La Noche

La Noche Resumen y Análisis del Capítulo 4

Resumen

El líder del campo y el jefe de la tienda de Eliézer se interesan especialmente por los niños y les dan comida extra. Eliézer explica que los niños son intercambiados entre homosexuales en el campo. Cuando Eliézer llega al campo, este parece vacío. Como de costumbre, los prisioneros se duchan y se les da ropa nueva. Los veteranos les dicen que Buna es un buen campo y que deben tratar de evitar ser ubicados en la unidad de construcción. El jefe de la tienda de Eliézer es un alemán gordo y de aspecto depredador. Su asistente intenta quedarse con los zapatos de Eliézer a cambio de poner a él y a su padre en la misma unidad, pero Eliézer se niega, incluso después de que el otro le ofreciera una ración extra de comida. Luego le quitan los zapatos de todos modos. Después de un examen médico, Eliézer es puesto al azar en el bloc de la orquesta y se hace amigo de unos músicos, que le dicen que ha sido ubicado en una buena unidad Todo lo que tiene que hacer es contar pernos y bombillas en un almacén eléctrico, y consigue que su padre sea transferido a su unidad. El único peligro real es Idek, el kapo, que a veces estalla en una furia violenta. Eliézer se hace amigo de dos hermanos checos llamados Yossi y Tibi. Juntos, canturrean cantos sionistas y hablan sobre Palestina, y todos planean abandonar Europa tan pronto como sean liberados.

En este capítulo, Eliézer relata una serie de incidentes que vienen a su memoria. Cada episodio es breve, y la narrativa es algo fragmentada. El jefe del bloc de los músicos es un judío llamado Alfonso que a veces les da sopa extra. Una vez, Eliézer es enviado al dentista para que le extraigan su corona de oro, pero finge estar enfermo dos veces y eventualmente se la queda. La extracción finalmente se cancela ya que el dentista es colgado por quedarse con parte del oro que extrajo a los pacientes. Eliézer planea usar su corona para comprar pan y describe cómo su vida terminó centrada alrededor de su estómago y de la comida.

Un día Idek, el kapo, se enfurece y comienza a golpear a Eliézer. Una niña francesa que se hace pasar por aria lo consuela en alemán, y muchos años después Eliézer la verá de nuevo en París. Entonces ella le confesará que en realidad es judía, que tenía documentos falsos en el campo y que la única vez que habló en alemán allí fue con él.

Otro día, el padre de Eliézer es golpeado con una barra de hierro por trabajar muy despacio, y Eliézer siente la ira dirigida únicamente contra su padre por no saber evitar la paliza. Luego Franek, el capataz, le exige a Eliézer su corona de oro, y golpea constantemente a su padre durante dos semanas, mientras Eliézer se niega a dársela. Franek atormenta al padre de Eliézer a diario por marchar a destiempo y Eliézer trata de ayudarlo a practicarla, pero sus esfuerzos son inútiles. Finalmente, Eliézer entrega su corona de oro. Luego de quitarle las raciones, entonces, Franek comienza a darle a Eliézer sopa extra. Dos semanas después, todos los polacos, incluido Franek, son transferidos.

Otro día, Eliézer encuentra a Idek teniendo sexo con una chica. Sabiendo que había mudado a todos los prisioneros a otro lugar por esta razón específica, Eliézer se echa a reír. Tras ser descubierto recibe veinticinco latigazos de Idek enfrente de todos. Eliézer se desmaya, pierde control de sus músculos, e Idek lo amenaza sobre lo que le va a pasar si le cuenta a alguien lo que vio. Un domingo se activan las sirenas de ataque aéreo. Todos son confinados dentro de sus blocs, y se ordena a los guardias que dispararen contra los prisioneros que hayan quedado fuera de vista. En la agitación, dos platos de sopa quedan afuera, en el camino. Los prisioneros anhelan la sopa, pero los aterroriza abandonar los cuarteles. Cientos de hombres observan entonces cómo un solo prisionero se arrastra hacia la sopa, mete la cabeza en el líquido y luego muere. Los aviones comienzan a bombardear el campo, y los prisioneros tienen la esperanza de que Buna sea destruida. Después de la última bomba, los prisioneros recuerdan que están todavía en un campo de muerte, pero están alegres y son optimistas sobre el futuro.

Una semana después, los oficiales de la SS instalan unas horcas y comienzan a celebrar ejecuciones públicas durante el pase de lista. El primer hombre ejecutado había robado dos platos de sopa. Fuerte y musculoso, no le teme a su propia ejecución y antes de morir grita "¡Viva la libertad! ¡Maldigo a Alemania!". Aunque Eliézer está todo el tiempo rodeado de muerte en los campos de concentración, se ve perturbado por la ejecución solitaria de este hombre. Otro prisionero, Juliek, está cansado y solo está deseando que sea la hora de la cena. Después de la ejecución, todos se ven obligados a pasar por delante del cadáver del condenado y mirarlo a la cara. Eliézer recuerda que la sopa fue particularmente buena esa noche. Eliézer ve muchas ejecuciones, y las víctimas, que ya han perdido su capacidad de emoción, nunca lloran. Sólo una vez los prisioneros, cansados y secos, lloran durante una ejecución. Un kapo y su pipel (un niño que hacía de asistente), que era querido por todos, sfueron acusados de volar una central eléctrica en el campo, pero se niegan, a pesar de ser tortruradostorturados, a dar información al respecto. El niño, que tiene la cara de un ángel triste, fue sentenciado a la horca. El prisionero que suele servir de verdugo se niega a realizar su tarea y tiene que ser reemplazado por un oficial de la SS. Cuando llega el momento de la ejecución, el niño no dice nada y todo el campamento observa en silencio. Como el niño es tan liviano, no muere inmediatamente al caer y permanece suspendido, aún con vida, durante media hora. Ese día, todos los prisioneros lloran, y un hombre se sigue preguntando dónde está Dios. Esa noche, la sopa de Eliézer sabe a cadáver.

Análisis

La narración en esta sección es muy fragmentada, con eventos específicos descritos de forma breve y episódica. Wiesel dedica algunos párrafos o una página a cada evento, y estos no están generalmente conectados ni forman una narrativa lineal. En otras palabras, el tiempo se deshace en esta parte de la novela. Esta técnica narrativa imita la manera en la que Eliézer experimentó el tiempo durante este período de su vida. Mientras vivían en el campo de concentración, los días estaban muy reglamentados, con un riguroso programa de comidas, trabajo y pase de lista. Los días eran más o menos todos iguales, y solo se destacan los días en los que Eliézer experimentó algún tipo de brutalidad extrema o un suceso muy inusual. Así, la técnica narrativa de Wiesel recrea su propia vivencia de eventos aleatorios y desconectados en medio de la monotonía de la vida cotidiana del campo.

En esta sección, Eliézer describe también el sistema económico del campo de concentración. A pesar de que los prisioneros no tienen verdaderas posesiones materiales, crean un sistema de trueque. A falta de dinero, raciones extra de pan o sopa se convierten en su moneda de cambio. Los oficiales de la SS y los prisioneros con roles de autoridad participan a veces en el sistema de trueque, pero también tienen el poder de evitarlo por completo. Por ejemplo, un asistente le ofrece a Eliézer comida extra a cambio de sus zapatos. Y pese a que Eliézer desafía al asistente negándose a renunciar a ellos, se los terminan quitando de todos modos. Del mismo modo, Eliézer se ve obligado a renunciar a su corona de oro, aunque eventualmente consigue comida extra por él. Al comienzo de la sección, Eliézer señala cómo algunas figuras de autoridad mercantilizan a los jóvenes como servidores sexuales. Estos chicos reciben mejor comida que los otros prisioneros. En el campo de concentración, la comida extra se convierte en un bien preciado, ya que todos están constantemente preocupados por el hambre: "Solo tenía interés por mi plato de sopa cotidiana y por mi trozo de pan duro. El pan, la sopa, era toda mi vida. Era un cuerpo. Tal vez menos aún: un estómago hambriento". Prometiendo comida extra, los individuos pueden ganar poder y obtener favores de otros prisioneros.

Mientras más tiempo permanecen los prisioneros en el campo de concentración, más pierden su contacto con las emociones humanas. Cuando su padre es golpeado con una barra de hierro, Eliézer ni siquiera siente lástima o compasión: "Callaba, pensando, por el contrario, en alejarme para no recibir los golpes.

Más aún: si en ese momento estaba encolerizado no era contra el kapo sino contra mi padre. Le reprochaba no haber podido evitar la crisis de Idek". Como los otros prisioneros, Eliézer solo está preocupado por su propia supervivencia. Al tratar de mantenerse con vida, los prisioneros dejan de preocuparse por los demás y solo quieren comer y evitar ser golpeados. Cuando los prisioneros son testigos de la primera ejecución, Juliek susurra: "¿Terminará pronto esta ceremonia? Tengo hambre… ". Esta progresión hacia el adormecimiento emocional y el feroz egocentrismo es una suerte de desarrollo inverso del personaje: no crece y madura, sino que retrocede hacia una suerte de estado infantil y emocionalmente vacío. Sin embargo, hay ocasionales muestras de emociones humanas, como cuando la mujer francesa consuela a Eliézer, o cuando los prisioneros lloran durante el ahorcamiento del niño. El espectáculo del hombre moribundo que se arrastra para llegar a los platos de sopa es quizás una de las imágenes más inquietantes de toda la novela. Enfatiza cuán despojados de personalidad estaban los prisioneros y cuán obsesionados estaban con la comida y la simple supervivencia. Tratados salvajemente por los nazis y gravemente desnutridos, los prisioneros se han convertido en animales hambrientos que solo intentan conseguir más comida. Para el moribundo, alcanzar los calderos de sopa representa un logro supremo, y reúne toda su energía solo para alcanzar ese objetivo. Es trágico y muy inquietante que los nazis hayan logrado reducir a los seres humanos a ese nivel básico de existencia.

El ahorcamiento del niño afecta enormemente a todos los habitantes del campo de concentración. Despierta sentimientos de compasión y tristeza, que son una rareza en el ambiente hastiado del campo de exterminio. Los nazis pretenden que los ahorcamientos públicos sean una amenaza tácita para los prisioneros, de modo de mantenerlos a raya. Sin embargo, parecen cruzar la línea cuando cuelgan al niño. A pesar de que matan a miles de personas en el crematorio a diario, el ahorcamiento del niño se convierte en un acto de crueldad indescriptible y horrible. Los prisioneros lloran, y Eliézer siente que los nazis han logrado matar a Dios mismo:

Detrás de mí oí la misma pregunta del hombre:
—¿Dónde está Dios, entonces?
Y en mí sentí una voz que respondía:
—¿Dónde está? Ahí está, está colgado ahí, de esa horca…

Al matar al niño, los nazis se acercan peligrosamente a destruir la fe de Eliézer en Dios. Wiesel escribe: "Esa noche, la sopa tenía gusto a cadáver". Después de presenciar la ejecución, Eliézer siente que la muerte está en todas partes, y no puede disfrutar de su sopa porque toda la bondad ha sido destruida.