Luvina

Luvina Citas y Análisis

De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho.

Narrador, 229.

Así comienza el cuento de Rulfo, dando desde las primeras palabras una pista de lo que se confirmará a medida que avancen las páginas: el protagonista de este relato es, esencialmente, un pueblo. Por otro lado, también desde la primera frase se describe un lugar inhóspito y pasivo: Luvina está sobre un terreno pedregoso del que no puede sacarse ningún provecho.

[El viento] Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones lisos, descobijados. Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye a mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso, raspando las paredes, arrancando tecatas de la tierra, escarbando con su pala picuda por debajo de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a remover los goznes de nuestros mismos huesos.

El hombre que habla, 230.

Esta alusión inicial al viento de Luvina da cuenta de su omnipresencia y su carácter hostil. Podemos observar el énfasis con el que este elemento natural aparece personificado: parece morder las cosas, “se lleva el techo de las casas”, “rasca como si tuviera uñas”, raspa las paredes, arranca tecatas, escarba con su pala picuda por debajo de las puertas.

Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza.

El hombre que habla, 231.

Después de referirse al viento, a la tierra y a la falta de lluvia en Luvina, el protagonista del cuento concluye de este modo su descripción del pueblo, haciendo alusión a la tristeza y al desconsuelo que caracterizan al lugar y también, necesariamente, a sus habitantes.

Allá viví. Allá dejé la vida… Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado. Y ahora usted va para allá… Está bien. Me parece recordar el principio.

El hombre que habla, 232.

Esta es una de las pocas alusiones de este cuento que nos permiten asociarlo a la reflexión sobre los fracasos de la Revolución Mexicana, que se abordan de forma más directa en otros relatos de la colección en la que este se incluye. El protagonista cuenta que llegó a Luvina lleno de ilusiones -luego comprenderemos que fue en carácter de profesor-, pero que el proyecto fue un fracaso.

Por otro lado, en esta cita también podemos observar una alusión al tiempo cíclico que parece caracterizar a Luvina: el interlocutor silencioso se dirige a Luvina repitiendo el ciclo que cumplió el protagonista, quien, dice, parece recordar así el principio de su historia.

Allí no había a quién rezarle. Era un jacalón vacío, sin puertas, nada más con unos socavones abiertos y un techo resquebrajado por donde se colaba el aire como un cedazo.

El hombre que habla, 234.

La descripción de la iglesia, donde se refugian el protagonista y su familia la primera noche en Luvina, aporta a la idea del pueblo como un lugar abandonado y aislado, al punto que hasta Dios parece haberlos dejado solos. En este sentido, el pasaje es explícito: “Allí no había a quién rezarle”.

Me detuve en la puerta y las vi. Vi a todas las mujeres de Luvina con su cántaro al hombro, con el rebozo negro colgado de su cabeza y sus figuras negras sobre el fondo negro de la noche.

El hombre que habla, 235.

El primer contacto que el protagonista tiene con la población de Luvina es este encuentro con las mujeres del pueblo. Su caracterización es muy significativa: aparecen como un personaje colectivo, sin individualidades diferenciables, y constituyen además una presencia bastante fantasmal, en tanto se describen como figuras negras sobre un fondo negro.

Me parece que usted me preguntó cuántos años estuve en Luvina, ¿verdad…? La verdad es que no lo sé. Perdí la noción del tiempo desde que las fiebres me lo enrevesaron; pero debió haber sido una eternidad… Y es que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas ni a nadie le preocupa cómo van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza.

El hombre que habla, 236.

En este pasaje se tematiza muy claramente el tiempo. En Luvina, este parece ser eterno y cíclico a la vez. El tedio y la repetición, además, lo vuelven informe, y se le hace difícil al protagonista medirlo. En todo caso, a nadie en Luvina parece importarle el tiempo. Al fin y al cabo, nada cambia; todo se repite, tediosamente, hasta la muerte.

Los mirará pasar como sombras, renegados al muro de las casas, casi arrastrados por el viento.

El hombre que habla, 238.

En este pasaje, el protagonista ofrece una imagen muy elocuente de los viejos que habitan Luvina. Así como las mujeres se veían como figuras oscuras sobre el fondo oscuro de la noche, los viejos son como sombras que se arrastran. Nuevamente, nos encontramos con seres fantasmales que funcionan como un personaje colectivo, indiferenciado, más que como un conjunto de individuos.

En esa época tenía yo mis fuerzas. Estaba cargado de ideas… Usted sabe que a todos nosotros nos infunden ideas. Y uno va con esa plasta encima para plasmarla en todas partes. Pero en Luvina no cuajó eso.

El hombre que habla, 238.

Esta es otra de las pocas y sutiles alusiones que asocian este relato a los fracasos de la Revolución Mexicana. El hombre afirma haber ido a Luvina con ideas y con una ilusión, pero las cosas allí no funcionaron como pensaba.

San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio.

El hombre que habla, 238.

Los cuentos de El llano en llamas están plagados de referencias religiosas: la religión constituye una parte central en la vida rural mexicana, y su presencia en los textos de la colección responde a esta realidad.

En esta cita en particular, es interesante la asociación de Luvina al purgatorio, más si la conectamos con las presencias fantasmales que habitan el pueblo, suerte de muertos-vivos silenciosos y pasivos. En este sentido, Luvina parece una antesala de la Comala infernal donde habitarán los muertos de Pedro Páramo.