Nueve cuentos

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La Segunda Guerra Mundial

Aunque los relatos recopilados en Nueve cuentos han sido escritos y publicados en diferentes años, la participación del propio Salinger en la Segunda Guerra Mundial ha dejado su huella en buena parte de ellos.

Los cuentos de Salinger remiten solo excepcionalmente al campo de batalla; la guerra es omnipresente en las huellas que ha dejado en la vida y la mente de quienes la han vivido. En este sentido, este evento histórico aparece en la obra del autor como un trauma, tanto a nivel social como individual: casi no se alude directamente al hecho en sí (como un trauma que no se puede recordar), pero el presente no puede pensarse sino como consecuencia de ese suceso.

Las consecuencias de este hito, entonces, se manifiestan en los cuentos de Salinger a dos niveles. Por un lado, se narran las consecuencias individuales. Tenemos, por ejemplo, personajes que han luchado en la contienda bélica y sufren, en el presente del relato, un transtorno de estrés postraumático. El caso más emblemático, por supuesto, es Seymour Glass, protagonista de "Un día perfecto para el pez banana", que termina suicidándose al final del relato. Pero también el narrador de "Para Esmé, con cariño y sordidez" se ve písquicamente aturdido como consecuencia de su participación en la Guerra. Otro ejemplo del efecto de la Guerra en las vidas privadas de las personas es el caso de Eloise, protagonista de "El tío Wiggily en Connecticut", quien sigue llorando la muerte de su amado en el frente.

Por otro lado, está el plano social. Varios relatos de Nueve cuentos describen unos Estados Unidos posbélicos, donde el tema de la guerra circula constantemente y donde a muchos esta los ha tocado de cerca; todo el mundo participó de alguna forma o conoce a alguien que lo hizo. Particularmente en este caso, ejemplificado por cuentos como "Justo antes de la guerra con los esquimales" o "En el chinchorro", las alusiones son sutiles, casi frívolas.

La infancia

En Nueve cuentos, es muy frecuente que los niños protagonicen o tengan una importante participación en la trama. Es notoria la entrañable y compleja psicología de los personajes infantiles de Salinger. En todos los casos, se destaca la inocencia, la libertad y la creatividad de los niños. Es el caso de Sybil, en "Un día perfecto para el pez banana", que establece un lazo cómplice con el trastornado Seymour; el ocurrente Lionel en "En el chinchorro", o Ramona en "El tío Wiggily en Connecticut".

Pero además, es frecuente que a estas cualidades se sumen, en los niños que habitan estos relatos, la sagacidad, la inteligencia y la precocidad, cuando no directamente la genialidad, características que suelen conectarlos con los también frecuentes genios y marginales que pueblan las historias de Salinger; adultos que optan por la soledad antes que resignarse a encorsetarse en las estrictas normas sociales, y parecen encontrar en estos niños interlocutores dignos. Esto puede observarse en Esmé (y su hermano, Charles), de "Para Esmé, con amor y sordidez", y en Teddy, del cuento homónimo.

Por otro lado, es interesante cómo en "El hombre que ríe" la infancia aparece como la mirada que interpreta hechos del mundo adulto y ordena el relato.

Finalmente, el jovencísimo y precoz protagonista y narrador de "El período azul de Daumier-Smith", quien intenta torpemente y lleno de inseguridades ingresar al mundo adulto, puede leerse como un puente entre estos personajes infantiles y aquellos caracterizados por la genialidad o la locura, por un lado, y por la soledad y la marginalidad respecto de las instituciones sociales, por el otro.

La genialidad, la excentricidad y la locura

La obra de Salinger está llena de genios y excéntricos con los que el autor explora el difuso límite entre la sabiduría y la locura. La mirada peculiar y en algún punto privilegiada de la realidad que caracteriza a este tipo de personajes los aisla de sus pares, convirtiéndolos en personajes solitarios e incomprendidos. En este sentido, este tema se vincula muy estrechamente con el de la soledad y la marginalidad.

Seymour Glass ("Un día perfecto para el pez banana"), Eric y Franklin ("Justo antes de la guerra con los esquimales"), los narradores de "Para Esmé, con amor y sordidez" y de "El período azul de Daumier-Smith", y el pequeño Teddy son ejemplos de este tipo de personajes.

Seymour y Teddy son probablemente los personajes más interesantes con relación a este tema, no solo por lo interesante y complejo de sus respectivas mentes sino también porque la ambigüedad respecto de su condición psíquica describe muy bien la fragilidad del límite que separa la genialidad y la locura.

La soledad y la marginalidad

En estrecha relación con el tema de "La genialidad, la excentricidad y la locura", aparece frecuentemente en esta colección de cuentos el tema de la soledad y la marginalidad. La relación entre uno y otro es generalmente de causa-consecuencia: los excéntricos y genios son incomprendidos por sus pares y eso los convierte en personajes solitarios que habitan, de una forma u otra, en los márgenes de la sociedad, es decir, no se adaptan fácilmente a las normas sociales ni estrechan lazos con aquellos que sí lo hacen.

Buenos ejemplos de esto son Seymour Glass, evidentemente incomprendido por su propia esposa; el narrador de "Para Esmé, con amor y sordidez", que da cuenta, en su conversación con el cabo Z, de su incapacidad o desinterés por comunicarse con otros; el narrador de "El período azul de Daumier-Smith", quien está profundamente solo a lo largo de todo el relato, aun conviviendo siempre con otros, al punto de obsesionarse y fantasear con una monja de quien solo conoce algunas pinturas.

Aun algunos personajes que no se caracterizan por la genialidad se muestran de todas formas aislados del resto y parecen sufrir la soledad. Por ejemplo, Eloise ("El tío Wiggily en Connecticut") enfrenta con un consumo excesivo de alcohol la soledad que supone ser ama de casa y estar casada con un hombre que no ama, mientras que el pequeño Lionel ("En el chinchorro") responde a situaciones que lo hacen sufrir escapándose solo, alejándose así de su familia.

El matrimonio

Como decíamos en relación con el tema anterior, la soledad y la marginalidad se presentan, en buena medida, como incapacidad o desinterés por adaptarse a las normas e instituciones sociales. En consecuencia con esto, cuando los personajes de Salinger están casados, sus matrimonios están caracterizados por el desamor, la incomprensión y la incomunicación.

Ni la pareja Seymour-Muriel ("Un día perfecto para el pez banana") ni la que conforman los padres de Teddy ("Teddy") parecen tener relación alguna con el amor, mientras que, en la que une a Eloise con su marido ("El tío Wiggily en Connecticut"), el amor está explícitamente ausente. En "Linda boquita y verdes mis ojos", por su parte, el matrimonio encierra desprecio, mentiras, infidelidad y violencia. En todos los casos, la comunicación falla o es directamente inexistente.

Es notable que, entre todas las instituciones sociales a las que sus personajes no se adaptan, Salinger elija tan frecuentemente poner su atención en el matrimonio, especialmente si consideramos que las contadas veces en las que hace su aparición el tema del amor, lo hace por fuera del contrato matrimonial. Quizás esto se explique por el lugar privilegiado que tiene el matrimonio como punto de condensación del ámbito público y la vida privada de las personas. En este sentido, el matrimonio es una ventana ideal para caracterizar dinámicas sociales a través de casos particulares.

La amistad

Los lazos de amistad son particularmente valorados en los relatos de Nueve cuentos. Esto se vuelve muy evidente si los contrastamos con las relaciones familiares, siempre problemáticas, mucha veces distantes, y en general atravesadas por la incomunicación, cuando no por la indiferencia. Esto se ve tanto en las relaciones de pareja (ver tema "El matrimonio") como en las relaciones entre padres e hijos ("El tío Wiggily en Connecticut", "El hombre que ríe", "Teddy", "El período azul de Daumier Smith"), e incluso en las relaciones entre hermanos ("Teddy").

Generalmente incomprendidos o incómodos en el seno familiar, los personajes de Salinger encuentran en la amistad la posibilidad de conectar con otros y escapar, aunque sea por momentos, de la soledad. Es común encontrar en estos relatos lazos extraños y dispares; uniones entre parias y marginados a quienes los une justamente su soledad y su aislamiento con respecto a sus pares. Este tipo de relación dispar suele encarnarse en las relaciones entre adultos excéntricos y niños muchas veces precoces ("Un día perfecto para el pez banana", "Para Esmé, con amor y sordidez", "Teddy"), y se manifiesta también, en una versión más bien infantil, en el relato enmarcado de "El hombre que ríe", en el que los únicos y fieles amigos de un criminal deforme son un lobo, un gigante, un enano y una muchacha eurasiática.

La muerte

En Nueve cuentos, la muerte aparece frecuente pero no exclusivamente ligada a la Segunda Guerra Mundial.

Si bien "Un día perfecto para el pez banana" y "Teddy" son los relatos más mórbidos del libro, en los que la muerte aparece como un acto violento y explícito, esta aparece una y otra vez de diversas formas: el gran amor de Eloise, Walt, murió en la Segunda Guerra Mundial; también fallecieron los padres de Esmé y Charles ("Para Esmé, con amor y sordidez) y la madre del narrador de "El período azul de Daumier-Smith".

Es interesante cómo la muerte del hombre que ríe, en "El hombre que ríe", condensa simbólicamente el fin del amor entre el Jefe y Mary Hudson y el de la infancia del narrador, cobrando un valor central en todo el relato.

Lo que tienen en común todos estos casos es que la muerte, incluso cuando aparece como una mención marginal, es siempre inesperada, abrupta. En consecuencia, Salinger parece estar recordándonos la fragilidad de toda vida, tal como tematiza, de hecho, el pequeño Teddy en el cuento que lleva su nombre.