Fervor de Buenos Aires

Antecedentes

La mayoría de los poemas incluidos en Fervor de Buenos Aires fueron escritos entre 1921 y 1922.[11]​ De los publicados en España entre 1919-1922 en las revistas ultraístas Grecia, Ultra, Tableros, Gran Guignol, Cosmópolis[12]​ y el periódico Baleares, Borges rescata dos[13]​ que incluye en Fervor de Buenos Aires: «Sala vacía», publicado en Ultra, núm. 24, en 1922, que modifica parcialmente en la edición de Fervor de Buenos Aires de 1923 y sucesivamente introduce cambios hasta la versión definitiva de Obra Poética de 1969. Y «Aldea», primero publicado en 1921,[14]​ y luego también publicado en Ultra, núm. 21 (1922), que cambia de nombre para convertirse en la primera parte[14]​ de «Campos atardecidos».[15]​

Sobre los antecedentes de Fervor de Buenos Aires, Antonio Cajero Vázquez destaca que en «Crítica del paisaje» publicado en la revista Cosmópolis (Madrid, núm. 34, octubre de 1921),

Borges desecha la poetización de la ciudad moderna (en oposición a sus contemporáneos Maples Arce y Oliverio Girondo) y propone el rescate de lo marginal: ‘Lo marginal es lo más bello’, escribe, y entre los temas que merecen su atención están ‘cualquier casita de arrabal, seria, pueril y sosegada’, el café donde se encuentra, el paisaje urbano incontaminado por los verbalismos.[16]​

El Borges que escribió estos poemas fue el Borges que vuelve a Buenos Aires en 1921 y que «ha conocido las vanguardias europeas, se ha interesado en especial por el Ultraísmo y el Expresionismo, y se adhiere al imperativo de la novedad».[17]​ Sin embargo, en Fervor de Buenos Aires «las huellas del Ultraísmo empiezan a debilitarse».[18]​ En palabras de James McKegney, «Su poesía fue depurada de su excesivo uso de las imágenes, y adoptó el estilo sencillo que aparecería en su primer volumen, Fervor de Buenos Aires».[19]​ Borges excluye, salvo una, todas las composiciones de estilo ultraísta, acogiendo únicamente otras más recientes, de signo opuesto o distinto. Al «entusiasmo» de tipo whitmaniano, ante la pluralidad del universo, sustituye el «fervor» por el espacio acotado de una ciudad; más exactamente, de unos barrios y un momento retrospectivo.[20]​ En este poemario se observa la relación de la gran aventura espiritual que vivió el sujeto lírico, la relación gozosa entre el paisaje y el alma del locutor, la retórica expresa de manera objetiva la visión de lo existente y sensible, por metáforas esencialmente visuales y por hipálages y la concreción del poema-poemario como prisma y metáfora del arte de escribir.[21]​


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