Nueve cuentos

Nueve cuentos 'Nueve cuentos' y la tradición del cuento

A Salinger se le atribuye a menudo el mérito de ser pionero y dar forma a lo que podría considerarse una forma específica del cuento: el relato del New Yorker. Desde “Un día perfecto para el pez banana”, la mayoría de sus más célebres y aclamados relatos aparecieron en la portada de esta revista y contribuyeron, a su vez, a definir la ficción del New Yorker.

Algunas de las características distintivas de los cuentos del New Yorker son: la brevedad; una preocupación por la vida cotidiana, particularmente la de la clase alta; una prosa relatitivamente comedida, sin digresiones salvajes al estilo de Henry Miller, ni explosiones joyceanas de lirismo ni exclamaciones románticas como las de Victor Hugo; un tono ligeramente irónico (lo suficiente como para provocar algunas risas sin dejar lugar a la compasión y la empatía); un estilo claro y sencillo, cuyo juego formal es limitado y cuyo poder radica, principalmente, en la economía.

Tanto el tono como la forma de muchos relatos de Nueve cuentos nos recuerdan las caricaturas de las portadas del New Yorker. Si observamos las ilustraciones de la revista durante el período de publicación de Salinger, puede observarse el mismo tono suavemente irónico, el mismo foco en la clase alta y urbana, y el mismo énfasis en la economía. El don de Salinger es pintar personas, con verosimilitud y profundidad, con solo unas pocas pinceladas; como Matisse, todo lo que necesita son unas pocas líneas para transmitir un rostro, una emoción, una necesidad verdaderamente humanos. Sus historias dejan claras marcas de sus influencias (Chéjov, Maupassant, Joyce), pero parecen existir en un universo hermético propio, habitado por genios de diez años, pretendientes tímidos, amas de casa nostálgicas y, por supuesto, los miembros de la familia Glass.

Salinger evita, en todos sus cuentos, descripciones pesadas. Historias como "Linda boquita y verdes mis ojos" se componen casi en su totalidad de diálogo; otros cuentos, como "Un día perfecto para el pez banana", se centran tan resueltamente en diálogos, acciones y detalles concretos, sin inflexiones y prácticamente en tiempo real (con dos partes divididas por puntos suspensivos). En estos casos, los relatos evocan escenas de películas. Salinger rara vez explora la conciencia de sus personajes, como lo hacen Joyce, Proust o Woolf; en cambio, permanece en la superficie, extrayendo significado de objetos y fragmentos de discursos, buscando humanidad en los gestos más pequeños y derivando lo invisible de lo visible. En lugar de un Gabriel Conroy mirando la nieve caer y un narrador, rapsódico, divagando sobre el clima invernal y el manto de la noche, tenemos una sola entrada de diario: "Todo el mundo es una monja" (244). Ese podría ser, perfectamente, el epígrafe de una caricatura del New Yorker.