Madame Bovary

Madame Bovary Resumen y Análisis Parte 1, Capítulos VII-IX

Resumen

Capítulo VII

Durante su luna de miel, Emma se siente decepcionada por estar en un simple pueblo y no en un romántico chalet en Suiza o en un castillo escocés, con su marido vestido de terciopelo, a la medida de sus sueños. Pronto Emma empieza a pensar que Carlos es aburrido. No logra entender su sencilla felicidad y empieza a resentir su comportamiento complaciente. Sin conocer el abatimiento de Emma, Carlos sigue amando a su nueva esposa y cree que ha encontrado realmente la felicidad.

Cuando la madre de Carlos visita su nuevo hogar, ella y Emma se enfrentan inmediatamente. La madre de Carlos está resentida por el hecho de que su hijo ame tan devotamente a Emma, y siente celos de que la nueva esposa de Carlos se lleve su atención y cariño. Hace un intento por convencer a Carlos de que corrija algunas formas de Emma para llevar la casa adelante, pero en seguida su mujer logra imponerse y Carlos acata.

Después de la visita de su suegra, Emma reevalúa su enfoque e intenta enamorarse de Carlos, pero no puede hacer más que jugar el papel de esposa feliz, pues la felicidad no emerge genuinamente. Incapaz de acceder a la pasión que creía que iba a encontrar en el matrimonio, Emma se pregunta si ha cometido un grave error al casarse con Carlos y se imagina que podría haber conocido a un hombre mejor. Piensa entonces en sus compañeras del convento y las imagina acompañadas de grandes hombres, disfrutando de la vida grandiosa de la ciudad, en fuerte contraste con la vida aburrida que está llevando adelante Emma junto a Carlos.

Un día, el marqués de Andervilliers, que es paciente de Carlos, invita a la pareja a un baile en su mansión en Vaubyessard. Emma se obsesiona con el concepto del baile y con el lujo y la riqueza que va a presenciar. Se imagina que el marqués vive una existencia perfecta e ideal, similar a la que ella aspira tener.

Capítulo VIII

El baile en Vaubyessard está a la altura de las expectativas de Emma. Ella queda muy sorprendida por la riqueza del marqués y por la opulencia y el lujo del baile y sus invitados. Aunque está extasiada por participar en este lujoso evento, Emma se siente avergonzada por Carlos. A sus ojos, su marido es torpe y poco sofisticado en comparación con los nobles y las mujeres cultas que asisten al evento. Carlos ve cómo Emma se arregla y ella lo desprecia cuando él quiere abrazarla, pues le dice que le arrugará la ropa. Asimismo, ella le dice que no se atreva a bailar, pues los avergonzará frente a esa gente respetable.

Emma se pasa la noche observando la opulencia del banquete, la belleza de los trajes de hombres y mujeres y sus conductas refinadas. Escucha conversaciones sobre Europa y poco entiende de qué versan. En un momento de la noche, Emma ve a través de la ventana del salón a un grupo de campesinos que observan el baile desde fuera. Al ver a esas personas, Emma recuerda la granja en la que vivía con su padre, los trabajos forzados, su educación poco sofisticada, y siente un gran contraste con su situación actual, a ese baile lujoso que la eleva a un nivel muy alto, que le hace imposible creer que aquel fue su pasado.

Más tarde, Carlos se queda dormido y Emma aprovecha para bailar con un vizconde que se le acerca. Mientras baila, Emma se imagina las vidas paralelas alternativas que podría haber llevado, llenas de lujo, pasión y fineza. Cuando el baile termina, Carlos está feliz de poder ir por fin a descansar, mientras que Emma hace esfuerzos por no quedarse dormida, para prolongar así lo más posible esa noche idílica.

Al día siguiente, Emma y Carlos viajan de regreso a su casa y en el camino se cruzan con el vizconde, que desde su coche deja caer una petaca de seda verde bordada. Carlos la recoge, diciendo que va a fumarse los cigarrillos que hay en su interior, y Emma lo burla, pues sabe que él no fuma. Al llegar a la casa, Emma se siente abatida por el enorme contraste entre el evento que acaba de presenciar y el regreso al aburrimiento y tristeza de su vida con Carlos en Tostes. Ese tedio queda representado en la actitud que adopta con la empleada doméstica: como al llegar la comida no está lista, Emma despide a la muchacha, insensiblemente. Luego, Carlos intenta fumar, pero comienza a toser, y Emma le ordena que abandone el cigarrillo. Ella se encarga de guardar como un recuerdo la petaca verde.

Emma siente que el baile ha marcado un antes y un después en su vida, y que la riqueza ha dejado huellas indelebles sobre su espíritu. Los primeros días luego del baile se encarga de ir contando, dramáticamente, el tiempo que la distancia de esa gloriosa fecha.

Capítulo IX

Emma se ha obsesionado con el concepto de la vida lujosa que cree que está destinada a tener. Cuando Carlos se va a trabajar, ella aprovecha para sacar de su escondite la petaca de seda verde y mientras la observa, se imagina la vida del vizconde en París y la de la mujer de la que él podría enamorarse.

Empieza entonces a pasar gran parte de su tiempo fantaseando con una vida mejor. Compra un plano de París para imaginarse recorridos por la ciudad, y lee innumerables revistas femeninas que hablan de la vida en la capital francesa. Su pensamiento comienza así a distanciarse de su realidad, y rechaza la vida mediocre de la campiña, en contraste con la vida idealizada de París.

Comienza también a tratar a Carlos con rabia y desprecio, porque lo culpa en gran medida de las limitaciones de su vida aburrida. Pero Carlos no se da cuenta de la infelicidad de su mujer y sigue admirando sus delicadezas y ocurrencias. Asimismo, él va mejorando su reputación en Tostes y para estar al tanto de los avances en su disciplina, se suscribe a una revista de medicina, pero no logra dedicarle tiempo a la lectura. Esto genera el desprecio de Emma, que se enoja ante la falta de ambición de su marido. Incluso se enfurece al enterarse de que otro doctor ha dejado en ridículo a Carlos, al contradecirlo en una de sus prescripciones médicas. Carlos se siente agradecido porque cree que su esposa lo apoya en esa polémica, pero en el fondo lo que motiva a Emma a enojarse es la vergüenza que siente de que su marido no sea un hombre respetable.

Mientras tanto, Emma espera un acontecimiento que cambie por fin su vida, y todas las mañanas despierta añorando esa novedad. Pero el cambio no llega, y ella se obsesiona tanto con su infelicidad que primero comienza a descuidar su aspecto y las tareas domésticas, y luego termina por enfermarse físicamente. Ahogada de envidia por la existencia exquisita que otras mujeres de ciudad están viviendo, Emma comienza a sufrir palpitaciones.

Carlos se preocupa mucho por la salud de su mujer y cree que un traslado a otra ciudad le dará la oportunidad de curarse. Decide que se mudarán a Yonville, un pueblo que convenientemente necesita un médico. Justo antes de mudarse, Emma descubre que está embarazada, y siente disgusto. En un arrebato de ira y frustración por la simplicidad de su vida, Emma arroja su ramo de novia seco al fuego y lo ve arder mientras empaca y se prepara para su traslado.

Análisis

La perspectiva de la novela ha cambiado en estos capítulos y se centra en el punto de vista de Emma. Así, la falta de modales refinados y las maneras sencillas de Carlos, esbozadas en los capítulos previos, se magnifican ahora, ante la mirada irritada de Emma. El narrador se detiene en la insatisfacción emocional que Emma comienza a sentir: la describe presa de un “malestar imperceptible, que cambia como las nubes y gira como el viento...” (63). Carlos representa para ella lo ordinario y los lugares comunes; le reprocha que carece de emoción, de diversión y curiosidad. Emma se lamenta, justamente, de que Carlos no le enseñe nada ni la motive, inclumpliendo así el rol que, según ella, cualquier hombre debe desempeñar con su esposa.

Como Emma está muy preocupada por sí misma, el relato se centra en una descripción minuciosa de su rutina diaria. Esta rutina contrasta notablemente con la existencia que ella añora, como aquella que -imagina- debe estar viviendo el vizconde, lo cual la lleva a convencerse de que su vida es miserable y aburrida. Emma comienza a sentirse decepcionada de la vida que eligió y empieza a sentir arrepentimiento de haberse casado con Carlos. A medida que el narrador presta más atención al aburrimiento de Emma, la novela genera una sensación de realismo, con lo cual el lector pierde de vista los alcances de la perspectiva idealizada de Emma y se compenetra con la tristeza de ella y el deterioro de su estado mental.

El conflicto básico en la vida de Emma es que está totalmente insatisfecha con su vida y siente una fuerte necesidad de llevar una vida mejor, pero se frustra ante la imposibilidad de llevar a la realidad la vida perfecta que imagina. En este sentido, el baile en Vaubyessard marca un antes y un después en su vida, pues es la evidencia de toda esa opulencia que ella desea y que jamás podrá tener al lado de Carlos. Esa noche, es fuerte el contraste entre Carlos, que poco entiende y poco se interesa por lo que pasa a su alrededor, al punto de que se queda dormido, y Emma, que observa todo con mirada anhelante y devoción. La imagen que Emma ve desde la ventana del salón de baile es representativa de este contraste: ella ve a los sirvientes que observan desde afuera el baile y se acuerda de su infancia en el campo; siente que ahora su situación ha cambiado, pues ya no observa desde afuera sino que está participando del baile, y añora poder retener esa posición privilegiada. Por eso, cuando se va a dormir, hace esfuerzos por mantenerse despierta “a fin de prolongar la ilusión de aquella vida lujosa que le iba a ser preciso abandonar dentro de poco” (77). Sin embargo, irónicamente, aunque Emma es intensamente feliz en el baile, no se da cuenta de que nadie se fija realmente en ella y que, en definitiva, nunca formará parte de ese mundo.

El baile tiene efectos irreversibles sobre Emma, y el contraste entre esa experiencia ideal y su vida cotidiana tiene efectos negativos en ella: “Su viaje a Vaubyessard había partido su vida, al modo de la tempestad que hiende en una sola noche el seno de las montañas. Resignóse, empero, y guardó piadosamente en la cómoda sus bellos atavíos y hasta los zapatitos de raso, cuyas suelas amarilleaban, y ello por el roce que sufrieran con la cera del entarimado de los salones. Su corazón era como ellos: el roce con la riqueza dejó en él una huella que jamás desaparecería” (79). Mucho tiempo después de que el baile haya terminado, Emma se aferra a sus recuerdos como si su vida dependiera de ello, mientras se resiente cada vez más de su marido.

La definición de felicidad de Emma es, después de todo, inaccesible. En estos capítulos, se pone en evidencia el modo en que, decepcionada de la realidad material que la rodea junto a Carlos, Emma empieza a vivir una vida paralela de ensueño: compra un mapa de París con el cual se figura recorridos imaginarios y se hunde en las lecturas sobre esa ciudad. En este punto, la novela desarrolla extensamente el tema del contraste entre el campo y la ciudad. París se convierte para Emma en símbolo de la vida refinada y divertida que añora tener, en oposición a la vida aburrida y ordinaria de la campiña. Emma exhibe una creciente envidia por las mujeres que viven en la ciudad: “con el ruido de las calles, el abejorreo de los teatros y el esplendor de los bailes (...) llevarían esas existencias en las que el corazón se dilata y despiértanse los sentidos” (67), y contrasta esa vida ideal con su existencia real, “todo lo que veía en torno de ella, campiña tediosa, lugareños imbéciles, mediocridad de la existencia” (85). Emma siempre ha imaginado una vida de lujo y pasión, pero se ha casado con un simple y aburrido granjero de clase media. Como se niega a aceptar su situación, se vuelve cada vez más inquieta e infeliz. Su obsesión es tal que acaba por desencadenar una enfermedad física.

La primera parte de la novela se cierra con Emma prendiendo fuego su corona nupcial. Al arrojarla al fuego, simbólicamente está rechazando por completo su matrimonio y la existencia de clase media que cree que le ha impedido vivir la vida ideal que merece.