Memorias del subsuelo

Memorias del subsuelo Resumen y Análisis "El subsuelo", Capítulos I-III

"El subsuelo", Capítulo I

Resumen

El hombre del subsuelo se presenta en primera persona. Una nota al pie, firmada por el autor, nos informa que este protagonista es un personaje de ficción, pero que personas como él "deben existir en nuestra sociedad" (3). Asimismo, esta nota al pie establece el objetivo de la primera parte de la novela: explicar por qué surge esta clase de individuos.

El narrador comienza diciendo que es malo, rencoroso y desagradable. Explica que su hígado está enfermo, pero, a pesar de respetar la medicina, se niega a ver a un médico "por maldad" (3), aunque sabe que el único perjudicado por ello es él mismo. Tiene cuarenta años y solía trabajar para la administración pública; era un funcionario grosero y torturaba a los solicitantes que iban a verlo. Pero luego se desdice: no era malo; "sólo asustaba gorriones en vano, por diversión" (4), y aunque estuviera furioso, se habría enternecido y tranquilizado ante cualquier gesto de otro, solo para enfurecerse luego consigo mismo a causa de la vergüenza que eso le provocaría.

A continuación, el hombre afirma que, en realidad, nunca fue un funcionario malvado, sino que mintió "por maldad" (5). "No sólo malo, ni siquiera logré llegar a ser nada: ni malo, ni bueno, ni canalla, ni honrado, ni héroe, ni insecto" (5). Pero se consuela: "el hombre del siglo diecinueve está moralmente obligado a ser sobre todo una criatura sin carácter" (5). Luego afirma que tiene cuarenta años y que nadie debería llegar a tal edad. No obstante, piensa vivir mucho más.

Finalmente, el narrador cuenta que es un asesor colegiado, pero que el año pasado se retiró tras recibir una herencia de mil rublos. Agrega que su cuarto es miserable y su criada, vieja, mala y estúpida. Sabe que San Petersburgo es cara y su clima le hace daño, pero se queda. El capítulo termina con la declaración del hombre del subsuelo de que va a hablar de sí mismo.

Análisis

Memorias del subsuelo abre con una nota al pie que resulta esencial para abordar toda la obra: el autor enfatiza que, aunque su personaje es ficcional, responde a un tipo característico de su época. Así, la obra se presenta con una función explicativa y crítica respecto a la sociedad contemporánea al autor.

No obstante, para comprender cabalmente las implicaciones de esta crítica social, hay que leer la obra en su contexto y, antes que ello, comprender cuál era ese contexto. El fracaso de Rusia en la guerra de Crimea entre 1853 y 1856 significó una gran debilitamiento para el régimen zarista que gobernaba Rusia desde el siglo XVI. Esto se evidenció con numerosos levantamientos populares y de sectores progresistas, que tuvieron lugar en una sociedad en la que nuevos modos y relaciones capitalistas ya estaban chocando con el régimen de servidumbre, antidemocrático y burocrático, de la autocracia terrateniente que gobernaba Rusia. Así, a comienzos de la década de 1860, Rusia se encontraba en una situación revolucionaria.

En este contexto, la intelligentsia democrática rusa, de corte burgués, estaba en pleno auge y se manifestaba en nombre de las masas campesinas privadas de derechos y a favor de la revolución socialista. No obstante, tras moderadas e improcedentes reformas del zar en 1861, el fervor revolucionario fue menguando, y a mediados del año siguiente una ola de arrestos cayó sobre toda la intelligentsia progresista.

Uno de los principales exponentes de esta corriente fue Chernishevski, socialista utópico, defensor de un racionalismo materialista importado de Europa y autor de la novela ¿Qué hacer? (1863). Esta obra sirvió de base en el ambiente literario ruso de la época para toda una novelística de la "gente nueva" o los "hombres nuevos", que proponía convertir en protagonistas a las personas ordinarias, del pueblo, quienes, con energía y convicción, se elevaban desde la vida despreciable en los sótanos hacia la lucha por un ideal socialista.

Memorias del subsuelo se publica en 1864 y cuenta con numerosas y evidentes alusiones a la obra de Chernishevski, por lo que el carácter del hombre del subsuelo debe comprenderse, al menos parcialmente, en clave paródica y en alusión al "hombre nuevo" que proponía la literatura rusa revolucionaria de la época.

Aclarado esto, lo primero que destaca de la presentación del protagonista es la caída constante en contradicciones: afirma que es malvado para luego negarlo inmediatamente; considera que es indecente vivir hasta los cuarenta años, pero piensa duplicar esa edad; es "extremadamente supersticioso; bueno, al menos lo suficiente como para respetar la medicina (Soy lo suficientemente instruido para no ser supersticioso, pero soy supersticioso)" (1).

Para comprender este movimiento de afirmación / negación que emprende el narrador, volvemos a destacar el carácter paródico del texto: el hombre del subsuelo parece adscribir al racionalismo materialista propugnado por los jóvenes radicales de los años sesenta. No obstante, lleva el programa teórico de esta corriente hasta sus últimas consecuencias, cayendo entonces en el absurdo y la contradicción constante. Esta línea se desarrollará en los capítulos siguientes, y volveremos sobre ella. Por ahora, se nos ha presentado un personaje profundamente reflexivo pero paralizado, incapaz de actuar. De hecho, el hombre del subsuelo parece incluso incapaz de definirse a sí mismo.

"El subsuelo", Capítulo II

Resumen

El hombre del subsuelo se queja de su exceso de conciencia, que no le ha permitido ni "llegar a ser un insecto" (6). Para la vida humana cotidiana, afirma, "sería más que suficiente una conciencia humana ordinaria, o sea la mitad, la cuarta parte de la porción que le ha tocado al hombre ilustrado de nuestro desdichado siglo diecinueve y, en especial, al que tiene la particular desgracia de habitar en Petersburgo" (6-7). Bastaría, dice, la porción de conciencia que ostentan los hombres de acción.

El narrador recuerda que, en el pasado, cuanto más capaz era de comprender "lo bello y lo sublime", más se hundía en el fango, al tiempo que se avergonzaba del "gocecito" vil que le producía reconocer alguna bajeza que, según sus propias ideas, había cometido: "el goce provenía precisamente de tener la más clara conciencia del propio envilecimiento" (8). Todo ello, aclara, "sucedía conforme a las leyes normales y básicas de una conciencia desmedida y a la inercia derivada directamente de estas leyes, por lo que no sólo no me convertiría en nada, sino que tampoco podía hacer nada" (8).

A continuación el narrador pone un ejemplo de lo que afirma: dice que, si hubiera recibido una bofetada, se habría sentido él mismo culpable y, peor aún, "un culpable sin culpa o, por así decir, era culpable por las leyes de la naturaleza" (9). En primer lugar, lo sería porque es más inteligente que todos los que lo rodean. Segundo, porque, de haber tenido generosidad, no habría sabido qué hacer con ella. Ni siquiera podría haber perdonado a su agresor, dado que este lo habría golpeado siguiendo, simplemente, las leyes de la naturaleza. Finalmente, el narrador afirma que tampoco se habría decidido a vengarse.

Análisis

En este segundo capítulo, el hombre del subsuelo indaga en las causas de su dificultad para definirse y de su imposibilidad de actuar. Las mismas se asocian a su profunda conciencia, y en esta relación queda claro que el hombre del subsuelo encarna de forma paródica, como adelantábamos en la sección anterior, las ideas materialistas importadas de Europa y en boga entre la intelligentsia rusa contemporánea al autor.

El materialismo filosófico, que penetrará profundamente Rusia a través del materialismo dialéctico creado por Marx y Engels y desarrollado luego por Lenin, se opone al idealismo y postula la prevalencia de la materia, que existirá objetivamente, independientemente de la conciencia que la conoce. Aún más, la conciencia se postula como consecuencia de un estado altamente organizado de la materia. Por otro lado, el materialismo al que adscribe el hombre del subsuelo, representante de las ideas que circulaban en Rusia en la época, es cientificista y determinista; propone que el accionar humano puede ser comprendido racionalmente, a través de las ciencias, es decir, como consecuencia de la organización natural de la materia y de la evolución de los seres en la naturaleza.

En su carácter paródico, el hombre del subsuelo parece llevar estas ideas hasta sus últimas consecuencias: el ejemplo de la bofetada sirve para ilustrar que, si las personas actuamos según las leyes de la naturaleza, esa conciencia desmedida, profundamente reflexiva que ha desarrollado el hombre de su tiempo es inútil: nada podemos hacer frente a lo que estamos condenados por nuestra propia naturaleza a hacer. Así, consecuente con estos preceptos, el hombre del subsuelo reconoce que es inútil echar culpas o perdonar a quienes nos ofenden, pues estos se limitan a responder a las órdenes de su naturaleza. Se anula, así, todo principio moral. Aún más, toda acción humana pierde sentido, pues el libre albedrío no es más que una ilusión. De este modo se explica la imposibilidad de acción del hombre del subsuelo: ¿con qué motivación actuar si todo está ya escrito, si no somos más que títeres de nuestra naturaleza?

Esta pregunta evidencia las contradicciones en las que incurrían los contemporáneos del autor quienes, como el autor de ¿Qué hacer?, adscribían a este determinismo materialista y a la consecuente ausencia de todo principio moral, al mismo tiempo que bogaban por la necesidad de mejorar al hombre y construir una sociedad más justa. Así, Dostoyevski deja en claro que, siendo de verdad coherente con sus propios presupuestos ideológicos, el "hombre nuevo" de los años sesenta no difiere tanto como pretende de la generación anterior, a la que critica, es decir, a los románticos de los cuarenta, quienes aceptaban complacientemente la inutilidad de la acción política y se refugiaban en "lo bello y lo sublime".

"El subsuelo", Capítulo III

Resumen

El hombre del subsuelo comienza diferenciando al hombre espontáneo, de acción, "el auténtico hombre normal" (10), y a "el hombre que tiene una conciencia desmedida" (10). Aunque el hombre de acción es estúpido, afirma el narrador, el segundo "se considera un ratón" (11). El hombre de acción, "por su connatural estupidez, considera su venganza lisa y llanamente justa" (11), y "se lanzará directamente al objetivo como un toro furioso" (10). El segundo, aunque de hecho se ofende y puede sentir odio, niega toda idea de justicia y se llena de dudas, por lo que, al momento de vengarse, "sólo le quedará hacer un gesto despectivo con la patita" y "escurrirse vergonzosamente en su agujerito" (12). Allí recordará obsesivamente la deshonra recibida, sentirá vergüenza de sí mismo y no perdonará nunca. En "ese consciente enterrarse vivo de amargura durante cuarenta años" está "ese extraño goce" (12) que mencionaba antes.

El narrador anuncia que continuará "hablando tranquilamente sobre las personas con nervios fuertes que no comprenden cierto refinamiento del goce" (13). Hay casos, dice, en que incluso ellos se resignan ante lo imposible. Esto es, las leyes de la naturaleza, las ciencias naturales, las matemáticas: "(...) dos por dos es matemática. Atrévete a objetarlo" (13). Pero él se rebela: "Desde luego, no voy a perforar tal muro con la frente si en realidad no tengo fuerzas para hacerlo, pero no me reconciliaré con él sólo porque sea un muro de piedra y no me alcancen las fuerzas" (14). Incluso comprendiendo los imposibles, dice el hombre, el dolor y la culpa son inevitables.

Análisis

En este capítulo, el hombre del subsuelo propone una serie de símbolos recurrentes para desarrollar sus ideas: la bofetada, el toro y la pared, el ratón y el dos por dos. Por un lado, asocia al hombre de acción con un toro que se lanza hacia su objetivo y solo un muro, símbolo de lo imposible, podría detener. Su opuesto es el hombre que posee una conciencia que no le permite actuar, y que el narrador asocia al ratón. Así, mientras el toro se lanza a la acción, el ratón se esconde bajo tierra. La bofetada, por su parte, representa la ofensa recibida. No obstante, la bofetada no tiene el mismo significado para el hombre-toro que para el hombre-ratón. Para el primero, poco reflexivo, una ofensa es una deshonra que amerita una venganza, pero el segundo, consciente del determinismo al que estamos condenados, no puede culpar a quien lo ofende ni encuentra sentido en la venganza: las personas se limitan a actuar según lo dicta su naturaleza, por lo que no se las puede responsabilizar por sus actos. Sin embargo, la conciencia de esto no disminuye el odio y la sensación de haber sido ofendido, por lo que el hombre-ratón, incapaz de creer en la justicia inherente a cualquier tipo de venganza, no puede sino rumiar su desprecio sin hacer nada. Y es que este "dos por dos", que alude a las leyes de la naturaleza y a las explicaciones racionales sobre el comportamiento humano, resulta insuficiente para tranquilizar la conciencia, dejando a los hombres como el narrador en un estado de doble insatisfacción. Esta reflexión para indicar un "plus" que los hombres de gran conciencia no están tomando en consideración.

Es interesante también, en este capítulo, la introducción de la noción del goce. El hombre del subsuelo insiste en que reconocer el sinsentido y la amoralidad de cualquier acción humana conlleva una parálisis. Así, por ejemplo, ante la bofetada, las personas como él se limitarán a sufrir en silencio porque no hay de qué vengarse (¿acaso es posible vengarse contra la naturaleza humana?), pero esto conllevará un constante y obsesivo recuerdo de esa ofensa no resuelta, que significará, a su vez, un gran sentimiento de vergüenza. Lo curioso es que el hombre del subsuelo reconoce un goce en ese estancamiento en la amargura y la inacción. Esta aparente contradicción (que se adelanta a nociones que trabajará décadas más tarde el psicoanálisis) parece asociarse a ese "plus" que "el dos más dos" no puede explicar.