Fervor de Buenos Aires

Recepción

En 1923, después de haber publicado su primer libro de poemas Fervor de Buenos Aires, la poesía de Borges es considerada por Roberto A. Ortelli en la siguiente manera:

Hay una imagen pura, que sin recurrir a los adjetivos pomposos ni a los desarrollos inútiles, nos conmueven profundamente, logrando el autor su propósito […] De una honestidad literaria a toda prueba, Borges es, ante todo, sincero consigo mismo. Perfecto conocedor de artimañas literarias más o menos hábiles él sabe muy bien de la facilidad de urdir poemas para asombrar al lector desprevenido mostrándole un escenario demasiado amplio o martillándole el cerebro con palabras que, sin entenderlas lo aturden. Sin embargo, cuida siempre que su poesía sea fiel trasunto de una emoción sentida y pacientemente elaborada al convertirse en poema. Con pocas esperanzas en la inspiración divina que algunos se obstinan en ver en los poetas, Borges no cree en la espontaneidad, cosa muy elogiable que le hace perfeccionar su obra constantemente, convencido en su intimidad de lo insaciable de la perfección absoluta.[55]​

Sin embargo, las críticas estuvieron polarizadas y hacia 1924, Ramón Gómez de la Serna escribe:

El Fervor de Buenos Aires se titula este libro admirable de Borges […] Todo este libro, escrito cuando el descendiente y asumidor de todo lo clásico ha bogado por los mares nuevos, vuelve a ser normativo, con una dignidad y un aplomo que me han hecho quitarme el sombrero ante Borges con este saludo hasta los pies.[56]​

Enrique Díez Canedo hacia 1924 comenta que: «Los versos de Jorge Luis Borges se distinguirían entre los de todos sus compañeros por la seguridad rítmica, por la riqueza verbal, por el desdén del nuevo lugar común.» Pereda Valdés en 1926 apunta que: «Borges es en la actualidad el primer poeta de Buenos Aires». Posteriormente en 1961 Gloria Videla y José Emilio Pacheco afirman la influencia expresionista alemana, desde la estancia de Borges en Suiza.[57]​

Enrique Anderson Imbert en 1966 se refiere así de la trilogía Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuadernos de San Martín:

Como todo lírico Borges se cantaba a sí mismo. Y eligió el género tradicional para el lirismo, que es el verso. Pero pronto se vio que Borges al cantarse a sí mismo, no se quedaba en los viejos temas: amor, muerte, dolor, soledad, naturaleza, felicidad, el pasado de su país, la realidad de su ciudad, sino que incluía en su temario preocupaciones más propias de la metafísica: el tiempo, el sentido del Universo, la personalidad del hombre. Es decir, que se vio que Borges, al cantarse a sí mismo, se cantaba también en el instante mismo en que estaba pensando. Lirismo de intelectual, pues.[58]​

Por su parte, Borges afirma:

Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelectual. La palabra es casi un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos, de fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos dos procesos.[59]​

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