Al filo del agua

Al filo del agua Resumen y Análisis Acto Preparatorio, Aquella Noche, Marta y María

Resumen

Acto Preparatorio

Se describe el pueblo donde tiene lugar toda la narración. En él, las mujeres enlutadas son la presencia humana más marcada. Son mujeres de todas las edades, desde adolescentes hasta ancianas. Desde jóvenes pertenecen a la Asociación Hijas de María, imponiendo una disciplina muy rígida en las costumbres del pueblo. Visten trajes negros de cuello alto y llevan vidas propias de religiosas en un convento. El pueblo entero es como un monasterio. Las mujeres y los hombres ocupan roles y espacios separados. Las casas tienen todas las puertas y ventanas cerradas y absolutamente todas tienen cruces en la fachada. En el interior, las casas están llenas de imágenes religiosas. En las afueras del pueblo, hay un río y un cerro. Es un lugar muy seco; no hay árboles ni huertos. El río no es abundante y las lomas de la región son áridas. La atmósfera es de resequedad, desencanto y vejez, y afecta tanto el paisaje como a los personajes.

El pueblo es muy silencioso. Las personas son discretas y apenas conversan muy fugazmente en las calles. Además, nunca hay fiestas ni bailes. Solo se celebran ceremonias católicas, y el único momento de vida activa es el domingo por la mañana, cuando se celebra la misa. El pueblo es cerrado y solemne. Las mujeres enlutadas trabajan constantemente en la limpieza y la cocina. Los hombres trabajan en la agricultura; se cultiva mucho maíz. Algunos practican oficios tradicionales como la carpintería, la panadería y la zapatería. También hay usureros. Las personas disimulan sus deseos y viven con un miedo constante. Todos responden con obediencia a las reglas estrictas de la iglesia local. Los recién casados sienten vergüenza y evitan salir a las calles. Los entierros son muy solenmes. Cuatro gendarmes a caballo rondan las calles y controlan a los habitantes sin cesar.

Aquella Noche

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Una noche a mediados de marzo, Timoteo Limón termina de cenar y reza solo en su cuarto. Mientras tanto, su perro viejo, Orión, no para de aullar, y Timoteo cree que el aullido es señal de que se avecina una desgracia. Intenta distraerse de ese pensamiento y continuar rezando, pero no lo logra. Recuerda con remordimiento imágenes de su pasado. Veinticinco años antes, ha matado a un hombre llamado Anacleto. Arrepentido, se entrega a las autoridades pero no le imponen ningún castigo, porque determinan que lo ha hecho en defensa propia. El recuerdo del rostro de Anacleto lo atormenta. Después, ha sucedido una seguidilla de desgracias: pierde cosechas durante cuatro años, su hija Rosalía muere a los 15 años, su mujer está paralítica hace diez años y su hijo Damián se ha ido a Estados Unidos hace cinco. Timoteo cree que todo esto es parte de la penitencia que Dios le asigna por haber matado a Anacleto. En medio de estos recuerdos, fantasea con la idea de que Damián y su esposa mueran y piensa en casarse con una mujer más joven. Estos pensamientos lo horrorizan; cree que son tentaciones del diablo e intenta disiparlos con rezos. Se promete confesarse a primera hora de la mañana y asistir a los Ejercicios Espirituales durante la Pascua, aunque necesita dedicar ese tiempo a trabajar en las cosechas.

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La misma noche, Leonardo Tovar se recuesta después de un arduo día de trabajo en las plantaciones, pero no logra conciliar el sueño porque su esposa, Martinita, gime de dolor en la cama. La mujer ha parido un niño muerto y desde entonces está muy enferma. Pedrito, el hijo de ambos, también se despierta por los quejidos de la mujer. Leonardo la ha llevado a un médico; este ha dicho que es necesaria una operación, pero no tienen dinero para pagarla. Por eso siguen usando remedios tradicionales indicados por curanderos. Los dolores de Martina son tan graves que llaman al cura del pueblo para que le dé una bendición final, ya que creen que va a morir. El Padre llega y hace las ceremonias del Viático y de los Santos Óleos. La mujer empieza a sentirse mejor, pero más tarde vuelven los dolores y grita: "¡Me muero! ¡Me muero, Leonardo, Pedrito, me muero!" (37).

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Esa noche, Merceditas Toledo, una chica muy religiosa, que pertenece a las Hijas de María, recibe una carta de Julián, un joven que la pretende. Tener la carta en su poder perturba muchísimo a Merceditas. Ella siente hace un tiempo que Julián la devora con la mirada cuando se cruzan en el pueblo. La chica destruye la carta, pero antes la lee y las palabras la indignan y al mismo tiempo le provocan tentación: no puede dejar de pensar en ese muchacho. Se siente tan perturbada que parece enferma y la madre se preocupa. Merceditas se recuesta acalorada, como si tuviera fiebre, y los pensamientos no la dejan dormir en toda la noche. Su madre la acompaña, creyendo que está enferma, y esto la tranquiliza un poco. Sin embargo, sigue pensando en Julián y se siente culpable porque quiere cumplir con la doctrina católica y ser una chica totalmente virginal. Se propone encerrarse en un convento para evitar las tentaciones del cuerpo.

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Muy tarde esa misma noche, los Rodríguez regresan al pueblo. Han estado en la ciudad capital. En la casa, son recibidos por la tía Juanita. Apenas llegan, la mujer observa que su sobrina, Micaela, está muy perturbada: no puede parar de llorar, se encierra en su cuarto y no quiere hablar con nadie. Los padres de Micaela, Inocencio y Lola Rodríguez están muy preocupados por la situación. Cada uno, por su cuenta, piensa en el futuro de la hija; saben que la chica desea un novio y esto es inaceptable. Lola cree que lo mejor será casarla, e Indalecio piensa en internarla en un convento. La chica se ha transformado en su estadía en la capital, porque allí ha conocido a un muchacho llamado David Estrada. David le ha prometido visitarla en el pueblo. Juanita también se preocupa porque la sobrina pierda la decencia y piensa que las otras jóvenes del pueblo no querrán ser sus amigas.

Ejercicios de Encierro

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El señor cura Dionisio María Martínez reza muy temprano por la madrugada, ruega por las personas del pueblo y del mundo entero. Algunas de sus oraciones son en latín. Mientras, se flagela golpeándose la espalda. Sigue intercalando rezos mientras se viste y va hasta la capilla, donde da la primera misa a las 5 de la mañana. Siempre ha mantenido una distancia con respecto a los fieles: solo visita las casas en situaciones de urgencia, no acepta regalos, nunca recibe a mujeres a solas, y es extremadamente repetuoso de las reglas religiosas. Su actividad principal es tomar confesión, y desde allí maneja las vidas de todo el pueblo. En el confesionario, es severo y solemne.

Ha nacido en Arandas en 1850 y, después de pasar por diferentes puestos, ha sido asignado a este pueblo, donde vive hace veinte años. Entonces, por su iniciativa, se construye un gran edificio que aloja un hospital y la Casa de Ejercicios Espirituales. La Casa solo se abre cuando se practican los ejercicios. Los habitantes del pueblo, y algunos de pueblos vecinos, pasan una semana encerrados allí, en voto de silencio, con momentos de ayuno y oración. El objetivo es reforzar el modo de vida católico de los fieles. Los ejercicios se hacen en distintas etapas: primero los varones adolescentes, luego las Hijas de María, luego las señoras, luego los varones solteros mayores de 16 años y, por último, los hombres casados. Al terminar, estos últimos juran por los Evangelios que pasarán un año sin beber ni una copa de vino.

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Es 21 de marzo. Se acerca la semana de ejercicios para los hombres casados. El cura Martínez está feliz porque ha convencido a tres hombres importantes de participar de los Ejercicios Espirituales este año: Don Román, el director político; Don Refugio Días, el médico y farmacéutico; y Don Pascual de Pérez y León, el abogado. Los tres tienen fama de liberales y de herejes. Los habitantes del pueblo no confían en ellos.

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Hace ocho años trabaja también en la iglesia del pueblo el Padre Abuncio Reyes, conocido desde joven por ser travieso, alegre, vivaracho, inquieto y bromista. Para las autoridades católicas, su actitud es un tanto problemática, pero tiene enorme carisma y es popular entre los fieles. Pasa por diferentes puestos antes de ser enviado al pueblo; en realidad prefiere las ciudades y cree que lo han enviado allí como castigo por sus visiones flexibles y modernas: "iba en cierto modo castigado a ese pueblo sin categoría, de extraño nombre y sin referencia en los mapas de la República" (58). Aunque su forma de practicar el sacerdocio es muy distinta a la del padre Martínez, acaban por entenderse y se complementan. Tanto es así que cuando intentan transferir al Padre Reyes a otro lugar, Martínez se opone.

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Comienza la semana de Ejercicios Espirituales para los hombres casados. Timoteo Limón y otros habitantes del pueblo se sienten muy incómodos por la presencia de Román Capistrán, Refugio Díaz y Pascual Pérez de León. Los consideran unos bandidos. El Padre Reyes logra organizarlos en la mesa para que todos estén cómodos. Todos juntos tienen un aspecto fantasmagórico. El cura ofrece sermones tétricos, severos y terribles; les dice que se olviden de todo lo que los espera fuera de la Casa, que no piensen en sus mujeres, ni en sus hijos, ni en sus trabajos.

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Afuera de la Casa, en el pueblo, las mujeres conversan con voces apagadas. Sienten miedo y tristeza por la ausencia de los hombres; sienten que sus casa están vacías. Las más jóvenes creen que sus pretendientes saldrán de los Ejercicios Espirituales determinados a entablar relaciones con ellas, ya que, ahora sí, tendrán la aprobación de Dios. Ellas envidian a las casadas porque estas pueden hablar de sus hombres con libertad. Varias voces femeninas conversan sobre "esas mujeres" (66), prostitutas que han sido desplazadas de la ciudad. Hay rumores de que varios de los maridos han visitado el barrio de "esas mujeres".

6

Durante los ejercicios, cada día está destinado a meditar sobre un tema específico. Por ejemplo, el lunes los hombres reflexionan sobre el pecado y el martes, sobre la muerte. Las paredes de la Casa están llenas de imágenes que estimulan las reflexiones de ese tipo. Los ejercitantes se levantan muy temprano, asisten a misa, escuchan sermones, dedican tiempo a la oración, y antes de la cena hay un momento destinado para la disciplina, es decir, la flagelación. Con las luces apagadas, todos juntos en una misma sala, los hombres se azotan con rigor. Algunos se sacan las camisas para aumentar el efecto de los golpes, que repiten durante quince minutos. La segunda noche, los ejercitantes se despiertan con una sorpresa: un extraño desfile organizado por los curas para asustarlos, exhibiendo un ataúd por los pasillos. Don Pascual se horroriza y se retira de la Casa.

Cuando reflexionan sobre la lujuria, especialidad del Padre Martínez, todos los ejercitantes tienen mucho para confesar. Los siete sacerdotes de esa jurisdicción pasan la noche tomando confesión. Si bien están preparados para lidiar con los pecados de lujuria, se sorprenden por lo que escuchan. Los hombres del pueblo cuentan que han entrado en contacto con discursos políticos que critican la palabra de Dios y cuestionan el poder de la Iglesia, que tienen dudas sobre la religión, que están interesados en la política liberal y socialista. El cura Martínez queda sumamente preocupado y la mañana siguiente, la última de la semana de ejercicios, da un sermón muy estricto asegurando que el pueblo está rodeado de graves peligros.

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Es Domingo de Pasión. Los hombres salen de la Casa y durante esa mañana el pueblo se alegra, aunque rápidamente vuelve a cundir el silencio y las personas se encierran en las casas. Al final, el narrador se pregunta quién será concebido esa noche: "Abel o Caín, un sacerdote o un forajido, el salvador del pueblo, su escandalizador y verdugo, la gloria o el oprobio, quién sabe si sólo vidas inútiles" (76). Por su parte, el cura Martínez se recuesta rezando, una vez más, por los fieles de su pueblo y del mundo entero. Ahora, tiene una preocupación concreta en mente: la posibilidad de que tenga lugar una revolución contraria al catolicismo.

Marta y María

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Marta y María son dos jóvenes hermanas, sobrinas del cura Martínez. Han quedado huérfanas desde pequeñas y él las ha criado. Viven juntos en la casa parroquial del curato. Ahora Marta tiene veintisiete años y su espíritu es apagado. Es pálida, flaca, silenciosa. María tiene veintiún años; es radiante, enérgica, vital. Su rostro es redondeado y moreno, su voz es potente. Nunca han salido del pueblo, pero María ansía viajar y conocer grandes, ciudades como Guadalajara, México, Los Ángeles o Madrid. La menor de las hermanas lee a escondidas porque el cura se lo prohíbe. Así aprende sobre el mundo y alimenta sus fantasías. Es amiga de Micaela Rodríguez, pero esta ha cambiado mucho desde que regresó de la capital y el cura Martínez le ha prohibido volver a encontrarla. Él es muy severo con las chicas, pero les tiene cariño. Su favorita es María, pero deposita su confianza en Marta, que es la encargada de las cuentas del hogar y de la parroquia.

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Está muriendo Martinita, la esposa de Leonardo Tovar. El cura debe ir de urgencia a darle las bendiciones finales. Al salir, se deja unos periódicos sobre la mesa y María aprovecha para leerlos mientras el tío no está. Casi todas las noticias relatan crímenes terribles, de hombres que asesinan o abusan de mujeres. Se arrepiente de sentir interés por esos asuntos y va a dejar el diario, cuando encuentra el anuncio de una peregrinación a la Ciudad de México para celebrar la fiesta de Nuestra Santísima Madre. Sueña con hacer el viaje, pero sabe que su tío no se lo permitirá. Martínez siempre insiste en realizar la celebración en el pueblo. De pronto, María escucha la voz de su hermana: Marta comenta que Martinita ha fallecido.

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Las hermanas y el tío cenan juntos. Marta se lamenta por Pedrito, el hijo de Martinita. Cree que alguna mujer del pueblo debe hacerse cargo de él, porque todavía es muy pequeño. El cura cree que está insinuando cuidarlo ella misma y se escandaliza. Ella responde que solo quiere ayudar a encontrarle un buen hogar al niño, pero en su interior piensa que ella podría criarlo. Le gustan mucho los niños, tiene vocación de madre. Sin embargo, es soltera y virgen y no sabe nada sobre sexo. La maternidad, en ese sentido, le resulta misteriosa. Y si bien despierta su curiosidad, también tiene miedo de pensar mucho en el asunto.

Análisis

La novela empieza con un apartado inicial llamado "Acto Preparatorio". Si bien podríamos pensar que se trata del primer capítulo, en realidad funciona como una suerte de prólogo o introducción. Este segmento no narra acciones particulares ni presenta personajes bien definidos, sino que muestra el escenario por donde se moverán los personajes, caracterizado por una atmósfera seca, silenciosa, reprimida y sofocante. Otra particularidad del "Acto Preparatorio" es que está escrito en cursivas. De acuerdo con Jean Franco, este segmento inicial es un "monstruo literario" (2000, 49) porque rompe las reglas de la narrativa realista tradicional y, así, resulta innovador. Para Franco, el "Acto Preparatorio" no es una introducción sino un resumen de la novela, dado que engloba sus elementos principales: la muerte, la omnipresencia de la iglesia católica, la sexualidad reprimida, la vida rutinaria del pueblo, entre otros. De esa manera, se crea una espacialidad relacionada con la extrema rigurosidad de la doctrina católica impuesta por el cura en el pueblo. El lugar es tan sofocante como las costumbres. En los capítulos inmediatamente posteriores vemos cómo esa doctrina afecta en profundidad la psicología y las acciones de los personajes. Todos ellos sufren y viven con miedo a cometer pecados. Además, creen que merecen castigos impuestos por Dios y por la iglesia.

La crítica especializada sostiene que el verdadero protagonista de esta obra es el pueblo en su conjunto, y no personajes individuales. Esto se ve con nitidez en el "Acto Preparatorio", donde no aparece ninguna figura individualizada, sino que se menciona a las mujeres y a los hombres en general. A su vez, en los capítulos que integran en esta sección, vamos conociendo los perfiles y las acciones de varios personajes cuyas vidas se entrecruzan. Por ejemplo, en el primer capítulo se abren las historias de Timoteo Limón, Leonardo Tovar, Merceditas Toledo y Micaela Rodríguez, cada uno de ellos acompañado por otros personajes. Si bien algunos aparecerán más que otros a lo largo de la novela, no hay una clara distinción entre personajes principales y secundarios, reforzando la idea de que el protagonista es un sujeto colectivo, el pueblo en su totalidad.

La omnipresencia de la religión en el lugar se expresa en varios elementos. En primer lugar, la descripción del pueblo nos aclara que todas las casas tienen cruces en la fachada. En segundo lugar, la fuerza del catolicismo es tal que organiza la vida cotidiana de las personas. Así, vemos que el calendario es presentado a través de celebraciones religiosas: el narrador usa las efemérides cristianas para contarnos en qué fecha ocurre cada suceso (por ejemplo, todas las referidas a la Semana Santa). En tercer lugar, el pensamiento católico configura por completo los pensamientos y la concepción del mundo de los personajes. El caso de Timoteo Limón es muy claro al respecto, ya que está convencido de que todas las desgracias que le vienen ocurriendo son un castigo divino por haber matado a un hombre hace veinticinco años. Para los habitantes del pueblo, las creencias religiosas sirven para explicar todo lo que ocurre en él. En cuarto lugar, vemos que la máxima autoridad en el pueblo es el cura y no el director político, apenas mencionado como uno de los hombres adultos que participan de los Ejercicios Espirituales.

De todas maneras, los personajes no pueden evitar sentir deseos que el catolicismo severo del lugar clasifica como pecado. Así, la sensación constante es de conflicto entre los deseos y los miedos. La represión sexual es enorme en el lugar, tanto que los matrimonios recién casados sienten vergüenza de salir a la calle porque es evidente que tienen relaciones sexuales. La secuencia inicial de Mercedes Toledo pone esta cuestión de manifiesto: es consciente de que un muchacho está interesado en ella y esto le provoca un gran conflicto interno. Las iniciativas del chico la indignan porque quiere cumplir con la doctrina y ser virginal, pero también despiertan sus deseos, se siente halagada y no puede parar de pensar en el asunto. El conflicto es tan pasional que le provoca intensas sensaciones en el cuerpo; está tan afectada que parece enferma.

Por último, la rigidez del catolicismo en el pueblo se relata en relación con los ejercicios espirituales. Se trata de prácticas religiosas del cristianismo que se llevan a cabo durante varios días de oración, confesión y penitencia para purificar el alma. En este pueblo, los ejercicios se realizan cada año como preparación para la Semana Santa y son de extrema severidad y crueldad. Los fieles son encerrados en la Casa de Ejercicios Espirituales que el cura ha construido específicamente, y allí pasan una semana de abstención, ayuno, silencio y rezo. Además, se destaca allí la práctica de la flagelación: después de reflexionar sobre sus pecados, los fieles se azotan las espaldas, de acuerdo con la noción cristiana de que el cuerpo es pecador e indeseable. Curiosamente, durante los ejercicios del año narrado, en las confesiones de los hombres casados se resaltan dos cuestiones: los pecados de lujuria y el interés por discursos políticos que ponen en cuestión el poder de la iglesia. Estos dos asuntos seguirán entrecruzándose a lo largo de la novela.