Fervor de Buenos Aires

Fervor de Buenos Aires Resumen y Análisis "Atardeceres", "Campos atardecidos", "Despedida", "Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922"

Atardeceres

Resumen

El poema describe un atardecer que transmite tristeza. La oscuridad apaga poco a poco los colores y ya no se ven pájaros ni personas.

Análisis

Con este poema nos volvemos a encontrar con el uso frecuente del motivo de “Las etapas del día”. En este caso, y tal como el título indica, el momento de reflexión privilegiado es el atardecer, instante que cumple la función de límite entre el día y la noche, es decir, entre el tiempo de la luz y el trabajo, por un lado, y el de la oscuridad, el sueño y la errancia, por el otro.

Acerca de la importancia del atardecer en Fervor de Buenos Aires, Enrique Pezzoni señala que: “Entre la noche y el alba, la caminata al atardecer es el momento del rescate: suspensión indefinida entre las dos certezas, la del sueño metafísico y la de la realidad exterior. Momento del no-lugar y el no-tiempo, momento difícil pero que debe prolongarse” (1986: 85). En otras palabras, la obsesión de Borges por los atardeceres se debe al hecho de que este es un tiempo de transición. El ocaso se transforma en el momento propicio para distintas reflexiones metafísicas acerca del estatuto de la existencia, ya que permite superponer dos órdenes de la realidad que, en el pensamiento del autor, se figuran opuestos: el de la noche que aún no llega y el del día que no acaba de irse.

Tal como desarrollamos en el tema “La metafísica”, Borges fue un gran lector de filosofía y se vio enormemente influenciado por la tradición idealista. Una de las expresiones de esta tradición postula la idea de que el mundo es ilusorio, un efecto del pensamiento humano. Esta visión se retoma en “Atardeceres”, donde el ocaso se presenta como un momento limítrofe en el que el estatuto de lo real se pone en cuestionamiento: “Un poniente ha exaltado la calle/ la calle abierta como un ancho sueño/ hacia cualquier azar” (48). La calle, abierta por el ocaso, se transforma en un espacio propicio en el que el sueño y la vigilia puedan coexistir, gracias a lo que se revela el carácter subjetivo de la realidad.

Esta configuración del atardecer como un ‘portal’ que comunica dos mundos se refuerza en los versos subsiguientes: “El silencio que habita los espejos/ ha forzado su cárcel” (48). Aquí, el poema recurre a la figura del espejo, acaso uno de los símbolos de mayor recurrencia en toda la producción borgeana. En este caso, el espejo se presenta como ‘la cárcel’ de la que el silencio, ahora una entidad personificada, consigue escapar durante la caída del sol. Cabe aclarar, en este punto, que la alusión al silencio se debe a que los reflejos reproducen una imagen de la realidad, pero no pueden hacerlo con el sonido.

En todo caso, la figura del espejo recoge una segunda tradición del idealismo, la platónica, tal cual ha sido desarrollada en el tema “La metafísica”. Ahora, el espejo simboliza el mundo ideal, perfecto, que se opone al material. En esta línea, Noemí Perilli señala que “Borges juega con la idea del mundo terrestre concebido como reflejo de un mundo trascendente perfecto. Recoge la teoría platónica según la cual este universo sensible, imperfecto y temporal, es una mera copia de un mundo de esencias ideales acabadas y eternas” (2016: 152).

Así como el pensamiento platónico sostiene la existencia de un mundo de las ideas del cual se deriva el mundo terrenal en el que vivimos, en este poema de Borges, el atardecer se transforma en un nexo que permite la confluencia de ambos mundos.

Campos atardecidos

Resumen

Este poema describe el atardecer en un pueblo rural. La oscuridad se extiende progresivamente sobre todas las cosas, los colores dejan de verse y el pueblo parece transformarse nuevamente en campo.

Análisis

Tal como el nombre sugiere, este poema continúa, en sus temas y procedimientos retóricos, a “Atardecer”. En este caso, nos encontramos ante un yo poético que describe una puesta del sol a través de versos ricos en metáforas, personificaciones y otras figuras poéticas.

El poema inicia con una caracterización del cielo similar a la que ya vimos en “Caminata”, en la que el firmamento no solo aparece personificado sino que, a través del uso del símil, asume la forma de un imponente ángel: “El poniente de pie como un Arcángel/ tiranizó el camino”. Mientras tiñe el paisaje con sus colores, este atardecer cubre con un manto de irrealidad aquello que el yo poético observa, haciendo que todo parezca un sueño: “La soledad poblada como un sueño/ se ha remansado alrededor del pueblo” (49).

En estos dos versos tienen lugar varios procedimientos retóricos: se produce, en principio, una relación metonímica en la que el sustantivo ‘soledad’ reemplaza a ‘el paisaje’ o ‘el pueblo’, ya que no es la soledad lo que se puebla sino, en todo caso, el espacio. Pero además, la construcción ‘soledad poblada’ incurre en un oxímoron, ya que ambos términos parecen contradecirse. En suma, lo que esos versos transmiten es la apariencia solitaria que adquiere el pueblo rural durante el atardecer, cuyas imágenes ‘remansadas’ -es decir, aquietadas, calmas- asumen un aspecto onírico.

La llegada de la noche transmite un sentimiento de nostalgia que lleva al yo poético a reflexionar acerca de que, en el pasado, el pueblo era solo campo: “Según va anocheciendo/ vuelve a ser campo el pueblo”. Los colores personificados, cada vez más imperceptibles debido a la caída del sol, parecen esconderse en las cosas, desde donde volverán a surgir con la llegada de un nuevo día: “Los trémulos colores se guarecen/ en las entrañas de las cosas”. Finalmente, los espejos no tienen ya nada que reflejar, puesto que necesitan de la luz para hacerlo: “En el dormitorio vacío/ la noche cerrará los espejos” (49).

Despedida

Resumen

El poeta despide a un amor cuya ausencia, “definitiva como un mármol” (50), lo atormenta sin importar cuánto tiempo pase desde la separación.

Análisis

Al igual que “Ausencia”, “Despedida” tematiza la tristeza del amante tras la ruptura amorosa. En unos pocos versos, el yo poético rememora situaciones compartidas con la persona amada y expresa que no importa que pasen “trescientas noches como trescientas paredes” (50); la separación será igualmente dolorosa.

De este modo, los tópicos del recuerdo, el tiempo y la nostalgia ocupan en este texto un lugar central. Tal como expresa el título, el yo poético ‘se despide’ y reflexiona acerca de esas cosas que ya no volverán a atravesar juntos: “No habrá sino recuerdos./ Oh, tardes merecidas por la pena,/ noches esperanzadas de mirarte”. El periodo en el que duró el amor es visto con nostalgia y se asemeja a la figura del atardecer, bello pero momentáneo: “Firmamento que estoy viendo y perdiendo” (50).

Finalmente, los dos últimos versos expresan el carácter permanente de la tristeza que domina al yo poético: “Definitiva como un mármol/ entristecerá tu ausencia otras tardes” (50). Aquí, la comparación con el mármol tiene dos objetivos: por un lado, expresa el carácter imperecedero del duelo que, como una piedra de gran resistencia al paso del tiempo, parece definitivo. Pero además, el mármol es una piedra muy utilizada para la confección de los sepulcros, las esculturas y las lápidas que adornan los cementerios. En este sentido, su uso sugiere la fatalidad con la que el yo poético experimenta la ruptura amorosa. Esta segunda interpretación se pronuncia aún más si pensamos este poema en un diálogo con otros de la selección, como “Inscripción en cualquier sepulcro” y “La Recoleta”, textos en los que la asociación entre el mármol y la muerte es aún más explícita.

Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922

Resumen

El poeta enumera una larga serie de cosas y se pregunta si él mismo es la suma de ellas o si, por el contrario, esas cosas explican otras cuestiones que nunca podrá comprender. Las batallas y las guerras, las historias mitológicas, desiertos, cielos, libros y escritores, entre otras cosas, integran el listado que menciona.

Análisis

Este poema es un agregado de Borges a la reedición de Fervor de Buenos Aires de 1966. Su tema central es “La identidad”, la cual se define con toda una serie de elementos que la voz poética yuxtapone sucesivamente unos tras otros. Esta operación consiste en la enumeración, un procedimiento retórico muy común en toda la producción de Borges, al punto en que, para la fecha de la publicación de esta edición, ya se había vuelto un elemento característico de su estilo.

Cabe aclarar que, a pesar de ser un agregado a la edición de 1966, el nombre del poema sugiere una continuidad respecto a lo escrito en la juventud del autor, más de cuarenta años antes de la reedición del poemario. En este sentido, cabe preguntarse por el origen de los elementos listados en estos versos, ya que, aunque Borges atribuye hipotéticamente estas líneas a su yo de la juventud, tampoco lo confirma. El uso del subjuntivo y la posibilidad de la pérdida -“Líneas que pude haber escrito y perdido” (51)- sugiere que quizás estos versos nunca existieron o que, en caso de hacerlo, podrían haber desaparecido con el tiempo. En relación al tema de “La identidad”, la noción de la pérdida sugiere la idea de una juventud extraviada, una identidad que representaba al Borges de antaño, pero que ya no lo hace.

Tal como lo definimos en la sección Temas, la identidad puede ser definida como el conjunto de rasgos, características y acciones que definen a un individuo, que lo vuelven consciente de sí mismo. En el caso de este poema, el listado de elementos identitarios revela una diversidad que se resiste a cualquier sistematización.

Por ejemplo, algunos de estos elementos identitarios se confunden con lecturas e imágenes evocadas en los sueños, como “Una esfinge de un libro/ que yo tenía miedo de abrir/ y cuya imagen vuelve en los sueños” o “Walt Withman, cuyo nombre es el universo” (51). En estos versos encontramos dos referencias literarias que se han hecho parte de la identidad del poeta: la esfinge, bestia mitológica que se ha adentrado en su subjetividad dormida, y Walt Withman, poeta estadounidense del siglo XIX, de quien se valora la exaltación del universo y de la naturaleza que realizaba en sus versos.

Sin embargo, otras enumeraciones se vinculan con la historia nacional y familiar, como “Los sajones, los árabes y los godos/ que, sin saberlo, me engendraron” (51). Aquí, los versos recuperan la herencia de los distintos pueblos germánicos y árabes que, en el suceder histórico, fueron parte constitutiva del mapa demográfico europeo. Luego, con las distintas migraciones europeas que recibió territorio argentino a partir del siglo XVI, parte de estos terminó constituyendo una porción de la herencia genética criolla.

Las imágenes de los arrabales, las calles y los paisajes porteños también se incluyen dentro de estas enumeraciones, como las “silenciosas batallas del ocaso/ en los arrabales últimos” y “los árboles que se elevan y perduran/ como divinidades tranquilas” (51). En este punto, ‘las batallas del ocaso’ operan como una metáfora del atardecer, momento en que el día comienza a debilitarse para darle paso a la noche. El símil de las ‘divinidades tranquilas’, por otro lado, da cuenta del extenso periodo de vida que tienen los árboles, motivo que los asemeja a los dioses por su inmortalidad.

Hacia el final, el yo poético refuerza el posicionamiento reflexivo acerca de qué es la identidad, y se pregunta si se trata de “esas cosas” u otras “de las que no sabremos nunca” (51). La pregunta por lo identitario, por lo tanto, no termina de responderse en el poema, aunque sí se establece la idea de que está conformado por una multiplicidad de elementos divergentes e inconexos.

Más aún, cabe mencionar que la cantidad de enumeraciones relativas, no solo a la identidad de Borges, sino también a la de la ciudad de Buenos Aires, expande la pregunta por lo identitario a todo el territorio. En ese sentido, vale recordar lo señalado por el crítico Lafere acerca de la construcción mítica de la ciudad y lo criollo que realiza el autor, quien “Pretende revelar, al mismo tiempo que la esencia de Buenos Aires, la esencia de lo criollo (lo auténticamente argentino, la «argentinidad»)” (2007: 150). Volviendo a los primeros versos de Fervor de Buenos Aires, la identidad personal y la nacional se constituyen recíprocamente en este poemario. En palabras del yo poético: “Las calles de Buenos Aires/ ya son mi entraña” (17).