Los tres mosqueteros

Los tres mosqueteros Resumen y Análisis Capítulos 5-8

Resumen

Capítulo 5: Los mosqueteros del rey y los guardias del cardenal

D’Artagnan llega solo al lugar de su primer duelo; no tiene conocidos en París y no tiene quién haga las veces de padrino en el duelo. En el lugar acordado, el convento de monjas carmelitas, se encuentra Athos. La idea de pelear contra un chico tan joven e inexperto no le parece lo más apropiado. Él, a diferencia de d’Artagnan, sí tiene quién lo acompañe: sus dos padrinos son Porthos y Aramís.

Cuando d’Artagnan ve a Porthos y Aramís acercarse al lugar, les pide disculpas si ellos no logran cobrar su honor con el duelo en caso de que Athos lo mate. Acto seguido, desenvaina su espada dispuesto a pelear. Apenas empiezan la pelea, el duelo se ve interrumpido por la llegada de los guardias del cardenal. Los duelos están prohibidos por lo que los guardias quieren llevarse a los mosqueteros detenidos. En lugar de someterse a la autoridad de los guardias del cardenal liderados por Jussac, los mosqueteros pelean con ellos. En un principio, a Porthos le preocupa perder la pelea porque no quiere someterse a otra llamada de atención del señor de Tréville y están en desventaja porque ellos son cinco y los mosqueteros, tres. En ese momento, d’Artagnan se ofrece a pelear con los mosqueteros. De los cinco guardias, uno termina muerto y los otros cuatro heridos. Contentos con su victoria, Porthos, Athos, Aramís y d’Artagnan vuelven al palacio de Tréville.

Capítulo 6: Su majestad el rey Luis XIII

En el palacio, el señor de Tréville vuelve a llamarles la atención por enfrentarse a los guardias del cardenal, pero, por lo bajo, los felicita por haber vencido. Sabe que debe hablar con el rey de inmediato para contarle su versión de los hechos, pero cuando llega al palacio Louvre, el rey ya está en una audiencia con el cardenal. A la noche asiste a los juegos en el palacio. El rey está de buen humor porque está ganando en las apuestas, pero igual le reclama a Tréville por lo que hicieron los mosqueteros. Para justificar a sus hombres, Tréville da vuelta la historia y le dice que eran los hombres del cardenal los que se habían citado en la plaza al lado del convento para un duelo. Tréville menciona los nombres de los tres mosqueteros involucrados a quienes el rey conoce por nombre. Además, menciona también al joven gascón. El rey se pone del lado de Tréville y sus hombres; luego, pide ver a los tres mosqueteros y el joven d’Artagnan el día siguiente para felicitarlos.

Antes de la audiencia, d’Artagnan se encuentra con los mosqueteros para un juego de pelota que él desconoce. Al darse cuenta de que no puede hacer frente a sus compañeros en el juego, se retira para ubicarse entre los espectadores. Allí se encuentra Bernajoux, un guardia del cardenal, que provoca a d’Artagnan burlándose de él. Empiezan a pelear allí delante de todos. D’Artagnan hiere de gravedad a su oponente, y otros hombres se involucran en la pelea del lado del cardenal y del lado del aprendiz de mosquetero.

Luego de la pelea se encuentran con Tréville que sabe todo sobre el altercado. Van al Louvre para entrevistarse con el rey, pero lo encuentran de mal humor. Las noticias de la pelea también han llegado al palacio, y el rey no quiere tener que lidiar con las quejas del cardenal sobre el mal comportamiento de los mosqueteros. Tréville y el duque de La Tremouille, otro noble, convencen al rey de que los culpables de la pelea fueron los guardias del cardenal.

El rey recibe a los mosqueteros, incluido d’Artagnan, pero aprovecha para reprenderles por su mal comportamiento. De todas maneras, d’Artagnan causa una buena impresión y el rey les da plata a Athos, Porthos, Aramís y d’Artagnan. Como gesto hacia d’Artagnan, el rey solicita que le concedan un lugar como guardia de monsieur Des Essarts para que inicie su camino hacia convertirse en mosquetero.

Capítulo 7: Los aposentos de los mosqueteros

Con el dinero y la buena estima del rey, lo primero que hace d’Artagnan es comer bien y contratar a un criado llamado Planchet. Cada mosquetero tiene un criado que satisface las necesidades y la personalidad tan distinta de cada amo. El criado de Athos es Grimaud, quien venera a su amo y habla lo menos posible. El criado de Porthos es Mosquetón a quien su amo le garantiza ropa elegante para que su aspecto sea distinguido. Aramís cuenta con la ayuda de Bazin, un hombre tan piadoso como su amo y que desea algún día dejar de ser mosquetero para entrar en la Iglesia.

Capítulo 8: Una intriga cortesana

Los cuatro hombres a menudo se encuentran con menos dinero del que necesitan para sostener su estilo de vida. Un día, el casero que le alquila el cuarto a d’Artagnan y que no ha recibido ningún pago en meses se presenta en la casa de su inquilino. Lo que sucede es que su mujer, madame Bonacieux, ha sido secuestrada, y monsieur Bonacieux asume que d’Artagnan, junto con los mosqueteros que frecuenta, pueden hacer algo al respecto a cambio de no pedir ni que se salde la deuda de alquiler ni que se pague alquiler en el futuro.

D’Artagnan quiere saber más detalles sobre lo sucedido. Madame Bonacieux trabaja como costurera en el palacio para la reina. La Porte, el valet de la reina y su confidente, la eligió para que esté cerca de la reina, a quien el rey tiene abandonada y el cardenal espía. Al parecer se cree que la reina tiene una relación amorosa con el duque de Buckingham, y el cardenal quiere exponerla ante todos. Monsieur Bonacieux describe al hombre que secuestró a su mujer, y d’Artagnan de inmediato reconoce que se trata del hombre de Meung. En ese preciso momento, d’Artganan ve por la ventana al hombre de Meung y sale corriendo para evitar que se escape una vez más.

Análisis

A pesar de que d’Artagnan ahora cuenta con la amistad de los tres mosqueteros, sigue comportándose impulsivamente de tal manera que se mete en problemas constantemente. D’Artagnan sigue sintiéndose extremadamente vulnerable porque percibe que no comprende los usos y costumbres de la sociedad parisina. Esto sucede en el juego de pelota en el que, por evitar cualquier humillación, d’Artagnan prefiere retirarse hasta aprender a jugar como corresponde. Cuando alguien se atreve a burlarse de él, d’Artagnan se pelea para resarcir su honor.

En el camino de maduración que va a experimentar d’Artagnan, su nobleza de espíritu y su integridad le garantizan el aprecio de todos con quienes se cruza. Es decir que, a pesar de sus alardes y la facilidad con la que desenfunda su espada, d’Artagnan va a lograr salir bien parado de las situaciones en las que se enreda.

Asimismo, d’Artagnan cuenta con una habilidad para la pelea que llama la atención y su carácter arrojado se lleva tantos gestos de admiración como de reprobación. Su rusticidad en comparación con los mosqueteros y los guardias del cardenal en el campo de batalla le da una ventaja sobre los oponentes que quizá intenten mostrar su habilidad con movimientos elegantes en lugar de eficientes. La violencia en estos episodios no parece escandalizar a nadie; las peleas que surgen por los motivos más triviales tienen consecuencias serias, incluyendo la muerte, pero están naturalizadas en la sociedad. En la obra todas las vidas no parecen valer lo mismo desde el momento en que las muertes de los colaboradores del cardenal no parecen importar. De alguna manera, la violencia y las nociones de bien y mal están politizadas y se dividen de manera simplista entre el bando de los buenos y el bando de los malos.

La trivialización de la violencia también se vincula con lo que la sociedad retratada valora por encima de todo: la valentía y el honor. La vida misma está supeditada a esos dos valores supremos cuando los personajes están dispuestos a matarse por los motivos más insignificantes.

Estas actitudes se replican en todos los escalones de esta sociedad sumamente estratificada. Los mosqueteros son quienes actúan, pero detrás de esas acciones se urden intrigas políticas y, así como los mosqueteros tienen que ser hábiles en el uso de la espada, su capitán, el señor de Tréville, tiene que ser hábil en la diplomacia. De todas maneras, su capacidad para manipular el relato en favor de los mosqueteros es lo que apaña sus bravuconadas.

En cuanto a otras figuras de liderazgo como la del rey, pasa algo parecido: por una parte, intenta mantener el orden criticando los excesos de los mosqueteros, pero, por otra parte, festeja cualquier cosa que se asemeje a una victoria sobre su enemigo oculto: el cardenal.

Incluso los tres mosqueteros que están dispuestos a guiar a d’Artagnan en el mundo cortesano parisino están repletos de defectos en su carácter. Cada mosquetero sirve como contrapunto de los otros dos. Porthos es el más chabacano y fanfarrón de los tres, pero también es generoso. Aramís es prudente y más frugal porque todo está orientado a sus intereses religiosos. Athos es el más misterioso y reservado de los tres. Todos manejan mal su dinero y tienen serios problemas para seguir indicaciones. A pesar de que gozan de prestigio y fama, los mosqueteros tienen que lidiar con estas cuestiones mundanas.

Los héroes de Dumas, en este sentido, son imperfectos y, por momentos, se acercan más a la figura de un antihéroe. Gran parte del atractivo de sus obras es la humanidad de sus héroes. Cuando d’Artagnan se siente obligado a ayudar a Bonacieux a encontrar a su mujer, está movido tanto por el altruismo y la heroicidad de proteger a alguien que necesita de él, especialmente cuando se trata de una mujer, como por la perspectiva de no tener que pagar el alquiler nunca más.

Por último, vale la pena detenerse en el ritmo que toma la novela. Si bien los primeros capítulos la trama avanza con cierto dinamismo por la inclusión de las peleas insignificantes y las torpezas en las que cae d’Artagnan, la trama que se centra en las intrigas del cardenal y el misterio del hombre de Meung no avanza con demasiada rapidez. El cardenal apenas aparece en estos capítulos y lo hace de manera muy tangencial. Asimismo, el perfil del hombre de Meung se dibuja de manera muy pausada. Con el pedido del señor Bonacieux se abre una serie de nuevas incógnitas que atrapan al lector.