El malestar en la cultura

El malestar en la cultura Temas

La agresividad

Freud propone que el instinto agresivo es inherente al ser humano, y se manifiesta, a nivel individual, ya en el niño, mientras que a nivel social se lo puede observar en sociedades primitivas. En estas, el jefe de familia daba rienda suelta a sus impulsos agresivos, mientras que, en la sociedad civilizada, hemos contenido nuestra inclinación a la agresión a través del Estado de derecho y la imposición de la autoridad.

Ahora bien, aunque originalmente nos organizamos en sociedad para protegernos de la naturaleza y regular nuestras relaciones con otros, con el objetivo último de ser felices, esta misma organización social impone restricciones a nuestros instintos agresivos, causando, paradógicamente, gran infelicidad en nosotros, a la vez que un sentimiento de culpa inevitable. De esta forma, el instinto agresivo se presenta como la principal amenaza para la cultura. En última instancia, el destino de esta última se definirá en la lucha entre las pulsiones libidinales y las destructivas.

El inviduo y la cultura

Freud traza una analogía entre el desarrollo libidinal del individuo y la evolución de la cultura, identificando tres etapas que tienen lugar en ambos procesos: 1) formación del carácter (adquisición de una identidad); 2) sublimación (canalización de energía primaria hacia otras actividades); 3) insatisfacción/renuncia de los instintos (soterramiento de los impulsos agresivos en el individuo; imposición del Estado de derecho en la sociedad).

Por otro lado, el autor también identifica una diferencia clave entre las dos instancias: mientras que el individuo tiene como prioridad la satisfacción de sus deseos libidinales, y como objetivo último, la felicidad, para la cultura es prioritaria la cohesión social, y, para alcanzarla, es primordial la represión, sobre todo la de los instintos agresivos de cada individuo. De este modo, individuo y cultura entran en conflicto, pues la cultura pone trabas a la satisfacción de las pulsiones primarias del sujeto, suponiendo un obstáculo para su acercamiento a la felicidad.

Eros y la pulsión de muerte

El concepto de pulsión de muerte aparece en la teoría freudiana unos años antes de la publicación del presente ensayo, en Más allá del principio del placer (1927). En esta obra, a la ya conocida pulsión de vida, asociada a Eros, Freud le opone la pulsión de muerte, que también operaría en cada individuo.

Abordado en El malestar en la cultura de forma extensiva desde una perspectiva social, Freud reconoce que este instinto destructivo puede identificarse sin mayores dificultades en numerosos ejemplos históricos (muchos críticos asocian la aparición de este concepto, de hecho, con los sucesos de la Primera Guerra Mundial). También desde un abordaje social, el autor propone que la historia de la cultura puede definirse como una perpetua lucha entre Eros y su gran adversario: la pulsión de muerte.

Cultura y felicidad

Freud argumenta que la cultura es intrínseca enemiga de la felicidad humana. Esto se debe a que el proceso de "civilizar" al ser humano implica sofocar muchas de sus pulsiones sexuales, que lo conducirían más directamente al placer y, con ello, a la felicidad. Más aún, la vida civilizada supone la represión de los propios impulsos agresivos en pos de la convivencia con otros. En consecuencia, para que podamos formar parte de la cultura, es necesario que nuestras pulsiones libidinales y destructivas encuentren salidas sublimadas, pero esta satisfacción parcial ejerce una gran presión en el individuo, así como un profundo sentimiento de culpa.

En definitiva, el enorme sacrificio que supone para el sujeto ser parte de la cultura convierte a esta última en enemiga necesaria de la felicidad.

El padre primordial y la herencia psicológica

En Tótem y tabú (1913), Freud introduce por primera vez una de sus especulaciones culturales más controvertidas, al proponer que las sociedades humanas se organizaron inicialmente de forma muy parecida a las de los grandes simios, con un macho dominante (el padre primordial) que monopolizaba a las hembras. Freud sugiere entonces que, eventualmente, los hijos desplazados de ese padre se unieron y mataron al patriarca opresor, en un acto que resulta traumático.

El remordimiento causado por el parricidio produjo el primer sentimiento de culpa, y el padre primordial se internalizó así como el super yo prohibitivo. Más tarde, el padre primordial tendrá su manifestación exteriorizada en la figura omnipotente del "Dios padre", así como en los reyes deificados de las civilizaciones antiguas y en los carismáticos líderes patriarcales de la historia más reciente. Efectivamente, la teoría de Freud parece anticipar a los poderosos líderes de masas que verán su apogeo en los años inmediatamente posteriores a la publicación de El malestar en la cultura: Mussolini, Hitler y Stalin.

El super yo y el sentimiento de culpa

Freud identifica un abrumador sentimiento de culpa como uno de los problemas centrales que amenazan a la civilización moderna, y lo atribuye a la acción del super yo, una instancia psíquica interna que monitorea las intenciones y acciones del yo, manteniendo sus instintos agresivos bajo control.

Freud rastrea la formación del super yo hasta el acto primordial de rebelión contra la autoridad: el asesinato del padre primordial por parte de sus hijos, hecho que redundó para estos últimos en un traumático remordimiento, así como en la internalización de la autoridad anteriormente encarnada en el padre. De este modo, más allá del eventual remordimiento que pueda causar una acción que atente contra la autoridad, el super yo provoca en el sujeto un gran sentimiento de culpabilidad incluso cuando se obra correctamente, ya que, como esa autoridad es ahora interna, no solo monitorea las acciones de los sujetos sino también sus intenciones.

La religión

La gran mayoría de las personas regulan su comportamiento según los principios de la doctrina religiosa, sometiendo su voluntad y su destino al juicio de Dios. Ateo declarado, Freud considera a este Dios una figura paterna hiperbolizada, y la religión se le aparece como una suerte de alucinación colectiva basada en la promesa de hallar sentido a nuestra vida después de la muerte.

Al dictar con esta promesa un camino simple y claro hacia la felicidad, la religión les ahorra a las masas sus neurosis individuales, pero Freud ve, por su parte, pocos beneficios. Aún más, si el creyente se diera cuenta de hasta qué punto la religión limita sus posibilidades de felicidad en vida, su única opción sería encontrar placer en la sumisión incondicional a su fe. En opinión de Freud, hay caminos menos arduos y tortuosos hacia la felicidad.

Aunque estas ideas aparecen más ampliamente desarrolladas en su ensayo El porvenir de una ilusión, de 1927, las reflexiones del autor sobre el origen y la función de la religión son el disparador para adentrarse en la problemática central del ensayo, es decir, en la reflexión sobre el malestar intrínseco que supone la cultura para el individuo.