Las batallas en el desierto

Las batallas en el desierto Resumen y Análisis Capítulos 1-2

Resumen

Capítulo 1: El mundo antiguo

El narrador comienza a hablar de su niñez en el México de fines de los años cuarenta y dedica todo el capítulo a contextualizarla. Comienza hablando de los programas que escuchaban por radio, puesto que todavía no había televisión, entre los que destacan Tarzán, El Llanero Solitario y Las aventuras de Carlos Lacroix, entre otros. Trambién menciona personajes del entretenimiento, como Paco Malgesto, el relator de las corridas de toros o Carlos Albert, el cronista del fútbol. Son los años de la posguerra y en México comienzan a circular los primeros coches producidos después de la guerra: los Cadillac, Buick y Dodge, entre muchos otros.

El año que recuerda el narrador es contradictorio por las calamidades que sucedían en el DF y el espíritu de progreso que se respiraba en el aire. Fue el año de la poliomielitis, de las inundaciones y de la fiebre aftosa. Pero ese mismo año, el presidente Miguel Alemán inauguraba alguna obra pública casi todas las semanas. El “Señorpresidente”, como lo llama el narrador, aparecía en todas partes, endiosado como la figura salvadora del país.

En esos años, los periódicos hablan de una época oscura para el mundo que, sin embargo, puede ser una época de esperanza para México, y postulan un futuro ideal y ultramoderno para sus ciudades. Mientras tanto, la invasión cultural y comercial de Estados Unidos se hace evidente y los mexicanos comienzan a adoptar tanto sus productos como sus costumbres y sus lenguajes.

Capítulo 2: Los desastres de la guerra

El narrador recuerda e idealiza sus años en el colegio. En esa época, Israel acababa de establecerse y estaba en guerra contra la Liga Árabe; en el colegio, los chicos juegan a las batallas entre dos bandos: árabes y judíos, bajo la mirada triste y cargada de desaliento de Bernardo Mondragón, su profesor.

Entre los compañeros del narrador hay muchos inmigrantes, como Jim, nacido en San Francisco y con quien el protagonista establece una amistad, o Toru, un japonés crecido en un campo de concentración, de quien todos los compañeros se burlan y abusan, pero que es el más inteligente de la clase y terminará dirigiendo una industria japonesa de gran importancia. El narrador nunca trata mal a Toru; siente mucha empatía por aquel compañero inmigrante, único de su país en la clase.

El narrador habla luego de Colonia Roma, el barrio en el que vive y el patio de tierra colorada al que llaman “el desierto” y donde juega sus batallas con otros niños. Colonia Roma es descripta como un pueblo aparte y peligroso: los adultos cuentan historias del Hombre del Costal que vive allí y que secuestra a los niños, les saca los ojos, les corta las manos y la lengua y los pone a pedir caridad, para luego quedarse con todo.

Tras hablar de las batallas de sus juegos, el narrador menciona que para él la guerra es cosa de juegos y de películas, mientras que para sus padres es algo todavía fresco, ya que no han pasado siquiera dos décadas desde las persecuciones religiosas en México y de la sublevación de Saturnino Cedillo, vencido por el general Cárdenas.

En este punto, el narrador regresa a sus recuerdos del colegio y los días en que llevaban a todos los niños a las inauguraciones de monumentos dedicados al presidente, de los que dice que en general se trataba solo de un montón de piedras de obras que nunca se terminaban de construir.

Finalmente, el narrador vuelve sobre sus amigos y menciona que ha tenido muchos, pero que a sus padres no les han caído nunca bien debido a sus trasfondos familiares: uno era hijo de padres divorciados y otro tenía una madre que trabajaba, y eso era una indecencia para la familia.

Análisis

Las batallas en el desierto es una novela en la que Carlos, el narrador, intenta reconstruir un año particular de su infancia, hacia fines de la década de 1940. La novela comienza con la frase “Me acuerdo, no me acuerdo: ¿Qué año era aquél? (p.13), que pone automáticamente de manifiesto el carácter de construcción subjetiva del relato, construido desde la memoria de un adulto mayor que mira su pasado y rescata de él sus recuerdos de la infancia. Es evidente que entre mayor sea el tiempo entre lo sucedido y el tiempo de la narración, disminuye la exactitud de lo narrado, por lo que se tiende a ficcionalizar el pasado, o, al menos, a borrar las marcas de certeza.

Por eso, la antítesis con la que se abre la novela, “me acuerdo" / "no me acuerdo” -y que se repite nuevamente al final de la obra- es una estrategia discursiva que justifica cualquier posible error al mencionar ciertos acontecimientos históricos, e incluso la posibilidad de una deformación, o más bien de una reformulación, de las experiencias y los pensamientos del niño: si bien es Carlos ya adulto el que relata lo que vivió cuando era pequeño, al lector se le presenta cierta ambigüedad sobre la veracidad del relato que se despliega ante él.

La estructura narrativa propone un relato en primera persona con una focalización interna que varía entre el narrador adulto y el protagonista niño. Esta doble focalización entre el adulto que cede la palabra a su recuerdo y el niño de años atrás permite que ambos entren en la historia con una clara diferencia de perspectivas sobre los mismos hechos: a la voz del niño, cargada de ilusiones, se le contrapone la del adulto que observa críticamente las transformaciones que ha sufrido su país. Así, la focalización en la niñez implica también un proceso en el que el adulto (de más de 60 años, si se toma como referencia la fecha de publicación de la novela, 1981) incorpora una perspectiva y una voz infantiles necesarias para lograr una crítica social desde el universo de representaciones de un niño. A su vez, la voz del narrador incorpora a su relato las voces de otros personajes (especialmente de la madre), valiéndose para ello del discurso indirecto libre: no existen marcas gráficas, como los guiones, que indiquen apertura y cierre de diálogo o introducción de la voz de otro personaje, por lo que el lector debe reconocer en cada momento de quién es la voz que el narrador está incluyendo integrada a la suya propia. Esta es una de las marcas principales del estilo de Pacheco en cuanto a la construcción de la voz del narrador.

Normalmente, son las narrativas adultas que en la construcción del relato fuerzan la niñez hacia su mundo (es decir, hacia sus valores y sus estructuras), pero en el relato de Carlos, la dinámica se invierte: el Carlos adulto narra la historia forzando su adultez hacia el universo del niño. La novela propone un contrapunto entre las narrativas con las que los adultos explican el mundo y la visión de un niño que se resiste a pensar y vivir según estas narrativas heredadas. Esto pone en tensión las narrativas adultas con la visión del mundo del niño, y esa tensión, como se verá en los capítulos siguientes, constituye una de las riquezas principales de la obra.

Con respecto al estilo, como muchos críticos de la obra de Pacheco han señalado, Las batallas en el desierto presenta una estética pop art, caracterizada por presentar una profusión abundante de imágenes y elementos tomados de la cultura popular y de la realidad cotidiana. El estilo pop art se deriva de una época de rápida modernización en la que el pueblo mexicano recibe una avalancha de productos de consumo popular proveniente de los Estados Unidos. En ese sentido, la novela no solo está satura de signos de la modernidad y de la sociedad de consumo estadunidenses, sino también de signos, objetos, atributos, formas e imágenes de los que se valió la corriente artística y gráfica pop art. En esta corriente, la narrativa sirve como canal de expresión del contexto que se vive, y es una vía que entreteje las críticas sobre los momentos más relevantes de la cultura, en este caso, mexicana.

Varios ejemplos de ello se presentan desde el comienzo de la novela: el autor comienza haciendo una enumeración de productos de consumo cultural, desde el entretenimiento hasta la locomoción, el deporte y de nuevo al entretenimiento:

Ya había supermercados pero no televisión, radio tan solo: Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, El Llanero Solitario, La Legión de los Madrugadores, Los Niños Catedráticos, Leyendas de las calles de México, Panseco, El Doctor I.Q., La Doctora Corazón desde su Clínica de Almas. Paco Malgesto narraba las corridas de toros, Carlos Albert era el cronista de futbol, el Mago Septién trasmitía el beisbol. Circulaban los primeros coches producidos después de la guerra: Packard, Cadillac, Buick, Chrysler, Mercury, Hudson, Pontiac, Dodge, Plymouth, De Soto. Íbamos a ver películas de Errol Flynn y Tyrone Power, a matinés con una de episodios completa: La invasión de Mongo era mi predilecta. Estaban de moda Sin ti, La rondalla, La burrita, La múcura, Amorcito Corazón” (p.13).

Estas enumeraciones continúan todo a lo largo de la novela y constituyen el principal rasgo estilístico de Las batallas en el desierto.

En el capítulo 2 se comprende el título de la novela: Las batallas en el desierto alude a un juego de niños inspirado en guerras de religión. Las batallas en el desierto es de hecho el juego que jugaban los compañeros de Carlitos en el patio de la escuela. La trama se lleva a cabo en los años del periodo presidencial de Miguel Alemán (1946-1952), momento en que acaba de establecerse Israel y hay guerra contra la Liga Árabe. En ese contexto, la diversión de los niños consiste en formar dos grupos que representan cada uno de los bandos para jugar a matarse. Lo interesante es que estos juegos tienen su correlato real, con su odio real, en la vida cotidiana del colegio: “Los niños que de verdad eran árabes y judíos sólo se hablaban para insultarse y para pelear” (p.17). Aquí tenemos la primera narrativa totalizadora que se nos presenta determinando a los niños y que será de importancia en toda la novela: la religión. Pero el título de la novela también alude, simbólicamente, a muchas otras batallas, todas en el desierto, todas fundadas en otras grandes narrativas adultas que se irán desplegando en los capítulos siguientes.

Como se ha mencionado, el recuerdo de infancia del narrador se centra en los últimos años de la década de 1940. El autor, José Emilio Pacheco, tiene el objetivo de reconstruir el espacio sociocultural de un momento histórico, el del México de la segunda posguerra y, como se ve desde el primer capítulo, arremete contra la uniformización del modo de vivir mexicano, la transculturación progresiva, la contaminación creciente, la industrialización excesiva, el autoritarismo, la corrupción de las élites y el mercantilismo. La transculturación comprendida como un proceso gradual por el cual una cultura adopta rasgos de otra, que generalmente se le imponen de diversa manera desde una cultura “más desarrollada” y que conlleva generalmente también la aculturación, es decir, la pérdida de los elementos distintivos de la cultura propia, es uno de los procesos a los que el narrador más presta atención en su relato. El siguiente ejemplo es una clara muestra de ello:

“Mientras tanto nos modernizábamos, incorporábamos a nuestra habla términos que primero habían sonado como pochismos en las películas de Tin Tan y luego insensiblemente se mexicanizaban: tenquíu, oquéi, uasamara, sherap, sorry, uan móment pliis. Empezábamos a comer hamburguesas, pays, donas, jotdogs, malteadas, áiscrim, margarina, mantequilla de cacahuate. La coca cola sepultaba las aguas frescas de jamaica, chía, limón. (..) En mi casa está prohibido el tequila, le escuché decir a mi tío Julián. Yo nada más sirvo whisky a mis invitados: hay que blanquear el gusto de los mexicanos” (pp.15-16).

Este “blanquear” que utiliza el narrador al recordar las palabras de su tío es la mayor muestra de transculturación que está sufriendo la clase media mexicana.

Finalmente, los primeros capítulos ayudan también a pintar la inconformidad de la sociedad hacia el gobierno de Miguel Alemán, que se la pasa inaugurando obras públicas a medio terminar, mientras destruye la economía del país y roba junto a sus ministros de forma descarada. Para ilustrar de forma contundente la época, el narrador recurre a las palabras de su hermano: “Qué importa contestaba mi hermano, si bajo el régimen de Miguel Alemán ya vivimos hundidos en la mierda” (p.14). Como seguirá planteándose en los capítulos siguientes, mientras que muchos sufrían, las personas más cercanas al presidente, o que de alguna manera se involucraban en la política, se favorecían en cuanto a posesión económica y adquisición de bienes en zonas prestigiadas.