El malestar en la cultura

El malestar en la cultura Citas y Análisis

Un segundo estímulo para que el yo se desprenda de la masa sensorial, esto es, para la aceptación de un “afuera”, de un mundo exterior, lo dan las frecuentes, múltiples e inevitables sensaciones de dolor y displacer que el aún omnipresente principio del placer induce a abolir y a evitar. Surge así la tendencia a disociar del yo cuanto pueda convertirse en una fuente de displacer (...).

Sigmund Freud, p.61

Freud describe aquí el proceso de formación del principio de realidad, constitutivo del desarrollo correcto de la psiquis humana. El primer estímulo que lleva a la separación entre el yo y el “afuera” es el paulatino y doloroso reconocimiento de que algunas fuentes de excitación se sustraen temporalmente, pues no pertenecen al propio yo, sino que son externas. El segundo es el aquí descrito, en el que el sujeto distingue de sí mismo aquello que le causa displacer.

Habiendo superado la concepción errónea de que el olvido, tan corriente para nosotros, significa la destrucción o aniquilación del resto mnemónico, nos inclinamos a la concepción contraria de que en la vida psíquica nada de lo una vez formado puede desaparecer jamás; todo se conserva de alguna manera y puede volver a surgir en circunstancias favorables (...).

Sigmund Freud, p.63

Esta noción de que nada de lo que se imprime en la psiquis humana es eliminado, sino que permanece indefectiblemente, sea o no llevado al plano consciente por el sujeto, es luego ilustrada por Freud a través de una analogía con los restos arquitectónicos que yacen debajo de la ciudad de Roma. Si la psquis fuera esta ciudad, arguye Freud, los edificios de todas las épocas convivirían, yuxtapuestos, en el mismo paisaje. Es por eso que la analogía, si bien ilustrativa, no es del todo precisa.

La génesis de la actitud religiosa puede ser trazada con toda claridad hasta llegar al sentimiento de desamparo infantil.

Sigmund Freud, p.68

Freud comienza este ensayo preguntándose por el origen del "sentimiento oceánico" que decanta en la religiosidad. Profundamente laico, después de evaluar varias hipótesis, el autor propone que ese sentimiento, lejos de sugerir la existencia de un dios o cierta predisposición humana a la noción de trascendencia, surge de la sensación de desamparo infantil que adviene luego de la constitución psíquica del yo en oposición a la realidad externa y, con ella, a los otros. Ese desamparo suscitaría la "nostalgia por el padre" (67), asociado en la teoría psicoanalítica a la autoridad. Recordemos que, más adelante en el texto, Freud asociará a Dios con una suerte de figura paterna hiperbólica.

Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles. Para soportala, no podemos pasarnos sin lenitivos.

Sigmund Freud, p.70

En esta instancia del texto, ya empieza a vislumbrarse el profundo pesimismo de Freud en esta etapa de su producción intelectual. En la cita, encontramos una concepción de la vida humana como una larga serie de frustraciones, y la psiquis, como un sistema que permite sobrellevar la existencia a través de una serie de estrategias para tolerarla.

El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación, ni siquiera puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos.

Sigmund Freud, pp.72-73

Esta cita profundiza la idea presentada en la anterior, y especifica las tres principales fuentes de sufrimiento para las personas: el propio cuerpo, que se va degradando con el tiempo, anunciando su propia muerte; el mundo exterior, lleno de peligros para la vida de los seres vivos, y, finalmente, nuestras relaciones con otros seres humanos, llenas de conflictos. Este último ítem es visto como un problema muy específicamente en esta instancia del desarrollo del pensamiento freudiano, dado que los otros se presentan ante el individuo, según Freud, o bien como objetos sexuales o estratégicos, o bien como objetivos donde descargar nuestros impulsos agresivos, es decir, como sujetos a los que podemos humillar, violentar, violar y hasta asesinar.

(...) nuestra llamada cultura llevaría gran parte de la culpa por la miseria que sufrimos, y podríamos ser mucho más felices si la abandonásemos para retornar a condiciones de vida más primitivas.

Sigmund Freud, p.84

Aquí, al comienzo del tercer capítulo, Freud introduce la hipótesis principal de su ensayo: que la cultura es antagonista de la felicidad de sus miembros. Aunque ha sido desarrollada con el objetivo de proteger a las personas de los peligros de la Naturaleza y regular las relaciones entre unos y otros, aumentando así el bienestar de los individuos, necesita, para lograrlo, aplicar sobre las personas una serie de restricciones y regulaciones que terminan oprimiéndolas, dificultando así su felicidad.

Las mujeres representan los intereses de la familia y de la vida sexual; la obra cultural, en cambio, se convierte cada vez más en tarea masculina, imponiendo a los hombres dificultades crecientes y obligándoles a sublimar sus instintos, sublimación para la que las mujeres están escasamente dotadas.

Sigmund Freud, p.103

En esta cita podemos observar un claro ejemplo de la misoginia que por momentos atraviesa el discurso freudiano. Aquí, el autor naturaliza cierta distinción de roles sociales entre hombres y mujeres: afirma que ellas representan la vida familiar, aparentemente porque, a diferencia de los hombres, no están dotadas para los procesos psíquicos de sublimación que se necesitan para operar en la esfera más amplia de la cultura.

(...) el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarles sufrimientos, martirizarlo y matarlo.

Sigmund Freud, p.110

El pesimismo que caracteriza esta obra de Freud puede reconocerse, de forma condensada, en esta cita. El autor da cuenta de una concepción del humano como una entidad violenta que, si no estuviera atravesado por un sistema de fuerzas represivas -tanto exteriores como interiorizadas-, poco dudaría en atentas contra el bienestar, la seguridad, la integridad e incluso la vida de otros.

Cabría formular, pues, la siguiente proposición: cuando un impulso instintual sufre la represión, sus elementos libidinales se convierten en síntomas, y sus componentes agresivos, en sentimiento de culpabilidad.

Sigmund Freud, pp.142-143

Esta cita alude a una noción novedosa que introduce Freud en esta etapa tardía de su pensamiento: el autor arguye que los síntomas que se ha dedicado a estudiar durante buena parte de su vida no responden a la represión sin más, sino a la específica represión de los impulsos libidinales. En cambio, la represión de las pulsiones agresivas del ser humano, también inherentes a él, dan como resultado un profundo sentimiento de culpabilidad.

A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción.

Sigmund Freud, p.151

El famoso ensayo de Freud termina con una pregunta: ¿logrará la cultura dominar con efectividad los instintos agresivos de las personas, permitiendo la convivencia pacífica entre sus miembros? La pregunta es particularmente relevante en el contexto de escritura y publicación del ensayo: algunos años después de la finalización de la Primera Guerra Mundial, que se había caracterizado por una magnitud y una violencia nunca antes conocida, el antisemitismo en Europa (y particularmente en la región de la que era oriundo Freud) estaba en auge, y el partido nazi ya operaba en Alemania.