Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)

Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874) Símbolos, Alegoría y Motivos

El gaucho (Símbolo)

"Gaucho" es la denominación que recibe el habitante de las llanuras y zonas rurales que habitó Argentina desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XIX. A principios del siglo XX, la figura del gaucho, de gran popularidad en la cultura argentina, termina por consolidarse como emblema de los valores nacionales con la canonización del Martín Fierro, el poema narrativo de José Hernández, impulsada por grandes exponentes de la cultura y la política argentina como Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas. A partir de entonces, el gaucho, que en sus años de existencia fue objeto de grandes maltratos y menosprecios por varios actores del gobierno, se transforma en un símbolo de los valores deseados y enseñados a los nuevos actores sociales en formación. En su obra, Borges disputa los valores con los que se intentó identificar a la figura del gaucho. Tal como menciona Alazraki, para él, “el gaucho es el símbolo o emblema de esas virtudes que admira: coraje, honor, rebeldía. (1974: 128).

El quepis de Cruz (Símbolo)

Cuando ocupa el cargo de sargento de la policía rural, Cruz recibe la orden de capturar al desertor Martín Fierro. Sin embargo, en el momento en que por fin se encuentra cara a cara con el gaucho, sus planes cambian drásticamente: “Arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados, junto al desertor Martín Fierro” (67). El quepis es una gorra militar y un elemento distintivo de Cruz desde el momento en que se transforma en sargento: es un símbolo de su pertenencia a la vida ‘civilizada’ en general y a la policía rural en particular. El hecho de que lo tire, por lo tanto, simboliza tanto el cambio de bando como la aceptación de que su destino se encuentra más allá de los márgenes de la ley: “Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario” (ídem).

La pesadilla del padre (Símbolo)

Al comienzo del relato, se narra la “pesadilla tenaz” (63) que lleva al padre de Cruz a despertar con un grito. Debido a la importancia que tiene lo onírico en la producción borgeana, mucho ha dicho la crítica respecto a este sueño: Alberto Julián Perez sostiene que “el padre de Cruz tiene una pesadilla premonitoria” en la que vio su propia muerte y se pregunta si no fue él quien, “con su sueño, indirectamente contribuyó a su destino” (1986: 127). Otros, como María Nieves Alonso, afirman que lo que presagia es la transformación de su hijo al final del relato: “El sueño del padre es la noche del hijo” (1979: 94). Alazraki, por su parte, se basa en la obsesión borgeana por retratar gauchos corajudos, compadritos y otros cuchilleros típicos del paisaje nacional del siglo XIX, para sostener que el sueño simboliza el destino criollo del argentino: el hecho de que estemos sometidos a la ley del cuchillo más que a la del derecho.

El cuchillo (Motivo)

Cruz se mete en problemas con la ley tras apuñalar al peón de una fonda que, borracho, no cesaba en sus burlas hacia él. Para Cruz, que no reconoce otra ley que la del honor, el cuchillo es el precio que paga este peón por el delito de injuria. Junto al mate, el caballo, la guitarra y las boleadoras, el cuchillo es un motivo indisociable a la figura del gaucho, a quien se le juega el honor en el virtuosismo con que lo usa. Borges acude a estos elementos una y otra vez en los cuentos que retoman elementos criollistas. Según Alazraki, él “da forma literaria a la ciega religión del cuchillero: (...) el cuchillo es la única justicia que conoce y reconoce. Lo que a nosotros nos parece abominable es para él máxima expresión de valor y de justicia” (Alazraki, 1974: 125).

El laberinto (Símbolo)

Fierro huye perseguido por Cruz y sus soldados, e intenta perderlos por la llanura haciendo “un largo laberinto de idas y venidas” (67) con su caballo. La expresión bien podría funcionar como una simple metáfora del sinuoso recorrido, si no fuera porque el laberinto es uno de los símbolos más recurrentes de toda la producción borgeana. Alberto Julián Perez sostiene que, en Borges, “el laberinto es la representación de un camino deformado y monstruoso que extravía en lugar de conducir” (1986: 132). Si bien Cruz y los suyos consiguen alcanzar a Fierro, el encuentro con el gaucho, en el interior del laberinto, transforma a Cruz y lo inspira a cambiar de bando: “Comprendió que el otro era él” (67). En este sentido, el laberinto externo que recorre Cruz junto a los suyos simboliza su transformación interna de sargento de la policía rural a gaucho perseguido por la justicia.