Memorias del subsuelo

Memorias del subsuelo Resumen y Análisis "A propósito de la nieve derretida", Capítulos IV-VI

"A propósito de la nieve derretida", Capítulo IV

Resumen

El hombre del subsuelo llega al restaurante, solo para enterarse de que el horario cambió: la cena es a las seis, pero nadie le avisó. Tiene que esperar mientras los camareros preparan la mesa y se siente humillado. Cuando los demás llegan, el narrador cuenta que Zvierkov lo trata con extrema condescendencia, y entonces se pregunta si este se cree inconmensurablemente superior a él. Símonov primero dice, simplemente, que se olvidó de avisarle del cambio de horario, pero luego se justifica: no podía hacerlo, dado que no sabía la dirección del hombre del subsuelo. Sin embargo, no se disculpa. Los demás se muestran comprensivos, pero también se ríen de la situación.

Cuando se sientan a cenar, Zvierkov comienza a preguntarle al narrador sobre su trabajo y su salario. Este se muestra ofendido antes las preguntas, pero enseguida confiesa cuánto gana. Los demás se sorprenden de lo pobre que es, pero cuando el narrador se pone a la defensiva, subiendo el tono de la discusión, Zvierkov comienza a contar anécdotas en las que se jacta de conocer gente importante, y todos ignoran al hombre del subsuelo. Este se siente ofendido de que los demás piensen que le están haciendo un honor cenando con él cuando, en realidad, es él quien les hace el honor a ellos. Cada vez más borracho y humillado, el hombre del subsuelo intenta ofender al agasajado negándose a brindar con todos y proponiendo un brindis propio, lleno de ironía. Esto inicia una pelea en el transcurso de la cual el narrador desafía a Ferfichkin a duelo, pero los demás insisten en que está demasiado borracho y debería irse. Él fantasea con tomar una botella y arrojárselas, pero, en cambio, se sirve otro vaso.

El resto de los hombres vuelve a ignorar al narrador, y después de unas horas se dirigen de la mesa al diván. Zvierkov ofrece tres botellas de champagne, pero al hombre del subsuelo no lo invitan. Entonces se pasea entre la mesa y la chimenea, sintiéndose cada vez más humillado, deseando demostrarles cuán inteligente es. Cuando los otros deciden ir a un burdel, él se acerca para disculparse, pero los hombres lo acusan de temer el duelo al que retó a Ferfichkin, se burlan de él y se van. El hombre del subsuelo retiene a Símonov y le ruega dinero para ir al burdel con ellos. Aunque al principio se niega, el hombre acaba por arrojárselo, a la vez que lo acusa de no tener dignidad. El narrador corre hacia la calle y toma un carruaje para seguirlos al burdel, decidido a que todos se inclinarán a sus pies o, caso contrario, abofeteará a Zvierkov.

Análisis

Apenas llega el hombre del subsuelo al restaurante, volvemos a ser testigos de su incapacidad para lidiar con la realidad: hasta los camareros lo ignoran y, mientras los demás le quitan importancia al cambio de horario y se ríen de la situación, él se siente profundamente humillado.

Otro problema que surge en esta escena inmediatamente es que Zvierkov se muestra condescendiente con el hombre del subsuelo. Esto puede deberse a que aquel tiene un status social muy superior: su posición, su vestimenta y su salario, del que hablan en la cena, dejan a Zvierkov mucho mejor parado en el entramado social. No obstante, el protagonista elegirá nuevamente concentrarse en su superioridad moral e intelectual: "Esos imbéciles piensan que me han hecho un honor al darme lugar en su mesa, y no comprenden que soy yo el que les hace el honor, ¡y no ellos a mí!" (80), piensa.

Tras el brindis, vemos nuevamente al hombre del subsuelo intentando operar en la realidad con modos y valores literarios, y observamos también la reacción que esto provoca en otros: el protagonista quiere desafiar a duelo a Ferfichkin, pero solo logra que los otros se rían por lo ridículo de la situación y lo acusen de estar muy borracho. Vale aclarar que, en la época, los hombres se enfrentaban efectivamente a duelo, pero el problema aquí es que la supuesta ofensa es nimia, y resulta ridículo que una broma en una cena informal pueda terminar en un duelo. Entonces el narrador fantasea con atacar al resto a botellazos, lo que podría terminar, al menos, en una buena riña literaria. No obstante, se limita a tomar una botella y servirse más bebida. Podemos leer en esta indecisión un ejemplo práctico de lo expuesto por el hombre del subsuelo en la primera parte del libro acerca de la dificultad de actuar para los hombres de conciencia.

El capítulo termina con un nuevo devaneo del hombre del subsuelo, quien, tras protagonizar una escena ridícula y humillante, peleándose con todos antes de rogarle a Símonov que le preste dinero para ir al burdel con ellos, exclama, en una imaginaria entrada triunfal al prostíbulo: "¡O todos se ponen de rodillas y abrazan mis piernas implorando mi amistad o... o le doy una bofetada a Zvierkov!" (86). Cuanto más humillado se ve el protagonista en la realidad, más sometidos ve a sus enemigos en su imaginación, por lo que sus fantasías se alejan cada vez más, no solo de lo real, sino también de lo posible. Es decir, se vuelven más literarias.

"A propósito de la nieve derretida", Capítulo V

Resumen

Camino al prostíbulo, el hombre del subsuelo se dice a sí mismo que ese es, finalmente, el encuentro con la realidad. Reconoce que los otros no van a suplicarle su amistad, por lo que va a tener que abofetear a Zvierkov. Se imagina entrando al lugar y encontrando a Zvierkov con Olimpia, una prostituta que, en el pasado, lo rechazó y se burló de él. Entonces lo abofetearía y lo agarraría de la oreja. Los demás lo golpearían y se vería obligado a batirse en duelo con Zvierkov. Le preocupa entonces no tener dinero para comprarse un arma ni conocidos que puedan oficiar de padrino de duelo, pero se consuela pensando que puede pedir un adelanto y obligar a cualquier transeúnte a ser su padrino. Imagina entonces que Ziverkov se niega a batirse en duelo, y él va a buscarlo al día siguiente y lo ataca; entonces es arrestado y enviado a Siberia. Luego de cumplir una pena de quince años, regresaría y perdonaría a su enemigo. Avergonzado porque ha sacado toda la historia de obras literarias, el narrador detiene el carruaje y baja, reconsiderando sus acciones. No obstante, decide que ya no tiene opción, vuelve al trineo y se dirige al prostíbulo.

Cuando llega, se da cuenta de que Símonov ha anunciado que uno más de ellos podría llegar, pero todos ya se han dispersado y no encuentra a ninguno. Lleno de alegría porque, aparentemente, no tendrá que abofetear a Zvierkov, ve entrar a la joven que trae la dueña para él; tiene un rostro "sencillo y bondadoso, pero también extrañamente serio" (91). Se ve en el espejo y se percibe repulsivo. Que la prostituta lo perciba así le alegra.

Análisis

Produce un efecto cómico que este capítulo comience con el anuncio del narrador de que "aquí está finalmente el encuentro con la realidad" (86) y consista esencialmente en el desarrollo de sus fantasías durante el trayecto al burdel. Otra vez, al reconocimiento de lo humillante de su situación, y al recuerdo de humillaciones previas sufridas en el burdel al que se dirige, el hombre del subsuelo responde con fantasías cada vez más inverosímiles e hiperbólicas. Así, de la idea de abofetear a Zvierkov -relativamente probable, aunque el narrador sabe que no lo hará-, se desprende el sueño de un duelo, un arresto, quince años en Siberia y la generosa concesión del perdón a su enemigo tras cumplir la pena.

En este capítulo cobra protagonismo la nieve: "La nieve derretida caía a copos; pero yo me desabroché el capote, no le daba importancia" (90)... "¡si total ya todo estaba perdido!" (91). Nuevamente, encontramos en el supuesto dramatismo de esta escena una parodia al romanticismo literario de los años cuarenta, que recurren con frecuencia a la imagen de la nieve derretida, particularmente para describir San Petersburgo.

"A propósito de la nieve derretida", Capítulo VI

Resumen

A las dos, el hombre del subsuelo está amodorrado en una habitación estrecha y llena de cosas con la joven prostituta, que lo observa con frialdad e indiferencia. Hace dos horas que no se hablan. Él piensa en lo absurda que es la idea de un libertinaje brutal que empieza "directamente por lo que el verdadero amor consagra" (93). Temeroso porque ella no baja sus ojos ante los suyos, el protagonista comienza a hacerle preguntas sobre su vida, que ella responde breve y tajantemente.

Entonces, el hombre del subsuelo recuerda un ataúd que vio esa mañana y se lo menciona, e inmediatamente comienza a agregar tristes detalles inventados a su historia. Afirma que se trataba del cuerpo de una prostituta que, aún tísica, seguía trabajando. La muchacha empieza a escuchar con más atención mientras él habla de que es mejor estar casada y tener amor que vivir una vida como la de ella, que, en definitiva, es una vida de esclava. Mientras habla de esto, el hombre del subsuelo comienza a acalorarse, como si creyera sus propias palabras, pero se da cuenta de que lo entusiasma es el juego de "triunfar sobre un alma tan joven" (98).

El narrador continúa explicando la importancia de la familia: vivir con los padres debe ser mucho mejor que vivir en un burdel, dice. Agrega que los padres siempre adoran a sus hijas, más que a los varones. Pero ella lo interrumpe, e introduce la posibilidad de que un padre venda a su hija. Comprendiendo que ese es su caso, el hombre del subsuelo se entusiasma, maldice esas familias sin amor y prosigue reverenciando el amor conyugal y el de una pareja que se ama por sus hijos.

Finalmente, Liza comenta que lo que el protagonista narra parece sacado de un libro, y el orgullo del hombre del subsuelo queda herido. Asumiendo que Liza no está simplemente ocultando sus sentimientos detrás del escudo del sarcasmo, el hombre del subsuelo afirma para sí: "Ahora vas a ver" (103).

Análisis

En este capítulo vemos al hombre del subsuelo reaccionar ante la mirada fija y aparentemente despreciativa de la prostituta: el hombre empieza a sentir temor y comienza a aleccionarla y advertirle sobre los peligros de la vida que lleva. De nuevo, encontramos al protagonista paradójicamente agobiado por la mirada de una persona que considera inferior. Es cuando ya no soporta esa mirada, pues Liza no baja los ojos, que el hombre del subsuelo comienza a desarrollar un discurso que lo coloca a él en un lugar de superioridad respecto a ella, ya que juzga la vida que lleva como si él tuviera una mejor. Como, no obstante, esto no es cierto, apela, para variar, a la literatura: alude a imágenes típicamente románticas de la prostituta degradada y arrepentida y del amor idealizado. Así, vemos otra vez al hombre del subsuelo refugiándose en la literatura ante el shock que le provoca el encuentro con el otro; en este caso, el encuentro con la mirada literal de Liza.

No obstante, Liza no reacciona como una prostituta literaria, es decir, como la protagonista del poema de Nekrásov que da inicio a la segunda parte del libro, quien, tras contar su historia, se cubre el rostro con las manos y llora llena de vergüenza y horror. Tras el largo y solemne monólogo del protagonista, Liza responde, sin más, que él "pareciera que habla como en los libros" (103). Esto enfurece al hombre del subsuelo, quien se propone vengarse al cierre del capítulo. ¿Y por qué? Como hemos visto en la narración de episodios de su infancia, opera en él una necesidad de dominación: ante el desprecio de sus compañeros, se concentró en humillarlos, en pos de que reconocieran su superioridad, lo admiraran y se sometieran a su voluntad. Así hizo también con su único amigo, y esto parece ser lo que buscaba con Liza, quien, sin embargo, no cae en la trampa. Es esto lo que no parece poder permitirse el narrador.

Otro aspecto interesante de esta escena es que podemos leerla como una versión torcida y en algún punto paródica de la redención de la prostituta ejemplificada en el poema de Nekrásov y característica de todo el romanticismo ruso. Y es que el modo en que nuestro protagonista intenta redimirla es que ella reconozca su inferioridad respecto de él y se someta a su conocimiento y su moral. Así, podemos leer aquí una crítica a los ideales románticos de los intelectuales de la década del 40, denunciando que, detrás de este objetivo generoso y redencionista, se esconde el egoísmo y el anhelo de dominar al otro.