Nueve cuentos

Nueve cuentos Resumen y Análisis "El período azul de Daumier-Smith"

Resumen

El cuento empieza con un breve apartado en el que el narrador le dedica el cuento a su padrastro, Robert Agadganian (h), o "Bobby", fallecido en 1947. Luego, el narrador cuenta que su padre y su madre se divorciaron en 1928, y su madre se casó con Bobby ese mismo año. Tras el desastre de Wall Street, el padrastro dejó su trabajo en la bolsa para convertirse en tasador de una sociedad norteamericana de galerías y museos de arte independiente. A causa de este nuevo trabajo, a principios de 1930 se mudaron a París. El narrador tenía diez años. Nueve años después, tras la muerte de su madre, el narrador y su padrastro regresaron a Nueva York. Esta segunda mudanza lo sacudió "de un modo terrible" (206).

Una vez en la ciudad, el narrador y su padrastro se instalan en el Hotel Ritz, y el joven asiste a una escuela de arte. Por las tardes asiste al dentista o visita galerías; por las noches, lee antes de comenzar a pintar. "En solo un mes, según mi diario de 1939, completé dieciocho cuadros" (208), alardea, y agrega que diecisiete son autorretratos.

En mayo, unos diez meses después del traslado a Nueva York, el narrador encuentra en un diario de Quebec ("uno de los dieciséis diarios y periódicos en francés a los que me había suscripto en un dispendioso arrebato", 209) un aviso de una academia de arte por correspondencia de Montreal, Les Amis des Vieux Maîtres, pidiendo profesores calificados. El director es Monsieur I. Yoshoto, ex miembro de la Academia Imperial de Bellas Artes de Tokio. Inmediatamente, el narrador decide postularse y escribe, para ello, una carta en la que miente, diciendo que tiene veintinueve años, es sobrino nieto de Honoré Daumier y sus padres, amigos de Pablo Picasso. Firma como Jean de Daumier-Smith. Los días siguientes realiza dibujos para enviar a Yoshoto como muestra de su obra.

Pocos días después, el narrador es aceptado como profesor de la Academia. Debe estar allí el 23 de junio. Tendrá que pagarse los gastos del viaje, y el salario inicial ofrecido es bajo. Sin embargo, acepta, gustoso. Cuando llega, el narrador se da cuenta de que la Academia es el segundo piso de un pequeño edificio, sobre una tienda de ortopedia. "En realidad, Les Amis des Vieux Maîtres se reducía a una pieza grande y un pequeño excusado sin llave" (217). Él es el único empleado, y habitará el lugar junto a Monsieur Yoshoto y su esposa. Durante los primeros momentos en la casa, el narrador sigue mintiendo sobre sí mismo antes de encerrarse en su despojada habitación. Recién puede dormirse a las cinco de la mañana, pues uno de los Yoshoto emite un extraño quejido al dormir, que se repetirá todas las noches.

Al día siguiente, luego de desayunar, comienza el trabajo. El narrador se siente consternado al descubrir que su deber es traducir del francés al inglés las correcciones que hace Yoshoto de las obras de los estudiantes. Aún más, anota que, "como muchos artistas realmente buenos, Monsieur Yoshoto no enseñaba mejor que un artista común con ciertas dotes pedagógicas" (221). Desanimado por su tarea de traductor, el narrador se pregunta si Yoshoto sabe que ha estado mintiendo y lo está castigando con este trabajo degradante. Decide seguir mintiendo: elogia una pintura de Monsieur Yoshoto exhibida en la casa, y anuncia con orgullo que conoce a "un paralítico con mucho dinero" (223) en París que pagaría mucho dinero por la obra. Yoshoto le responde que el cuadro es propiedad de su primo. A continuación, le pide que corrija algunas lecciones.

Le son adjudicados tres alumnos. Su primera estudiante es una ama de casa de Toronto de veintitrés años llamada Bambi Kramer, quien declara, en un cuestionario, que sus artistas favoritos son Rembrandt y Walt Disney. Sus obras son "impresionantes" (224), decreta el narrador con ironía. El segundo alumno es un fotógrafo de sociales de cincuenta y seis años llamado R. Howard Ridgefield, quien afirma que le interesa "más el lado satírico del arte que el artístico" (225) y dibuja imágenes lascivas en nombre de la sátira.

Desolado frente a estos "chiflados" (226), el narrador abre el tercer sobre. La estudiante es la Hermana Irma, quien enseña cocina y dibujo en una “escuela primaria de un convento” (226) en las afueras de Toronto. Ella afirma no haber tenido una formación formal en dibujo; quiere aprender porque se le encargó dictar las clases de dibujo. Adjunta seis muestras de su obra, y el narrador siente de inmediato que se ha topado con un talento verdadero y poco común. Para él, destaca una pieza en particular, que representa muy detalladamente "el traslado de Cristo a su sepulcro en el jardín de José de Arimatea" (228). Exaltado, el narrador se resiste a anunciar su descubrimiento a Yoshoto, por temor a que le quiten el arte a Irma, y ​​guarda su sobre para trabajar en él en su tiempo libre esa noche, lo que de hecho hace con gran entusiasmo hasta las cuatro de la mañana. Dibuja bocetos para responder algunas de las dudas de Irma, y le escribe "una larga, casi interminable carta" (231). En ella, le explica algunos errores cometidos en su obra, le sugiere comprar algunos materiales indispensables, le pregunta su edad y si puede visitarla, y le asigna unas tareas.

Los días siguientes, mientras espera, ansioso, la respuesta de Irma, el narrador acomete la corrección de los otros dos estudiantes, además de otros dos que le son asignados. La tarde del jueves es "extraña, o quizá macabra" (236): regresando a la academia, contempla la vidriera de la tienda de artículos ortopédicos y empieza a pensar que siempre será "un visitante en un jardín lleno de chatas y orinales esmaltados" (237). Al llegar a su cuarto, se evade de esa imagen fantaseando con un encuentro con una joven y bella Hermana Irma.

Al día siguiente, Monsieur Yoshoto le entrega al narrador una carta del convento. Esta informa que "el padre Zimmermann, por circunstancias que no dependían de él, se veía obligado a modificar su decisión de permitir que la hermana Irma estudiara en Les Amis Des Vieux Maîtres" (238). Tras mirar la carta durante varios minutos, el narrador les escribe a sus otros estudiantes, aconsejándoles que abandonen sus carreras artísticas.

Esa noche le escribe una segunda carta a la hermana, preguntándole si él dijo algo “molesto o irreverente" (239) en su primera carta. Luego insiste en destacar su talento: “Si usted aprende algunos rudimentos más de la profesión, será una artista muy, muy interesante durante el resto de su vida en lugar de una gran artista. Esto es, en mi opinión, terrible. ¿Se da cuenta de la gravedad de la situación?" (239).

Siguen más párrafos de prosa igualmente hiperbólica, en las que el narrador le ofrece prestar sus servicios "gratis por un período indefinido de tiempo" (240) y le pregunta si puede visitarla el siguiente sábado entre las tres y las cinco de la tarde.

Tras terminar la carta, el narrador se pone el traje de etiqueta con el que llegó a la academia y, dispuesto a embriagarse por primera vez, reserva una mesa en el Hotel Windsor. Sale alrededor de las siete y media y, tras caminar un rato , decide tirar por la borda su reserva y entra a un bar americano, donde pide sopa y café. Luego, regresando a Les Vieux Amis, se detiene frente a la tienda de aparatos ortopédicos. Se sorprende al ver "una persona de carne y hueso" en el escaparate, "una muchacha corpulenta de unos treinta años" (243), cambiándole el braguero a un maniquí. Cuando se da cuenta de que el narrador la está mirando, la chica se tambalea por el susto, pierde el equilibrio y se cae. Luego reanuda el trabajo. En ese momento, el narrador tiene lo que llama su Experiencia: "salió el sol y se precipitó hacia el puente de mi nariz a una velocidad de setenta y tres millones de kilómetros por segundo" (244). La "cosa" no dura más de varios segundos. Sube a su habitación y escribe en su diario, en francés: “Le estoy dando a la hermana Irma la libertad de seguir su propio destino. Todo el mundo es monja" (244).

Luego escribe cartas a sus otros estudiantes, recientemente rechazados, para reintegrarlos. Siente que "como si las cartas se escribieran solas", y cree que puede deberse a que llevó, para redactarlas, una silla desde la sala de profesores.

El relato cierra con la información de que esa misma academia tuvo que cerrar por no poseer ningún permiso para operar. Entonces el narrador vuelve a Rhode Island, donde se reencuentra con su padrastro.

Análisis

El último cuento de esta colección es uno de los pocos (junto a "El hombre que ríe" y la primera mitad de "Para Esmé...") narrado en primera persona. Así, se distingue del grueso de Nueve cuentos porque, en vez de abundar en diálogos alternados por escuetas descripciones escénicas, el relato está atravesado por largas descripciones y reflexiones del narrador. Además, por supuesto, los lectores accedemos a los hechos a través de la mirada del narrador-protagonista. Esto, lejos de ser un detalle técnico, tiene vital importancia para el relato, dado que esta mirada dista de mostrarse transparente, plenamente confiable. Por el contrario, los acontecimientos son constante y duramente enjuiciados por el narrador, quien se presenta como un jovencito brillante, excéntrico y ciertamente pedante al momento de los hechos. Esto queda muy claro en las descripciones de los dibujos y pinturas a lo largo del cuento, atravesadas por una enceguecedora admiración o por una afilada ironía, según el caso: "El chico más alto, en primer plano, parecía tener raquitismo en una pierna y elefantiasis en la otra, efecto que -sin duda- la señora Kramer había usado para acentuar la postura del chico, con las piernas ligeramente separadas" (225), dice de una de las obras de sus despreciados alumnos.

Otro rasgo que distingue este relato de la mayoría de los Nueve cuentos es que la historia se desarrolla a lo largo de varias semanas, incluso meses y hasta años, si consideramos los hechos previos el núcleo del relato, que abarcan alrededor de una década.

Por otra parte, en "El período azul de Daumier-Smith" está muy presente el humor; no solo la voz narradora se expresa con un humor ácido y agudo en numerosas ocasiones, sino que, además, el hiperbólico dramatismo del que da cuenta el joven por momentos y el contraste entre el alto concepto que tiene de sí mismo (y su quizás efectivo talento), por un lado, y su situación en la academia de Monsieur Yoshoto, así como su cándida e inexperta mirada sobre el mundo, por el otro, genera un efecto cómico. Es decir, hay, por una parte, un efecto cómico buscado por el narrador y, por la otra, uno que se produce, si se quiere, a sus espaldas. Un ejemplo de esto último puede encontrarse en su relato de una de sus primeras y desagradables experiencias en el transporte público de Nueva York:

-Bueno, compañero -dijo-. A ver si movemos un poco ese traste. -Creo que fue lo de "compañero" que me molestó más. Sin tomarme siquiera el trabajo de inclinarme, o sea, de mantener por lo menos la conversación en el plano privado, de bon goût, en el que él la había iniciado, le informé, en francés, que era un grosero, un estúpido, un imbécil prepotente, y que nunca sabría cuánto lo detestaba. Acto seguido, bastante satisfecho, me corrí hacia el interior del coche.

Así, mientras el narrador cuenta esta anécdota como un ejemplo del shock que supuso su mudanza a la Gran Manzana, del caos de la ciudad y de la falta de modales de los neoyorquinos, y cree haber salido muy bien parado de su confrontación con el chofer del ómnibus, los lectores vemos a un jovencito un poco ridículo y muy pedante haciendo una escena, incomprensible para la gente a su alrededor, a partir de una simple situación cotidiana.

No obstante, además de reírnos del contraste entre su visión y la nuestra sobre los mismos acontecimientos, los lectores empatizamos con y nos compadecemos de un jovencito que ha sufrido no uno sino dos destierros y la muerte de sus padres. Su pedantería, su desprecio hacia ciertas personas y su hiperbólica admiración hacia otras se erigen como mecanismos de defensa de un chico perdido y solo. En este sentido, su admiración por Monsieur Yoshoto y su obsesión con la Hermana Irma dan cuenta de cierta desesperación por aferrarse a alguien, por estar menos solo.

Así, "El período azul de Daumier-Smith" se erige como un relato complejo y heterogéneo: es protaognizado por un personaje triste pero también hilarante; se desarrolla a través de anécdotas dispares que mezclan comedia y tragedia; combina la complejidad psíquica del protagonista con el carácter prácticamente grotesco de los Yoshoto.

Este cuento encierra un gran misterio, que es la Experiencia que tiene el narrador al final del relato. Si bien se describe como una experiencia ciertamente fantástica (el narrador asegura que el sol sale y se dirige hacia él para volver a desaparecer en unos segundos), podemos entender que se trata de un proceso interno del protagonista. Aquí cobra nuevamente importancia el narrador no fiable que mencionábamos al principio del análisis: los lectores tenemos que reinterpretar las palabras del joven para comprender los sucesos en el marco de verosimilitud propuesto por el texto mismo.

Esta breve experiencia puede entenderse como el efecto de alguna luz artificial proveniente del escaparate o atribuirla, simplemente, a un proceso interno: una bajada de presión o un ataque de pánico. En todo caso, más allá de las posibles explicaciones clínicas, el narrador describe, esencialmente, una epifanía.

El hecho de que las obras de la hermana Irma sean las que, en buena medida, conduzcan al narrador a esta epifanía, sugiere la naturaleza religiosa del momento. También lo hace el hecho de que, tras la experiencia, el narrador le dedica a esta mujer unas líneas en su diario, que terminan con la afirmación: "Todo el mundo es una monja" (244).

Atribuirle un significado específico a esta epifanía supone adentrarnos al plano de las especulaciones. No obstante, es interesante observar, en primer lugar, que el evento tiene lugar cuando el muchacho está viendo el escaparate de la tienda como si fuera un cuadro. Más precisamente, sucede luego de que el joven se sorprenda al ver una persona real allí, y que esa persona real se asuste, a su vez, al verlo observarla. En otras palabras, el narrador tiene una epifanía luego de que su mirada provoca una reacción en otra persona. Así, el muchacho, acostumbrado a mirar cuadros inertes que no le devuelven nada, parado frente a este cuadro viviente se da cuenta de que, frente a un otro, su mirada provoca una reacción. Produce algo en el plano de lo real.

Si conectamos este momento con la enigmática anotación que el narrador deja luego en su diario ("Le estoy dando a la Hermana Irma la libertad de seguir su propio destino. Todo el mundo es una monja", 244), podemos extraer de esta epifanía un aprendizaje: el joven parecería haber comprendido que cada persona es su propio agente, responsable de sus propios actos. Huérfano, incapaz de conectar con su padrastro y de lidiar con la gente de Nueva York, el joven se ha encerrado en el mundo del arte. Luego, atrapado en una academia por correspondencia con dos sujetos silenciosos y ciertamente impasibles frente a su presencia, se ha comunicado con el mundo exterior únicamente a través de cartas durante las últimas semanas. Y la Hermana Irma, la única con quien realmente ha querido comunicarse, solo le ha devuelto silencio. Ahora, frente a una “persona persona de carne y hueso” que se ve afectada por su mirada, es capaz de salir de sí mismo por un instante. Ahí radica la epifanía, el momento del autodescubrimiento. La conclusión del narrador, entonces, es que todo el mundo debería elegir su propio camino. El hecho de que le guste el arte de la Hermana Irma no significa que ella debería dedicarse a él.

Podríamos, no obstante, superponer a esta otra posible interpretación de la "Experiencia" del narrador. "El período azul de Daumier-Smith" es, en principio, uno de los únicos cuentos de esta colección que no alude a la Segunda Guerra Mundial. A la vez, es un relato que pone mucho énfasis en las fechas, y si ponemos atención en ellas, podríamos suponer que el regreso del narrador y su padrastro a los Estados Unidos, a fines de 1938, está relacionado con la escalada de violencia y el inminente conflicto bélico en Europa. La "Experiencia" del muchacho, por su parte, tiene lugar en junio de 1939, a meses del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Así, esa luz enceguecedora podría suponer una suerte de profecía, una instantánea del futuro que remite a las explosiones del conflicto bélico. "La cosa no duró más que unos segundos. Cuando recuperé la visión, la chica había desaparecido de la vidriera, dejando un ondeante campo de flores esmaltadas, exquisitas, dos veces benditas" (244). Que luego de la luz la chica haya desaparecido y solo queden flores benditas podría aludir, entonces, a las muertes provocadas por la guerra.

En todo caso, el último relato de los Nueve cuentos comparte con el resto de la colección la puesta en escena de un personaje precoz, excéntrico, solitario, complejo, entrañable y, sobre todo, muy humano; atravesado por virtudes y defectos, el narrador encubre sus dudas e inseguridades con una coraza de certezas y de pedantería cuya fragilidad los lectores reconocemos con empatía. Así, el libro de Salinger cierra habiéndonos dejado una colección de personajes memorables que nos hablan con sabiduría de la naturaleza humana.