Nuestra parte de noche

Nuestra parte de noche Resumen y Análisis La mano izquierda. El Dr. Bradford entra en la Oscuridad, Misiones, Argentina, enero de 1983, La cosa mala de las casas solas, Buenos Aires, 1985-1986

Resumen

La mano izquierda. El Dr. Bradford entra en la Oscuridad, Misiones, Argentina, enero de 1983

El Dr. Bradford está de rodillas, esperando encontrarse nuevamente con la Oscuridad. Espera, antes de morir, poder ver los ojos de la Oscuridad en los de Juan.

La narración retrocede en el tiempo. Se remonta a 1957, año en que el Dr. Jorge Bradford conoce a Juan en el Hospital Italiano de Buenos Aires. Por entonces, Bradford es un cardiólogo importante. Juan llega al hospital con un grave problema en el corazón. Tiene solamente cinco años. Bradford decide operarlo de inmediato. La intervención es un éxito. Bradford encuentra el interior del cuerpo de Juan fascinante. Los colores de los órganos son más fuertes de lo que suelen ser. También lo encandila el carácter prepotente de Juan y de su hermano Luis. Bradford piensa que esos dos campesinos tienen esa prepotencia por culpa de Perón y su mujer.

Tras esa operación urgente, Bradford le pide autorización al director del Hospital, Gonzalo Biedma, para llevar a cabo otra intervención cardíaca a los pocos meses, una que nunca se realizó en el país. Biedma, amigo de la familia y miembro de la Orden, lo autoriza. La hija de Biedma, Graciela, se convertirá, tiempo después, en la mano derecha de Jorge Bradford.

La segunda operación resulta sumamente compleja. El corazón de Juan, en un momento, deja de latir, y se corta la electricidad. Bradford acerca una luz al pecho abierto de Juan y descubre que hay algo flotando allí, algo oscuro como un pedazo de noche. Su ayudante intenta tocar eso y al instante pierde tres dedos. Bradford, por su familia, ya conoce historias sobre la Oscuridad. En medio del caos que reina en la sala, espera a que la Oscuridad se disipe y entonces, sí, toca el pecho de Juan. Le dice: “Si eres la voz de los dioses late” (p. 139). El corazón de Juan late como si nunca se hubiera detenido.

Bradford sutura a Juan. Al terminar, descubre que en el brazo del chico hay una marca, como si fuera una quemadura. Es la marca de una mano, “Una mano izquierda sobre el brazo izquierdo, la Mano Izquierda de la Oscuridad. Había leído sobre ese signo. Entendía lo que significaba” (p. 140).

Jorge Bradford regresa a su casa y le cuenta todo lo que sucedió a su hermana Mercedes. Llevan a cabo un plan. Espían a la familia de Juan. Advierten sus debilidades económicas y la falta de educación de sus padres. Luego, cuando Juan tiene una recaída, Bradford lo deja sufrir hasta que la familia se siente incapaz de seguir cuidándolo. Entonces, los Bradford compran al chico.

El flashback termina. De vuelta en el tiempo de la narración, la Oscuridad se devora a Jorge Bradford.

La cosa mala de las casas solas, Buenos Aires, 1985-1986

Juan y Gaspar siguen viviendo juntos en Buenos Aires. Gaspar ahora va al colegio y tiene sus amigos. Juan está muy enfermo. Se la pasa encerrado en su casa. Los amigos de Gaspar son Pablo, Vicky y Adela. A Adela le falta un brazo, pero nadie sabe por qué. Vive sola con su madre, Betty, una mujer buena pero que tiene problemas con el alcohol.

Al principio de este capítulo, se pierde la perra de Vicky, Diana. Los chicos organizan una intensa búsqueda por el barrio, pero no la encuentran. Esa noche, Gaspar sueña que Diana rasca la persiana de su cuarto. Se despierta gritando el nombre de la perra y abre la persiana, pero allí no hay nada ni nadie. Aparece Juan en el cuarto. Está borracho. Le asegura que Diana está muerta, y luego le pregunta a Gaspar si alguna vez intentó llamar a su madre como acaba de llamar a Diana. Gaspar no entiende la pregunta. Juan se enoja y Gaspar, por miedo a que su padre tenga un ataque de ira, le dice que sí, que algunas veces lo intentó. Juan le responde, entonces: “No hay que mantener vivo lo que está muerto” (p. 164).

Tras esta escena, el narrador habla sobre el barrio en el que viven Juan, Gaspar y los amigos de Gaspar. Se detiene especialmente en una casa abandonada: la casa de la calle Villareal. El narrador cuenta que unos años atrás, una tarde, al pasar por allí, Vicky advirtió que a su madre, Lidia Peirano, esa casa le daba miedo. Lidia le explicó, entonces, que el miedo se debía al abandono del lugar. Según ella, allí vivía un matrimonio de viejitos que murió años atrás, y la casa está deshabitada desde entonces. Un par de años después, durante un festejo de año nuevo, Vicky pasó frente a la casa y sintió que las ventanas la miraban como si fueran ojos, y que la casa entera la llamaba.

La narración vuelve a situarse en la casa de Gaspar, a la mañana siguiente, tras la noche en la que este sueña con Diana. Gaspar se despierta. Encuentra una nota de su padre en la cocina. Dice que Diana se encuentra en el estacionamiento de un supermercado. Gaspar va allí y, efectivamente, encuentra a Diana muerta.

En la siguiente escena, Gaspar está con Adela y Betty en la calle. Hablan sobre una casa en la que se ahorcó un hombre. Dicha casa era una de las que la dictadura argentina pretendía derribar para construir una autopista. El hombre prefirió ahorcarse antes que entregar su casa. Gaspar le pregunta a Betty si es verdad que la dictadura derribaba las casas de la gente con absoluta arbitrariedad. Betty le explica: “La dictadura decidió hacer una autopista acá y obligó a la gente a irse. No se podía negociar. Los mandaron a unos departamentos de porquería” (p. 173). Adela dice que puede ver al hombre ahorcado debajo de la autopista. Betty le pregunta a Gaspar si él también puede ver cosas de ese estilo. Gaspar responde que no, y asegura que esas cosas no existen. Adela propone ir a una fábrica de heladeras que fue abandonada. Dice que allí, adentro de las heladeras, puede haber personas desaparecidas de la dictadura. Betty le pide a su hija que se calme. Le dice que no puede hablar así de los desaparecidos. Nadie sabe dónde están, pero seguro que no están en unas heladeras cerca del Riachuelo. Gaspar le pregunta a Betty si ella alguna vez vio algo sobrenatural. A ella se le ponen los ojos llorosos, pero le dice que después le cuenta, que con Adela así, excitada, no se puede hablar.

Esa misma tarde, Pablo visita a Gaspar sorpresivamente. Al llegar a su casa y encuentra la puerta abierta. Pablo entra, sube las escaleras y descubre allí a Juan teniendo sexo con Stephen. Se esconde. Alrededor de los hombres hay velas, y en el piso hay dibujos de círculos. Pablo se excita mirando a los hombres. En un momento, Stephen lo descubre y, con calma, lo echa de la casa. Pablo obedece. Mientras baja las escaleras escucha muchas voces. Hablan sobre una iglesia en ruinas, sobre la tierra, y pronuncian frases en otros idiomas.

Esa noche, Gaspar duerme en la casa de Vicky. Prefiere que su padre esté a solas con Stephen. Le gusta cuando Stephen los visita: siente que su padre, durante esos días, está mejor. Al principio le daba un poco de miedo porque pensaba que era ilegal que un hombre estuviera con otro hombre, pero después descubrió que no, que la gente simplemente es prejuiciosa, pero no hay nada ilegal en la homosexualidad.

Al día siguiente, Gaspar va a la escuela, pero la jornada termina antes de lo esperado por una amenaza de bomba. La directora sabe que ese tipo de amenazas las hacen los chicos más grandes de la escuela como una broma, pero no puede ignorarlas. Entonces les dice a todos los alumnos que la democracia ha vuelto hace poco y que pueden perderla si no la cuidan. Al volver a su casa, Gaspar encuentra a su padre borracho. Este le hace meter la mano en una caja. En la caja hay párpados secos. Gaspar vomita. Le pregunta a su padre si los párpados son de gente muerta. Juan le dice que en su mayoría sí, pero que hay gente que puede vivir sin párpados, así como Adela vive sin brazo y él vive prácticamente sin corazón. Luego le dice a su hijo que se va de la casa por unos días.

Después de esta escena, el narrador cuenta que, algunas madrugadas, Juan va a la casa de Villareal. Dice que con solo estirar la mano abre la puerta con candado. Adentro, no se sabe lo que pasa. Desde afuera se siente un zumbido poderoso. Juan sale de la casa antes del amanecer y vuelve a su propia casa, a dormir. Una vez, Gaspar intentó seguirlo. Juan lo descubrió, lo golpeó con violencia y lo encerró en una habitación. Gaspar no sabe cuánto tiempo estuvo allí encerrado, si fueron horas o días.

Luego del episodio de los párpados, Juan desaparece por una semana. Cuando se reencuentran, Gaspar le pregunta por qué le hizo tocar los párpados. Juan le responde: “A veces no soy yo mismo. Te pido disculpas” (p. 193). Gaspar le pregunta a Juan qué quiere decir eso, quién es él, qué hace de su vida, de qué trabaja. Juan le explica, entonces, que él es un espiritista. Padre e hijo se amigan.

El narrador vuelve a enfocarse en la casa de Villareal. Dice que hay varias historias sobre lo que pasó allí. Según una de ellas, los viejitos que vivían ahí tuvieron demencia senil y murieron totalmente locos. En teoría, a la señora la encontraron muerta en la cama con cadáveres de gatos. Lo más extraño de esta pareja de viejos es que nadie los recuerda siendo jóvenes, como si hubiesen sido siempre ancianos.

Luego, el narrador se enfoca en el miedo que Vicky y Adela le tienen a esa casa. Dice que ese miedo comienza tiempo atrás, cuando Omaira, una niña colombiana, queda atrapada en un pozo tras la erupción de un volcán en Armero, Colombia. La televisión muestra durante días a la niña en el pozo. Incluso muestran, en vivo, la cara de Omaira en el momento en que muere. Los niños se obsesionan con Omaira. Desde ese momento, Vicky comienza a escuchar un zumbido extraño por las noches. Adela le dice que el zumbido debe venir de la casa de Villareal. También le dice que lo que más quiere en la vida es entrar en esa casa, pero que Gaspar no la quiere llevar.

La narración vuelve al presente de la historia. Juan Peterson enferma gravemente y debe ser internado. La doctora Graciela Biedma se encarga exclusivamente de su salud. Stephen viaja a Buenos Aires y se hace cargo de cuidar a Gaspar. Tras pasar cinco días en terapia intensiva, Juan es trasladado a una habitación común. Allí, telepáticamente, le dice a Stephen que ya consiguió lo que necesitaba, y que podrá completar el signo.

Juan, finalmente, sale del hospital. Gaspar, Juan, Stephen y la doctora Biedma se suben a un auto para ir a una quinta de la familia de Rosario en Chascomús. Pasarán allí unos días de descanso. Sin embargo, tras subir al auto, Gaspar despierta en una cama matrimonial. No entiende qué pasó ni dónde está. Tiene todo el cuerpo lleno de moretones. En su mente aparece el recuerdo vago de varias manos que lo aprietan contra una mesa. En el brazo izquierdo, Gaspar tiene un moretón con la forma de la mano de su padre. Intenta escapar, pero la doctora Biedma lo retiene. Le dice que tuvieron un accidente en el viaje y que ahora están en la quinta. Gaspar se resiste a creer, pero Juan, Stephen y la doctora le dicen una y otra vez que eso fue lo que pasó, y que no recuerda nada porque los golpes le generaron una ligera amnesia. Gaspar está seguro de que quien lo lastimó fue su padre. Escapa de la habitación.

Tras correr por un bosque con el pie derecho muy lastimado, Gaspar cae sobre la tierra. Recuerda vagamente que estuvo acostado sobre una mesa, y que su padre estaba sobre otra mesa, al lado suyo. Recuerda a su padre con las manos grandes y las uñas doradas y largas, como si fuera un animal. No comprende dónde ni cuándo fue eso. Aparece Juan. Ayuda a Gaspar a levantarse. Le dice que él no le hizo daño, y que está haciendo todo lo posible para dejarlo protegido cuando muera.

Luego de pasar unos días en la quinta, Gaspar y Juan vuelven a Buenos Aires. Allí, una noche, Gaspar ve que su padre tiene manchada la remera con sangre. Le pregunta si está bien. Juan le pide que lo acompañe a tirar las cenizas de Rosario. Le dice: “Ya no la necesito en la casa. Pude liberarla. Esta noche es muy buena, la mejor en años” (p. 242). Gaspar y Juan van a la Reserva Ecológica de Buenos Aires para tirar las cenizas. Es de noche, por lo que la Reserva está cerrada. Juan le pide a Gaspar que abra la puerta y este se sorprende al descubrir que, con solo acercar la mano, la puerta (que está con candado) se abre. Juan le dice: “Te dejé algo mío, ojalá no sea maldito, no sé si puedo dejarte algo que no esté sucio, que no sea oscuro, nuestra parte de noche” (p. 243). Luego, tiran parte de las cenizas al agua, y lo que queda dentro de la caja, lo entierran.

Pasan unos meses. Se vive el Mundial de fútbol de México 1986. Es lo único que distrae a Gaspar de la enfermedad de su padre. Juan está cada vez peor. Debería estar internado, pero dice que todavía le falta terminar algunas cosas para abandonar su casa. Gaspar deduce que lo que le falta terminar a su padre tiene que ver con los extraños símbolos que ha estado dibujando en las últimas semanas. Argentina gana el campeonato mundial. Los argentinos que están por todo el mundo, muchos de ellos exiliados de la dictadura, festejan. Gaspar recordará ese día como el último día feliz que vivió en mucho tiempo.

Una tarde, Adela les cuenta a sus amigos que su madre, Betty, se emborrachó y le habló sobre su padre, Eduardo. Le confirmó que es un desaparecido de la dictadura y le contó que, a menudo, sueña que él está en la casa de la calle Villareal.

Mientras tanto, Gaspar, preocupado por el estado de su padre, comienza a buscar a su tío Luis. Descubre que está en Villa Elisa, localidad de la provincia de Buenos Aires. Cuando Juan se entera de que Gaspar está buscando a Luis tiene un ataque de ira. Rompe un vidrio de un puñetazo y le corta el brazo a Gaspar. Después se corta a sí mismo y obliga a Gaspar a que le chupe la sangre. Finalmente, le pide a Gaspar que se vaya de la casa, que escape.

Gaspar va a la casa de Pablo. Este lo lleva de inmediato al hospital en la moto de su padre. Allí, Gaspar les dice a todos (incluso a Pablo) que se cayó por la escalera y se cortó con un vidrio. Deben operarlo inmediatamente para cerrar la herida. En ese hospital trabaja Lidia Peirano. Ella se hace cargo de la operación de Gaspar.

Lidia lleva a Gaspar a su casa. Cuando llegan, Beatriz está saliendo, con cara de preocupada. Gaspar no entiende qué hace esa mujer allí. Juan habla con Lidia. Se hace el sorprendido por lo que le ocurrió a Gaspar. Cuando quedan solos, Gaspar le pregunta a Juan dónde está su papá; afirma saber que él no es su papá. Juan le responde que aún está ahí, pero que está vacío. Gaspar le dice que la gente que se quiere no se hace daño. Juan replica que eso es mentira, y que él lo lastimó para salvarlo, pero no le dice de qué. Después, le pasa la mano por la herida, quitándole el dolor.

Luis comienza a vivir con Gaspar y Juan. Al poco tiempo, Juan es internado. Tiene un derrame cerebral y queda inconsciente.

Finalmente, los chicos deciden adentrarse en la casa de Villareal. En el interior de la casa hay luz eléctrica, pero no hay lámparas. La casa zumba. Adela va delante de todos, atraída por la vibración de la casa. En una sala encuentran uñas, dientes y párpados. Adela quiere juntarlos para ver si pertenecen a su padre. Entonces suena un portazo fuerte. Los chicos están por huir, pero Adela corre hacia otra habitación. Dice: “Acá hay partes de mucha gente”. Gaspar advierte que Adela no es ella misma; intenta agarrarla pero Adela se escabulle, abre la puerta de una habitación, saluda a los chicos con la mano y, con una sonrisa en la cara, entra y cierra la puerta. Los chicos intentan sacarla de allí, pero no consiguen abrir la puerta. Se corta la luz. Los chicos escapan de la casa. Vicky escucha voces. Gaspar ve que las paredes se recubren de musgo. Ve ahorcados colgando del techo. Por la ventana, en vez de ver la calle, ve un bosque. Pablo siente que alguien le toca la espalda. Los chicos se topan con una gran escalera. Eso es imposible: la casa de Villareal no tiene dos pisos. Finalmente, logran salir. Todos, excepto Adela.

Después de ese episodio, la vida de Gaspar y los chicos se convierte en un caos. Tienen que hablar con jueces y policías. Los periodistas quieren hablar con ellos. Adela no aparece más. Betty le echa la culpa a Gaspar de haber entregado a su hija. Luego, ella también desaparece. Por supuesto, nadie cree en lo que dicen los chicos sobre la casa. Al final del capítulo, Juan muere.

Análisis

Comencemos este análisis revisando el contexto político en el que se sitúan estos dos capítulos. El segundo capítulo de la novela, “La mano izquierda” está situado en 1983, aunque la mayor parte de lo que se narra se enmarca dentro de un flashback que nos conduce a 1957. En ese año, Jorge Bradford descubre las aptitudes de Juan como médium y lo introduce en la Orden.

En 1957, la Argentina es gobernada por otra dictadura militar, la autodenominada “Revolución Libertadora”. Esta dictadura, liderada por Eduardo Lonardi, derroca a Juan Domingo Perón en 1955, tras nueve años de mandato. Pese a que el flashback se desarrolla en 1957, tras la caída de Perón, las referencias políticas de este capítulo aluden a su gobierno. Esto se debe a que Perón es un presidente sumamente importante para los movimientos populares del país. Las principales medidas durante esos nueve años de gobierno apuntaron a la mejora de las condiciones laborales, de salud, y educativas. Durante el peronismo, la clase trabajadora obtiene una enorme cantidad de derechos. Los principales detractores del peronismo de aquella época son los empresarios conservadores (que se sentían afectados por las exigencias del gobierno) y la Iglesia católica.

La familia Bradford es, por supuesto, antiperonista. En el primer capítulo de la novela hay dos referencias al gobierno de Perón: por un lado, se habla de las exigencias que reciben los Bradford por parte del gobierno peronista para que mejoren las condiciones de sus trabajadores (exigencias que los Bradford ignoran), y, por otro, se hace referencia al miedo de Mercedes y Adolfo de que Perón les expropie la mansión de Puerto Reyes (algo que no sucede).

Sin embargo, el protagonista del segundo capítulo de la novela, Jorge Bradford, no encaja del todo en esta familia. No es un empresario, sino un cardiólogo al que no le importa mucho la política. Desprecia a la gente de clase baja (como los padres de Juan), pero tiene cierta admiración por Juan y Luis, dos hijos de campesinos que no se inclinan humildemente ante la gente de dinero:

Esos chicos orgullosos que, creía Bradford, había que agradecerle a Perón, a quien él debía odiar aunque en realidad le resultaba indiferente y un poco admirable, no sentía la afrenta de clase y tampoco ninguna consecuencia económica porque los miembros de los Cultos de la Sombra siempre están cerca del poder y por lo tanto a salvo de los vaivenes. Así que a Bradford no le importaba Perón ni su mujer –esa fascinante mujer moribunda– y secretamente le agradecía por esos chicos llenos de prepotencia, que no bajaban la cabeza, así era Juan y así era su hermano Luis (p. 136).

La mujer moribunda a la que alude la cita es Eva Perón, esposa de Juan Domingo Perón y referente de la lucha por los derechos de la mujer y los trabajadores. Eva Perón muere de cáncer en 1952.

Los Bradford, entonces, son antiperonistas, mientras que Jorge Bradford tiene cierta apatía política, y una secreta admiración por Perón. Lo cierto es que, tal como hemos visto en el análisis del primer capítulo de la novela, el funcionamiento de la Orden no depende de ningún gobierno. Tal como lo dice el narrador, los miembros de los Cultos de la Sombra son de clase alta y, por lo tanto, siempre están cerca del poder y a salvo de los vaivenes políticos. Es decir, los Bradford tienen muchísimo dinero y eso les permite hacer lo que quieren, sobre todo con los más humildes. Esto ya lo habíamos visto en relación a los niños enjaulados y los jornaleros en condiciones de esclavitud. En este segundo capítulo descubrimos también que Juan es comprado a sus padres aprovechándose de su pobreza y de su supuesta incapacidad para mantener a Juan saludable y con vida. Decimos “supuesta incapacidad” porque, en realidad, el hospital público podría haber salvado y mantenido con vida a Juan, pero los Bradford deciden que Jorge no lo atiende para, así, poder extorsionar con mayor facilidad a sus padres. En definitiva, ningún gobierno de turno, por más popular que sea, afecta realmente a los intocables de las clases altas.

Pasemos ahora al tercer capítulo. “La cosa mala de las casas solas” se sitúa dos años después del segundo capítulo, entre 1985 y 1986. Por entonces, Alfonsín es el presidente de Argentina. Alfonsín es electo en 1983, con el retorno a la democracia. En este capítulo, sin embargo, no se alude tanto al contexto político de ese momento, aunque cabe destacar la escena en la que se suspenden las clases por una amenaza de bomba. El narrador dice entonces que la directora sabe que era una broma, pero no se atreve a ignorarla: “Había juntado a los de sexto y séptimo cuando empezaron los llamadas y les había hablado de que la democracia se había recuperado hacía poco y podían perderla. Desgraciadamente, estas cosas hay que tomarlas en serio, porque hemos vivido épocas muy duras en este país” (pp. 181-182).

Luego del retorno de la democracia, en Argentina se vive, durante años, un clima de incertidumbre. Parte de las Fuerzas Armadas pretenden retomar el poder e incluso, en varias ocasiones, lo intentan mediante tomas de cuarteles. La democracia, constantemente, parece pender de un hilo.

De hecho, en este tercer capítulo, la dictadura militar sigue estando sumamente presente. Una de las marcas físicas más notables que dejó la dictadura en Buenos Aires, y que la novela retoma, es la autopista 25 de mayo. Tal como dice Betty en la novela, los militares construyen esa autopista expropiando cientos de terrenos de manera autoritaria. Además de construir la 25 de mayo, los militares construyen la autopista Perito Moreno. El plan de construcción, sin embargo, contemplaba la construcción de nueve autopistas. Es decir, muchísimos de los terrenos que son expropiados ni siquiera terminan siendo utilizados, y una gran cantidad de construcciones quedan abandonadas, generando una gran pérdida económica. La autopista se presenta en la novela como un símbolo de la arbitrariedad y la mala administración del gobierno de facto.

Asimismo, la imagen del hombre que se ahorcó para no entregar su casa, y que Adela puede ver colgando de la autopista es otro ejemplo claro de la integración entre elementos típicos del terror (cabe recordar, por ejemplo, los ahorcados que ve el niño en la película Sexto sentido) y la política argentina.

Por otro lado, en este capítulo, la trama de la novela vuelve a entretejerse con el gobierno militar a través de la figura de Eduardo, marido de Betty y padre de Adela. Eduardo es un desaparecido de la dictadura militar. Betty y Adela sienten que pueden encontrarlo (a él o partes de él) en la casa abandonada de la calle Villareal. Dice Enriquez en una entrevista con el diario La Tercera: “Al hacer desaparecer cuerpos la dictadura creó fantasmas” (2020). En este sentido, tiene lógica que esos fantasmas, esas personas que en teoría están muertas pero nadie sabe donde están, sean buscadas en lugares fantasmagóricos como la casa de la calle Villareal. De hecho, Adela vive obsesionada con entrar en esa casa y, finalmente, al ingresar en ella, se termina convirtiendo también en una desaparecida. Enríquez utiliza el terror gótico latinoamericano para reflexionar sobre problemáticas políticas desde la ficción, y mostrar que el horror y lo fantasmagórico se cruzan, de hecho, con la historia argentina.

Pasemos ahora a otro tema fundamental de la novela, que ya hemos analizado en el primer capítulo: la relación entre padres e hijos. En este tercer capítulo vemos que no es solamente Gaspar quien tiene una relación compleja con su padre. Sus tres amigos íntimos, Vicky, Pablo y Adela, también presentan una relación compleja con sus padres. El padre de Vicky, Hugo, es presentado como un absoluto incompetente. De hecho, varias veces su mujer, Lidia, y su hija se refieren a él como un "tarado". Hugo es absolutamente insensible en relación con lo que atraviesa su hija, e incapaz de hacerse cargo de cualquier situación. Dos hechos simples lo retratan a la perfección: en primer lugar, a él se le escapa Diana (la perra de Vicky) por pura negligencia; en segundo lugar, cuando Gaspar encuentra a Diana muerta, Hugo le pregunta si le deben contar a Vicky. Hugo no solo pregunta una obviedad, sino que le pregunta a un niño qué debe hacer con su hija. La figura de Lidia, por su parte, es un poco más cercana, amorosa y competente, pero ella pasa gran parte de su tiempo trabajando en el hospital. Los padres de Pablo, por su parte, se llevan muy mal entre sí. Tienen discusiones frente a sus hijos que terminan al límite de la violencia física. El padre de Pablo es un empresario que no tiene cercanía alguna con su hijo. Además, constantemente le pide al chico que no “mariconee”, sin percibir que su hijo es homosexual. La madre tiene una clara preferencia por el hermano menor de Pablo. Se puede inducir que esta preferencia también está ligada a la homosexualidad de Pablo. El caso de Betty, la madre de Adela, es similar al de Juan. La muerte de su marido a manos de los militares y la pérdida del brazo de Adela (que, como se descubre más adelante, puede ser considerada su culpa) la han convertido en una mujer atormentada. Intenta cuidar y darle amor a su hija de la mejor manera, pero suele perder el control. Además, tiene un grave problema con el alcohol.

¿Qué decir de Juan y su hijo? Ya hemos analizado esto previamente, pero aquí, en este tercer capítulo, la relación entre ambos llega a un extremo. Entre otras cosas, Gaspar debe ser operado de urgencia porque Juan lo golpea salvajemente y lo corta con un vidrio. En otra ocasión, le hace creer que tuvieron un accidente de auto cuando en realidad lo sometió a un ritual. Por si fuera poco, una tarde le hace agarrar párpados de una bolsa. Por supuesto, el lector sabe que Juan no está en sí mismo, y que siente una enorme culpa. También sabe que algunas de esas acciones tienen como finalidad última la salvación de Gaspar. En ningún momento se siembra la duda del amor que tiene Juan por su hijo, pero tampoco hay dudas de que Juan es un maltratador.

Nuevamente, vemos que el mal y el bien, el amor y el odio, la protección y el desamparo se mezclan y se confunden en las relaciones entre padres e hijos, dejando bastante desamparados a los niños. En una ocasión, Gaspar cuestiona a su padre por sus modos. Le dice: “La gente que se quiere no se hace mal”. Juan le responde, entonces: “Eso no es cierto” (p. 265). Estas líneas de diálogo reflejan con simpleza la complejidad de las relaciones entre padres e hijos en Nuestra parte de noche.

En el análisis del primer capítulo vimos que, en contraposición a las complejidades de las relaciones parentales, la sexualidad se presenta como algo simple, que los personajes disfrutan y viven sin cuestionamientos. Eso, aquí, cambia. La aparición de Pablo en este tercer capítulo instala un tema importante en la novela: la homosexualidad como problema social.

Pablo siente un profundo amor y una enorme atracción física por Gaspar. Sin embargo, este niño de solo diez años se encuentra rodeado de personas que consideran que la homosexualidad es un defecto, si no una desviación. Hoy en día, en occidente al menos, la homosexualidad ha dejado de verse como un problema o una enfermedad, o por lo menos hay cierto consenso al respecto. En la década de 1980, esto no era así. En este capítulo, Pablo se encuentra con una escena sexual que lo marcará por el resto de su vida. Tras ver a Juan y Stephen teniendo sexo, a Pablo se le vuelve imposible negar su atracción por los hombres. Sin embargo, mantiene su homosexualidad en silencio; como veremos más adelante, recién la vuelve pública cuando cumple dieciocho años.

He aquí tres frases que exponen claramente la homofobia de la sociedad en la que vive Pablo. Primero, es su tío el que lo increpa porque le gusta vestirse bien. Le dice: “¿No serás medio marica, vos?” (p. 146). Luego, es un comentario de fútbol dirigido a Gaspar: “Tenía defensores bestiales, que pegaban hasta por las dudas; eso está bien, le decía Hugo Peirano, no hay que mariconear” (p. 240). Por último, el médico que opera a Gaspar le dirigide a Pablo estas palabras luego de la operación: “¡Un campeón tu amigo! –le dijo–. No hizo ni una mariconada, nada” (p. 261).

Pablo no es el único personaje que sufre a escondidas por la homofobia social. Gaspar también sufre. No por ser él homosexual, sino por su padre: “Gaspar había visto varias veces cómo su padre y Esteban se acariciaban distraídamente, alguna vez hasta los había descubierto durmiendo juntos, desnudos. Esa vez se había asustado: le parecía, por las cosas que escuchaba, que debía ser ilegal tener un novio varón, que podían ir presos” (p. 181).

Por otra parte, en este tercer capítulo aparece un tema importante de la novela: la amistad. En Nuestra parte de noche, el amor entre amigos es presentado como el amor más sano que existe. Las miserias y los defectos, que pueden atravesar y generar dolor en las relaciones entre padres e hijos o entre amantes, quedan en un segundo plano en las relaciones entre amigos. Los amigos se dan la protección y el amor que no reciben por parte de sus padres. Sí, hay discusiones y hay malos entendidos entre ellos, pero esas pequeñas vicisitudes nunca se convierten en violencia. Son solo eso: pequeñas diferencias que salen a la luz. Tanto el grupo de Rosario y Juan (conformado por Stephen, Laura, Tali, y los jóvenes londinenses) como el de Gaspar (conformado por Vicky, Pablo y Adela) tienen relaciones amistosas basadas en la fidelidad, el respeto y el apoyo incondicional.