Madame Bovary

Madame Bovary Resumen y Análisis Parte 3, Capítulos VII-XI

Resumen

Capítulo VII

Las deudas de Emma finalmente la han alcanzado. Los policías llegan a la casa de los Bovary con la noticia del embargo: deben inventariar el contenido de la casa, que se utilizará para pagar las deudas de Emma. Para evitar que Emma se lleve algo, dejan a un hombre vigilando la casa. Y con el fin de que Carlos no se entere de la vergüenza que ha caído sobre su casa, Emma esconde al hombre en el desván y trata de idear formas alternativas de conseguir el dinero necesario.

Los banqueros de Ruán rechazan sus pedidos de préstamo, por lo que Emma recurre a León y le pide los ocho mil francos. León le dice que no tiene ese dinero; Emma lo llama "cobarde" y le sugiere que se los robe a su jefe. León queda muy sorprendido del crimen que le propone Emma y pasa por alto la sugerencia, pero acepta intentar conseguir dinero de sus amigos. Tras su desesperada ronda de ruegos, Emma se dirige a su casa y arroja sus últimos cinco francos al mendigo ciego que la ha perseguido en cada viaje entre Ruán y Yonville. Al llegar a Yonville, su empleada le entrega horrorizada un aviso público que anuncia la subasta de todos sus bienes. Emma se siente mortificada y decide ir a ver a Guillaumin, el abogado del pueblo, para pedirle ayuda.

Entre sus últimos intentos de recaudación de fondos, Emma casi llega a vender su propio cuerpo. Guillaumin, que lleva tiempo deseando a Emma, le pide favores sexuales a cambio del dinero que ella le pide. Emma se siente ofendida y se aleja de él. A continuación, Emma visita al recaudador de impuestos, Binet, mientras dos mujeres de Yonville espían su intercambio. Al presentarse ante Binet, lo encuentra ocupado, y Emma le ruega que le dé más tiempo para pagar. Cuando él se niega, ella intenta seducirlo, pero Binet no está interesado. Finalmente, Emma decide desesperadamente visitar a Rodolfo, con la esperanza de que aún sienta amor por ella y la ayude si se ofrece a él.

Capítulo VIII

Aunque Rodolfo sigue sintiéndose muy atraído por Emma, se vuelve distante al descubrir el motivo de su visita. Le dice que no puede ayudarla porque no dispone de fondos. Emma se horroriza y se marcha enfadada, dándose cuenta por fin de que su situación es realmente desesperada.

Habiendo determinado que simplemente no puede enfrentar esta terrible realidad, Emma se dirige directamente a la botica. Convence a Justino para que le permita acceder a la despensa donde Homais guarda el arsénico. Una vez allí, Emma se come un gran puñado de arsénico, ante la mirada horrorizada de Justino. Luego se dirige a su casa, sintiéndose en paz con su decisión e imaginando lo sencilla que será su muerte.

Para entonces, Carlos se ha enterado de la subasta programada. Busca a Emma en la casa, pero cuando la descubre en la cama y le pide explicaciones, Emma le entrega dramáticamente una carta, indicándole que no la lea hasta el día siguiente.

Mientras espera que el veneno haga efecto, Emma no siente nada. Cree que simplemente se quedará dormida y que nunca despertará. Pero pronto descubre lo equivocada que está. Cuando comienza la tortura del arsénico, empieza a sentir un sabor a tinta, un dolor insoportable en el estómago y se pone violentamente enferma. Preocupado por la salud de su esposa y por lo que pueda haberse hecho a sí misma, Carlos abre la carta y descubre que su mujer ha ingerido arsénico. Desesperados, él y Homais intentan decidir qué hacer y cómo salvarla con algún antídoto. Sin embargo, terminan llamando a los renombrados médicos de Ruán, Crivet y Larivière.

Mientras esperan que lleguen, Emma se muestra muy amable con Carlos, reconociéndole su bondad, y pide ver a su hija, Berta, quien se asusta mucho al ver a su madre en ese estado. En seguida, llegan los médicos de Ruán, pero ninguno de ellos puede ayudar a Emma, y el sacerdote no tarda en llegar para darle el último sacramento. A punto de morir, lo último que oye Emma Bovary es el sonido inquietante del mendigo ciego, que canta en la calle. La mujer se da cuenta de que es él y se echa a reír macabramente, hasta que, por fin, una convulsión la hace caer muerta sobre la almohada.

Capítulo IX

A pesar de su recién descubierta deuda, Carlos planea un costoso funeral para Emma. Se asegura de que sea enterrada con su vestido de novia y de que sea depositada dentro de tres ataúdes. Él se queda junto al cuerpo de Emma, y Homais y el sacerdote Bournisien se unen a él. Mientras que los dos hombres se enredan en una discusión sobre la importancia de la oración, Carlos habla airadamente en contra de Dios.

La criada está vistiendo a Emma con su traje de novia y, al hacerlo, mueve el cuerpo, haciendo que un líquido negro brote de la boca de Emma. Más tarde, Carlos levanta el velo para ver el rostro de Emma y grita de horror. Luego, Carlos le pide a Homais que le corte un mechón de pelo para conservarlo como muestra de su belleza y como forma de retenerla para siempre.

Por último, llega a Yonville el padre de Emma, Rouault, quien se desmaya al ver el cortejo fúnebre.

Capítulo X

Durante la lucha de Emma con el arsénico, su padre, Rouault, es informado de su enfermedad, y confiando en que su recuperación es posible, se dispone a viajar a Yonville. Pero al llegar, Rouault cae en una fuerte depresión, al comprender que su única hija ha muerto. Rouault está devastado y asiste al funeral, junto con el resto del pueblo. El narrador señala que, en ese mismo momento, Rodolfo y León duermen tranquilamente, cada uno en su casa. En cambio, a Justino le duele demasiado la muerte de Emma y no se atreve a verla enterrada. Más tarde, en medio de la noche, el joven visita su tumba para despedirse.

Capítulo XI

Un acreedor tras otro se pone en contacto con Carlos para pedirle el pago de cantidades excesivas de dinero, al punto de que comienzan a acercarse distintas personas que se aprovechan de la falta de entendimiento de Carlos, y le piden dinero que nunca se les prestó. Carlos decide cobrar entonces las facturas pendientes y atrasadas de sus pacientes, pero descubre que Emma ya lo ha hecho por él, a sus espaldas. Así, sus únicas opciones son seguir pidiendo préstamos, endeudándose cada vez más, y vender cosas de su casa.

Y si bien se enfrenta crudamente a los resultados de los excesos de Emma, solo la recuerda como pura, buena y encantadora. Irónicamente, cuando descubre que León está comprometido, le escribe una carta para felicitarlo, seguro de que Emma se habría alegrado de la noticia. Otro día, encuentra la carta de Rodolfo que Emma dejó caer en el desván el día en que se fugarían, pero Carlos se convence de que el amor expresado en ella debe haber sido simplemente platónico, y lo justifica en el hecho de que Emma debía ser adorada por todos los hombres.

A medida que pasa el tiempo, la vida de Carlos se vuelve más solitaria. Homais lo visita menos, en parte porque pasa mucho tiempo intentando librar a Yonville de la molestia del mendigo ciego. Un día, Carlos decide finalmente revisar los objetos personales de Emma y abre su escritorio. Allí es donde, según descubre, Emma guardaba todas las cartas de amor de Rodolfo y de León. Carlos las lee todas, descubriendo y reconociendo finalmente su infidelidad. Mientras la imagen perfecta de su esposa se derrumba, Carlos se hunde en una profunda depresión y se encierra en su casa, sin siquiera salir para ver a sus pacientes enfermos.

Al mismo tiempo, Carlos se ve obligado a vender casi todo lo que posee para mantener alejados a los acreedores. Para vender su caballo, debe viajar a Ruán, donde se encuentra con Rodolfo. Este lo invita a tomar una copa y allí, conversa de distintos temas, evitando hacer alusiones a Emma. Pero Carlos lo observa embelesado, deseando convertirse en ese hombre que su mujer amó. Enrojecido de rabia, Carlos le dice a Rodolfo que no lo odia y, citando la última carta de Rodolfo a Emma, asegura que la culpa de todo la tuvo la fatalidad.

Al día siguiente, sin embargo, Berta encuentra a su padre muerto repentinamente en su jardín. Todos los bienes restantes de Carlos son entregados a sus acreedores, y Berta es enviada a vivir con la madre de Carlos. Desgraciadamente, esta muere ese mismo año, con lo cual Berta es enviada a vivir con una tía pobre, que la obliga a trabajar en una fábrica de algodón. En cambio, Homais conoce inesperadamente un gran éxito y acaba recibiendo la medalla de la legión de honor.

Análisis

Conforme la historia va llegando a su climax, alcanzado con la muerte de Emma, tanto el comportamiento ilícito de Madame Bovary como su inevitable ruina financiera la sobrepasan. Su realidad finalmente supera todos sus esfuerzos por permanecer en un mundo de fantasía e irrealidad romántica. En sus pedidos de ayuda, Emma se ofrece finalmente a prostituirse para pagar sus deudas. Ella rechaza al notario, pero la oferta del hombre pone esa opción sobre la mesa. Muy pronto, intenta seducir a Binet y luego a Rodolfo. El comportamiento de Emma es cada vez más desesperado y, en su pánico, pierde toda fortaleza moral. Sin embargo, incluso en este estado, actúa por impulso.

Se confirma así que el estilo de vida extravagante y excesivo de Emma la ha superado finalmente. Ya no puede ignorar la enorme deuda que ha contraído ni vivir en sus fantasías imaginarias. Intenta desesperada, impulsiva y frenéticamente evitar el embargo y la bancarrota, pero ya no puede hacer nada para evitarla. Ninguno de los vínculos amorosos que desarrolló, a fuerza de romper su matrimonio, la ayudará finalmente, y sus estrategias de manipulación resultan obsoletas. Una vez que la realidad irrumpe en su vida con una intensa oleada de dolor, y prometiendo empeorar, a Emma le resulta imposible prepararse para lo peor. No tiene experiencia real en mantenerse fuerte ante el desastre; siempre ha tomado un camino más fácil. Es por eso que su decisión de suicidarse es, una vez más, producto de un impulso vertiginoso, de ahí que el narrador la compare con un abismo: “Su situación en tal punto surgió ante ella como un abismo. Jadeaba hasta quebrarse el pecho. Luego, en un transporte de heroísmo que casi la llenó de júbilo, descendió corriendo por la cuesta (...) y se detuvo en la puerta de la botica” (375). El lector no logra anticiparse al plan de Emma y asiste con horror al momento en que ella se traga el puñado de arsénico, con la misma sorpresa con la que lo hace Justino.

Emma también teme perder el amor de Carlos, una vez que este descubra sus deudas. Pronto no tendrá posesiones ni propiedades a su nombre -justamente lo contrario del estilo de vida rico que siempre ha deseado- y ante la perspectiva de quedarse sin nada, ni siquiera esperanzas de futuro, Emma decide apresuradamente que su única opción es suicidarse.

El suicidio de Emma está ligado a su obsesión por el consumo, en el sentido de que se come el polvo directamente. Significativamente, es su apego al consumo indiscriminado lo que la lleva, en última instancia, a la muerte. Además, su suicidio es su último intento de alcanzar una vida romántica y novelesca. Cree que el arsénico le permitirá una muerte dramática pero indolora: “¡Bah, qué poca cosa es la muerte! Voy a dormirme y asunto terminado” (377), pero una vez más se equivoca. Emma sufre violentamente en sus últimas horas, suplicando la muerte y gritando de angustia. Así, se contrasta esta muerte real, cruel y humana, con la muerte romántica que casi sufre en capítulos anteriores, antes de que el resurgimiento religioso la salvara.

Aunque los problemas de Emma son casi totalmente culpa suya, parte de la crítica se ha centrado en los límites de las mujeres en el pueblo de Emma. Emma se resiste a lo que percibe como una existencia aburrida como esposa y madre, pero nunca se le ha dado una alternativa realista, salvo la vida en el convento, que no ha sido menos aburrida para ella. Los hombres ejercen el principal poder financiero en el pueblo, y por lo tanto Emma depende siempre de ellos para conseguir su vida de riquezas. A su vez, los hombres son muy hábiles para manipular los deseos de Emma. Al contrario, cuando Emma adquiere un poder significativo sobre la fortuna de Carlos, no lo utiliza sabiamente. Como la perspectiva de Emma sobre el mundo está completamente romantizada, solo tiene poder sobre otros románticos. Así, el único poder real de Emma es el sexual. Mientras ese poder no logra convencer a los realistas a quienes Emma les pide dinero a cambio de favores sexuales, sí logra manipular a Justino, para que le dé acceso al arsénico.

A lo largo de la escena de la muerte de Emma, el narrador ofrece más comentarios sobre el mundo de Emma. En particular, vuelve a esbozarse una crítica a las pretensiones burguesas de Homais cuando este le dice al médico Larivière, de manera soberbia, que él ha “introducido delicadamente un tubo” en la garganta de Emma para examinarla. El médico se burla de Homais, diciendo: "Hubiese sido preferible que le introdujera usted sus dedos en la garganta" (383). Homais, que se cree muy bien informado, queda en ridículo, y la idiotez de su afirmación se pone inmediatamente de manifiesto.

Los capítulos que siguen a la muerte de Emma demuestran cómo su estilo de vida despreocupado ha acabado afectando a todos los que la querían de verdad.

Al principio, Carlos mantiene una visión idealista de su difunta esposa. Así, por ejemplo, al encontrar la carta de Rodolfo en el desván, se convence de que ese amor debe haber sido platónico. Pero al caer en la pobreza y, finalmente, al descubrir las infidelidades de Emma, su espíritu se desmorona. Por eso, luego de reunirse con Rodolfo, Carlos entra en un aturdimiento del cual no podrá salir e incluso lo llevará a la muerte.

Resulta significativo también el contraste entre las actitudes de León y Rodolfo durante el funeral de Emma y la de Justino. Mientras que el narrador destaca que los dos primeros, cuando el funeral está sucediendo, están durmiendo tranquilamente, Justino es incapaz de presenciar la ceremonia. El joven Justino, otro romántico, decide acercarse por la noche a la fosa para llorar por su amada muerta: “Junto a la fosa, entre los pinos, un niño lloraba arrodillado, y su pecho, quebrantado por los sollozos, jadeaba en la sombra…” (404). Las reacciones apáticas de Rodolfo e incluso de León demuestran que las relaciones de Emma con los dos hombres eran superficiales.

Tras la muerte de Carlos, la devastación de la familia de Emma continúa. Berta comienza a vivir una vida que habría horrorizado a Emma. La niña se ve obligada a vivir en la pobreza con una tía de clase baja y debe trabajar como obrera en una fábrica de hilados. La nueva vida de Berta contrasta fuertemente con la relativa comodidad y el privilegio que Emma conoció pero nunca apreció. Este final trágico da cuenta de cómo la excesiva e irrazonable insatisfacción de Emma con su vida envió a su marido y a su hija a la más absoluta miseria.

Así, Madame Bovary cierra el círculo; Emma está ausente tanto en el primer como en el último capítulo del libro. En última instancia, la perspectiva de la novela es más amplia que la de Emma. Aunque en su mundo el objetivo era vivir de forma dramática, romántica, de alguna manera como el vizconde, como si el mundo pudiera centrarse en ella, la vida real del pueblo continúa. Madame Bovary se convierte en una tragedia de clase social solo porque Emma se niega a conformarse con un sistema de estatus que parece ser aceptable para todos los demás. Sin embargo, Emma no es en absoluto una figura digna de resistencia inteligente, pues está obsesivamente centrada en sí misma y en sus amores y amantes irreales, llevándose por delante así el bienestar de aquellos que la quieren y la cuidan.

La frase con la que se cierra la novela, que destaca el éxito de Homais en el pueblo al recibir la medalla de honor, ofrece un último golpe a la mediocridad burguesa.