Lástima que sea una puta

Lástima que sea una puta Temas

El incesto

El incesto es el tema central de Lástima que sea una puta. La obra de Ford explora hasta las últimas consecuencias la torturada y al mismo tiempo desafiante psicología de dos hermanos enamorados: Giovanni y Anabella. Si bien algunos dramas de la modernidad habían tocado el incesto para entonces, esta es la primera obra que lo pone en el foco central de la acción, explorándolo desde diferentes perspectivas. Por eso, muchos la han criticado y la han interpretado como una obra que presenta una mirada indulgente sobre las relaciones incestuosas, al punto de que nadie la puso en escena durante siglos.

En el primer diálogo con el fraile, Giovanni aborda el incesto desde la lógica y pone en tela de juicio sus implicaciones éticas y religiosas. Este discurso contrasta con el del fraile, que observa al incesto como una transgresión de las leyes divinas y lo castiga con el infierno. Luego, cuando Giovanni le confiesa sus sentimientos a Anabella, esta inmediatamente expresa que siente lo mismo por él, y se sugiere incluso que ambos están destinados a amarse. Sin embargo, a lo largo de la obra este amor será desafiado por toda la sociedad, pero de todas formas los dos personajes lo llevan hasta las últimas consecuencias.

Es por eso que muchos se han preguntado si la obra aprueba o condena el incesto. En verdad, la respuesta no se halla en ninguno de los dos extremos, sino que plantea la complejidad y la ambigüedad de los sentimientos del ser humano y la potencia de las estructuras sociales en las que están inmersos. En este sentido, la obra castiga el incesto con la muerte de ambos personajes, al mismo tiempo que destaca el sentimiento de amor genuino que existe entre ellos, al punto de convertirlos en mártires de sus sentimientos.

El deseo versus las obligaciones sociales

Al igual que la mayoría de las obras de Ford, Lástima que sea una puta explora la dinámica compleja y a menudo polémica entre el deseo individual y la obligación o el deber social.

En el primer acto, la confesión de Giovanni al fraile introduce la relación controvertida entre el deseo individual y las expectativas sociales. Giovanni está convencido de que su fuerte deseo por su hermana debe ser amor verdadero, mientras que el sacerdote le recuerda que ceder a su deseo es peligroso y lo empujará hacia su propia condena.

En este sentido, Giovanni es lo que la crítica inglesa llama overreacher, un ser humano que pretende ir más allá de las normas de conducta establecidas por la tradición y las leyes de una sociedad, para dar rienda suelta a sus pasiones y concretar sus deseos. En verdad, es tan grande el amor que siente por su hermana, que Giovanni está convencido de que no puede hacerle mal a nadie. Desde su perspectiva, el incesto no es más que una convención social que le impide concretar sus deseos amorosos y ser feliz.

Anabella, por su parte, es otro de los personajes que ponen en evidencia este conflicto. En una primera instancia, la joven es retratada de forma asertiva y autónoma, y se vincula voluntariamente a la transgresión de su hermano. Sin embargo, más adelante la joven cede ante las presiones que la rodean y acepta casarse con Soranzo para cumplir con las expectativas sociales del matrimonio.

Con todo ello, si bien puede sostenerse que la obra critica las normas sociales y promueve el deseo individual, los castigos que los personajes reciben al final parecen indicar lo contrario: rebelarse contra las normas sociales para perseguir las pasiones individuales es un camino que conduce a la muerte.

La sexualidad femenina

Ya desde su título, la obra introduce el tema de la sexualidad femenina desde una perspectiva misógina, así como su relación con las expectativas sociales. Tal como se presenta en la obra, el esquema social dominante es patriarcal: son los hombres quienes gozan de todos los privilegios sociales, mientras que las mujeres aparecen siempre subordinadas y oprimidas por las figuras masculinas.

En verdad, es importante notar, por ejemplo, que las mujeres nunca son las que inician las relaciones amorosas con los personajes masculinos, pero son las que reciben el castigo más brutal por sus transgresiones: esto se observa tanto en el castigo de Anabella como en el de Hipólita. La doble moral con la que se miden las acciones de los hombres y las mujeres queda en evidencia cuando Soranzo desprecia a la mujer con la que mantuvo relaciones inmorales (Hipólita, una mujer casada) y la acusa de pecaminosa, lasciva y lujuriosa en exceso, pero no se siente culpable por haberla seducido.

Incluso Florio, que se muestra como un progenitor abierto a los deseos de su hija, en realidad no deja de ejercer su poder sobre ella y termina empujándola hacia un matrimonio que la joven no desea, pero termina por aceptar. En este contexto, la valentía de Anabella para dar rienda suelta al deseo que siente por su hermano adquiere un valor mayor por cuanto la joven se enfrenta a las convenciones sociales con entereza. Ello, incluso, cuando finalmente el drama que se cierne sobre ella termina por llenarla de dudas y la empuja a arrepentirse de sus actos.

La misoginia de los personajes masculinos está tan internalizada que se manifiesta incluso cuando Giovanni se refiere a su hermana y amante y, al pedirle fortaleza, le dice que no sea mujer por un momento. La mirada de Giovanni pone en evidencia los roles de género de su época y la creencia sostenida de la mujer como “el sexo débil” en relación con el hombre. Sin embargo, y aunque es innegable que la representación que se hace de las mujeres en la obra es intrínsecamente misógina, también es cierto que los personajes femeninos de Ford muestran una autonomía que en más de una ocasión ponen en jaque las estructuras patriarcales del periodo.

Como contrapartida a la mirada misógina, uno de los personajes que expresa con mayor libertad la sexualidad femenina es Putana, quien manifiesta en sus diálogos con Anabella su autonomía para gozar de las relaciones carnales tanto como lo desee. El desinterés que muestra Putana por las convenciones sociales que oprimen a la mujer, sin embargo, llega a límites escandalosos cuando la criada aprueba el incesto que Anabella está cometiendo con su hermano. Sin embargo, este apoyo de una criada hacia su señora sugiere que lo importante para una mujer es poder perseguir su deseo de la misma forma que lo hacen los hombres, es decir, sin consecuencias.

La venganza

La venganza es uno de los temas predilectos del público renacentista, y todos los dramaturgos importantes de la época dedican obras enteras a trabajarlo. En Lástima que sea una puta, John Ford estructura toda la acción en torno a un cruce de venganzas.

Hipólita es el primer personaje que busca venganza: traicionada por su amante, deshonrada y abandonada, desea envenenar a su enemigo para hacerle pagar por el maltrato recibido. Mientras tanto, Ricardetto, el esposo de Hipólita, desea vengarse de ella, quien seducida por Soranzo, lo envió al exterior con el fin de sacárselo de encima y lo da por muerto. Finalmente, Soranzo desea vengarse de Anabella tras casarse con ella y descubrir que la joven está embarazada de otro hombre.

Tanto la venganza de Hipólita como la de Ricardetto se malogran: la mujer muere envenenada por el criado de Soranzo, mientras que el sicario elegido por Ricardetto asesina a Bergetto al confundirlo con Soranzo. Este último, por su parte, está dispuesto a llevar su venganza hasta las últimas consecuencias y planifica una conjura contra toda la familia de Anabella, una conjura que es a todas luces excesiva y opuesta a los valores cristianos que la gente de Parma profesa.

En este sentido, cabe destacar que la religión católica observa la venganza como un acto divino que no debe quedar en manos de los hombres. Por otra parte, desde el reinado de Enrique VII en Inglaterra, solo la autoridad monárquica (y aquellos en los que el rey delega su poder) puede resolver conflictos relacionados con la venganza, y el castigo para aquellos que quieren impartir justicia por mano propia y vengar sus ofensas es la pena capital. Sin embargo, el código de honor de Soranzo y su carácter iracundo son más fuertes que la doble prohibición religiosa y legal, y la venganza para él se convierte en una obligación moral. Al final de la obra, todas las conjuras se malogran y Soranzo muere en manos de Giovanni, quien también muere durante el combate. Con ello, la resolución de la última venganza pone fin a la obra.

La religión y el poder de la Iglesia

Los personajes de la obra se interpretan, juzgan a sí mismos y a los otros desde una perspectiva religiosa, a través de la lente del cristianismo. Desde la primera escena hasta el trágico desenlace, la presencia del fraile y del Cardenal articula una serie de discursos religiosos que se ponen en tensión.

El fraile representa un discurso religioso puro y genuino, preocupado por orientar a los fieles y alejarlos del camino del pecado. Sin embargo, este discurso en muchas ocasiones no deja de presentarse como represivo, ya que censura la expresión de los deseos individuales y amenaza cualquier desviación con el castigo eterno en el infierno. El fraile amonesta a Giovanni cuando este expresa el amor que siente hacia su hermana. Dios prohíbe taxativamente el incesto, por lo que el sacerdote intenta convencer al joven de que persuada a su hermana para que se case con alguien más, y así esconder la terrible falta. Sin embargo, Giovanni tergiversa las advertencias del sacerdote y las utiliza para respaldar la confesión de amor que le hace a su hermana. En este pasaje podemos observar cómo algunos personajes emplean el discurso religioso de la forma que les conviene para concretar sus deseos individuales.

El Cardenal, por su parte, es una figura excepcionalmente poderosa, y representa una dimensión de la religión muy diferente a la del fraile: mientras que este último aparece como guía de los feligreses perdidos, el Cardenal está vinculado a la Iglesia en cuanto institución política que ejerce su influencia directamente sobre las estructuras sociales. En la obra, es el Cardenal quien cumple con el papel de juez y se encarga de impartir justicia, algo que hace de forma corrupta e interesada. Cuando lo buscan para que haga justicia por la muerte de Bergetto, el sacerdote se limita a proteger al asesino. Al final de la obra, el Cardenal no solo dicta sentencia sobre Vasques, el único conspirador que sobrevive, sino que requisa todos los bienes de los difuntos y los pone al servicio de la iglesia. Con todo ello, queda clara la crítica que Ford realiza al poder desmedido que tiene la Iglesia como institución social, sin por ello dejar de señalar la importancia de la religión como guía espiritual para los seres humanos.

La nobleza y la posición social

La nobleza y la posición social es un tema que atraviesa a toda la obra y ordena las relaciones entre los diversos personajes. Lástima que sea una puta representa los esquemas sociales propios de la Inglaterra del siglo XVII, en la que el pueblo estaba dividido entre nobles, plebeyos y una ascendente burguesía compuesta principalmente por comerciantes cada vez más ricos.

En la obra, los personajes nobles se creen superiores a todo el resto, y así lo manifiestan en numerosas ocasiones. Grimaldi, el caballero romano, se niega a luchar con Vasques, puesto que considera degradante luchar con un simple criado. En el discurso del caballero, la nobleza también se vincula al honor, un valor fundamental para la aristocracia, siempre preocupada por mantener las apariencias ante el resto. Por su parte, la noble Hipólita se siente doblemente ofendida cuando se entera de que Soranzo, su amante, la rechaza y busca reemplazarla por Anabella, una burguesa que, a pesar de su riqueza, no pertenece a la aristocracia.

Tan importante es en verdad la posición de los personajes en una sociedad tan estructurada y dividida, que esta se expresa incluso mediante un rasgo estilístico: en el teatro del Renacimiento (y la obra de Ford no es excepción), los personajes nobles suelen hablar en verso, mientras que los criados y plebeyos lo hacen en prosa. Esta particularidad de la enunciación de los personajes deja en claro la división entre una clase considerada refinada, rica y sofisticada, y otra perteneciente a los bajos fondos, empobrecida y que carece de aspiraciones personales. Con ello, incluso la estructura enunciativa de la obra refleja la estructura de la sociedad que está siendo representada.

El sexo y la muerte

En Lástima que sea una puta, el sexo y la muerte representan dos pasiones que se vinculan, la lujuria y la sed de sangre. Esta relación es común en las obras de la época, que muchas veces presentan personajes tan abrumados por sus pasiones que actúan de forma irreflexiva y contra todas las convenciones sociales.

En primer lugar, desde que Giovanni y Anabella comienzan su amorío ilícito, otros personajes desarrollan planes para vengarse de quienes les hicieron daños y asesinarlos. En este sentido, la obra establece un paralelismo que sugiere que el deseo lujurioso al que se entrega Giovanni se asemeja a los deseos de venganza que padecen personajes como Soranzo, Ricardetto e Hipólita. Estas dos pasiones nublan los sentidos y ciegan a los personajes frente a sus responsabilidades sociales.

Al final de la obra, Giovanni asesina a su hermana en el mismo momento en que la besa, con la fantasía de que así la está salvando de Soranzo y de que su amor prohibido solo podrá expresarse libremente en la muerte. Otra vez, la dinámica sexo-muerte se evidencia, y el asesinato se convierte en la última forma de unión entre los hermanos. Para cumplir la promesa que se profieren al inicio de la obra de que se amarán o se matarán, Giovanni hace las dos cosas al mismo tiempo.