Al filo del agua

Al filo del agua Resumen y Análisis Canicas, Victoria y Gabriel, El Día de la Santa Cruz

Resumen

Canicas

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El nuevo director político llega al pueblo con un encago: debe fundar un club de apoyo a la reelección de Porfirio Díaz y a Ramón Corral como su vicepresidente. El hombre no quiere hacerlo sin antes ponerse de acuerdo con el cura Martínez. Este se encuentra muy enfermo, le han indicado reposo total y, aunque quiere seguir ejerciendo sus tareas religiosas, no tiene fuerzas para salir de la cama. De todas maneras, pregunta siempre por las novedades del pueblo. Quienes lo cuidan evitan contarle noticias demasiado fuertes que puedan hacerle más daño a su salud. El cura Martínez piensa que el pueblo es como un plano inclinado sobre el cual ruedan canicas, que son los habitantes. Un movimiento sobre el tablero podría cambiar el curso del movimiento de las canicas. El sacerdote siente curiosidad por el destino de algunos personajes, pero sabe que solo Dios puede determinar qué pasará con cada uno. El domingo 25 de abril, Don Dionisio logra levantarse, dar la misa y reunirse con el director político.

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Crece la ebullición política en diferentes partes del país. Porfirio Díaz y Ramón Corral se han presentado como candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia.

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Damián y Micaela inician una relación. Julián se olvida de Micaela y se pone de novio con Merceditas Toledo. Otro joven del pueblo, Ruperto, planea robarse a Micaela por la fuerza, enfurecido porque ella no le ha prestado atención. Por otra parte, se cuenta que absolutamente todos los hombres del pueblo, de todas las edades, piensan con lujuria en Victoria. A las mujeres les despierta tristeza, celos, enojo. Para Carmen Esparza y Garagarza de Pérez, la perturbación de su hijo es culpa de Victoria. Se arrepiente de haberla invitado a pasar un mes en su casa, pero no se atreve a echarla.

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El cura Martínez le dice al nuevo director político que no apoyará a ningún partido. También le asegura que los fieles tienen libertad de apoyar al candidato que deseen siempre y cuando su plataforma no sea contraria a la Iglesia. Una parte de los habitantes del pueblo fundan con frialdad, y sin el apoyo de la iglesia, el club reeleccionista corralista, en apoyo al candidato a vicepresidente.

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Se insinúa que Damián está interesado en Victoria mientras tiene amoríos con Micaela. Saber eso tranquiliza a Bartolo Jiménez. Sin embargo, la narración salta hacia adelante en el tiempo y cuenta que el día de la desgracia que cometerá Damián, Bartolo llega temblando a encontrarse con Bruna y la mira fijamente a los ojos por primera vez. Le cuenta a su esposa lo que ha ocurrido (los lectores todavía no lo sabemos) y le asegura que Damián es monstruoso. El narrador remata: "Lo que descubrió —ese día veinticuatro de agosto de mil novecientos nueve—, fue peor que si Damián le hubiera pegado siete tiros en el corazón" (166).

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María está terminando de leer Los tres mosqueteros a escondidas. Le han hablado de otros libros y se pregunta cómo conseguirlos. El Padre Islas anda registrando qué libros hay en las casas y ha quemado ejemplares de Los miserables, El judío errante, Resurrección y El conde de Montecristo.

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Se ha incendiado el Teatro del Degollado, ubicado en Guadalajara, y llamado así en honor al político mexicano José Nemesio Francisco Degollado Sánchez. Lucas Macías relata una historia sobre ese teatro y recuerda que una profesía auguró un final trágico para el lugar. El anciano recapitula algunos hechos terribles del presente en México y otros países; considera que puede acercarse el fin del mundo. Alguien le pregunta si cree que Porfirio Díaz morirá pronto.

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El 10 y el 24 de julio, el diario El País publica algunos artículos que analizan la actualidad política de México. Se sostiene que el supuesto "despertar político" (168) del país en realidad es la exasperación, el hartazgo de la gente. El 25 de julio tiene lugar en Guadalajara una revuelta armada. Preocupado, el director político del pueblo vuelve a pedir el apoyo del cura Martínez, y este repite que la iglesia no se entrometerá. Todo esto despierta en el Padre Reyes la idea de actualizar la iglesia, de ajustarla a la vida actual de la sociedad mexicana. Considera que la situación económica es muy mala. Eleva su propuesta al cura Martínez y le asegura que la paciencia del pueblo se está agotando.

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Preocupado por el efecto de Victoria en los hombres del pueblo, el Padre Islas le habla del asunto al cura Martínez. Le dice que, tal vez, la propia Victoria no tenga malas intenciones, pero que la sensualidad se explaya por todos lados. Para ellos, esa "corrupción moral" (170) es el verdadero problema del pueblo, y no la economía. Islas está espantado porque Merceditas y Julián son novios abiertamente y recuerda las actitudes provocativas de Micaela. Por primera vez, al cura Martínez no se le ocurre rápido cómo actuar ante este problema. Al día siguiente, se obliga a levantarse y tomar confesiones.

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Micaela tiene un plan para vengarse de Prudencia y Clementina, las hijas de Timoteo Limón, porque la han despreciado durante el velorio de Anastasia. Se propone enamorar a Damián, conseguir que él le pida matrimonio y abandonarlo una noche antes del casamiento. También pretende seducir a Timoteo y provocar una pelea entre padre e hijo. La noche del 2 de mayo, Micaela inicia sus relaciones con Damián y la narración asegura que se trata de una noche "desgraciada" (171).

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A fines de 1909, Porfirio Díaz se reúne con el presidente de Estados Unidos, William Howard Taft. En el pueblo se comenta la noticia. Lucas Macías relata un hecho del pasado: los fusilamientos de Veracruz de 1879. Otro día, el director político visita al cura y le lleva un periódico donde se asegura que en México está creciendo el anarquismo. Usa ese artículo periodístico para preguntarle si aún así no está dispuesto a apoyar a su partido, que se propone mantener el orden y salvar al país de los anarquistas.

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El narrador comenta que las canicas siguen rodando hacia sus destinos finales. Algunas van más rápido y otras, más lento.

Victoria y Gabriel

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Gabriel es un joven que se levanta todos los días muy temprano, antes de las cuatro de la mañana, entre abril y septiembre, para tocar las campanas de la iglesia que anuncian la primera misa del día. Es el campanero del pueblo. Nadie conoce sus orígenes. Cuando tenía alrededor de cinco años apareció en la parroquia y el cura Martínez se hizo cargo de él. Desde siempre, Gabriel es vergonzoso y arisco, prefiere estar solo y se pasa el rato en la torre de la iglesia. A los nueve años comenzó a ser acólito, es decir, asistente del sacerdote, pero realiza todas las tareas de manera equivocada y los otros acólitos se ríen de él. Marta se apena y convence a Don Dionisio de que lo deje en paz. Después, Gabriel se dedica a las tareas de limpieza y a hacer mandados.

Todos en el pueblo dan por supuesto que Gabriel se casará con María. A ambos les gusta mucho leer (ella prefiere las novelas, a él le encanta la poesía), son creativos y tienen una rica imaginación. Sin embargo, ni María ni Gabriel piensan en eso, ni tienen ese tipo de relación. Él adora la soledad y tocar las campanas de la iglesia. El sonido de las campanadas, para Gabriel, es como el idioma del pueblo. Dos años antes, ha estudiado un tiempo en el seminario de San Juan de los Lagos. Allí, un día le pidieron que tocara las campanas y le salió muy mal porque ese no era su pueblo y él no hablaba el idioma de aquellas campanas.

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Durante la Semana Santa, Victoria escucha con inmensa emoción la música de las campanadas. Siente placer y dolor al mismo tiempo. No sabe quién las produce, pero tiene un gran deseo de conocer a ese hombre. Apasionada, se pregunta si no será la muerte quien toca las campanas. La emoción al escuchar ese sonido la domina; su cuerpo parece estar en éxtasis.

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Los habitantes del pueblo se sorprenden porque las campanadas empiezan a sonar muy raras. Piensan que Gabriel está enfermo o que se está burlando de ellos. Como el ritmo de las campanas está descompuesto, toda la rutina del pueblo funciona mal. Durante doce días hay una sensación generalizada de inquietud. Luego, el cura Martínez decide reemplazar a Gabriel. El nuevo campanero produce sonidos que incomodan todavía más a los habitantes del pueblo. A Victoria le resultan tan insoportables que debe irse del lugar.

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En el transcurso de esos doce días, Victoria y Gabriel solo se ven cuatro veces y apenas intercambian unas pocas palabras. La primera vez, ella sube al campanario, y allí sorprende al chico mientras este toca las campanas. Para ambos, el encuentro es muy intenso; sienten una gran atracción. Para Gabriel, la presencia de la mujer es como recibir una descarga eléctrica en todo el cuerpo. Victoria está fascinada por el movimiento de las manos del muchacho y quiere besarlas. Gabriel teme estar volviéndose loco y entonces piensa que ella es "el demonio en figura de ángel, con vestido de mujer" (184). Ella acerca su cuerpo al de él, y las emociones son tan fuertes que se Gabriel se desploma. Parece un cadáver. Victoria le pregunta si está enfermo, él responde que no. Entonces sus cuerpos se transfiguran: él es un arcángel que da un salto y se reincorpora; ya no es el joven campanero. Ella es como Eva "el día que la expulsaron del paraíso" (186).

La segunda vez que se ven es una noche en la iglesia. Ella le da las buenas noches y él no atina a responderle. La tercera vez, un domingo por la tarde, dominado por las pasiones, él va por las calles hasta la casa de los Pérez, donde se hospeda Victoria. Al llegar, encuentra una ventana abierta y ella le hace señas para que entre. Gabriel se enfrenta a grandes contradicciones: quiere entrar, pero tiene miedo y piensa que no debería hacerlo. Ella comienza a hacerle preguntas sobre el cura Martínez y sobre sus deseos en el futuro. El chico está distraído y no le responde. Luego, Victoria le confiesa: "Me vuelve loca su modo de tocar esas campanas" (188). Él está abrumado. No sabe si esto ha ocurrido realmente o solo lo ha imaginado. Esos días, las campanas suenan enloquecidas y, poco más tarde, Gabriel deja de ser el campanero. El lunes 3 de mayo, día de la Santa Cruz, se ven por cuarta y última vez.

El Día de la Santa Cruz

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El día de la Santa Cruz, 2 de mayo, será un día fatal. Desde temprano, el cielo anuncia terribles augurios, pero nadie en el pueblo se da cuenta. Hace muchísimo calor. Micaela y Damián han acordado encontrarse y están muy excitados los dos. Sin embargo, ella también siente un poco de miedo; en su interior se debate entre el temor y el deseo de estar con el chico. Luego, se aviva en ella el deseo de pecar. Damián está cerca de la casa de los Rodríguez, escondido; espera el momento preciso para entrar sin ser visto. El chico entra y se encuentran en el patio, cerca del corral. El narrador se lamenta porque nada ni nadie los ha detenido en ese momento. Finalmente, él salta hacia ella y ella no se resiste.

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Los habitantes del pueblo peregrinan desde las calles hacia el campo, donde se ubica una gran Cruz de la Misión. Mientras, se persignan cien veces y cantan oraciones sobre la muerte de Jesucristo y los peligros de Satanás. El sol, rojo, parece hecho de sangre, y el calor sigue siendo sofocante. Los personajes no lo notan, pero el narrador asegura que ese cielo indica que "Algo ha de haber sucedido anoche" (197).

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Desde que lo han retirado del puesto de campanero, Gabriel se pasa los días encerrado en su cuarto de la torre de la iglesia. Solo sale a veces, muy temprano, para cumplir con tareas de limpieza. Ya no le piden que haga mandados. Está perdido y confundido; le hablan y no entiende. Tiene dificultades para dormir. Los primeros días del nuevo campanero, varios personajes comienzan a sentir que el sonido los transporta a un lugar muy lejano. Gabriel siente lo mismo, pero unos días más tarde las campanadas empiezan a provocarle dolor; son como punzadas en su corazón. Aparece en sus pensamientos la imagen de Victoria, hermosa como una escultura. Las ideas y sensaciones lo atormentan y decide irse lejos, al campo, donde no se escuchen las campanadas. Piensa en el marido muerto de Victoria y en Luis Gonzaga Pérez; se dice que este último ha enloquecido por culpa de ella. Gabriel piensa que él también se está volviendo loco. Reza para evitar esos pensamientos, pero no lo logra. Finalmente, se queda dormido en el campo.

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La noche entre el 2 y el 3 de mayo, Don Dionisio tiene terribles pesadillas y parece un resucitado entre los muertos. Despierta y se siente muy abrumado, con miedo y ganas de rezar. Comienza a recordar su sueño: en medio de la noche, escucha y ve que un hombre espera dentro del curato para abordar a una mujer. No puede ver el rostro de ninguno; cree que ella puede ser una de sus sobrinas, pero después determina que es Micaela. El hombre aprieta el cuerpo de la mujer. Dionisio se mortifica y no logra intervenir. De pronto, se ve a sí mismo recostado en la cama y oye una voz que le pide la confesión. Quiere negarse, pero no puede. La voz confiesa que desea a todas las mujeres del pueblo y a mujeres imaginarias también. El cura, horrorizado, se da cuenta de que se trata de Gabriel. Entonces, el narrador relata que Gabriel es hijo del sacerdote, tanto en sentido espiritual como en el sentido biológico. Luego, dentro del sueño, el joven le echa la culpa a Dionisio por esta lujuria que siente: el cura nunca le ha dicho quién es su madre, le ha prohibido toda forma de afecto femenino y le ha sacado su puesto de campanero.

El cura no sabe si está soñando o esto es la realidad. Está sumamante perturbado por la situación. De pronto, toca la cabeza del joven y cree que, en realidad, se trata del Demonio. Comienza a hacer un exorcismo y se escuchan por todos lados maullidos de una gata que, de inmediato, se transforman en gemidos de una mujer dando a luz. El cura se acerca a la mujer y no sabe si es María, Marta o Micaela. La patea con crueldad en el vientre porque su embarazo es signo de un pecado. Finalmente, la mujer dice: "Soy Micaela y estoy a punto de condenarme y de condenar a usted, a usted y a todo el pueblo, a todo el mundo: voy a dar a luz un Demonio" (205). Sin embargo, los gritos se prolongan y la mujer no logra parir. Entonces, el cura Martínez se despierta mortificado, sin saber qué ha sido sueño y qué es la realidad, y se flagela enérgicamente.

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Gabriel despierta. No sabe qué hora es. Se siente feliz, pleno, y corre libremente por el campo. Cuando llega a la Gran Cruz de la Misión, se encuentra con Victoria. Al principio cree que está hablando consigo mismo, pero de inmediato entiende que esa no es su propia voz. Conversan, y ella avanza hacia él de manera provocativa. Lo invita a que vuelvan juntos al pueblo. Gabriel está muy nervioso, no puede responder nada y tiembla. Ella piensa que está enfermo y decide irse sola. Al final, él atina a llamarla; está por decirle "Señora", pero ella lo corrige: "Me llamo Victoria" (209).

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El narrador dice que, esa noche, los gatos han estado revolcándose y maullando tanto que no dejaron dormir al pueblo.

Análisis

En estos capítulos, las referencias realistas a la historia mexicana cobran cada vez más relevancia. A medida que se acerca el año de la Revolución, aumenta la ebullición política, se replican los levantamientos y los conflictos en diferentes partes del país. Se mencionan nombres de referentes políticos y episidios que realmente tuvieron lugar, como la revuelta armada de Guadalajara de 1909. La situación económica se va haciendo insostenible y muchos personajes, como el Padre Reyes, reconocen que los cambios son inminentes. Pero, por el contrario, el cura Martínez no está abierto al cambio todavía. Al mismo tiempo, se desarrolla la campaña de Porfirio Díaz para ser reelecto como presidente, junto a Ramón Corral como vicepresidente. Es decir, el ambiente se tensiona entre quienes defienden alguna forma de cambio y quienes ya están en el poder y buscan sostener el mismo régimen. El hecho de que el nuevo director político pretenda contar con el permiso del cura para fundar un club en apoyo a la reelección evidencia el enorme poder de la iglesia católica en el lugar. Sin embargo, ese poder se va viendo resquebrajado. Aun sin la autorización del cura, que asegura que la Iglesia debe mantenerse al margen de los partidos políticos, algunos vecinos del pueblo fundan ese club.

A medida que crece la ebullición política, también se intensifica cada vez más la expresión de la sensualidad y la sexualidad y los contactos románticos o eróticos entre diferentes personajes. Algunos abandonan la actitud de recato impuesta por los sacerdotes. Por ejemplo, se ponen de novios Mercedes y Julián, por un lado, y Micaela y Damián, por el otro. Las parejas generan cierta perturbación, como puede verse en las preocupaciones del Padre Islas, que está escandalizado y busca imponer mayor rigurosidad. Del mismo modo, resultan muy problemáticos los contactos entre Gabriel y Victoria. En princicio, este vínculo parece ser menos público, ya que nadie los ve cuando están juntos. Pero la fricción entre el deseo y el temor que siente el chico lo enloquecen tanto que pierde su puesto como campanero. Esto afecta directamente a todo el pueblo, porque las campanas son como el reloj que marca el ritmo del lugar, y, desde que Gabriel conoce a Victoria, la música de las campanadas pierde su típica armonía.

En ese sentido, además, esta serie de capítulos cristaliza un planteo que ya se dejaba entrever desde el comienzo de la novela, y que seguirá ganando importancia más adelante: las mujeres son demonizadas por su sexualidad. Si bien también hay varones involucrados en el asunto, tanto los sacerdotes como el pueblo las responsabilizan a ellas por traer la tentación al lugar. Así, tanto Victoria como Micaela son relacionadas con el demonio de manera explícita en estos capítulos. Gabriel siente una atracción tan fuerte hacia Victoria que, de hecho, cree que ella es el demonio disfrazado de mujer. Por su parte, en los sueños del cura Martínez, Micaela va a parir un demonio. En ambos casos, se establece una relación directa entre la sexualidad femenina, el diablo y las desgracias que afectan al pueblo. En otras palabras, las mujeres que no reprimen su sexualidad aparecen como las culpables de las tragedias. Más adelante, esto será fundamental para analizar "La Desgracia de Damián Limón".

Tanto las amenazas políticas como las morales (en relación con la sexualidad) para el poder de la iglesia van ganando terreno, y esto se refleja en el estado de debilidad del cura Martínez. Si bien, desde el comienzo, este hombre es la máxima autoridad del pueblo, ahora comienza a mostrarse frágil y vulnerable: se enferma, le cuesta tomar decisiones para controlar la situación y se ve atormentado por pensamientos indecentes que no logra entender ni disipar. En este sentido, se hace fundamental la metáfora de las canicas, ya anticipada en el epígrafe de la novela. Para el cura Martínez, los habitantes del pueblo son canicas que ruedan sobre un tablero. La metáfora pone en evidencia la concepción cristiana del destino de los humanos: es Dios quien determina lo que ocurre con cada uno.

Por último, cabe destacar los pasajes donde la narración se desvía de la narrativa realista clásica sumando perspectivas fantásticas u oníricas. En primer lugar, se destaca el encuentro entre Victoria y Gabriel en el campanario. El erotismo entre ambos es tan fuerte que parecen entrar en un éxtasis que los transforma en figuras bíblicas. Él se convierte momentáneamente en un arcángel, haciendo alusión al Arcángel Gabriel, y ella aparece como Eva, la primera mujer. Este pasaje es muy extraño porque no encaja con las reglas del relato realista, y no se explica si se trata de una fantasía o una ensoñación. En segundo lugar, es muy significativa la larga secuencia pesadillesca que sueña el cura Martínez en el mismo capítulo dedicado a "Victoria y Gabriel". En la pesadilla, se mezclan las figuras de varios personajes y esto refleja los miedos del sacerdote: teme que sus sobrinos pequen como lo hacen Micaela y Damián. El sueño también funciona como augurio: el cura sabe que algo terrible está por suceder. Desde su perspectiva, esa catástrofe está directamente relacionada con la sexualidad, en particular, la encarnada en la figura de Micaela. A partir de esa noche, el hombre comienza a confundir los sueños con la realidad, justamente porque las pesadillas expresan sus miedos y preocupaciones. Esto nos permite pensar que la narrativa de Yáñez amplía el concepto de realidad, ya que incorpora la subjetividad y el inconsciente de los personajes a los hechos supuestamente objetivos.