Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)

Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874) Resumen y Análisis Cuarta parte

Resumen

A fines de junio de 1870, Cruz recibe la orden de apresar a un malevo que ha matado a dos hombres. El hombre procede de Laguna Colorada, de donde nació Manuel Mesa y también “el desconocido que engendró a Cruz” (67). Cruz emprende la búsqueda y, tras perseguirlo junto a sus soldados a través de “un largo laberinto de idas y de venidas” (ídem), consiguen arrinconarlo en un pajonal por la noche.

El malevo sale a enfrentarlos y logra herir y matar a varios de los soldados. Durante la pelea, Cruz se identifica con su coraje y comprende “su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; (...) el otro era él” (ídem). Cuando llega el amanecer, Cruz grita que no va “a consentir el delito de que se matara a un valiente” (68), se vuelve contra los suyos y comienza a pelear junto a Martín Fierro, el desertor.

Análisis

En estas últimas líneas se resuelven los dos enigmas que la historia había trazado en un comienzo: quién es Cruz -es decir, cuál es su destino- y cuál es ese “libro insigne” (64) en el que está narrada su historia. Ambas respuestas están indisociablemente ligadas a la figura del doble, ese gaucho otro al que Cruz, en su rol de sargento de la policía rural, debe apresar: Martín Fierro. En este punto, Borges entremezcla en forma original la gauchesca con el fantástico, dos tradiciones literarias en apariencia irreconciliables hasta su escritura. Como dice Beatriz Sarlo, “Borges cruza el tema (universal, fantástico) del doble con su reescritura del Martín Fierro” (1995: 34).

De este modo vuelve a cobrar relevancia la cuestión del carácter intertextual de “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”. El concepto de intertextualidad, como decíamos, alude “al hecho de que en muchas obras literarias se percibe la presencia o al menos la influencia de otras” (2001: 187 y 188), y resulta evidente que la mayor parte del sentido de esta historia depende del conocimiento que tenga el lector sobre otro texto: el Martín Fierro de José Hernández. Como ya mencionamos anteriormente, es un elemento distintivo del estilo de Borges el acudir a un texto ajeno para reflexionar acerca de problemas literarios y textuales como la autoría, la tradición y los géneros literarios, entre otros. Este relato no es la excepción: “Es una glosa al Martín Fierro” (197), como nos dice el propio autor.

Pero además, Borges aprovecha esta historia para disputar un sentido ya consolidado respecto el mayor clásico de la literatura argentina. Tal como analizamos en “Martín Fierro: una figura en disputa”, la obra de José Hernández atraviesa un proceso de canonización a lo largo de la década de 1910, momento en que se realizan grandes celebraciones por el centenario de la Revolución de Mayo de 1810 y la Independencia de 1816. Durante este periodo, figuras notables de la cultura y la política argentina, como Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas, toman al Martín Fierro como un emblema de los valores nacionales. En este proceso, el gaucho -encarnado en la figura de Fierro- deviene en un símbolo de los valores patrios en un intento de educar a una nueva ciudadanía en formación, producto de las migraciones masivas que recibe el país entre fines del siglo XIX y comienzo del XX.

Borges disputa deliberadamente esta visión del clásico de Hernández y de la figura del gaucho como tipo literario y social. En su lugar, busca destacar del poema sus elementos novelísticos y se interesa por las contradicciones y complejidades que presenta su protagonista. Para Borges, Fierro -y Cruz, en consecuencia- no es un símbolo de la virtud nacional, sino un personaje signado por la desgracia, a medio camino entre el coraje y la criminalidad, y que solo se encuentra sometido, como bien dice Alarzaky, “a la ley de la lanza o del cuchillo” (1974: 130).

Volviendo al cuento, resulta curioso que Fierro, ese gaucho otro que se prefigura enemigo de Cruz en un momento, solo pueda ser alcanzado tras una persecución que asume la forma de un laberinto: “El criminal, acosado por los soldados, urdió a caballo un largo laberinto de idas y venidas” (67). En este punto, aunque la expresión parezca funcionar como una simple metáfora del sinuoso recorrido que realizan para alcanzar a Fierro, puede recibir una segunda interpretación, si tenemos en cuenta que el laberinto es uno de los símbolos más recurrentes de toda la producción borgeana.

Alberto Julián Perez sostiene que, en Borges, “el laberinto es la representación de un camino deformado y monstruoso que extravía en lugar de conducir” (1986: 132). En esta línea, si bien Cruz y los suyos consiguen alcanzar a Fierro, lo cierto es que el encuentro con el gaucho transforma profundamente a Cruz y lo impulsa a abandonar su identidad pasada. En cierta medida, Cruz pierde una parte de sí al encontrarse con Fierro, se extravía hasta transformarse en otro: “Comprendió que el otro era él” (67).

La identidad de nuestro protagonista, entonces, se revela al mismo tiempo que la identidad de ese “libro insigne” (64) en el que se cuenta su historia: se trata del sargento Cruz, el personaje secundario del Martín Fierro, sobre quien el propio Fierro dice, en el Canto XIII de “La ida”: “Ya veo que somos los dos / astillas del mesmo palo / yo paso por gaucho malo / y uste anda del mesmo modo” (2009: p.81; v.2145).

En el encuentro con Fierro se produce la “revelación de un destino en ese momento en que el hombre sabe para siempre quién es” y que, para Alazraki, “constituye el tema central de «Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)»” (1974: 42 y 43): Cruz comprende que ni la familia, ni las parcelas del campo, ni el trabajo como sargento de policía definen su identidad. Acepta “su íntimo destino de lobo, no de perro gregario” (67) y entiende que su ley es, no ya la del derecho escrito, sino la del cuchillero, la del honor de los gauchos. Asumido su destino verdadero, elige traicionar a sus propios soldados antes que “consentir el delito de que se matara a un valiente” (ídem) como el gaucho Martín Fierro.