El malestar en la cultura

El malestar en la cultura Resumen y Análisis Capítulo 3

Resumen

Capítulo 3

Freud comienza retomando lo que señala como las tres fuentes del sufrimiento humano: la supremacía de la Naturaleza, la caducidad del cuerpo y nuestra relación con los otros. Agrega que, aunque reconozcamos los primeros dos puntos como inevitables, nos negamos a aceptar el tercero, que se asocia a la cultura, como fuente de sufrimiento. Y es que resulta difícil comprender cómo las instituciones y los recursos que nosotros mismos creamos para protegernos de la naturaleza y regular nuestras relaciones con otros acaba siendo fuente de sufrimiento para los individuos.

Freud identifica tres eventos históricos clave que ayudaron a provocar esta desilusión ante la civilización humana, aunque no descarta que haya habido otros: 1) la victoria de la cristiandad sobre las religiones paganas (Freud destaca la depreciación de la vida terrenal en la doctrina cristiana); 2) el contacto con pueblos "primitivos", cuyas vidas aparecían felices y simples a los ojos europeos; 3) la identificación del mecanismo de las neurosis, que "amenazan socavar el exiguo resto de felicidad accesible a la humanidad civilizada" (85). A todo esto, agrega Freud, se le suma cierta decepción: los extraordinarios progresos de las ciencias y la técnica no han elevado necesariamente la satisfacción de las personas. En definitiva, el autor pone en duda el valor de la cultura para la felicidad humana.

A continuación, Freud define cultura como el conjunto de recursos e instituciones que protegen a las personas contra la Naturaleza y regulan las relaciones entre ellas. Los grandes avances tecnológicos han dado a la humanidad una sensación de omnipotencia y omnisapiencia que antes se atribuía solo a los dioses, pero esa aparente semejanza tampoco nos hace felices.

Además de la protección de la naturaleza, la cultura remite también a cuestiones menos útiles, como la belleza, el orden y la limpieza. La belleza, en particular, es un ejemplo de que la cultura no persigue solamente el provecho: también valora las actividades psíquicas superiores, las producciones intelectuales, científicas, artísticas, así como a las ideas religiosas y filosóficas.

En cuanto a la regulación de nuestras relaciones mutuas, un paso decisivo hacia la civilización radica en la sustitución del poder del individuo por el de la comunidad. Esta sustitución, claro está, restringe las posibilidades de satisfacción individual en beneficio de la ley, el orden y la justicia. Las sociedades civilizadas anteponen el estado de derecho a los instintos individuales. Aquí Freud establece una analogía entre la evolución de la civilización y el desarrollo libidinal del individuo, identificando tres etapas paralelas en las que ocurre cada una: 1) formación del carácter (adquisición de una identidad); 2) sublimación (canalización de energía primaria hacia otras actividades físicas o psicológicas); 3) insatisfacción/renuncia de los instintos (soterramiento de los impulsos agresivos en el individuo; imposición del estado de derecho en la sociedad).

Análisis

Una maniobra retórica comúnmente utilizada por Freud es introducir objeciones a su línea de pensamiento de fuentes indefinidas, a través de formulaciones como "pero aquí se hace oír la voz de la crítica pesimista" (86), o "Nos topamos aquí con una afirmación sorprendente (83). Así, su estilo argumentativo toma muchas veces la forma de un diálogo. Claro que Freud no está respondiendo a críticas concretas, sino que está dando cuenta de posibles objeciones a sus argumentos, anticipándose a ellos.

En la misma línea, Freud usa construcciones pasivas o la primera persona del plural para ocultar referencias a sí mismo y para construir una voz autorizada, supuestamente apoyada en una comunidad científica. Esta práctica, tan común en el discurso científico, resulta una estrategia marcada y también de gran relevancia en los escritos de un pensador que fundó una disciplina completamente nueva y que supo proponer, ensayo tras ensayo, ideas que, lejos de contar con el consenso de la comunidad médica y científica, venían a revolucionar el campo del saber, y que, en muchos casos, no estaban tan sustentadas por evidencia científica. De forma análoga, atribuye a un supuesto sentido común, en el que suele incluirse, ideas o prejuicios que parecen más bien propios, o al menos injustamente atribuidos a "todo el mundo".

Un ejemplo de esto lo vemos en el comienzo del tercer capítulo, cuando Freud retoma las tres fuentes primordiales de sufrimiento, y admite que, aunque aceptemos la decadencia del propio cuerpo y la hostilidad del mundo externo como tales, "Muy distinta es nuestra actitud frente al tercer motivo de sufrimiento, el de origen social. Nos negamos en absoluto a aceptarlo" (83). ¿Está refiriéndose Freud aquí a la gente, o se trata de una apreciación personal?

Asimismo, en este capítulo el autor despliega una serie de afirmaciones poco apoyadas en evidencia, como queda ejemplificado en los tres hitos que, propone, han marcado la desilusión de la humanidad contemporánea ante la civilización. Además, al intentar dar un barniz científico a sus observaciones sobre la civilización mediante el uso de la biología, poca es la evidencia a la que apela. Sus notas al pie, más extensas en este capítulo que en otros, están repletas de especulaciones sobre las consecuencias sociales de que el Homo sapiens adoptara una postura erguida, sobre el supuesto hábito masculino primitivo de apagar el fuego con orina, sobre el erotismo anal, sobre la naturaleza fundamentalmente bisexual de las personas, entre otros temas.

Un elemento fundamental que se esgrime en este tercer capítulo es la afirmación de que, en la cultura, el poder de la comunidad sustituye al del individuo. El carácter esencial de esta noción reside en que de este hecho se desprende el malestar del individuo que vive en sociedad: vivir en una cultura implica restringir la satisfacción individual y los impulsos agresivos en beneficio del conjunto. Esta renuncia, entonces, será causa de gran malestar.

Para llegar a esta conclusión, hacia el final del Capítulo 3, Freud vuelve a utilizar la analogía -como hiciera en la sección anterior al destacar similitudes y diferencias entre las capas de la psiquis y las que yacen debajo de la ciudad de Roma-, en este caso entre el desarrollo de la cultura y "la evolución libidinal del individuo" (97). Compara primero la relevancia que cobran el orden y la limpieza en estadios desarrollados, tanto del individuo como de la cultura. En segundo lugar, refiere al mecanismo de sublimación de los fines instintivos, que opera tanto a nivel individual como colectivo. Aunque el pensador no indaga demasiado en las características de este mecanismo, sí aclara que constituye un "elemento cultural sobresaliente" (ídem), pues a ella se asocia la importancia que cobran actividades como el arte y la ciencia.

Finalmente, Freud utiliza esta analogía al referirse a la renuncia a las satisfacciones instintuales, definiéndolas como una "frustración cultural" (ídem). En esta instancia del argumento, el plano de lo cultural y el de lo individual, hasta recién separados como dos términos de una analogía, parecen fundirse e interactuar: el autor arguye que, como resulta necesario renunciar a la satisfacción de ciertos instintos cuando vivimos en sociedad, los individuos terminan desarrollando cierta hostilidad contra la cultura. Este punto es central en el planteo de este ensayo.