Fervor de Buenos Aires

Fervor de Buenos Aires Símbolos, Alegoría y Motivos

La etapas del día (Motivos)

Las menciones a las distintas etapas del día, sobre todo al atardecer, son una constante a lo largo de todo el poemario, constituyéndose en un verdadero motivo recurrente. El atardecer y la noche suelen ser los momentos en los que el yo poético sale a caminar sin rumbo, abierto a las experiencias que tienen para ofrecerle los barrios arrabaleros de su ciudad: “En busca de la tarde/ fui apurando en vano las calles” (21). Por el contrario, el amanecer y las primeras horas del día rompen con la soledad y la tranquilidad que el yo poético anhela y, por ello, son los momentos a ser evitados: "Hay un instante/ en que peligra desaforadamente su ser/ y es el instante estremecido del alba" (38). Muchas veces, las etapas del día motivan en el yo poético distintas reflexiones acerca del paso del tiempo: “Según va anocheciendo/ vuelve a ser campo el pueblo” (48).

La calle (Motivo)

Fervor de Buenos Aires nos presenta, como dice Sylvia Molloy, distintos “textos organizados en torno a un sujeto deambulante que percibe la ciudad y, en esa percepción, se percibe a sí mismo” (1999: 192). El yo poético que se deja entrever a lo largo de los distintos títulos es un verdadero flâneur, un caminante de las calles más tranquilas de la periferia porteña, que pasea sin un destino fijo mientras reflexiona perezosamente acerca de la filosofía, los recuerdos y el tiempo. La calle, en este sentido, se presenta como motivo recurrente a lo largo de la mayoría de los poemas; aparece plasmada a través de distintas figuras retóricas y evoca un sin fin de pensamientos en este personaje. “Caminata”, por ejemplo, conjuga el paseo con reflexiones acerca del tiempo y del pasado; “Sábados” lo hace con el recuerdo nostálgico de un día pasado en la compañía de la persona amada; y “La Recoleta”, con una reflexión profunda acerca del significado de la muerte.

La luminosidad (Motivo)

Profundamente vinculado a “La etapas del día”, la luminosidad y los colores se presentan como motivos constantes a lo largo de todo el poemario, y son un elemento indispensable para el retrato nostálgico que Borges construye de la ciudad de Buenos Aires. Muchas veces, la luz aparece como una entidad personificada que evoca distintas sensaciones y sentimientos en el alma del yo poético.

En “Afterglow”, por ejemplo, es el crepúsculo “conmovedor” que, con su “brillo desesperado y final (...) herrumbra la llanura (37). La luminosidad, en este caso, actúa como una fuerza que lucha por no desvanecerse mientras su color rojizo tiñe todo el paisaje. A diferencia de este, en “Las calles” es la falta de luz la que deja a las encrucijadas del barrio “enternecidas de penumbra” (17). La luz y los colores, como último ejemplo, tienden a acompañar el estado anímico subjetivo del yo poético. En el caso de “Trofeo”, un enamorado se pasea lamentándose de que su día junto a la mujer amada ha finalizado. Mientras anochece, su interioridad también lo hace: “al volver por la calle cuyos rostros aún te conocen, se oscureció mi dicha” (47).

Las casas (Motivo)

Las humildes y tranquilas casas de los arrabales, con sus distintas habitaciones, mobiliarios, adornos y patios, son mencionadas una y otra vez en Fervor de Buenos Aires. Ello no debe extrañarnos, puesto que todo el poemario tiene un carácter de tipo intimista. En este sentido, la casa, junto a las tranquilas calles barriales, es uno de los pocos lugares que resisten a los vertiginosos cambios que atraviesa la geografía de Buenos Aires en la época desde la que escribe Borges. El poema “Sala vacía” es, en este sentido, uno de los que mejor explicitan la mirada tierna y nostálgica que el autor construye sobre estos espacios. La sala que se describe en este poema está repleta de los muebles y las fotografías del pasado familiar de Borges. En este espacio amenazado por “la calle de clamor y de vértigo”, él recuerda su infancia y reconoce las “angustiadas voces” (27) de sus antepasados.

El agua (Símbolo)

Fervor de Buenos Aires se encuentra plagado de referencias al río, el mar o el agua en general, referencias que, en suma, representan simbólicamente el paso del tiempo. Aunque estas alusiones también se producen de forma explícita, es mediante el uso metafórico de lexemas asociados donde se observan más a menudo. Por ejemplo, en “Remordimientos por cualquier muerte” se alude a “el caudal de las noches y los días” (33); en “Un patio”, al “declive por el cual se derrama el cielo en la casa” (23); y, en “Caminata”, al cielo como “la cóncava sombra” en la que “vierten un tiempo vasto (...)/ un tiempo caudaloso” (43).

En “Final de año” se produce una referencia explícita al “río de Heráclito” (30). Heráclito de Éfeso fue un importante filósofo griego del periodo clásico, conocido por sus reflexiones acerca del cambio y el tiempo. En su figura se presenta una de las primeras asociaciones entre el agua y el cambio. Para Heráclito, uno nunca puede entrar en el mismo río, puesto que tanto sus aguas como uno mismo cambian constantemente en el tiempo. Como vemos, el valor simbólico del agua que encontramos en Fervor de Buenos Aires tiene su origen en una relevante tradición filosófica.