Lástima que sea una puta

Lástima que sea una puta Resumen y Análisis Acto IV

Resumen

En la fiesta de bodas de Soranzo y Anabella, Vasques le dice a su amo que algunas jóvenes de Parma desean realizar una mascarada para celebrar su matrimonio. Cuando el baile finaliza, Hipólita se quita la máscara, revelando su identidad ante todos. Inmediatamente, da un discurso en el que bendice a la pareja, y convoca a todos a un brindis. Su supuesto aliado, Vasques, la traiciona al darle una copa envenenada a ella, mientras que a Soranzo le advierte que no beba de su propia copa. Mientras sufre el efecto del veneno, Hipólita maldice el útero de Anabella y le dice a Soranzo que sus hijos serán bastardos.

En la siguiente escena, Ricardetto promete vengarse de Soranzo por asesinar a su esposa, y envía a su sobrina, Filotis, a un convento. Por su parte, Soranzo descubre que Anabella está embarazada y enloquece de furia. La insulta de diversas formas y la presiona, amenazándola con la muerte, para que diga con quién mantuvo relaciones sexuales. A pesar del trato brutal que Anabella sufre de Soranzo, ella permanece firme en su decisión de no revelar el nombre de su amante. Durante la discusión, entra Vasques y ayuda a su amo a calmarse. Ya más tranquilo, Soranzo le admite a Anabella que él realmente la ama, y dicha confesión desconcierta por completo a la joven.

Vasques charla a solas con Soranzo, le explica que la forma de obtener el nombre del amante de Anabella no es por medio de la agresión y le pide que lo deje a él encargarse del asunto. Para descubrir quién es el amante de Anabella, Vasques recurre a la nodriza, Putana. Para convencerla de que hable, le asegura que Soranzo mantendrá su compromiso con Anabella, y que saber la verdad les permitirá tener un vínculo tranquilo. Convencida de que ni Anabella ni ella misma corren peligro, Putana admite que el amante de la joven es su hermano, Giovanni. Inmediatamente, Vasques ordena a un grupo de mercenarios que capturen a Putana, la mantengan aprisionada y le arranquen los ojos.

El acto finaliza con un breve encuentro entre Giovanni y Vasques. Este último le informa que Anabella está enferma, y que debería ir a verla. Giovanni le agradece y se va con su hermana. Cuando Vasques se queda solo, rápidamente llega Soranzo, a quien le pide que lo escuche un momento, puesto que tiene información muy importante que darle.

Análisis

El cuarto acto comienza con la fiesta de bodas de Soranzo y Anabella, que reúne a todos los personajes importantes de la trama. Sin embargo, lejos de ser un momento de felicidad, la escena se ve atravesada por la desesperación de Giovanni y la muerte de Hipólita, quien ha sido traicionada por Vasques. Repitiendo un motivo muy utilizado en el teatro renacentista, Hipólita finge la reconciliación con Soranzo e intenta que este beba una copa envenenada. Sin embargo, el criado ha cambiado las copas, y es la mujer quien se toma el veneno. De esta forma, Vasques se convierte en el artífice de la tragedia y retrasa la destrucción de su señor, con quien mantiene una fidelidad extrema, incluso cuando esta actúa en contra de sus intereses económicos. Este hecho dota al personaje de una destacable ambigüedad moral y lo convierte en uno de los más interesantes de esta tragedia.

Debido al enfoque tabú de la obra sobre el incesto entre Anabella y Giovanni, a menudo se pasa por alto a Hipólita, cuando es en verdad uno de los personajes más trágicos de la historia. Su temprano deseo por Soranzo la empuja a deshacerse de su marido solo para encontrarse con el rechazo de su amante después de quedarse viuda (según cree, puesto que Ricardetto en verdad está vivo). Luego, es engañada una vez más cuando confía en Vasques, el criado que la envenena. Al igual que Bergetto, Hipólita se encuentra a merced de los hombres que la rodean, incluso cuando cree que actúa por su propia voluntad. Aunque no está exenta de defectos, su muerte es una de las más injustas. De hecho, las dos primeras muertes son de personajes relativamente inocentes. La única redención que se le concede a este personaje son sus últimas palabras: una maldición contra Anabella y Soranzo que, en última instancia, presagia y predice el trágico final de la obra.

La maldición que Hipólita echa a los recién casados antes de morir pone fin a la fiesta. Con las muertes de Hipólita y Soranzo, Ricardetto logra su venganza de forma indirecta. Cabe destacar que este personaje, tras la muerte accidental de Bergetto aprende la lección y deja el castigo en manos de Dios, al tiempo que aconseja a su sobrina que renuncie a la decadencia de la sociedad que los rodea e ingrese a un convento. Incluso con buenas intenciones, el mandato de Ricardetto no deja de poner en evidencia la estructura patriarcal que sostiene a todo el entramado social: encerrar a la mujer en un convento implica removerla de la escena social e imponerle una forma de vida que exige su castidad y la renuncia a todos los placeres mundanos. Sin embargo, es gracias a ello que Filotis se salva de contemplar los trágicos acontecimientos que suceden poco tiempo después.

En la tercera escena ya se expone la violencia desmedida que presagia el terrible final: Soranzo, iracundo, aparece llevando a Anabella a la rastra y comienza a insultarla y a amenazarla con la muerte, puesto que se ha enterado de su deshonra. A pesar del maltrato, la joven esposa se mantiene en silencio y no revela la identidad del padre del hijo que está gestando. La dignidad de Anabella vuelve a demostrar el valor y la entereza de la joven, dos rasgos que la convierten en un personaje femenino muy particular para la literatura y el teatro de la época. En sus imprecaciones brutales, las imágenes que Soranzo utiliza están llenas de un rabioso desprecio y odio hacia las mujeres:

¡Venid, ramera, ilustre puta! si cada gota de sangre
Que corre por vuestras adúlteras venas fuera una vida,
Esta espada (¿la véis?) acabaría con todas ellas
De un solo golpe. Ramera; extraordinaria, infame ramera,
Que con vuestro rostro descarado mantenéis vuestro pecado.
¿No había en toda Parma otro hombre sino yo
Para ser víctima de vuestro libertino y astuto puterío?
¿Tenían que ser alimentados vuestra calenturienta pasión
y el exceso de lascivia, el auge de vuestra lujuria
Hasta la saciedad, y no habría de ser otro sino yo
El elegido para ser la tapadera de vuestros secretos devaneos (p. 160).

Claramente, Soranzo aplica una doble moral a su juicio contra Anabella: cuando la mujer comete adulterio, es culpable y se merece un castigo ejemplar. Sin embargo, cuando el hombre incurre en la misma falta no se lo castiga ni se lo censura. Recordemos que Soranzo no tuvo ningún reparo en mantener relaciones con Hipólita, una mujer casada, y en ningún momento sintió culpa por la falta cometida.

Así, la extrema misoginia de este personaje no hace más que poner en evidencia el machismo generalizado de la época, que también puede comprobarse en el resto de personajes masculinos; incluso en Giovanni, como ya hemos mencionado anteriormente. Sin embargo, frente a esta visión misógina y degradada de lo femenino se cumple la justicia poética contra Soranzo: el personaje que despreció a Hipólita por haberse dejado seducir por él mismo encuentra su castigo al casarse sin saberlo con una mujer embarazada de otro hombre.

Cabe destacar también que esta escena revela el carácter iracundo de Soranzo. La ira, en verdad, es una emoción que suelen manifestar la mayoría de los personajes masculinos de la obra, cuyos perfiles psicológicos están construidos con base en la teoría de los humores, expuesta por primera vez en 1623 en La anatomía de la melancolía, de Robert Burton, considerado uno de los primeros tratados modernos de psicología. Esta teoría sostiene que los seres humanos se componen de cuatro diferentes sustancias (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) que, al mezclarse, lo dotan de un carácter determinado. Cuando en una persona predomina la sangre, su comportamiento se define como sanguíneo; cuando predomina la flema, se lo llama flemático; si se trata de la bilis amarilla, entonces el sujeto es considerado colérico; y, por último, si es la bilis negra, se trata de una persona melancólica. El teatro inglés del Renacimiento suele basarse en este tratado para presentar, ya sea de forma cómica o trágica, el desequilibrio producido por un desarreglo en la disposición de los humores. El protagonista de la homónima y famosa obra de Shakespeare, Hamlet, compone por ejemplo el arquetipo del personaje melancólico. Por el contrario, tanto Soranzo como Giovanni, en Lástima que sea una puta, se muestran con un carácter excesivamente sanguíneo y colérico.

Ahora bien, no obstante las imprecaciones de Soranzo, Anabella no muestra signos de arrepentimiento, sino todo lo contrario: parece orgullosa de estar gestando aquel niño, lo que le hace pensar al esposo burlado que ese amante es inmensamente superior a él. La intervención de Vasques logra posponer el desenlace de la escena, y Soranzo se calma momentáneamente cuando su criado le sugiere planear su venganza con tranquilidad y tiempo.

Nuevamente, es Vasques quien teje la conjura contra Giovanni y Anabella: explotando la ambición de Putana, logra que esta revele los amores incestuosos de los hermanos. Vasques conoce bien los deseos y las pasiones de los seres humanos, y es quien mejor sabe utilizarlos a su favor. Una vez que obtiene la información deseada, el criado español da rienda suelta a toda su crueldad y pide que encierren a Putana y le quiten los ojos. Este castigo remite, en primer lugar, a las numerosas mutilaciones en que abunda el teatro renacentista (pongamos, por ejemplo, la escena en que se le extraen los ojos a Gloucester en El rey Lear), al mismo tiempo que se vincula con la famosa tragedia de Sófocles, Edipo Rey, en la que el rey de Tebas se quita los ojos al enterarse del incesto cometido con su madre. Desde esta última perspectiva, el castigo es simbólico: Putana sabía del incesto cometido por los hermanos (de allí la asociación entre el conocimiento y la visión), pero no dijo nada. Como reprimenda, ya no podrá volver a ver, es decir, a apañar ningún tipo de relación ilícita.

Al final de esta escena, Vasques se expresa sobre la corrupción que aqueja al mundo: “¡Su propio hermano! ¡Oh, es horrible! A qué extremos de licencia en la condenación ha atraído el diablo a nuestra época. ¡Su hermano! (p. 172). Esto emparenta al personaje con otros muchos del teatro renacentista inglés, quienes están caracterizados por un profundo descontento hacia la realidad social en la que se mueven, así como a la vida en general. Sin embargo, Vasques está lejos de admitir que él es uno más entre los corruptos. En todo momento, por el contrario, parece justificarse a sí mismo y considerar que su accionar es el correcto y esperable de un criado fiel a su amo.

Al final del cuarto acto, Vasques y Soranzo salen de la escena, mientras este comienza a contarle lo que ha averiguado. Este hecho presagia el desenlace trágico que, inevitablemente, se cierne sobre los hermanos, y que tendrá lugar en el acto final.