"La fiesta ajena" y otros cuentos

"La fiesta ajena" y otros cuentos Resumen y Análisis "Delicadeza"

Resumen

La señora Brun está por salir a visitar a una amiga cuando encuentra una pérdida de agua en el baño. Consigue el número de un plomero desconocido que promete estar allí media hora después. Ella guarda bajo llave su billetera y sus joyas. También llama a su marido para que esté al tanto.

El plomero, un hombre de cincuenta años, llega a la hora pautada. A la señora Brun no le gusta que llegue acompañado por otro muchacho. Ella insiste en que el trabajo es demasiado sencillo como para precisar ayudante. El plomero dice que aún no saben si lo es.

Los hombres piden abrir la llave de paso para realizar el arreglo y la señora, al rato, protesta porque le están mojando el baño. El hombre encuentra el problema e informa que demorará media hora en repararlo. También dice que controlará él mismo la llave de paso, porque la deberá cerrar y abrir varias veces. A la señora esto le da desconfianza y se ofrece a acompañarlo de la cocina al baño. Luego se sienta en su escritorio, desde donde puede controlar la puerta del baño.

Después de un rato, la señora Brun se acerca a los hombres, pregunta cuánto falta y les cuenta que cuando termine el arreglo irá a lo de su amiga. No recibe respuesta. Entonces va a prepararse a su habitación y cuando saca el alhajero se acuerda de que dejó una cadenita de tres quilates, con forma de lágrima, en el botiquín del baño antes de irse a bañar. Intenta serenarse. Entra al baño y se fija en el botiquín, pero no encuentra lo que busca.

Intenta pensar. Se convence de que el plomero tomó la cadenita. Sabe que no puede decírselo de frente, que debe darle una oportunidad para que la devuelva.

La señora Brun pregunta a los hombres si vieron una cadenita sobre la mesada. Insiste en el valor sentimental del objeto. El plomero le pregunta si está segura de que no la dejó en otro lado. Ella, queriendo darles una oportunidad para que la devuelvan, insiste en que se fijen si no cayó por el desagüe. Como no aparece, ella hace que revisen los caños, sacando el vanitory. La mujer escucha los golpes desde afuera mientras se convence de que vale la pena romper todo su baño con tal de que el plomero le devuelva la cadenita que supuestamente le robó. La señora Brun ordena que sigan buscando, rompiendo. Luego informa que su marido llegará para pagarles y que ella se acostará a dormir. Se toma una pastilla para dormir y se acuesta, escuchando los golpes. Al apoyar la cabeza en la almohada recuerda que escondió la cadenita allí. Piensa que su marido encontrará ridículo que haya roto todo el baño si tenía la cadenita, así que va al balcón y la tira bien lejos. Se pone algodones en los oídos y se duerme escuchando los golpes.

Análisis

En este otro cuento de Liliana Heker, donde prima la temática de la diferencia de clases, el personaje en el que el narrador focaliza no es un niño, sino una mujer adulta, adinerada, algo solitaria, con un carácter particular. La señora Brun es la protagonista del relato, y la historia está configurada casi íntegramente a base de las inseguridades y prejuicios que caracterizan al personaje. La anécdota, en sí misma, no ofrece a priori grandes conflictos (una cañería se rompe y la dueña de casa debe contratar a quien la arregle), sino que lo que hace a la trama es seguir el proceso interno de la protagonista, la serie de suposiciones que tienen lugar en su interior.

Este proceso interno avanza a medida que lo hace el relato, y, como en la mayoría de los cuentos de Heker, lo hace progresivamente. La protagonista se molesta apenas aparece el hombre que arreglará el problema en su baño: “el plomero, un hombre enjuto de unos cincuenta años, llegó a la media hora como había dicho. Lo que no le cayó muy bien a la señora Brun fue que viniera acompañado por otro” (p.37). Esta primera molestia, que no parece basarse en un hecho concreto sino en los prejuicios de clase que, luego sabremos, hacen carne en la protagonista, configura un punto de partida y da comienzo a la tensión. Esta tensión instala la temática principal del cuento, la de la diferencia de clases.

La protagonista de esta historia configura toda su relación con esos hombres que han venido a trabajar a su casa sobre la base del prejuicio: desconfía de ellos, de cada gesto, cada acción, aun cuando estos no ofrecen una causa real para tal sentimiento. Todas las suposiciones que la señora Brun construye en su cabeza se basan únicamente en la clase social de la cual proceden el plomero y su ayudante. A poco de que el plomero y su ayudante hayan ingresado a la casa, el narrador expone la interioridad de la señora Brun, que imagina lo que contará luego a su amiga:

“no me gusta eso de andar vigilando a la gente que trabaja, pero este plomero es un tipo tan raro, y encima con ese ayudante, decime vos si el tipo tenía necesidad de traer un ayudante. Vieras qué manera de insistir en que la llave de paso la tenía que manejar él, ¿qué le iba a decir? Así que ahí lo tengo, circulando de acá para allá como pancho por su casa” (p. 39).

El modo en que la narración permite acceder a los pensamientos de la protagonista desde el inicio del relato funciona para establecer, desde un principio, cuál es el verdadero detonante del conflicto. Porque si bien la señora Brun justificará su propia desconfianza y desesperación con la desaparición de su cadenita, el lector sabrá que estos sentimientos se hallaban en su interior antes de que lo hiciera cualquier motivo real. La señora Brun sospecha del plomero desde antes de saber que le falta una pertenencia. La desaparición de la cadenita aparece como un elemento casi emocionante, alegre para la protagonista, en tanto parece justificar un sentimiento previo de disgusto, de sospecha. Si el plomero robó su cadenita, ella tiene razón en sus prejuicios. Ese parece ser el razonamiento que empuja a la protagonista a torturar a los hombres con el fin de encontrar su joya preciada.

El modo en que ella procede a interrogar a los hombres, a impulsarlos a romper todo su baño con el fin de que ellos acepten el supuesto robo y se arrepientan de su acción, es algo que se puede asociar con el título del relato. La palabra “delicadeza” vendría a caracterizar el comportamiento que la señora Brun cree estar teniendo, aunque el plomero (y el lector) pueda sentir lo contrario. Esta es una palabra que la señora Brun utiliza para hablar con su amiga dentro de su imaginación: “Por delicadeza, te das cuenta, vos no podés ir así como así y acusar a un tipo de ladrón si no tenés pruebas” (p.40). La ironía de la situación reside en que la señora Brun cree que está siendo delicada en su relación con los hombres que trabajan en su casa, cuando claramente está actuando de una forma violenta: les está demostrando que ella considera que ellos le robaron, aunque esta sospecha solo se basa en prejuicios de clase. Es decir, tiene una actitud discriminatoria e incrimina automáticamente a las personas de clase trabajadora, criminalizándolas sin pruebas. La delicadeza se opondría a la brutalidad, y si se lo piensa desde la interioridad de la protagonista, la mujer no tardaría en asociar la delicadeza consigo misma y con los de su clase, y a la brutalidad como algo que caracteriza a trabajadores como los que se encuentran en su casa. Lo que se puede observar durante el relato es que no hay nada delicado en la señora Brun.

La cadenita constituye un símbolo particular, en buena medida por su forma de lágrima. Esta lágrima entra en relación con la tristeza, la soledad de la señora Brun, pero también se relaciona, por el elemento del agua, con la pérdida del baño. La señora Brun termina ordenando a los hombres que destruyan su baño con tal de que le devuelvan su cadenita, y luego, cuando la cadenita aparece en un lugar inesperado, la señora Brun siente que ya no puede dar marcha atrás y decide sacrificarla: “Era un hecho que, si la lágrima estaba, su marido nunca iba a entender qué necesidad había de romper todo el baño, así que se levantó, fue hasta el balcón, y tiró la lágrima bien lejos, para que no volviera” (p.43). La cadenita en forma de lágrima aparece en un principio como un elemento tan preciado que vale la pena perder litros de agua en arreglos, inundar la casa, buscar en el mismo río, con tal de encontrarla. Es algo muy ínfimo y muy privado, que solo interesa a la señora Brun, y que, sin embargo, entorpece la vida de varias otras personas. Así, de algún modo, la lágrima funciona como un símbolo de la propiedad privada, del lujo de las clases altas, lujo que buscan mantener aun a costa de perturbar las vidas de otras personas que ni siquiera pueden soñar con acceder a él, mientras ellos pueden darse el gusto de perder por un capricho.

El hecho de que la señora Brun decida arrojar su preciada lágrima por la ventana deja en claro esta constitución del personaje que acciona para justificar sus propios prejuicios. La protagonista del cuento es incapaz de retroceder y pedir disculpas, confesar que se equivocó, que sospechó sin causa. En lugar de eso, prefiere tener razón, poder seguir culpando en su imaginación a esos hombres que ella creía ladrones, aun si debe deshacerse de algo muy preciado (algo que había justificado, además, una exagerada búsqueda) para conseguirlo.