Memorias del subsuelo

Memorias del subsuelo Resumen y Análisis "A propósito de la nieve derretida", Capítulos I-III

"A propósito de la nieve derretida", Capítulo I

Resumen

El capítulo comienza con un poema de N. A. Nekrásov sobre un hombre que rescata a una mujer caída, quien maldice su situación, le cuenta su pasado y se cubre la cara de vergüenza.

El hombre del subsuelo comienza entonces a narrar recuerdos de cuando tenía veinticuatro años. En ese tiempo era extremadamente solitario y sus compañeros de trabajo lo miraban con asco. A menudo se preguntaba por qué otras personas, independientemente de lo repulsivas que eran, nunca pensaban que los otros las miraban con asco. Reconoce entonces que era a causa de su vanidad y autoexigencia que él mismo se detestaba y atribuía su propia mirada a los demás.

Entonces el narrador odiaba y temía a sus colegas en la oficina. En todo caso, siempre bajaba la mirada cuando se los cruzaba, aunque él se sintiera más inteligente que ellos, que se comportaban como un rebaño. Era cobarde y servil, como todos los hombres honrados. "Solo se envalentonan los burros y sus bastardos" (48). Por otro lado, nadie se parecía a él. Cuenta que a veces se le hacía odioso ir a la oficina, pero luego entraba en una etapa de escepticismo y se reprochaba a sí mismo su propio romanticismo. Entonces trababa amistad con sus colegas.

Aquí, el narrador reflexiona sobre los románticos rusos. A diferencia de los románticos alemanes o franceses, que creen en la trascendencia y, por lo tanto, no se preocupan por los acontecimientos del mundo real, los románticos rusos no pierden nunca de vista "el fin útil y práctico (pequeñas viviendas oficiales, pensiones, condecoraciones), perseguir ese fin más allá de todos los entusiasmos y libritos de poemitas líricos y a la vez conservar intacto «lo bello y lo sublime»" (49). Y agrega, con ironía, que aunque no muevan un pelo en pos de su ideal, aunque sean unos bandidos, veneran hasta las lágrimas ese ideal y son profundamente honrados.

Volviendo a sus recuerdos, aclara que, en verdad, solo una vez se hizo amigo de sus colegas antes de dejar de saludarlos. En general, siempre estaba solo. En su casa, leía. La lectura lo deleitaba y emocionaba, dice, pero a veces lo aburría. Entonces tenía ataques de histeria y angustia y se entregaba a pequeñas perversiones. Una noche, por ejemplo, fue a una taberna y vio una pelea alrededor de una mesa de billar. Un hombre fue lanzado por la ventana. El hombre del subsuelo deseaba que le hicieran lo mismo y se acercó, pero lo único que logró, parado junto a la mesa de billar, fue que un oficial lo tomara por los hombros y lo corriera para pasar por allí, sin reparar en él. Para el narrador, esta indiferencia fue mucho peor que una paliza. Quería una verdadera pelea, una pelea literaria, pero simplemente lo ignoraron. No pudo protestar porque estaba seguro de que el oficial habría rechazado un duelo por este asunto, y todos en la taberna se habrían reído de él porque se iba a ver obligado a usar un estilo literario, ya que se trataba de una cuestión de honor.

Luego de esto, el narrador continuó encontrándose con el oficial en la calle, y lo persiguió y lo observó, obsesivamente, durante dos años. Averiguaba sobre él y una vez le escribió una carta insistiendo en que el oficial se disculpara o aceptara un duelo, pero decidió no enviarla. Finalmente, se le ocurrió una idea. Él solía caminar por la avenida Nevski todos los días, atormentado porque siempre se veía obligado a ceder el paso a otros peatones. Su pequeña figura y su ropa, raída y vulgar, lo hacían sentir como una mosca. En ese momento ya comenzaba a sentir ese goce del que hablaba antes.

El oficial en cuestión también paseaba a menudo por allí. El narrador lo observaba: él también cedía el paso a generales y personas importantes, pero a los que eran como el hombre del subsuelo simplemente los atropellaba. Por lo tanto, el hombre del subsuelo decidió no apartarse al cruzarse con él. Imaginando que entonces podrían chocarse, y tal incidente podría ocasionar un escándalo público, el hombre del subsuelo decidió que, para este suceso, debía estar bien vestido; así la gente los vería como dos iguales. Entonces pidió un adelanto de salario y compró guantes y sombrero nuevos. Luego le pidió prestado dinero a su jefe de despacho, Antón Antónich, para comprar un cuello de castor, y así reemplazar el de mapache que tenía, ya viejo.

Finalmente, con todo listo, intentó chocar con el oficial repetidas veces, pero siempre perdía los nervios y se hacía a un lado a último momento, incluso cayendo al suelo una vez. Al fin, un día logró tropezarse con el oficial y se sintió plenamente vengado. El narrador estaba convencido de que, aunque el oficial actuó como si no hubiera notado la colisión, realmente lo hizo. Poco tiempo después, el oficial fue trasladado fuera de Petersburgo. Hace catorce años que el narrador no sabe nada de él.

Análisis

Como adelantamos en la sección anterior, la segunda parte de la novela se traslada a 1840, lo que le permite a Dostoyevski poner también el foco en el tipo literario más difundido de la literatura rusa de la época, el "hombre superfluo", así como en las creencias y en los ideales de los liberales rusos de esos años. Estos son criticados por los radicales de los 60 por su postura puramente negativa, que se limitaba a condenar el régimen zarista con gran pesimismo, sin proponer reformas concretas.

En el plano literario, este pesimismo, atravesado por la corriente romántica, dio luz a personajes cultos y progresistas, pero incapaces de poner sus ideas en práctica. A estos "hombres superfluos" responderán críticamente los jóvenes de los 60 con su "hombre nuevo", que se caracteriza, como vimos en las secciones anteriores de análisis, por ser una persona de acción. Y si bien el hombre del subsuelo funciona esencialmente como parodia de este último, al llevar al extremo sus puntos de vista y poner en evidencia sus inconsistencias, trasladar al personaje a la década de 1840 le permitirá a Dostoyevski parodiar también a la generación anterior, a la que él mismo pertenece.

El carácter paródico de esta segunda parte se vislumbra ya desde el título, "A propósito de la nieve derretida", tópico común asociado a San Petesburgo en la literatura rusa de los 40. El poema de Nekrásov que se incluye a continuación, a modo de epígrafe, aporta a esta lectura, ya que pone en escena a un personaje también típico de la literatura rusa desde esa década, la prostituta redimida, solo para interrumpir el tono grave y solemne con un "Etc., etc., etc." (45).

Pero hay más: ya en este primer capítulo abundan las referencias paródicas a la literatura rusa de la década de 1840. La taberna y la avenida Nevski son escenarios típicos del romanticismo ruso, y la persecusión, un motivo común. Asimismo, la compra de un cuello de castor para lucir dignamente al momento de enfrentar al oficial alude con claridad a El capote, novela de Gógol de 1842, y el jefe del hombre del subsuelo es el mismo que el de Goliadkin, protagonista de El doble, novela del mismo Dostoyevski publicada en 1846.

Sin embargo, el núcleo de la parodia en este primer capítulo vuelve a ser Qué hacer, de Chernishevski: la hiperbólica obsesión del protagonista por cruzarse con el oficial en la avenida y evitar cederle el paso debe leerse como la inversión de un pasaje del Capítulo III de la novela de Chernishevski, en el que, para describir a Lopujov, uno de sus héroes, se narra una breve escena en la que él golpea y humilla valientemente a un hombre más corpulento que no le cede el paso en la avenida y luego lo insulta, siendo admirado por otros transeúntes.

Ahora bien, en la primera parte del libro, Dostoyevski toma el punto de vista de la intelligentsia de su época y lo lleva al extremo para mostrar sus inconsistencias: convierte así al hombre del subsuelo, no en un "hombre de acción", sino todo lo contrario, es decir, una persona que solo puede hablar, porque toda acción carece de sentido. De este modo, en la primera parte asistimos a la exposición de las ideas del protagonista. En esta segunda parte, por el contrario, nos encontramos con una narración, y veremos dramatizadas algunas de las ideas que se desarrollaron en la primera. En el mismo sentido, podemos decir que, si la primera parte se centra en la psicología del personaje, en esta segunda mitad veremos esa psicología puesta en acción.

En todo caso, lo cierto es que nos encontramos con un hombre del subsuelo incapaz de interactuar con los otros: su relación con los colegas de la oficina evidencia el carácter solitario que parece haber llegado a su paroxismo para 1860. Ya en su juventud, el protagonista de la novela se ve abrumado por pensamientos que inhiben casi cualquier acción y su acercamiento a otras personas. Ante la mirada de los otros, no obstante, se puede apreciar aquí el carácter prácticamente delirante de sus ideas, llenas de fantasías y devaneos y asociadas ahora, con claridad, a un romanticismo hiperbólicamente solemne, como lo demuestra la obsesión del hombre del subsuelo por recuperar su honor despúes de la escena con el oficial, de la que este no parece siquiera percatarse.

En el objetivo del protagonista de vivir una pelea literaria en la taberna (que termina con el brevísimo e inconsecuente cruce con el oficial), primero, y en sus reflexiones sobre la relación entre el honor y el lenguaje literario, después, podemos leer una evidencia más de la incapacidad del hombre del subsuelo de interactuar con el mundo real, así como una nueva burla a los románticos de los cuarenta.

De este modo, vemos cómo el hombre del subsuelo, construido hasta ahora como miembro de la intelligentsia rusa de los sesenta, adopta sin contradicciones características de los románticos de la generación anterior. También es importante destacar, en relación con esto, que el orden de la novela invierte el orden cronológico. Así, atando cabos, vemos que esta elección no se limita a sugerir una relación de continuidad, más que de irreconciliable oposición, entre los liberales de 1840 y los radicales de 1860, sino que parece situar, de hecho, en el romanticismo de los intelectuales de los cuarenta, el origen del racionalismo determinista de los jóvenes intelectuales de los sesenta. En otras palabras, esta segunda parte del libro vendría a explicar, si se quiere, la situación y el modo de pensar del hombre del subsuelo en el presente, es decir, en 1860.

La crítica a los románticos rusos la desarrolla Dostoyevski, también, de forma explícita, en una suerte de disgresión en la que, con mucha ironía, destaca la capacidad de estos hombres de conservar los más altos ideales aunque no hagan absolutamente nada por alcanzarlos, y mientras se preocupan, por el contrario, por objetivos más mundanos en el plano del beneficio personal.

Otro elemento a destacar de este primer capítulo es la mirada del hombre del subsuelo hacia sus colegas y, sobre todo, la importancia que tiene la mirada de ellos sobre él. Por un lado, él los considera un rebaño, inferiores a él, y los mira con desprecio. Por el otro, proyecta su mirada en ellos y se ve a sí mismo como un ser despreciable. Vemos aquí, en primer lugar, el carácter fantasioso de sus ideas: él es consciente de que el temor que le genera la mirada de los otros se basa en una proyección de su propia perspectiva, pero no por eso deja de sentirlo. Además, él parece ser el único que reconoce su propia superioridad, por lo que también podemos sospechar de cuánto tiene esta de real. Este carácter fantasioso de sus ideas se verifica también al final del capítulo, cuando el protagonista se siente plenamente vengado aunque el oficial "ni siquiera miró hacia atrás y fingió no darse cuenta" (59).

En segundo lugar, es interesante la paradoja a la que lleva esta superioridad no reconocida: el hombre del subsuelo se ve humillado porque su superioridad es desconocida por todos excepto por él mismo: para sentirse verdaderamente superior, debería obligar a los demás a reconocer su propia superioridad pero, como no puede hacer esto, su sentimiento de superioridad siempre está ligado a uno de inferioridad. El hombre del subsuelo, en definitiva, está subordinado a los demás, a aquellos a quienes desprecia, porque son ellos los que deciden si él es superior o no.

"A propósito de la nieve derretida", Capítulo II

Resumen

El narrador relata que, luego de "la etapa de mi perversioncita" (59), comenzaba a sentir asco y remordimiento. Pero luego se acostumbraba, y aprendió el recurso de refugiarse en «lo bello y lo sublime». En sus sueños se veía a sí mismo como un héroe y experimentaba la felicidad. Y dado que era un héroe, al menos en potencia, podía hundirse en la mugre. "O héroe o basura: no había término medio" (60).

En esas fantasías, el hombre del subsuelo sentía un profundo y genuino amor que no tenía necesidad de aplicar a lo humano. En ellas era un héroe muy por encima de los demás, y el mundo se rendía a sus pies. Se imagina entonces a su lector afirmando que todo esto es repugnante e intenta justificarse a sí mismo, pero luego acepta que realmente es repugnante y su autojustificación lo es aún más.

En sus sueños, el narrador a veces sentía tanto amor que tenía un gran impulso de abrazar a toda la humanidad. En la realidad, esto se traducía a la necesidad de, al menos, hablar con otra persona. Entonces visitaba a su jefe de despacho, Antón Antónich, quien solo recibía invitados los martes, por lo que el hombre del subsuelo se veía obligado a controlar su impulso de abrazar a la humanidad hasta el martes siguiente. Entonces iba al pequeño departamento de su jefe, donde este vivía con sus dos hijas y una tía de ellas, y se sentaba en silencio, durante horas, a escuchar a los otros invitados, que siempre eran los mismos. Luego volvía a su casa, habiendo aplazado su deseo de abrazar a toda la humanidad.

Entonces el narrador cuenta que tenía algo así como otro conocido: Símonov, antiguo compañero de escuela, y uno de los únicos a quienes no odiaba y saludaba por la calle. Un día jueves, aun sospechando que Símonov no lo soportaba pero no tolerando ya su soledad, el narrador fue a visitarlo. Hacía casi un año que no lo veía.

Análisis

El hombre del subsuelo es consciente de su dificultad para interactuar con los otros y de su tendencia a refugiarse en "lo bello y lo sublime". Aquí vuelve a arremeter contra los románticos, asociando su interés por la belleza con un escape de la realidad. El ataque a los románticos continúa cuando el hombre del subsuelo describe el gran amor por la humanidad que sentía, y que lo hacía sentirse un héroe, aunque esto no conllevara acción alguna: "en la realidad, ya no sentía necesidad alguna de aplicarlo: eso ya hubiera sido un lujo innecesario" (61). En cambio, el hombre se conforma con fantasear sobre un destino de héroe valiente, humilde y generoso venerado por todos en escenas plagadas de hipérboles y lugares comunes. Aquí, Dostoyevski parece compartir la crítica de los radicales de los sesenta hacia su propia generación por el pesimismo y la inacción política que los caracterizaba.

El contraste entre el enorme amor por la humanidad que supuestamente siente el hombre del subsuelo, y que le provoca "una irresistible necesidad de lanzarme a la sociedad" (63), y lo que hace en consecuencia -visitar a su jefe de despacho, pero solo si es martes, ya que este no recibe gente otro día- genera un efecto cómico. En estas visitas, por otro lado, vemos otro contraste, esta vez entre el hervidero de ideas dentro de la cabeza del protagonista y su total pasividad en la interacción con los otros. El hombre del subsuelo no puede interactuar con Antón Antónich y sus invitados porque estos sostienen conversaciones reales, no literarias, y estas le resultan aburridas e intrascendentes. Atrapado en el mundo literario, el hombre del subsuelo no logra conectarse con la realidad.

"A propósito de la nieve derretida", Capítulo III

Resumen

Al entrar en el apartamento de Símonov, el hombre del subuelo encuentra allí a dos de sus antiguos compañeros: Ferfichkin y Trudolúbov. Todos lo ignoran por completo. Están haciendo planes para una cena de despedida de Zvierkov, otro antiguo compañero, que es oficial y está a punto de irse a una misión. El narrador odiaba a Zvierkov en la escuela porque era atractivo y vivaracho. Además, era rico y se jactaba de ello. También se jactaba de futuros duelos y de las mujeres que conquistaría, y todos lo celebraban. El narrador señala que odia su rostro, pero que con gusto cambiaría el suyo, feo e inteligente, por el de Zvierkov, atractivo y estúpido.

A veces, Zvierkov y el hombre del subsuelo se peleaban en la escuela, pero solo este último lo reconocía realmente; Zvierkov no se inmutaba. Cuando terminaron la escuela, Zvierkov intentó acercarse al narrador, quien no lo rechazó pues se sentía halagado, a pesar de estar lleno de despecho hacia aquel. No obstante, pronto se fueron distanciando. Los otros compañeros siguieron en contacto.

Mientras los otros discuten cuánto dinero debería aportar cada uno para la cena de despedida, el hombre del subsuelo se invita. El resto lo ignora primero y protesta después; nunca se llevó bien con el agasajado. Él insiste en que quiere aportar su parte y asistir, y los otros terminan cediendo. La cena es al día siguiente a las cinco. Cuando sale de la casa de Símonov, el narrador se arrepiente: odia a Zvierkov y no tiene el dinero que necesita para contribuir a la cena. Pero ahora está obligado a ir y tendrá que usar los siete rublos que debería pagarle a su criado, Apollón.

Esa noche, el hombre tiene pesadillas sobre sus años en la escuela. Fue enviado allí por parientes lejanos de los que dependía y de quienes no supo más desde entonces. Sus compañeros se burlaban de él porque era diferente a todos ellos. Él los odiaba y se refugió en su orgullo. Los consideraba estúpidos y una vez, para humillarlos, comenzó a estudiar y se desempeñó, de hecho, mucho mejor en la escuela que ellos. Leía libros que ellos no podían entender. Así cesaron las burlas, pero no la hostilidad. Una vez, dice, tuvo un amigo. Pero él era más bien un déspota, y comenzó a despreciarlo tan pronto como lo dominó. Tras terminar la escuela, el hombre del subsuelo renunció a su carrera para cortar todo lazo con su pasado.

A la mañana siguiente, el narrador tiene la certeza de que ese día se producirá un cambio radical en su vida. Vuelve a casa temprano del trabajo y se lustra las botas. Lo hace él mismo, pues su sirviente se habría negado a hacerlo por segunda vez en el día, pero se cuida de que este no se dé cuenta para que no lo mire con desprecio. No quiere ir, pero sabe que si no lo hiciera, luego se reprocharía haberle tenido miedo a la realidad. Quiere, en cambio, demostrarles a los demás que no es el cobarde que él mismo cree ser. Luego fantasea que en la cena los cautiva a todos, dejando a Zvierkov olvidado en un rincón, para luego reconciliarse con él en un brindis. Pero enseguida se da cuenta de que no querría eso, y que desea que todo haya pasado de una vez. A las cinco sale de su casa cuidándose de no cruzarse con su criado, quien estaría esperando cobrar su sueldo, y llega al Hôtel de Paris en trineo, "hecho un señor" (75).

Análisis

Al entrar al apartamento de Símonov, el hombre del subsuelo se ve nuevamente ignorado por el resto, y otra vez se muestra torpe e inapropiado en la interacción con otros: le hace una visita casual a Símonov, a quien no veía hacía un año; permanece callado durante el encuentro; y se invita, contra la explícita voluntad de los organizadores, a la despedida Zvierkov, a quien no ve hace años y además desprecia. En los recuerdos de escuela del narrador, Zvierkov se presenta como su exacto opuesto: en aquella época, era venerado por todos por ser simpático, atractivo y rico. Pero, aunque lo desprecia y no tiene dinero, el hombre del subsuelo insiste en colaborar y participar de la cena en su honor.

En la preparación para el evento, volvemos a encontrar en el protagonista una extrema preocupación por las opiniones de los demás sobre él: revisa cuidadosamente la ropa que va a llevar y se lustra las botas por segunda vez en el día, lo que resulta complicado teniendo en cuenta que debe hacerlo sin que su criado se dé cuenta y lo desprecie. Y es que incluso lo que su propio criado piense de él lo atormenta.

Aquí se refuerza una contradicción que ya hemos visto en nuestro protagonista: él se siente superior a los demás por la agudez de su intelecto y la profundidad de sus ideas, y se presenta como un hombre solitario al margen de la sociedad. Sin embargo, también lo encontramos obsesionado por la mirada de los otros, supuestamente inferiores, sobre él, y poseedor de una gran preocupación por la apariencia en general y la vestimenta en particular. Esto ya se vislumbraba en el peso de la mirada de sus colegas y en la planificación de su venganza contra el oficial, concentrada en la ropa que debía llevar para la ocasión, y ahora vuelve a aparecer aquí. Esta necesidad de dar una buena imagen de sí mismo frente a los demás es la que explica su insistencia en presentarse en este evento, contradiciendo incluso su propia voluntad.

Ahora bien, el hombre del subsuelo tiene un problema: no es bello ni tiene buena ropa, al contrario de Zvierkov. Por eso, sus esfuerzos por igualarse externamente a los demás fracasan y se ve obligado a recurrir a otros medios. Principalmente, lo que hace es insistir en su superioridad moral e intelectual.

Finalmente, en sus recuerdos de infancia aparece un nuevo e interesante rasgo en el hombre del subsuelo: su necesidad de dominación. De esa época, el narrador recuerda cómo, ante el desprecio de los demás, en vez de buscar su afecto se concentró en humillarlos: estudiaba y leía mucho para sentirse superior a ellos, convencido de que así los sometía moralmente. En consonancia, el protagonista también recuerda a su único amigo, a quien comenzó a despreciar en cuanto sintió que lo había dominado. Así, vemos que el objetivo del hombre del subsuelo en su relación con los otros es el sometimiento: lo que busca es que los demás reconozcan su superioridad, lo admiren y se sometan a su voluntad. Sus devaneos diurnos suelen insistir también en esto. En este mismo capítulo, de hecho, el narrador fantasea con cautivar a sus antiguos compañeros de escuela, dejando al agasajado solo en un rincón antes de reconciliarse generosamente con él a través de un brindis. Sin embargo, de vuelta en la realidad, es perfectamente consciente de que esto no va a suceder y desea que todo haya pasado ya de una vez.