Fervor de Buenos Aires

Inspiración

Buenos Aires

Más allá de los años que pasó viviendo en Europa durante su juventud, Borges sentía a Buenos Aires como su patria verdadera. Destaca la influencia que desde su llegada a Buenos Aires iba a ejercer sobre su obra el escritor y filósofo idealista Macedonio Fernández.[31]​ La académica María Luisa Bastos considera que «la novedad en la versión borgena de la ciudad no se debe a la originalidad de la anécdota ni del enfoque, sino al tono lírico y elegíaco, gracias al cual las calles apartadas, los arrabales, la luz de los patios pierden el tinte folklórico y la contemporaneidad para transformarse en puntos de referencia, espejos de las imágenes anteriores»[32]​ Borges decidió plasmar su forma de ver la ciudad, el sentimiento, sus personajes más representativos y sobre todo la emoción que le produjo el descubrimiento y la contemplación de los barrios bonaerenses.[33]​ En palabras de Carlos Alberto Zito: «En su alma golpean fuerte las barriadas modestas, sus calles íntimas y familiares como patios. A diferencia de otros poetas, que miraron la ciudad con orgullo y con admiración, Borges contempla sus barrios con una ternura desconocida».[34]​

Luis Martínez Cuitiño considera que la

ciudad que constituye el objeto textual de la obra, va ser un Buenos Aires anacrónico, un Buenos Aires sólo de suburbios y deshabitado, recorrido por un sujeto que se pluraliza en distintos egos, unos autobiográficos y otros no, que a veces se entrecruzan y contaminan. Así, un yo flaneur que prefiere para su deambular la hora del atardecer, un yo filosófico que reflexiona sobre los problemas de la metafísica, un yo histórico y mitificante que remonta el pasado y puebla el ámbito vacío con héroes y tiranos, el yo de un poeta que medita sobre su tarea.[35]​

En el poema de Vanilocuencia se presenta a la ciudad como algo que excede las posibilidades de la lengua, como abstracción poética. Y dicha imposibilidad de acomodar la percepción a la palabra refleja la preocupación del autor ante los desplazamientos entre el habla y el pensamiento o el sentir.[36]​ En «Amanecer» se cuestiona si Buenos Aires es solo un sueño en la mente del poeta o algo más. Con visible preocupación habla la voz poética de ese sueño de las almas; principalmente de las que al amanecer hacen posible la realidad de la ciudad.[37]​

Luminosidad y ocaso

El crítico Carlos Alberto Zito argumenta que en Fervor de Buenos Aires la luminosidad es «elemento fundamental de la pintura que Borges hace de su ciudad […]. Fuertemente visuales, estas composiciones, más que describir la ciudad, la iluminan, y son muchas veces sólo la emoción de la luz en las calles porteñas»,[38]​ como en el poema «Calle desconocida». Sigue Zito: «Una y otra vez, como previendo su ceguera, Borges aborda el tema del ocaso, de la luz que se extingue, de la penumbra inminente».[39]​ Se nota dicho elemento sobre todo en «Afterglow», «Ausencia», «Atardeceres», «Campos atardecidos», «Líneas que pude ver escrito y perdido hacia 1922», y «Las calles».

El arrabal

Fervor de Buenos Aires se inscribe en una época en la que la ciudad de Buenos Aires no ha sido poetizada como Borges habría deseado, desde el punto intermedio en el que convergen la urbe y el campo: el arrabal.[40]​ Sobre el espacio del arrabal Robin Lefere considera que la determinación y la definición del arrabal borgeano no son nada simples. Primero encontramos un desdoblamiento del espacio del arrabal: el «arrabal» propiamente dicho, es decir espacios periféricos, pero urbanos aún y las «afueras», espacios extraurbanos que funcionan como ecos nostálgicos de la pampa argentina. El rasgo esencial que comparten es la oposición al espacio céntrico de la gran urbe bonaerense. Así el arrabal es un espacio estético y simbólico, casi exclusivamente visitado por un flaneur quien experimenta evocaciones espirituales.[41]​

Dentro del tema del arrabal, Borges presta especial atención a las calles que se transforman en substanciales materiales poéticos. Las calles del arrabal, no eran precisamente lo más representativo para el sentir común bonaerense, sin embargo, Borges intenta ante todo buscar un hueco en el campo literario, para legitimar una poesía que sin romper del todo con la tradición diera cuenta de su diferencia. Por ello Borges ‘inventa’ poéticamente la ciudad y crea un espacio imaginario, vacío de personajes, elusivo de las crecientes transformaciones sociales.[42]​ Así mismo, más que describir parece como si quisiera desdibujar las calles de Buenos Aires. En «Las Calles» lo concreto del título desmiente la imprecisión de los adjetivos: calles «desganadas», «invisibles», «enternecidas de penumbra y ocaso», calles sin árboles y sin habitantes. En este poema Borges instaura una realidad poética que se impone a la realidad objetiva, y que coincide con los parámetros de la lírica moderna en el rechazo del confesionalismo y el extrañamiento de la realidad sensible.[43]​

Elementos filosóficos

En «Afterglow» Borges adopta una pose filosófica desengañada, se decide a arrancar las máscaras de los habitantes de este mundo, aunque tras la máscara solo esté la nada.[44]​ El poema «El truco» plantea que la mejor solución de la vida es dejarse llevar por la baraja, que desplaza la vida y que hace olvidar el destino.[45]​ Sobre El truco Edelweis Serra considera que

es una intuición metafísica a propósito del tiempo: un tiempo que de destruir por la homologación de las acciones cotidianas, reiteradas del hombre, pues, al vivir en el pasado, anula la fluencia sucesiva del tiempo y crea una suerte de eternidad […] símbolo de ese universo del hombre impermeable al tiempo, fijado y eternizado para siempre.[46]​

En «La Recoleta» se saluda a la muerte digna y respetable igualadora de almas. Sobre «La recoleta» Cintio Vitier piensa que «la muerte se nos expone al principio como un resignado convencimiento y una «deseable dignidad». Nos escuchamos con gesto benévolamente y cierto dulce escalofrío junto a su sombra amable. Se trata aquí de la belleza, de la tradicional elegancia de la muerte».[45]​ Así mismo Vitier continúa exponiendo que

[o]tros poemas […] aclaran el concepto de la inmortalidad como omnipresencia de la vida. En el titulado «Remordimiento por cualquier defunción», se identifica el muerto con la muerte, despojándolo así, aparentemente, de toda posible inmortalidad personal […] El cuerpo presente del muerto se considera aquí como un tesoro de percepciones, sentimientos, pensamientos, experiencias, que por el solo hecho de sobrevivirle, de estar vivos, le hemos usurpado nosotros.[47]​

Continuando con «Remordimiento por cualquier defunción»

la muerte de otro provoca […] un sentido de culpabilidad, no tanto por la muerte misma, sino por seguir viviendo a expensas de la muerte de ese otro. Y si bien este continuar viviendo es signo de perduración a su vez la inmortalidad de la tierra se transforma en un remordimiento.[48]​

En el poema «Inscripción en cualquier sepulcro» hay una reflexión metafísica frente a una lápida, imagen de la muerte y de la caducidad humana, un canto a la inmortalidad más que una elegía. Es decir, hay algo esencial que sigue su curso después de la muerte y sobrevive a la finitud: la vida que continúan viviendo los otros en el tiempo posterior, como garantía de perduración, de inmortalidad que el alma reclama como una supervivencia realizada por quienes sin interrupción van sobreviviendo a los que mueren.[49]​ En el poema «Inscripción sepulcral» el tema de la muerte se presenta como un culto a los antepasados que estará presente en toda su obra.[50]​

«Final de año» establece que desfondar la realidad del universo no basta: incluso reducido a una experiencia, hay que preguntarse porqué no acaba de sedimentarse en algo sólido como ser, o dispersarse en algo volátil como el tiempo.[51]​ En el poema «Amanecer», Borges cita claramente a Berkeley y a Schopenhauer y vuelve a señalar la metafísica idealista en que apoya su poética filosófica.[52]​

El amor

«Borges no fue un gran poeta amoroso, e incluso en su prosa el tema se rehúye con una sistemática premeditación [sin embargo] encontramos rasgos de amor adolescente que quedará marcado en el poema 'Despedida.'»[53]​ De igual forma el poema «Sábados» se inspira en sus constantes visitas a la quinta de las hermanas Lange donde el joven Borges conoció a Concepción Guerrero de la cual se enamoró. Concepción tenía dieciséis años, por lo que la única posibilidad de encuentro entre ambos era en las reuniones que se llevaban a cabo en casa de los Lange todos los sábados.[54]​

Dedicatorias

El libro incluye poesías dedicadas a Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires durante dos períodos en el siglo XIX, al Cementerio de la Recoleta, a los arrabales y a los cuchilleros, entre otros elementos.


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