Medea

Medea Resumen y Análisis Líneas 976-1250

Resumen

El Coro canta y se lamenta por el horrible destino que les espera a la nueva esposa de Jasón y a los niños. Todos están condenados a la fatalidad. Cantan sobre las decisiones de Jasón, que han provocado su desgracia, y también cantan con piedad sobre Medea, que manchará sus manos con la sangre de sus propios hijos.

Regresa el Pedagogo y trae a los niños. El maestro consuela a Medea: le dice que los hijos podrán quedarse en Corinto. Le cuenta que la princesa ha aceptado sus regalos y Medea se dispone a esperar las novedades del palacio. El Pedagogo no comprende la excitación de su ama y ella le pide que entre a la casa.

En ese momento, la protagonista elabora un extenso discurso en el que se dirige a sus hijos; les habla sobre la pena que siente por irse al exilio sin ellos. Habla de todo lo que ha deseado para ellos: que se casen, que cuiden de ella cuando sea vieja, que laven su cuerpo en los rituales de la muerte. Entonces, por un momento, se siente confundida, arrepentida, y duda. Anuncia que no ejecutará el plan de matarlos, pero rápidamente se da fuerza: se habla a sí misma para cobrar coraje y completar su venganza perfecta. Se dice que no hay lugar para la cobardía en su espíritu. Finalmente, pasa unos últimos momentos con sus hijos, los toma de las manos y se lamenta por lo que hará de inmediato. Luego, Medea y sus hijos salen de escena.

El Coro canta que traer niños al mundo y criarlos es muy doloroso. Reflexiona sobre la omnipresencia de la muerte: con todas las dificultades, esfuerzos y desafíos que implica criar a los hijos, incluso si crecen sanos, siempre los rodean los peligros, y la muerte de un niño es el mayor pesar que se pueda concebir.

Medea vuelve a entrar y le dice al Coro que está mirando el horizonte porque espera que el Mensajero llegue con noticias del palacio. Entra el Mensajero y, consternado, le cuenta que la princesa ha vestido los regalos envenenados y que el veneno ha funcionado. El muchacho se siente sorprendido ante la calma de Medea; es extraño que ella no quiera escapar inmediatamente. La protagonista le pide que cuente en detalle la muerte de Glauce, y se regocija al escucharla.

La narración de la escena de la muerte de Glauce es el pasaje más detallado y cargado de poderosas imágenes de toda la obra. El modo en el que está construido el fragmento provoca un efecto muy impactante. El Mensajero relata que la muchacha no quería recibir a los niños -ni siquiera quería verlos-, pero la belleza de los regalos que le ofrecían la convenció. Se prueba el peplo y la corona poco después de que Jasón y los niños se retiren; se siente colmada de alegría por su aspecto al vestir esas prendas doradas y valiosas. Sin embargo, pronto comienza a convulsionar, no logra mantenerse en pie y le empieza a salir espuma de la boca. Una criada, creyendo que esas convulsiones son provocados por algún dios, ruega por su piedad. Pero pronto resulta claro que la princesa está muriendo. La muerte es terrible: la corona lanza fuego, de la cabeza de la chica salen chorros de sangre y de fuego, y el veneno del peplo destroza la carne de su cuerpo y la separa de sus huesos.

Cuando Glauce ya ha muerto definitivamente, llega Creonte y se abalanza sobre el cuerpo de su hija muerta. Abraza el cadáver en llanto. Sus palabras son hiperbólicas y desea haber muerto él mismo. Luego intenta levantarse, pero su cuerpo se ha pegado al peplo y el veneno lo infecta a él también. Muere con mucho dolor, al igual que su hija.

El Coro observa que ha sido un día de tremendas calamidades para Jasón, pero que él se lo merece. Hablan con pena por el destino de la pobre princesa fallecida. Luego, Medea habla sobre la última parte de su plan. Debe darse aliento y coraje para atreverse a matar a sus hijos. Entra a la casa dando alaridos.

Análisis

Aunque Eurípides construye a Medea como una portavoz elocuente de los infortunios e injusticias que recaen sobre las mujeres, se niega a ofrecer la historia de una simple venganza cobrada de manera justa. Medea es increíblemente compleja y egocéntrica. Incluso cuando se apena profundamente por sus hijos, y parece sentir amor genuino por ellos, parece más conmovida por el modo en que esas muertes impactarán en su vida: se llena de lágrimas al pensar que no estarán para cuidarla durante su vejez ni para darle sepultura cuando muera.

Hay un profundo contraste entre el plan falso que Medea le comunica a Jasón y el que realmente elabora y ejecuta. En el plan falso, propone un acto de altruismo maternal definitivo: la madre se separa de los niños por el bien de los pequeños, quedándose sola y desgraciada. En ese plan permite que los niños vivan en Corinto al cuidado de su padre, que ahora pertenece a la familia real. Pero en el verdadero plan se produce todo lo contrario: Medea no solo aniquila a sus hijos, sino que además parece pensar mucho más en sus propios sufrimientos que en el desenlace temprano y terrible de las vidas de los chicos. Piensa, con egoísmo, en cuánto los extrañará y en cuán sola quedará.

Eurípides añade otro elemento complejo a la venganza de Medea. Muchos estudiosos de la obra sostienen que el hecho de que sea ella misma quien les quita la vida a los niños es un aporte orginal de esta tragedia, ya que en la mitología mueren en manos de los enemigos de la protagonista, que quieren vengar la muerte de Creonte y Glauce. La impresionante y perturbadora decisión de que sea la madre quien mata a los niños hace que la historia profundice sus capas más oscuras y, al mismo tiempo, las más atractivas. En efecto, esta modificación retira definitivamente, además, a Medea del terreno de la superioridad moral en el que la literatura suele colocar a los personajes marginados.

Medea no actúa guiada por la búsqueda del bien, sino que se enfrenta a una lucha interna extrema entre la ira y la razón. Y a pesar de las oscilaciones, decide avanzar con la ejecución de su plan, en parte debido a su orgullo monumental. Una y otra vez se refiere al futuro incierto de sus hijos pero, paradójicamente, ella ya lo ha determinado. Su sangre no es puramente griega y teme que los humillen o los torturen por los actos cometidos por su madre. Los aliados del rey de Corinto buscarán vengar su muerte. Medea, como siempre, no puede tolerar la idea de ser victimizada o humillada: “Nunca ocurrirá que yo entregue a mis hijos a mis enemigos para que los injurien [Es enteramente una necesidad que mueran; y como es necesario, nosotras, que les dimos el ser, los mataremos]” (1059-1062, p.81). Luego afirma que debe apresurarse y cometer el acto ella misma, porque “no entregaré a mis pequeños a otras manos más enemigas para que los maten” (1238-1239, p.86). No puede soportar la idea de que sus enemigos destruyan a sus hijos, pues cree que la suerte de los niños puede ser peor en manos de estos. Paradójicamente, los mata para evitar que sufran peores castigos.

El poder y el placer que provoca la venganza son centrales en este punto. Medea es una de las figuras más célebres del teatro griego. Aunque sin dudas comete actos monstruosos, no deja de resultar fascinante (tal vez, justamente, porque es una mujer monstruosa pero, al mismo tiempo, humana). Ejecuta despiadadamente actos prohibidos desde todo punto de vista en las sociedades. Se le niega el poder institucional para el que fue criada como princesa y heredera del Sol, sus enemigos la humillan, vive múltiples exilios y el hombre por el que lo ha dado todo la traiciona. Sin embargo, jamás deja de presentarse como una mujer fuerte, mental, decidida y sumamente inteligente. Y todas esas características se convierten en herramientas para destruir a quienes la han herido.

Eleanor Wilner, traductora de la obra al inglés, sostiene que la fantasía de atacar a quienes nos han atacado es un sentimiento humano muy frecuente. Una de las principales frustraciones de Medea es que la han vencido unos tontos. Su marido es hueco, impotente; no es un verdadero héroe. La muchacha con la que se ha casado de manera clandestina es superficial y tiene pocas luces; Medea entonces la destruye aprovechando esas debilidades en su contra (tienta su vanidad con vestidos hermosos y joyas doradas). Con una ironía siniestra, el peplo y la corona dorada matan a la chica mientras desfiguran completamente su hermoso rostro y su cuerpo joven.

A menudo, Eurípides ha trabajado la piedad en sus obras para ridiculizarla. Cuando la criada anciana ve a la princesa convulsionando, piensa que se trata de una suerte de posesión divina y cree ser testigo de un milagro, de la presencia de un dios en el cuerpo de la muchacha. Pero en un momento queda demostrado que se ha equivocado y la princesa agoniza. Entonces Creonte, lagrimeando sobre el cadáver de su hija, llora de modo exagerado, gritando que desea morirse él también. Gracias al veneno untado en el vestido, su deseo retórico se hace realidad. La obra se burla, así, de los sentimientos artificiales y de la falsa piedad. Los repetidores de las convenciones de la piedad, que simulan sentimientos que en realidad no sienten, son ridiculizados en la obra y contrastan con las crueldades e indignaciones genuinas que encarnan otros personajes, como Medea y las mujeres del Coro.