Luvina

Luvina Resumen y Análisis Parte 3

Resumen

El protagonista prosigue su relato: no recuerda cuánto tiempo estuvo en Luvina, pero “debe haber sido una eternidad” (236). Allí el tiempo es largo, y a nadie le preocupa el paso de los años. Solo hay días y noches hasta la muerte, que para los habitantes de Luvina, dice, es una esperanza. Agrega que los viejos se limitan a sentarse en los umbrales de sus casas a mirar pasar el tiempo.

En Luvina solo quedan los viejos y las mujeres. Apenas crecen, los varones se van, solo para volver cada tanto, proveer a los viejos, embarazar a alguna mujer y volver a partir: “Los hijos se pasan la vida trabajando para los padres como ellos trabajaron para los suyos” (237).

Un día, el hombre intentó convencer a los habitantes de Luvina de irse, con la esperanza de que el gobierno los ayudara. La madre del gobierno era la Patria, les dijo el protagonista, pero la gente se rio y replicó que el gobierno no tiene madre. “Fue la única vez que he visto reír a la gente de Luvina” (ídem), cuenta. Y agrega que tenían razón: el gobierno solo se acuerda de ellos cuando alguno ha cometido alguna fechoría. Entonces lo manda a matar.

Los viejos de Luvina suman un argumento para quedarse en el pueblo: si se van, “¿quién se llevará a nuestros muertos?” (238). Así que ellos siguen allí, y el protagonista le advierte al otro: “Los mirará pasar como sombras, renegados al muro de las casas, casi arrastrados por el viento” (ídem).

El protagonista recuerda que quizás hayan pasado quince años desde que lo enviaron a él mismo a San Juan Luvina. Entonces tenía ideas, pero en Luvina todo se desmoronó. “San Juan Luvina” le sonaba a cielo, pero es el purgatorio, agrega. Es un lugar moribundo donde, una vez que uno se acostumbra al viento, “no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades” (239).

Por último, el hombre pide unos mezcales, pero luego se queda mirando un punto fijo, en silencio. Después se recuesta sobre la mesa y se queda dormido.

Análisis

Hacia el final del cuento se develan con más claridad algunos datos, antes sugeridos apenas, sobre el contexto de la historia y algunas causas específicas del abandono de Luvina, así como de la vida del protagonista allí.

En primer lugar, se menciona por primera vez al gobierno, y se lo describe como una institución ausente, que aparece apenas para castigar brutalmente a quien cometa alguna fechoría. Así, cuando el protagonista les propone a los otros habitantes de Luvina que se vayan y pidan ayuda al gobierno, ellos se ríen, mostrándose totalmente descreídos. Aun más, el hombre recuerda aquel llamado como una ingenuidad; al final, los otros tenían razón, y del gobierno no se podía esperar nada. Esta es la única crítica institucional explícita del relato, pero si la asociamos a la descripción de la tierra yerma en la que les tocó vivir a los campesinos, y a la del atraso y el abandono en el que está sumido el pueblo, tenemos un contundente retrato y una denuncia del México rural posrevolucionario.

No obstante, este abandono parece haber cobrado tal magnitud que se plasma mucho más allá del funcionamiento institucional, y se extiende, como comentábamos antes, a la geografía y el clima de Luvina, lo que le da al relato un carácter mucho más universal, casi mítico, que alude a la soledad y la omnipresencia de la muerte. Un claro ejemplo de cómo se funden uno y otro plano puede observarse en los argumentos que utilizan los viejos de Luvina para negarse a dejar el pueblo. Uno, como decíamos, es que no recibirán ayuda del gobierno, pero el segundo consiste en que nadie cuidará de sus muertos si ellos no se quedan.

Otro elemento que aporta a este costado mítico y universal del texto es la caracterización del tiempo que se observa en este tramo final. Este es difuso (el hombre no recuerda cuánto tiempo estuvo en Luvina) y parece eterno (“como si se viviera siempre en la eternidad”, 236), pero no se eterniza como una linealidad, sino como un ciclo que se repite infinitamente: “Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte” (236). Además, el hombre cuenta que “Los hijos se pasan la vida trabajando para los padres como ellos trabajaron para los suyos y como quién sabe cuántos atrás de ellos cumplieron con su ley” (237).

En definitiva, si en otros cuentos de El llano en llamas lo terrible se plasma en hechos concretos en los que se concentran la violencia, el asesinato y la humillación, en San Juan Luvina la tragedia es aún peor porque resulta totalizadora, y de ella no se puede escapar: se oye en el viento, se ve en el paisaje y se vive en la repetición de un ciclo que ha condenado las vidas y ha marcado las mentes de quién sabe cuántas generaciones de habitantes de este pueblo que, en definitiva, podría ser cualquiera.