El joven sale de la iglesia tan pronto como termina el ensayo. Camina por la ciudad y entra en una confitería de civiles vacía. Está tomando té y leyendo cartas de su esposa y su suegra cuando la niña del coro entra acompañada por un niño, sin dudas su hermano, y su institutriz, "una mujer de aspecto eficiente" (120). Se sientan.

La niña se da cuenta de que el narrador está mirando en su dirección. Entonces se levanta y se acerca. "Creía que los norteamericanos abominaban del té" (121), lanza. Él la invita a sentarse y ella acepta hacerlo "Tal vez solo por una fracción de segundo" (122). Esmé le comenta que lo vio en el ensayo y cuando él le dice que su voz se destacaba entre las otras, ella le responde que tiene planes de ser cantante de jazz en la radio, ganar "una cantidad de dinero" (122), retirarse y vivir en Ohio. Luego le pregunta al narrador si va "a ese instituto del Servicio de Inteligencia ahí en el cerro" (123). Él responde que está visitando Devon por temas de salud, pero ella no le cree: "No nací ayer, ¿sabe?" (123).

Continúan conversando, y ella se muestra precoz, inteligente y confiada. Se queja de que los soldados americanos suelen comportarse "como animales" (124), pero le dice que él parece "bastante inteligente" (123). Le pregunta si está casado y él asiente. Ella le cuenta que su hermano Charles y ella viven con su tía desde que murió su madre, que era "terriblemente inteligente" y "muy sensual". (125). Entonces aparece Charles, el hermano de Esmé, que le transmite la orden de Mrs. Megley de que vuelva a la mesa y termine su té. Ella lo presenta y agrega que es "sumamente brillante" (126) para su edad. Agrega que "echa mucho de menos a nuestro padre. Lo mataron en África del Norte" (127). Su padre, dice, "fue un genio extraordinariamente dotado" (127).

Charles lanza una adivinanza: "¿Qué le dijo una pared a la otra pared?". Y luego responde: "¡Nos encontraremos en la esquina!" (129), y se ríe a carcajadas. Esmé le pregunta al narrador cuál era su trabajo antes de la guerra. Él responde que le gustaría considerarse un escritor profesional de cuentos. Cuando ella le pregunta si ha sido publicado, sin embargo, él titubea y se queja de los editores estadounidenses. Ella aprovecha para comentar: "Mi padre escribía maravillosamente" (130).

El narrador se percata del enorme reloj pulsera con aspecto de cronógrafo que Esmé lleva en su muñeca y le pregunta si pertenecía a su padre. Ella asiente. Luego le dice que se sentiría halagada si él alguna vez escribiera una historia para ella. El narrador responde que lo hará si puede, pero que no es muy prolífico. "¡No tiene por qué ser prolífico!" (131), responde ella. Y agrega que lo que le interesa es la sordidez. Entonces Charles vuelve con su chiste de la pared, pero cuando el narrador responde correctamente a la pregunta intentando complacerlo, él se enfurece y vuelve a su mesa.

Los niños tienen que irse. Entonces Esmé le pregunta al narrador si le gustaría que ella le escribiera. Él dice que le encantaría y le da su número de correo militar. Antes de irse, Charles vuelve a despedirse, y el narrador entonces le lanza su adivinanza. El niño responde y vuelve a reír a carcajadas. Ella le pide que no olvide su cuento: "Que sea sórdido y conmovedor" (134).

El siguiente párrafo comienza diciendo que "Esta es la parte sórdida o emotiva del relato, y la escena cambia" (135). Estamos en Gaufurt, varias semanas despúes del Día de la Victoria. El sargento principal X se hospeda en una casa de civiles junto a otros nueve soldados. Intenta leer, pero no es fácil: "no había salido de la guerra con todas sus facultades intactas; hacía más de una hora que leía cada párrafo tres veces" (135). Fuma sin parar, le sangran las encías, está dolorido y sucio. Sobre su escritorio hay cartas y paquetes dirigidos a él, sin abrir. También hay un libro de Goebbels que pertenecía a la familia que vivía anteriormente en la casa. Está de regreso del hospital.

Entra el cabo Z, Clay, "un joven corpulento, fotogénico, de veinticuatro años" (138). Le hace notar que sus manos tiemblan tanto que no puede encender su cigarrillo. Irónicamente, el sargento destaca su "ojo de lince para los detalles" (140), y luego le pregunta por su chica, Loretta. Clay le lee todas sus cartas al sargento, quien lo ayuda a responderle. Le dice que le contó a ella, quien se está por licenciar en psicología, del colapso nervioso de X, y que ella dijo que nadie tiene un colpaso simplemente por estar en la guerra. El sargento responde con ironía, y lo seguirá haciendo durante el resto de la conversación.

Clay lo insta a bajar; más tarde irán a una fiesta. El sargento prefiere quedarse. Clay se retira. Entonces X se sienta al escritorio y quiere escribirle una carta a un amigo, pero las manos le tiemblan tanto que no logra poner el papel en la máquina. Entonces ve un paquetito sin abrir, envuelto en papel verde. Adentro hay una nota y pequeño objeto envuelto en papel de seda. Abre la nota; es una carta de Esmé. Ella se disculpa por haber tardado tanto en escribirle y explica sus razones. Se manifiesta preocupada por él y le pide que le responda cuanto antes. En la posdata le aclara que le envía el reloj de su padre, y que Charles, a quien le está enseñando a leer, desea agregar algunas palabras:

HOLA HOLA HOLA HOLA

HOLA HOLA HOLA HOLA

CARIÑOS Y BESOS CHARLES

(147)

X se queda un rato mirando la nota y luego nota que se ha roto el cristal del reloj. "Y de pronto, casi en éxtasis, sintitó sueño" (147). Las últimas palabras del relato están dedicadas a Esmé: "Toma un hombre verdaderamente soñoliento, Esmé, y siempre tendrá una posibilidad de volver a ser un hombre con todas sus fac... con todas sus fa-cul-ta-des intactas" (147).

Análisis

Como "El hombre que ríe", este relato muestra una complejidad formal ausente en la mayoría de los cuentos de la colección, que suelen caracterizarse, como indicamos anteriormente, por el desarrollo de pequeñas escenas relatadas por un narrador en tercera persona y por la profusión de diálogos. Tanto "El hombre que ríe" como "Para Esmé..." comienzan con una narración en primera persona, en un presente de enunciación distante respecto a los hechos que van a narrarse a continuación.

No obstante, en términos formales, los juegos de autorreferencia en "El hombre que ríe" son sutiles: el narrador alude al lector y narra como acontecimientos algunas fantasías del niño de nueve años que era en el momento de los sucesos narrados, pero estos gestos no hacen peligrar el pacto ficcional: una vez sumergidos en la ficción, los lectores leemos, de hecho, la historia como las memorias del narrador. En "Para Esmé...", el juego va más lejos.

En primer lugar, el título constituye él mismo una dedicatoria, es decir, no se limita a referir al contenido del cuento sino que sirve para establecer un puente entre este y algo que está, al menos en principio, fuera de él. No obstante, cuando nos adentramos en el texto, encontramos que el título convierte (o juega con la posibilidad de convertir) el propio cuento, como un todo, en un elemento diegético, es decir, perteneciente a la misma ficción que instaura. En otras palabras, se establece un juego formal que sugiere la posibilidad de que el cuento que estamos leyendo narre las situaciones que llevaron a su propia escritura y sea, al mismo tiempo, ese cuento que el narrador le prometió escribir a Esmé. Esto tiene como consecuencia, claro, que en este juego identifiquemos al narrador con el autor. Que nunca sepamos el nombre del narrador, y que este se presente como un escritor profesional de cuentos, aporta a la ambigüedad.

Pero el juego formal no termina aquí. El cuento tiene un carácter ciertamente fragmentario: empieza con esa introducción que justifica lo que se va a contar; le sigue la escena, seis años antes, del diálogo entre Esmé, su hermano y el narrador; y cierra con otra, unos meses después, que se concentra en el diálogo entre el sargento X y el cabo Z. El comienzo de esta segunda parte es muy rupturista, en varios sentidos: "Ésta es la parte sórdida o emotiva del relato, y la escena cambia. Los personajes cambian, también. Yo todavía ando por este mundo, pero de aquí en adelante, por motivos que no me es permitido revelar, me he disfrazado con tanta astucia que ni el lector más inteligente podrá reconocerme" (135). En primer lugar, el narrador hace referencia al propio relato anunciando que comenzará su parte "sórdida", en clara alusión al cuento que Esmé le pidió que escribiera en la escena anterior. Pero además, anuncia que seguirá "por este mundo", aunque disfrazado, para que el lector no lo reconozca. Se hace alusión así a los recursos literarios utilizados en la propia narración, a la vez que se alude tanto al lector como al narrador en tanto creador del relato (y no solamente como una subjetividad que cuenta sus memorias).

Efectivamente, el narrador se oculta y el resto del cuento, luego del fragmento citado, está narrado en tercera persona. El sargento X, quien al final del cuento reconoceremos como el narrador hasta esta instancia, aparecerá desde entonces como un personaje que no coincide con la voz narradora, enfatizando el carácter fragmentario del relato. De hecho, la última frase del cuento vuelve a cambiar las reglas del juego y están dedicadas directamente a Esmé: "Coge a un hombre verdaderamente soñoliento, Esmé, y siempre tendrá una posibilidad de volver a ser un hombre con todas sus fac... con todas sus fa-cul-ta-des intactas". Estas últimas palabras, que parecen reproducir en la escritura una dificultad en el habla, podrían estar justificando el cambio al narrador en tercera persona para contar los hechos que tienen lugar después del Día de la Victoria: es tal la crisis nerviosa del narrador que le cuesta expresarse, por lo que el relato tiene que seguir relatándose solo, es decir, pasar a la narración en tercera persona.

Es interesante que todos estos juegos formales, que aluden, en buena medida, al artificio mismo que construye el relato, rompiendo así el pacto ficcional que supone el realismo, lejos de acercar este cuento a un frío experimento formal, parece más bien dinamitar la distinción entre narrador y autor, y entre realismo y realidad, jugando a favor, y no en contra, de nuestra identificación con los personajes y sus vivencias.

Como en "Un día perfecto para el pez banana", el protagonista de este cuento es un joven solitario que, aislado del mundo de los adultos, parece tener un gran encanto para los niños, con quienes demuestra tener un prolífico diálogo. Y también como Seymour Glass, al sargento X su experiencia en la Segunda Guerra Mundial le ha significado una terrible crisis nerviosa. De hecho, este es el único cuento de esta colección en el que la guerra aparece muy en primer plano: los sucesos ocurren durante la guerra y ambos protagonistas se ven trágicamente atravesados por ella. Mientras el narrador forma parte de un grupo de soldados norteamericanos en el frente de batalla, el padre de Esmé ha muerto en la Campaña En África del Norte, en el contexto del mismo conflicto bélico.

Esmé, por su parte, se presenta como una niña precoz, inteligente, reflexiva y encantadora, compartiendo rasgos, así, con todos los personajes infantiles del autor. Hay una interesante profundidad psicológica en su personaje: Esmé parece tener una obsesión con la inteligencia; opina que tanto su madre y su padre como su pequeño hermano son extremadamente inteligentes, y una de las primeras cosas que le dice al narrador cuando lo conoce es que parece "bastante inteligente" (123) para ser norteamericano. Al mismo tiempo, cuenta que su tía opina que ella es "extremadamente fría" y se esfuerza por usar un profuso vocabulario (no siempre con éxito, lo que nos recuerda su carácter infantil), en un evidente intento de mostrarse inteligente y madura ella misma. En este sentido, su énfasis en la inteligencia de los miembros de su familia parece, al menos en parte, un modo de construir su propia imagen. Esmé es huérfana y parece haber idealizado las figuras de su padre y de su madre. Así, su aparente frialdad y su énfasis en la inteligencia racional parecen el mecanismo de defensa que esta niña, cuya coraza es evidentemente frágil y quien demuestra tener una gran sensibilidad y capacidad de empatía, necesita para enfrentar sus tragedias personajes. De forma análoga, en la segunda parte del relato encontraremos un sargento X sumamente cínico e irónico tras la experiencia traumática de la guerra. Así, a pesar de que conserva una evidente inteligencia y cierto sentido del humor, el adulto parece incapaz de atravesar el trauma conservando la inocencia y la calidez, como lo hace Esmé.

No obstante, el final del relato es, en cierta medida, esperanzador: tras el ocultamiento del narrador detrás de una voz en tercera persona y de un nombre que responde a un aparentemente frío juego formal modernista (el genérico "Sargento X"); luego de que la narración se haya fragmentado y el verosímil realista se haya puesto en cuestión mediante rupturas de orden formal, vuelve a aparecer Esmé para investir los procedimientos de calidez. De este modo, en un breve pasaje, la distancia y la frialdad que suponen el carácter rupturista de la segunda parte del relato, así como el amargo cinismo que exhibe su protagonista, desaparecen ante el recuerdo de Esmé, revelando, detrás de todos los procedimientos formales, un profundo, genuino y amoroso sentir. En este sentido, la memoria tiene en este relato un efecto terapéutico, incluso catártico: la carta de Esmé, en su exhibición simple y directa de afecto, parece recordarle al narrador que vale la pena vivir, a pesar de las dificultades y el dolor.