La muerte en Venecia

La muerte en Venecia Resumen y Análisis Capítulo 4

Resumen

Días más tarde, Aschenbach recupera su equipaje extraviado. Sin embargo, en lugar de emprender su viaje nuevamente, desempaca por completo, decidido a quedarse en Venecia. El clima mejora durante ese tiempo y el escritor adquiere la rutina de buscar regularmente a Tadzio, sobre todo durante las mañanas en las que pasea por la playa. Aunque “Aschenbach no amaba el placer” (70), ya que cada vez que intenta concederse un descanso se siente impulsado a retomar su escritura, descubre en estos días que “Sólo ese espacio era capaz de cautivarlo, de relajar su voluntad y hacerlo sentirse feliz” (70).

A esta altura, Aschenbach ya acepta su atracción por Tadzio y recrea en su imaginación escenas sacadas de diálogos platónicos en los que se narran las instrucciones que un joven llamado Fedro recibe por medio de Sócrates. En estas fantasías, el escritor se concibe a sí mismo como Sócrates y a Tadzio como Fedro, y juntos reflexionan sobre el modo en que la Belleza se presenta como el único medio para acceder a la divinidad: “Porque la Belleza, Fedro mío, y sólo ella es a la vez visible y digna de ser amada: es, tenlo muy en presente, la única forma de lo espiritual que podemos aprehender y tolerar con los sentidos” (75).

La hermosura perfecta del joven le recuerda al escritor aquellos momentos en los que, motivado creativamente, lograba traducir sus ideas en obras de arte que le ofrecía “a los hombres como imagen y espejo de la belleza espiritual” (73). Una mañana, Aschenbach se inspira luego de observar al bello Tadzio en la playa y escribe, conmovido por la imagen que le presenta el joven, un elaborado ensayo que es muy bien recibido por la crítica. Pese a ello, se cuida de que nadie conozca la fuente de su inspiración, ya que si el mundo la conociera su obra perdería valor ante la gente. Luego de este rapto creativo, Aschenbach se siente tan agotado y culpable como si hubiera participado de una orgía.

Una mañana, el escritor persigue al niño por la playa, finalmente decidido a hablarle. Pese a ello, en el momento de alcanzarlo se arrepiente, temeroso y cohibido, y le preocupa que alguien haya presenciado su ridícula persecución. A medida que pasa el tiempo, Aschenbach advierte que Tadzio comienza a manifestar interés en él: pasa junto a su mesa cuando lo encuentra en la playa y le devuelve la mirada en algunas oportunidades. Durante esos momentos, el escritor mantiene la compostura para que no se haga evidente su pasión por el joven.

Además, siente que ya no tiene control sobre su tiempo y energía. Del mismo modo en que antes agotaba todos sus recursos en la producción de su obra, ahora dedica sus fuerzas al placer del ocio, la naturaleza y “la embriaguez de los sentidos” (79).

Acostumbrado a la presencia del niño, una mañana se desanima cuando no lo ve aparecer en la playa. Sin embargo, descubre sorpresivamente que Tadzio estuvo de paseo por la ciudad cuando el joven lo pilla desprevenido en uno de los corredores del hotel. En ese momento, von Aschenbach no logra reprimir la alegría de verlo y Tadzio le devuelve una sonrisa en la que se evidencia que ha reconocido la atracción que ejerce sobre el escritor. Para Aschenbach, en ese momento Tadzio se parece a Narciso cuando este descubre su belleza en el reflejo del lago. Estremecido por la sonrisa del joven, huye del lugar con el objeto de calmar sus ánimos. Una vez a solas, y mientras le reprocha mentalmente a Tadzio que nunca debería sonreírle de ese modo a nadie, el escritor susurra un "Te amo" (84), consciente de que está siendo ridículo.

Análisis

A lo largo del Capítulo 4, nos topamos una y otra vez con distintas referencias a la Antigua Grecia. Ya en el Capítulo 3 analizamos el modo en que, desde el momento en que Aschenbach pone los ojos en Tadzio, lo asocia instantáneamente con “la estatuaria griega de la época más noble” (47). Este tipo de asociaciones no harán sino acentuarse con el avance de estas páginas, permitiéndole al escritor dar rienda suelta a la contemplación de Tadzio mientras justifica su deseo con un tipo de admiración más elevada, propia de su sensibilidad como artista:

¡Qué disciplina, qué precisión en las ideas se expresaban a través de ese cuerpo cimbreño y juvenilmente perfecto! (...) ¿no le resultaba acaso a él, el artista, algo ya familiar y conocido? ¿No operaba también en él, cuando, impulsado por una sobria pasión, liberaba de la masa marmórea del lenguaje la esbelta forma que había contemplado en su espíritu y la ofrecía a los hombres como imagen y espejo de la belleza espiritual? (...) En un arrebato de entusiasmo creyó abrazar la belleza misma con su mirada, la forma como pensamiento divino, la perfección pura y única que vive en el espíritu y de la cual, para ser adorada, se había erigido allí una copia, un símbolo lleno de gracia y ligereza. ¡Era la embriaguez! (...) sí, sólo con la ayuda de un cuerpo era capaz de acceder luego a un plano de contemplación más elevado (73-74).

Como vemos, Aschenbach intenta traducir la belleza de Tadzio al único lenguaje que él conoce: el del arte. Cree reconocer en su hermosura innata la perfección que él solo pudo alcanzar a través de toda una extenuante vida dedicada a la producción artística. Mediante la comparación de su labor literaria con la del oficio del escultor, Aschenbach dice transformar ‘la masa marmórea del lenguaje’ en una manifestación material de la espiritualidad para que el resto de los hombres pueda apreciarla. Del mismo modo, el cuerpo de Tadzio le permite también acceder a él, mediante su contemplación, al ideal de belleza perfecta.

En este punto, Tadzio termina asumiendo la función de musa inspiradora para el escritor, quien reflexiona acerca de su deseo de escribir para transformar la belleza exterior del niño en ideas y pensamientos perfectos: “Más aún, su aspiración era trabajar en presencia de Tadzio, escribir tomando como modelo la figura del efebo, hacer que su estilo siguiera las líneas de su cuerpo, en su opinión, divino, y elevar su belleza al plano espiritual, como en cierta ocasión el águila elevara al éter al pastor troyano” (77). En este pasaje, además, Aschenbach se refiere al mito griego de Ganimedes, en el que el dios griego Zeus se enamora de un hermoso príncipe troyano y envía un águila para que lo rapte y lo lleve consigo al Olimpo. Cabe mencionar que, luego de este pasaje, el escritor redacta un ensayo que le gana “la admiración de mucha gente” (77). Sin embargo, mantiene ocultas “las fuentes que inspiraron al artista” para evitar que lleguen al público “anulando así los efectos de la excelsitud” (77). Es decir, esconde el objeto de su inspiración para evitar así perjudicar su prestigio, lo que pone nuevamente en relieve el tema de “El secretismo”.

Ahora bien, Aschenbach también se nutre de la filosofía platónica para interpretar las pasiones que le despierta Tadzio. En concreto, recurre a un tratado filosófico llamado Fedro, en el que Platón imagina a Sócrates y a un hermoso muchacho discutiendo acerca de cuál es la forma idónea del amor. En esta conversación -tal como analizamos en el apartado “El amor platónico”- Sócrates y Fedro acuerdan que el amor ideal es aquel desprovisto de pasiones, puesto que, al ser ellas materiales y terrenales, reproducen una versión imperfecta de aquel. Sin embargo, el amor sexual puede existir como precursor de este amor ideal, superior y desexualizado. Al mismo tiempo, establecen que una de las formas más perfectas del amor es la que se produce en el hombre mayor y virtuoso cuando oficia de mentor para el joven que recién se está adentrando en la vida.

Ahora bien, cabe mencionar que la apelación al ideal platónico del amor funciona en el escritor como una tapadera -sea esta consciente o inconsciente- de su verdadero interés en Tadzio. En principio, esto sucede porque un requisito previo a la relación ideal entre un hombre y un niño es que el primero sea el mentor del segundo. Como vemos, von Aschenbach no logra siquiera entablar una conversación con Tadzio, mucho menos entonces puede convertirse en su mentor.

Más allá de eso, la actitud que manifiesta Tadzio parece estar lejos de cualquier concreción amorosa, sea esta ideal o no: hacia el final del capítulo, la “sonrisa coqueta, curiosa y un tanto atormentada” (83) que le ofrece a von Aschenbach le recuerda al escritor a la figura de Narciso. En la mitología griega, Narciso es un joven hermoso que muere ahogado en un estanque luego de ser condenado a enamorarse de su propia belleza reflejada. La vanidad de Narciso, en este punto, lo vuelve incapaz de trascender su propia figura para entregarse a un otro. Significativamente, en el mito, el niño rechaza todas las ofertas amorosas. Por lo tanto, la consumación del amor de Aschenbach parece ser muy poco probable.

Por último, este capítulo escenifica la verdadera lucha interna de Aschenbach: la tensión entre sus impulsos apolíneos y dionisíacos. Como hemos analizado en la sección "Temas", Mann era un gran seguidor de la filosofía de Nietzsche, quien divide las manifestaciones culturales en apolíneas y dionisíacas. Las primeras refieren a la forma, el orden y la racionalidad, mientras que las segundas se vinculan al abandono, el placer y el desenfreno. A lo largo de estas páginas, Aschenbach se da cuenta de su atracción por el niño, pero trabaja -en vano- para asimilar estos sentimientos dentro de la filosofía de vida apolínea que lo caracterizó toda su vida.

Esta lucha excede, sin embargo, su relación con Tadzio. Tal como analizamos anteriormente, los Capítulos 1 y 2 manifiestan una fuerte adhesión de von Aschenbach al estilo de vida apolíneo: sus días estaban rigurosamente programados y ordenados, y su trabajo artístico comenzaba a reflejar este rígido estilo de vida. Sin embargo, a lo largo de su estadía en Venecia, el costado más dionisíaco del escritor comienza a manifestarse: “Así como normalmente solía agotar en una obra, sin dilación, toda la energía que le hubiesen procurado el sueño, la alimentación o la naturaleza, ahora consentía que toda su fuerza acumulada en su persona por la acción diaria del sol, el ocio, y el aire de mar, se diluyera, con magnánima prodigalidad, en la embriaguez de los sentidos” (79).