La muerte en Venecia

La muerte en Venecia Resumen y Análisis Capítulo 5

Resumen

Durante su cuarta semana en Venecia, von Aschenbach advierte que algo anda mal en el lugar. La cantidad de huéspedes en el hotel disminuye rápidamente y un día, mientras conversa con un peluquero a quien ahora visita a menudo, sacan el tema de la última familia de alemanes que partió. En ese momento, el peluquero le dice: “— Pero usted se queda, señor; el mal no le da miedo” (85). Aunque von Aschenbach lo interpela sobre el mal al que se refiere, el peluquero no le ofrece más información. Más tarde, el escritor se dirige al centro de la ciudad, donde percibe un aroma “dulzón, medicinal” (86) en el aire. Además, observa que la ciudad está cubierta de carteles que advierten contra el consumo de mariscos y otros alimentos en la calle. Extrañado, le pregunta a un comerciante sobre estas observaciones y el hombre le dice que es solo una precaución “algo exagerada” (86) de la policía.

De nuevo en el hotel, von Aschenbach busca noticias en los periódicos, pero no encuentra más que advertencias vagas y contradictorias. En ese momento, siente que Venecia oculta un perverso secreto, similar al que él mismo esconde en relación a su amor por Tadzio. Por esos días, el escritor persigue al joven con más regularidad: sigue su rastro en los paseos de la familia por las tiendas, en sus viajes por góndola, e incluso en una misa en San Marcos. Además, cree que Tadzio es consciente de su presencia, porque cada tanto se vuelve sobre sí para devolverle la mirada.

Con el correr de los días, Aschenbach continúa investigando acerca del mal que hay en Venecia. Esta vez busca en periódicos alemanes, donde descubre que una epidemia se expande por el territorio, aunque el gobierno italiano se esfuerza en ocultarla. Sin embargo, le resulta difícil definir con exactitud la escala del problema. Hecho de esta información, el escritor enfrenta al gerente del hotel para que confiese lo que está sucediendo, pero el hombre le informa que todo está bajo control y que el olor a insecticida que se huele en el aire no es más que una precaución del gobierno.

Una noche, von Aschenbach asiste a un concierto de artistas callejeros en el jardín del hotel. El artista principal del concierto es un bohemio con cara de rufián, pero divertido y carismático. Destacan en él su perfecta dentadura, los gestos que realiza con su lengua y su cabello rojizo. Cuando el cantante se acerca a pedir dinero, el escritor aprovecha para interrogarlo acerca de la epidemia. Sin embargo, el hombre -que despide el mismo olor a medicinal que invade toda Venecia- niega cualquier problema sanitario en la ciudad. Finalmente, el grupo interpreta una última canción que produce unas carcajadas desmesuradas en todos los presentes. Von Aschenbach permanece sombrío y advierte que Tadzio también, lo que lo lleva a preguntarse si el joven no estará imitando sus actitudes.

Al día siguiente, Aschenbach va a una agencia de viajes británica, donde un agente termina por confesarle la verdad y le recomienda que huya cuanto antes. El inglés dice que la enfermedad del cólera se trasladó desde la India hacia Italia por rutas comerciales, y hace algunos meses que se presentan casos en Venecia. Pese a ello, el gobierno decidió guardar el secreto por temor a perturbar el turismo. De los infectados, los que tienen mayor suerte mueren después de un desvanecimiento del que nunca llegan a despertar; los más desafortunados mueren ahogados en su propia sangre. Además, el caos que se produce por la epidemia acentúa la degeneración de Venecia, donde comienzan a producirse más delitos, envenenamientos que se hacen pasar por la peste, y donde una mayor cantidad de borrachos y libertinos empieza a aparecer en las calles.

Luego de su conversación con el agente de viajes británico, von Aschenbach considera advertirle a la madre de Tadzio, pero pronto decide sumarse al secreto para no perder la oportunidad de seguir viendo al muchacho.

Esa noche, el escritor tiene un mal sueño, en el que siente el miedo y el deseo confundirse en su interior, mientras observa a una multitud de salvajes y seres mitológicos bailar y aullar, poseídos por la música de una flauta. Luego de intentar resistirse, en vano, Aschenbach acaba sumándose a la adoración de lo que él llama “El dios extranjero" (105), adoración que termina transformándose en una “cópula promiscua e infinita” (107). Al otro día, el escritor se despierta nervioso y ve que la mayoría de los huéspedes han huido del hotel. El sueño lo deja “enteramente a merced del demonio” (107) y, a partir de entonces, deja de esforzarse por guardar el secreto de sus deseos por Tadzio. Además, fantasea con que la plaga acabe con todos para poder quedarse él a solas con el joven.

Durante esos días, von Aschenbach comienza a agregar toques de color a sus prendas y a hacerse retoques más osados con el peluquero, con el objeto de agradar a Tadzio. El peluquero le informa que las personas dedicadas al espíritu, como von Aschenbach, tienden a desaprobar ese tipo de intervenciones sobre su imagen, pero que no hay nada malo en cuidar la apariencia. Luego tiñe sus canas de negro, le depila las cejas y cubre su rostro con maquillaje para que parezca más joven. Al salir del negocio, una tormenta vuelve húmedo al ambiente y el escritor comienza a sentirse febril.

Una tarde, días después, Aschenbach se encuentra persiguiendo a Tadzio por Venecia cuando le pierde el rastro. Cansado, le compra a un mercader callejero unas fresas demasiado maduras que consume en la misma plaza, invadida por el olor medicinal, donde semanas antes había decidido dejar Venecia. Mientras descansa, recrea imaginariamente una conversación con Fedro en la que dice que, aunque los poetas se creen “héroes y guerreros virtuosos, en el fondo son como las mujeres”, y que nunca podrán ser dignos ni sabios porque lo que realmente los “enaltece es la pasión” (112). Por eso, aunque los poetas intenten escaparle al abismo de la degeneración moral, terminan cayendo en él, impulsados por el deseo.

Días después, Aschenbach advierte que hay una gran cantidad de equipaje depositada en la entrada del hotel y, luego de preguntar, se entera de que la familia polaca se marchará tras el almuerzo. Luego de eso, se dirige hacia la playa, donde ve a Tadzio jugando con sus amigos. Pronto, el juego deriva en una pelea entre su enamorado y Jaschu. Tadzio sale lastimado de la contienda y, enojado con su amigo, comienza a recorrer a solas la orilla del mar. Eventualmente, el niño dirige su mirada hacia Aschenbach, quien se levanta decidido a seguirlo. En ese preciso instante, sin embargo, el escritor cae desvanecido en la arena. Ese mismo día, el mundo recibe la noticia de su muerte.

Análisis

En el capítulo final, la inevitabilidad alcanza finalmente al protagonista: von Aschenbach acepta la realidad que ha estado negando y comienza a ser más honesto consigo mismo acerca del falso ideal platónico con el que justifica su atracción por Tadzio. Las transformaciones internas de Aschenbach tienen, a su vez, un correlato físico: irónicamente, y con el afán de agradar al muchacho, el escritor realiza cambios en su apariencia similares a los que caracterizaban al “falso joven” (36) que tanto había despreciado en su viaje a Italia, semanas antes.

La representación de Venecia, ya inquietante a lo largo de la novela, termina de manifestar su lado más oscuro a partir del uso de imágenes visuales y olfativas que enfatizan su degeneración. Vencido por la pasión, Aschenbach recorre las callejuelas siguiendo a escondidas el rastro de Tadzio, cuando la ciudad adquiere la forma de un laberinto caótico donde el escritor se pierde, imagen que presenta un paralelismo con su propio extravío interior. En esta caminata, destaca el “el olor de la ciudad enferma” (88), imagen que alude al aroma “medicinal” (86) que se condensa, consecuencia de los intentos por combatir la peste, y que se combina con la podredumbre propia de las aguas de Venecia.

Por supuesto, el tema de la decadencia de la ciudad ocupa aquí un lugar central, y Aschenbach se percata de ello al decir que Venecia es una “trampa de forasteros, cuya atmósfera corrupta fue testigo, en otros tiempos de una lujuriante floración artística” (90). En última instancia, Venecia atrapa a von Aschenbach, convirtiéndose en la ciudad donde, a pesar de conocer el peligro de comer productos vendidos en la calle, el hombre compra unas “fresas excesivamente maduras” (111), contrae cólera y muere.

Vinculado al tema de “La decadencia y la degeneración”, la cuestión de “El secretismo” también aparece jerarquizada en estas páginas. Luego de indagar por toda la ciudad, la confesión del agente de viajes británico acerca de la propagación y el ocultamiento de la enfermedad, resuena en el escritor, quien se siente reflejado en el proceder institucional: “Aschenbach sentía, pues, un oscuro regocijo por lo que bajo el manto paliatorio de las autoridades estaba sucediendo en las callejas de Venecia, por ese perverso secreto de la ciudad que se fundía con el suyo propio, el más íntimo, y que también a él le interesaba tanto guardar” (87).

Además, la descripción que realiza el agente de viajes sobre del origen del cólera nos remonta nuevamente a las visiones que impulsaron a viajar a Aschenbach en el Capítulo 1: “Alimentada por las mefíticas emanaciones de aquella exuberante e inservible selva virgen que el hombre evita y en cuya espesura de bambúes acecha el tigre, la epidemia había asolado todo el Indostán” (101). La descripción del paisaje exótico y la presencia simbólica del tigre terminan de consolidar su relación con la muerte, esbozada ya desde el comienzo de la novela.

En suma, la propagación de la peste, sumada a la “política de encubrimiento y desmentidas” (102 y 103) del gobierno, termina de sumir a Venecia en la decadencia absoluta: “El pueblo lo sabía; y la corrupción de la cúspide, unida a la inseguridad imperante y al estado de excepción en que la ronda de la muerte iba sumiendo a la ciudad, produjo cierto rebajamiento moral entre las clases bajas, una reactivación de instintos oscuros y antisociales que se tradujeron en intemperancia, deshonestidad y un aumento de la delincuencia” (102-103).

Sin embargo, Aschenbach decide sumarse al secreto antes que confesarle la verdad a la madre de Tadzio y asumir de ese modo su retorno a Múnich, separándose para siempre de Tadzio: “«¡Hay que callar!»” (104). El rebajamiento moral del personaje termina por consumarse con esta decisión, volviéndose cómplice de las políticas de encubrimiento de las autoridades.

Después de esta escena, Aschenbach tiene un inquietante sueño que representa alegóricamente su transformación subjetiva hacia el final de la novela. Los acontecimientos de este sueño tienen “por escenario su propia alma” y dejan “tras de sí, asolado y deshecho, el edificio entero de su existencia y la cultura de su vida” (105). En él, Aschenbach se involucra en una orgía “promiscua e infinita”, poseído por la música de una flauta que hace sonar un “dios extranjero” (107). Al levantarse, siente que está “a merced del demonio” (107), y ya no tiene miedo de que descubran su amor por Tadzio. Tal como analizamos en la alegoría “El sueño dionisíaco”, esta fantasía representa la entrega final de Aschenbach a sus impulsos dionisíacos: el placer, la pasión y el desenfreno.

El leitmotiv o motivo recurrente del siniestro extraño y su prominente dentadura aparece por última vez en este capítulo y anticipa, al igual que sus precursores, el destino final Aschenbach: la muerte. Esta vez se presenta bajo la apariencia del cantante callejero que perturba a Aschenbach con un “olor a hospital” (99) que “no parecía inquietar a ninguno de los circunstantes” (97). Al final del espectáculo, este personaje suelta una carcajada que se expande, como la enfermedad, hacia todos: “La carcajada estallaba en él incontenible, impetuosa y tan natural que se contagiaba a los oyentes (...), hasta que al final rompieron todos a reír en el jardín y en la galería, incluidos los camareros, ascensoristas y empleados apostados en las puertas” (98). Estas carcajadas -de las que ni Aschenbach ni Tadzio participan- resultan irónicamente siniestras en medio de la epidemia que envuelve la ciudad.

Para finalizar, los últimos párrafos de la novela desarrollan la muerte de Aschenbach, una muerte fugaz y sin sufrimiento. Esta se produce en la playa, espacio cuya asociación con la muerte desarrollamos en el Capítulo 3: “Amaba el mar por (...) una propensión ilícita —diametralmente opuesta a su tarea y, por eso mismo, seductora— hacia lo inarticulado, inconmensurable y eterno: hacia la nada” (54). La playa, además, es uno de los escenarios privilegiados por Aschenbach para contemplar a Tadzio, personaje a quien el escritor ve por última vez antes de perder el conocimiento: “Tuvo, no obstante, la impresión de que el pálido y adorable psicagogo le sonreía a lo lejos, de que le hacía señas; como si, separando su mano de la cadera, señalase un camino y lo empezara a guiar, etéreo, hacia una inmensidad cargada de promesas” (116).

El filólogo y crítico Ronchi explica -tal como analizamos en “La cultura clásica”- que tanto los extraños personajes que se cruza Aschenbach como el propio Tadzio son manifestaciones del dios griego Hermes. Para los griegos, una de las funciones de esta divinidad era la del psicagogo, aquel encargado de guiar las almas de los muertos. En este pasaje, la asociación de Tadzio con dicha función termina por hacerse evidente, y nuestro protagonista, “como tantas otras veces, se dispuso a seguirlo” (116).

Con esta escena final, vemos concluir la transformación subjetiva que inicia nuestro protagonista al principio de la novela: de ser un personaje ejemplarmente apolíneo, abocado hasta la extenuación a su arte y excluido en su torre de marfil, la muerte encuentra a Aschenbach habiendo invertido todos los valores que lo caracterizaron a lo largo de su vida. Como todo relato de viajes, su travesía exterior presenta a su vez un recorrido interior. En este caso, el recorrido coincide con el proceso de degeneración y entrega a sus impulsos dionisíacos. Como descubrimos al final de la historia, ambas dimensiones del viaje -la exterior y la subjetiva- tienen como destino final su muerte.