Madame Bovary

Madame Bovary Citas y Análisis

Al percatarse, pues, de que Carlos se ponía colorado junto a su hija, demostración de que se la pediría de un momento a otro, diose en pensar por adelantado en el asunto. No era aquél el yerno que hubiese deseado, pues le parecía algo enclenque. En cambio, tenía fama de buena persona, económico y muy culto, y era de esperar que no discutiría mucho la dote, cosa esta última muy de tener en cuenta, puesto que el tío Rouault veíase obligado a vender varias fanegas de tierra para componer la prensa y pagar lo mucho que debía al albañil...

Narrador, Parte 1, capítulo III, p.36.

En esta cita quedan al descubierto las motivaciones económicas que suelen caracterizar a los vínculos humanos en la novela. Aquí, Rouault está evaluando la posibilidad de que Carlos se case con su hija y, si bien repara en sus valores (la bondad, la cultura), queda claro que la cuestión económica es de gran relevancia para él. El hecho de que Carlos no le vaya a discutir la dote deja tranquilo al viejo, preocupado por sus compromisos económicos.

El móvil económico como condicionante de conducta será un tema central en la novela. En efecto, será la obsesión principal de Emma, que, insatisfecha con su vida humilde, soñará con una vida de riquezas. En contraste con Carlos, que es un médico poco virtuoso, incapaz de forjar una fortuna, Emma se enamora de Rodolfo, un hombre rico que vive la vida que ella añora. Es ese deseo de riqueza el que la llevará a una vida de excesos y, por lo tanto, a endeudarse hasta la bancarrota.

Al igual que Rouault, también la mamá de Carlos manifiesta la preocupación de que el casamiento de su hijo sirva para posicionar económicamente a su familia. Por eso lo obliga a casarse primero con Eloísa Dubuc, una mujer viuda y mucho mayor que Carlos, pero heredera de una fortuna.

Antes de casarse creyóse enamorada; pero como la felicidad que de tal enamoramiento esperaba no se había presentado aún, preciso era -tal pensaba- que se hubiese equivocado. Y Emma trataba de saber qué se entendía exactamente en la vida por las palabras felicidad, pasión y embriaguez, que tan hermosas le parecieron en los libros.

Narrador, Parte 1, capítulo V, p.51.

Este fragmento condensa esa falta de correspondencia entre fantasía y realidad de la que Emma es víctima a lo largo de la novela. Ella se ha casado con Carlos, a la espera de que los síntomas del enamoramiento que esperaba sentir terminen de manifestarse. Esa expectativa es la que le han creado sus lecturas. Desde la infancia, Emma se dedica a las lecturas de novelas románticas, que retratan vidas ideales y amores pasionales. Atravesada por esas ideas, representadas en las palabras "felicidad, pasión, embriaguez", Emma añora poder convertir esas historias leídas e imaginarias en realidad. Por eso, espera que su amor por Carlos tome la misma forma de aquellos amores que leyó en los libros.

Sin embargo, al ver que la expectativa y la realidad no se condicen, pues ella no llega a sentir esa pasión y su vida poco tiene de ideal, Emma empieza a desilusionarse. Convencida cada vez más de que su vida es miserable, Emma buscará suplir la falta de pasión y felicidad de su matrimonio con otras relaciones adúlteras que le prodiguen esos sentimientos románticos de las novelas.

Así, la novela trata, como uno de sus temas principales, los alcances peligrosos que la lectura puede tener si no se distingue lo que es ficción de lo que es real. Emma es incapaz de distinguirlo y, por eso, queda sujeta a la insatisfacción de añorar lo imposible y no disfrutar lo concreto que le sucede.

Emma sintióse íntimamente satisfecha al verse tan pronto llegada a ese raro ideal de las existencias melancólicas, nunca alcanzado por los corazones mediocres. Dejóse, pues, llevar por las fantasmagorías lamartinianas, y oyó las arpas en los lagos, el canto de los moribundos cisnes, la caída de las hojas, el ascender al cielo de las castas vírgenes y la voz del Eterno en su discurrir por los vallecillos.

Narrador, Parte 1, capítulo VI, p.58.

En esta cita, el narrador describe el estado de ensoñación en el que vive Emma desde su infancia en el convento. Allí ella se entrega, por un lado, a las lecturas de novelas románticas, que le enseñan de pasiones y emociones románticas; por otro lado, a lecturas históricas, que le enseñan las vidas heroicas de famosas mujeres; y, por último, a lecturas religiosas, que le enseñan el sacrificio y la devoción. En esa etapa, Emma absorbe una combinación de restos culturales que marcarán y condicionarán su vida en adelante. Sus lecturas serán para ella un modo de interpretar la realidad y de comportarse ante ella.

Así, cuando muere su madre, Emma se entrega a un duelo que tiene mucho de performativo: pone en juego las pasiones y los sentimentalismos de los libros y el sacrificio religioso, componiendo así la imagen de una mártir sufriente. Emma no siente la muerte de su madre sino que la interpreta, como una actriz. Y lejos de aterrarse de esa imagen patética, Emma queda muy satisfecha de poder interpretar ese rol, el "ideal de las existencias melancólicas". Tal como indica el narrador, Emma se entrega, para construir ese ideal, a las "fantasmagorías lamartinianas", esto es, a las tramas ficticias propuestas por Lamartine, un escritor francés de la época, ícono de la literatura romántica francesa.

Por lo tanto, se ve cómo Emma lleva una vida sujeta a las fantasías leídas. Eso es lo que la llevará, finalmente, a su muerte.

¡Cuán lejos antojábasele ya el baile! ¿Quién de tal suerte separaba uno de otro día? Su viaje a la Vaubyessard había partido su vida, al modo de la tempestad que hiende en una sola noche el seno de las montañas. Resignóse, empero, y guardó piadosamente en la cómoda sus bellos atavíos y hasta los zapatitos de raso, cuyas suelas amarilleaban, y ello por el roce que sufrieran con la cera del entarimado de los salones. Su corazón era como ellos: el roce con la riqueza dejó en él la una huella que jamás desaparecería.

Narrador, Parte 1, capítulo VIII, p.79.

El baile en Vaubyessard marca un antes y un después en la vida de Emma, en la medida en que supone para ella el irreversible "roce con la riqueza". Por primera vez, Emma presencia y vive aquello que hasta ahora permanecía en el plano irreal de las novelas: la opulencia, la riqueza, la fineza, la sofisticación de la clase alta. Durante esa noche, Emma observa todo con sorpresa, intentando comprender de qué hablan los invitados y sentirse parte de ese universo que tanto admira.

Al regresar a su casa, la desilusión de Emma es enorme: su vida real contrasta dramáticamente con aquel universo ideal del castillo. Es por eso que guarda cuidadosamente la ropa que usó en el baile, restos que evidencian que ella estuvo realmente allí y no fue un sueño. Pero la alegría de esa noche irá desgastándose, corroída por la depresión que le genera su miserable vida. El "roce con la riqueza" le muestra aquello que desea, pero que no podrá tener. Desde entonces, a lo largo de la novela, Emma ensayará intentos por llegar a esa vida ideal, llevándose por delante todo lo que ha construido: su matrimonio con Carlos, su maternidad, sus romances. Finalmente, esos intentos fallidos la llevarán a la bancarrota y, posteriormente, a la muerte.

Deseaba que fuese un niño; sería fuerte y moreno y llamaríase Jorge. La idea de tener un varón era para ella como el esperanzado desquite de todas sus pasadas impotencias. El hombre, al menos, es libre y puede recorrer las pasiones y los países, vencer obstáculos, gustar las más lejanas felicidades. La mujer, en cambio, siéntese aherrojada de continuo. Blanda e inerte a un mismo tiempo, tiene en su contra las debilidades de la carne, juntamente con los rigores de la ley. Su voluntad, como el velo de su sombrero, que un cordón sujeta, palpita a todos los vientos, y siempre se da en ella junto al deseo que arrastra la conveniencia enfrenadora.

Narrador, Parte 1, capítulo VIII, p.79.

En esta cita queda al descubierto uno de los temas transversales a la novela: la desigualdad entre hombres y mujeres, y los prejuicios y mandatos que se ciernen sobre las mujeres.

El nacimiento de Berta es una decepción para Emma, en la medida en que añoraba tener un hijo varón. Emma es consciente de la desigualdad entre hombres y mujeres que caracteriza a la sociedad de la época retratada por Flaubert: los hombres gozaban de más libertades a la hora de decidir qué hacer con sus vidas, mientras que las mujeres estaban sometidas a otras exigencias. Ella misma se siente víctima de esa opresión, si bien a lo largo de la novela buscará alejarse lo más posible de esos mandatos, en busca de la felicidad individual. De ahí que el deseo de dar a luz a un hijo pueda concebirse como una revancha para su propia infelicidad ("esperanzado desquite de todas sus pasadas impotencias").

Esta cita da cuenta también de los prejuicios sobre la mujer en esa sociedad. Hay un preconcepto que recorre toda la novela, según el cual la mujer es más débil y sensible que el hombre, lo cual la lleva a tener que ser controlada, para que no caiga en tentaciones inmorales. A diferencia de Emma, que en la novela buscará torcer su propio destino y encontrar la felicidad, aún por fuera del mandato de ser una esposa ideal, las otras mujeres representadas en la novela suelen estar contentas con su estilo de vida tranquilo y doméstico.

De todas formas, esta cita pone en evidencia que Emma, si bien busca escapar de los mandatos, comparte y reproduce también esos prejuicios, al desilusionarse de tener una hija mujer.

Todo lo de él sacábala de quicio en aquel momento: su rostro, su traje, lo que no decía, toda su persona, su existencia en fin. Arrepentíase, como de un crimen, de su pasada virtud, y lo que aún quedaba de ella deshacíase bajo furiosos golpes de su orgullo. Deleitábase con todas las perversas ironías del adulterio triunfante, y el recuerdo de su amante volvía a ella otra vez con atracciones de vértigo…

Narrador, Parte 2, capítulo XI, p.231.

Luego de la operación fallida de Carlos, Emma se siente humillada. Ella depositaba en él la confianza del éxito, creyendo que la fama del médico redundaría también en su propia fama. Sin embargo, Carlos queda completamente desautorizado por su fracaso, y Emma experimenta un nuevo cambio de actitud: pasa del intento por amar a Carlos y por serle fiel, a un sentimiento de orgullo y deseo de venganza. Esta cita describe con crudeza el desprecio que siente ella por su esposo. A partir de esto, Emma justificará su adulterio como parte de un desquite por la inutilidad de Carlos. El fracaso de Carlos la lleva a retomar su romance con Rodolfo.

Además, esta cita evidencia la inestabilidad emocional de Emma, que oscila arbitraria y peligrosamente entre el sacrificio por ser una buena madre y esposa, y la entrega desenfrenada a los excesos y el adulterio. La caída de Emma en la tentación adúltera es descrita como un "vértigo", es decir, como algo que atrae y a la vez oculta un riesgo. Asimismo, su actitud impune e imprudente queda representada por la antítesis que se construye entre el placer y lo perverso: "deleitábase con todas las perversas ironías".

Por lo que hace a su señora, lo confieso, siempre me ha parecido una sensitiva; por eso yo no le aconsejaría, mi buen amigo, ninguno de esos pretendidos remedios que, so pretexto de atacar los síntomas, van contra el temperamento. No, nada de medicinas inútiles. Mucho régimen: sedativos, emolientes, dulcificantes. Además, ¿no cree que acaso fuera menester atacar la imaginación?

Homais, Parte 2, capítulo XIII, p.256.

En esta cita vuelve a hacerse hincapié en las tendencias imaginativas y fantasiosas de Emma. Homais, el farmacéutico, es quien echa luces a Carlos sobre la supuesta enfermedad de Carlos. Mientras que este último es incapaz de percibir la infelicidad de su mujer y no logra dar con un remedio para sacarla de sus miserias, el farmacéutico comprende que el padecimiento de Emma poco tiene que ver con una condición física. Valiéndose de prejuicios que conciben a la mujer como débil y extremadamente sensible, Homais le dice a Carlos que su mujer padece de excesos de imaginación.

Esta será una advertencia que también le dará a Carlos su propia madre, al aconsejarle que le busque a su esposa una tarea que la mantenga ocupada y que la aleje de las lecturas, que tan mala influencia son para ella.

El recaudador parecía escuchar con los ojos abiertos como si no comprendiese. Emma proseguía hablando de una manera tierna y suplicante; se acercó a él; su seno palpitaba, y permanecieron silenciosos.

-¿Se le está insinuando? -dijo la señora Tuvache.

Binet estaba rojo como una amapola. Emma le cogió las manos.

-¡Oh, esto ya es demasiado!

Y algo abominable le proponía sin duda, porque el recaudador -era un valiente, no obstante, que había combatido en Bautzen y en Lutzen y hecho la campaña de Francia- retrocedió de pronto, como a la vista de una serpiente, exclamando:

-Señora, ¿y usted cree...?

Tuvache, Binet y narrador, Parte 3, capítulo VII, p.367.

En esta escena, se representa el momento en que Emma intenta seducir a Binet con el fin de conseguir su dinero para saldar su deuda con Lheureux. El narrador no la narra directamente, sino que decide en parte hacerlo desde la mirada de dos señoras que espían con horror lo que está sucediendo entre Binet y Emma. Aquí, se ve cómo la señora Tuvache expresa su indignación al evidenciar que Emma está seduciendo a Binet.

Así, la indignación de Tuvache representa la sorpresa del lector, que comprende en este punto que la situación de Emma ha alcanzado un nivel dramático. Si en la escena anterior, la mujer rechazó a Guillaumin, quien le pidió favores sexuales a cambio de su dinero, en esta escena Emma parece haber considerado la opción de venderse, con tal de conseguir fondos para evitar su quiebra económica.

Esta escena representa entonces el punto más alto de la desesperación de Emma y evidencia la renuencia de la mujer a aceptar la realidad que la acecha. Unas páginas atrás, ella sugirió a León que robara el dinero a su jefe, y aquí se demuestra que está dispuesta incluso a negociar la libertad que defendió hasta ahora y convertirse en un objeto sexual a disposición de los hombres. La humillación es aún mayor en la medida en que Binet se horroriza y rechaza su propuesta. Luego de esto, a Emma le queda solamente la opción de recurrir a Rodolfo.

Giró la llave de la cerradura, y Emma encaminóse derechamente al anaquel tercero - tan a maravilla guiábala su memoria-, cogió el tarro azul, lo destapó, y hundiendo en él la mano la sacó llena de un polvo blancuzco y empezó a comérselo. (...) Luego, súbitamente tranquilizada y casi con la serenidad del deber cumplido, se marchó.

Narrador, Parte 3, capítulo X, p.376.

Esta cita marca el punto más alto en la insatisfacción de Emma con su propia existencia, pero, también, señala el momento en que comprende que ya no hay nada por hacer para evitar el desenlace trágico. Luego de pedir dinero a sus amantes, y de recibir el rechazo de ambos; y después de ser humillada por Guillaumin, y de humillarse frente a Binet, al ofrecerle favores sexuales a cambio de dinero, Emma comprende que ya no hay nada que pueda hacer para evitar la quiebra y el embargo de todos sus bienes. Comprende que sus engaños quedarán pronto en evidencia y que perderá todo, no solo todas sus pertenencias sino, con ellas, la esperanza de una vida grandiosa.

Ante la evidencia de este fracaso, y pasmada ante la falta de soluciones fáciles y rápidas, Emma opta por la salida más fácil que se le presenta: suicidarse. Incluso la muerte es mejor para ella que aceptar una vida pobre y aburrida. Es por eso que, luego de tomar el arsénico, se siente tranquila y serena, como si hubiera un "deber cumplido".

Carlos no había abierto aún el secreto cajoncito de la gaveta de palisandro en la que Emma acostumbraba a guardar sus cosas. Un día, al fin, sentóse ante ella, hizo girar la llave y empujó el resorte. ¡Todas las cartas de León estaban allí! ¡Aquella vez no era posible la duda! Devoró hasta la última; miró en todos los rincones, en todos los muebles, en todos los cajones, en las paredes, sollozando, rugiendo trastornado, loco. Descubrió una caja y desfondóla de un puntapié. El retrato de Rodolfo le saltó en pleno rostro, entre misivas rebosantes de cariñosos transportes.

Su abatimiento produjo asombro. Ya no salía ni recibía a nadie, y hasta se negaba a visitar a sus enfermos. Con tal motivo, se dijo que se encerraba para beber.

Narrador, Parte 3, capítulo XI, p.412.

En esta escena, Carlos se encuentra por fin con la evidencia de los romances adúlteros de Emma. Hasta el momento, Carlos había permanecido ingenuamente ajeno a los engaños de su esposa. Embelesado con su belleza, satisfecho de haber conseguido para sí una mujer de esas características, Carlos estaba ciego a las mentiras de Emma, aun cuando estas eran cada vez más insostenibles y la gente a su alrededor, incluso su madre, ya estaban al tanto de todo. Ni siquiera la lectura de la carta de Rodolfo, olvidada por Emma en el desván, es suficiente evidencia para que Carlos acepte la realidad.

Sin embargo, luego de la muerte de su esposa, se atreve a revisar sus rincones más íntimos y descubre todas las cartas de León y un retrato de Rodolfo. Este descubrimiento opera una transformación irreversible en Carlos, que pasa de la pasividad al trastorno y la locura. De hecho, a partir de ese momento, se volverá huraño y se recluirá en su casa, incluso olvidando a sus pacientes. Carlos irá debilitándose, hasta que un día muere sorpresivamente.