Coplas por la muerte de su padre

Coplas por la muerte de su padre Temas

La muerte

La muerte es el tema más importante de la obra dado que Coplas a la muerte de su padre es una elegía escrita para lamentar la muerte del padre del poeta. De todas maneras, el tratamiento que hace Manrique sobre la muerte no se centra únicamente en la pérdida. Al igual que en otros aspectos de la obra, el poeta parte de lo general para acercarse gradualmente a lo particular. Recién en la Copla XXXIII de las cuarenta que componen la elegía aparece la mención a la muerte de don Rodrigo, el padre del poeta. Antes, Manrique se centra en la muerte en términos generales junto con otros temas asociados. Luego, la muerte va a aparecer en el tópico del ubi sunt a través del cual el poeta se pregunta qué ha sido de algunos personajes históricos que han muerto.

Desde la primera copla, Manrique menciona a la muerte y expresa el propósito de la primera parte de la obra en la que explora la muerte de una manera más general: "Recuerde el alma dormida / avive el seso e despierte / contemplando / cómo se passa la vida / cómo se viene la muerte / tan callando" (vv.1-6). El tono de esta primera sextilla es exhortativo dado que el poeta quiere que los lectores dirijan su atención a la inevitabilidad de la muerte. Junto con la reflexión filosófica sobre la muerte, el poeta también va a tratar la fugacidad del tiempo.

La mirada de Manrique sobre la muerte es cristiana y está fuertemente influenciada por la forma en que se solía tratar este tema durante la Edad Media. Las crisis sociales, pestes, hambrunas y guerras que recrudecen en el siglo XIII inspiran obras literarias, pictóricas y espectaculares que tienen a la muerte como tema central. En particular, podemos mencionar las Danzas de la muerte, obras que combinan literatura e ilustraciones en las que la muerte aparece personificada. En las Danzas, la Muerte se acerca a bailar con personas que representaban distintos estamentos o clases sociales para tratar el tema de "la muerte igualadora". Manrique apunta a ese mismo tema de un modo distinto a través de su famosa Copla III en la que compara la vida con un río y la muerte con el mar, para luego aclarar que todos los ríos, grandes medianos y chicos, terminan en el mismo lugar. Si bien podemos asociar las Danzas con la obra de Manrique por su temática, en cuanto a lo formal y a la representación no hay puntos en común. En las Danzas, se representa a la muerte de una manera truculenta y macabra, inspira pavor incluso por su aspecto. Por el contrario, Manrique evita referirse al aspecto de la muerte personificada y hacia el final de la obra la presenta como galante y gentil.

Otro aspecto cristiano en esta temática de la obra de Manrique es la comparación entre la muerte y el descanso. La muerte no constituye un final, sino el descanso tras el camino que toda persona tiene que recorrer en su vida. Ese fin no debería traer angustia si la persona vivió correctamente su vida. Por este motivo, la Muerte que aparece como personaje ante el lecho de muerte de don Rodrigo invita al hombre moribundo a aceptar su fin con la tranquilidad de haber vivido ganándose la vida eterna. Para Manrique, aceptar la muerte grácilmente es un acto cristiano porque implica una confianza absoluta en la voluntad de Dios y, al mismo tiempo, también representa un aspecto positivo de la muerte, ya que la recompensa del buen cristiano se encuentra allí y no en la vida terrenal.

Hemos visto como la visión de Manrique sobre la muerte está fuertemente enraizada en el pensamiento cristiano medieval. No obstante, hay un aspecto novedoso sobre el tratamiento de la muerte que hace Manrique y que lo acerca a una sensibilidad más próxima a la época que sigue a Manrique: el Renacimiento. La novedad en su pensamiento en torno a la vida terrenal y la transición hacia la muerte la veremos con más claridad en el siguiente tema: las tres vidas.

El tiempo

Precisamente porque se trata de una obra en la que se despliegan algunos de los principios más importantes del pensamiento cristiano como la virtud y el pecado, la vida eterna y la vida terrenal, la aceptación de la muerte, la obra también trata el tiempo lineal de lo mundano versus la eternidad en la vida después de la muerte.

En primer lugar, Manrique trata el tema de la fugacidad del tiempo. Este tema se introduce al inicio del poema simultáneamente al tema de la muerte: "Recuerde el alma dormida / avive el seso e despierte / contemplando / cómo se passa la vida / cómo se viene la muerte / tan callando" (vv.1-6). En la segunda copla el poeta amplía el tema mostrando que lo único que existe es el pasado porque el presente y el futuro pasan en un instante. El poeta quiere que el lector vuelque su atención sobre la muerte y la fugacidad del tiempo, ya que el hecho de tomar conciencia de esos dos aspectos de la vida terrena permite a las personas depositar el valor donde corresponde y hacer un buen uso del mundo.

A lo largo de la obra, el tiempo, junto con la fortuna, las desgracias y la muerte, aparece como uno de los elementos que hace al mundo traidor: "Ved de cuán poco valor / son las cosas tras que andamos / y corremos / que, en este mundo traidor, / aun primero que muramos / las perdemos" (vv.85-90). El paso del tiempo es lo que hace que las cosas que tienen valor en la vida no sean más que vanidades. Si las personas tomaran conciencia de la fugacidad de lo terrenal, entonces tratarían con más desdén lo mundano y se preocuparían más por la vida eterna.

En segundo lugar, el poeta trata la contraposición entre la temporalidad de lo mundano y la eternidad de la vida después de la muerte. Manrique a lo largo de la obra utiliza el contraste para mostrar dos planos: el que está sujeto al paso del tiempo y el que permanece inmutable. A través de la metáfora de los ríos como vida y el mar como la muerte, el poeta le ofrece al lector una imagen para vislumbrar algo que es inasible para el ser humano, que vive atravesado por la experiencia del paso del tiempo: el concepto de la eternidad. El constante fluir del río y la quietud y homogeneidad del mar representan los dos planos que son parte de la experiencia humana, siempre desde el pensamiento cristiano. Asimismo, Manrique utiliza la imagen de la temporalidad como camino que el hombre debe recorrer en tan solo una jornada, mientras que la vida eterna es un descanso. Tanto en la Copla V como en la Copla IX, el devenir de la vida terrenal conduce a la vida eterna representada como una ciudad o como un hogar o morada. En la Copa IX, por ejemplo, el poeta se refiere a la senectud como “arrabal” que alude a la idea de que en la vejez estamos a las puertas del reino donde vamos a descansar.

Por último, el poeta también utiliza el contraste para exhortar al lector a no olvidarse del paso del tiempo. A lo largo del poema Manrique insiste en que los placeres, las riquezas y los títulos en este mundo son finitos, mientras que lo que nos espera del otro lado de la muerte es eterno. Por momentos, eso le sirve a Manrique para remarcar el tono moralizante y advertir al lector sobre las consecuencias de depositar valor en los placeres que acá son caducos, pero que nos pueden llevar a vivir tormentos "eternales" (v.144).

La fe cristiana

La mirada del poeta es cristiana. Los temas que trata, las invocaciones que hace y el trasfondo de la obra son cristianos. En primer lugar, en la Copla IV el poeta muestra que conoce la fórmula de mucha de la poesía medieval y la poesía antigua en la que aparece una invocación a las musas, los dioses paganos o “famosos poetas / y oradores” (vv.38-39). No obstante, Manrique opta por invocar a Cristo y refuerza su postura en los siguientes versos en los que el poeta utiliza la anáfora y la repetición del adverbio sólo: “Aquél solo m’encomiendo / Aquél sólo invoco yo” (vv.43-44). Manrique se presente mediante la voz lírica como un hombre cristiano devoto. Además, ofrece motivos por los cuales no va a acudir a la fórmula clásica: Manrique desconfía de las ficciones de los poetas y oradores famosos porque considera que traen “yerbas secretas” (v.41), es decir, venenos o perjuicios. La desconfianza de lo pagano nos muestra su ortodoxia.

En otras dos ocasiones aparecen menciones a Cristo. La primera en la Copla VI en la que el poeta utiliza el ejemplo de la Encarnación, es decir, Dios hijo se convierte en hombre, para argumentar que el mundo esencialmente es bueno y que el uso que damos a lo mundanal es lo que puede transformarlo en algo malo. Este pensamiento también muestra su ortodoxia al alejarlo de doctrinas consideradas herejes en las que el mundo y lo corporal era considerado malo o corrupto. Para el pensamiento cristiano canónico, el mundo es bueno y es el ser humano el que debe utilizar el mundo correctamente para ganarse la vida eterna. La última mención directa a Cristo aparece en la plegaria de don Rodrigo luego de su conversación con la Muerte en la que el padre del poeta muestra su piedad al someterse a la voluntad divina con total aceptación.

Toda la obra retoma tópicos bíblicos como la vanidad de vanidades del Eclesiastés, el contemptus mudi en el mismo libro y en El libro de Job y el ubi sunt que tiene un doble origen: la literatura grecolatina y la Biblia. En definitiva, la obra presenta la visión cristiana de la vida terrenal como un camino que conduce a la vida eterna y determina cómo será esa vida después de la muerte. La exhortación que hace Manrique a sus lectores es la misma que la de la Iglesia: que las personas dirijan sus miradas y sus esfuerzos a ganarse el cielo y en este sentido don Rodrigo es un ejemplo de vida. Algunos críticos incluso han observado en la estructura de la obra, en su razonamiento, los mismos procedimientos de los sermones de la época.

La memoria

Manrique escribe Coplas a la muerte de su padre para lamentar, justamente, la muerte de su padre y celebrar su vida. El poeta cierra la obra con los siguientes versos: “aunque la vida perdió, / dexónos harto consuelo / su memoria” (vv.478-480). El recuerdo de don Rodrigo es lo que permite a quienes lo apreciaron lidiar con su muerte. A partir de la Copla XXV Manrique se va a ocupar de hacer un retrato de su padre mostrando todos los méritos por los cuales es recordado como un “claro varón” (v.433).

En el resto de la obra, Manrique también trata el tema de la memoria, especialmente en los versos destinados a tratar el tópico de ubi sunt. Al igual que otros temas que trata Manrique, este tampoco representa una novedad en su época. El tópico ubi sunt fue muy popular en la Edad Media, pero tiene su origen en la literatura clásica romana. A través de preguntas retóricas repetidas, el poeta se pregunta qué ha sido de personajes ilustres que ya han muerto. Esa incesante incógnita tiene como efecto la reflexión de que nada de lo que se haga sin provecho en el mundo repercute luego de que llega la muerte.

Manrique utiliza este tópico clásico, pero introduce una variante: en lugar de referirse a figuras de un pasado remoto, rechaza esa tradición para hacer referencia al pasado más inmediato y acotado a la zona geográfica que está directamente relacionada con los Manrique. El poeta utiliza un tono moralizante para reprochar el olvido de la historia reciente: “vengamos a lo d’ayer / que tan bien es olvidado / como aquello” (vv.178-180).

Por último, vale reparar en el primer verso de la Copla I: “Recuerde el alma dormida” (v.1). Manrique exhorta a los lectores a recordar algo que la pompa y los placeres mundanos pueden hacernos perder de vista: la mortalidad y el carácter perecedero de lo terrenal. De este modo la memoria también está relacionada con recordar nuestra condición humana y el propósito de nuestro paso por el mundo según la visión cristiana.

La vida y sus dimensiones

El poeta explora tres dimensiones de la vida a lo largo de su obra: la vida terrenal, la vida de la fama y la vida eterna. Empieza tratando la vida terrenal en relación con los siguientes tópicos: la fugacidad del tiempo, la vanidad de vanidades, el desdén por lo mundano. Manrique considera que la vida terrenal es breve y transitoria; todo lo que pertenece a esta vida carece de importancia a menos que esté orientada a ganarse la vida eterna. La inestabilidad de todo aquello que obtenemos en la vida no depende del lugar que ocupamos en la sociedad, ya que podemos perderlo todo debido al paso del tiempo, las desgracias, el cambio de fortuna, la naturaleza misma de las cosas que apreciamos en este mundo e, inevitablemente, la muerte.

Para Manrique, un modo a través del cual es posible superar parcialmente la caducidad de todo lo terrenal es permaneciendo en la memoria de las personas. Para que esto suceda, es necesario que la vida terrenal haya estado dedicada a realizar hazañas provechosas y significativas. Acá Manrique utiliza el contraste para mostrar cómo algunos hechos de las grandes figuras contemporáneas a él se han perdido porque no eran de sustancia, sino "rocíos / de los prados" (vv. 227-228), mientras que las hazañas de su padre no necesitan ni siquiera ser enumeradas por el poeta porque perviven en la memoria de todos. En lugar de dedicarse a obtener riquezas o a entretenerse en la corte, don Rodrigo se dedicó a hacer la guerra a los moros y por eso su fama se extiende a tal punto que cuando la Muerte lo visita ella ya lo conoce por su "esfuerço famoso" (v.401).

Finalmente, la vida eterna es la única vida verdadera y la única que el tiempo no destruye. En el modo por el cual los nobles pueden ganarse la vida eterna podemos ver los valores medievales, casi anticuados para el siglo XV, que Manrique destaca en su obra. Desde la perspectiva medieval son los primeros, es decir, los más poderosos, los que tiene que ganarse un lugar en el cielo. Aquel que padece penurias en su vida terrenal ya tiene ganado el cielo. Por el contrario, los que fueron privilegiados en la Tierra deben hacer un esfuerzo por ganarse el cielo. Para el noble medieval de la península ibérica había dos caminos para ganarse el cielo: la religión y la guerra. Los nobles que formaban parte de la Iglesia en el alto clero podían ganarse el cielo con su servicio. Para el resto de la nobleza, el camino estaba en hacer la guerra con el fin de recuperar para los reinos cristianos los territorios moros que habían sido ocupados desde el siglo VIII. En la tercera parte de las Coplas, el poeta va a insistir en las hazañas de su padre en contra de los moros porque es así como se ha ganado la fama y, posiblemente, el cielo.

De estas tres dimensiones de la vida que explora Manrique la más novedosa y la que se acerca a una sensibilidad más moderna es la de la vida de la fama. En el tratamiento típicamente medieval de las distintas vidas era más usual que aparecieran solo las dos: la terrenal y la eterna. Sin embargo, a partir de los cambios sociales que surgen en el siglo XV y que ponen en movimiento los cambios que desembocarán en el Renacimiento, el mérito personal e individual empieza a cobrar importancia. La vida de la fama no depende de nada más que del individuo. El linaje no basta para justificar el lugar que ocupa cada señor en la vida de la fama, depende enteramente de los hechos que haya llevado a cabo durante su vida terrenal. Si bien hay críticos que insisten en este aspecto como una innovación, para otros esto coincide plenamente con una visión tradicional sobre el honor del caballero.

La frivolidad

Uno de los modos en los que Manrique hace que la figura de su padre se destaque de otros contemporáneos es mediante el contraste. Por ese motivo, durante el tratamiento del tópico del ubi sunt, el poeta muestra la fastuosidad de la corte para ejemplificar cómo otros nobles se dedicaron a los bienes mundanales, que no permanecen luego de la muerte de estos hombres ilustres.

Efectivamente, a Manrique este tema le sirve para hacer una crítica de la situación de la nobleza y la corte de su época. Al mencionar todos los afanes que se pierden por diversos motivos -desgracias, el pasar del tiempo, los cambios de fortuna- el poeta hace un retrato de la corte del siglo XV. En su desfile de personajes que le sirven para tratar el tópico del ubi sunt, Manrique termina por componer un cuadro en el que los miembros de la corte dedican su tiempo a riquezas, vajillas, decoraciones, tocados, bailes, cantos y justas que pronto quedarán en el olvido.

Manrique trata este tema sirviéndose del tópico vanidad de vanidades. El origen del tópico es bíblico porque con esas palabras empieza el Libro de Eclesiastés en el que el tema central es el carácter pasajero de todo lo terrenal: tanto las alegrías y glorias como las penas, todo es temporal. La reflexión filosófica detrás de este tópico es la futilidad de depositar valor y poner tanto afán en algo que carece de permanencia, que no es más que una vanidad. A lo largo de la Edad Media el tópico va tomando un giro más pesimista porque está fuertemente asociado a una mirada negativa del mundo, ya que este es traicionero o engañoso.

La frivolidad de la vida cortesana puede haber inspirado en parte a Manrique a componer esos primeros versos de la obra en la que el poeta exhorta a sus lectores a “despertar” y contemplar la mortalidad y el paso del tiempo. El alma se encuentra dormida porque ha olvidado su mortalidad y la caducidad de todo lo que está sujeto al paso del tiempo al dedicarse con tanto afán a los lujos y perder de vista que no tienen un valor permanente.

Los valores de la nobleza

La parte de la obra dedicada específicamente a alabar la figura de don Rodrigo está concebida desde una serie de códigos que se remiten al modelo del caballero. Don Rodrigo tiene una serie de virtudes que son propias de su estamento: por un lado, contaba con virtudes morales como el esfuerzo, la generosidad, la lealtad; por otro, ostenta una trayectoria militar admirable. En definitiva, don Rodrigo es el modelo del señor cristiano medieval que se gana el cielo a través de su participación en las guerras de reconquista, sirviendo a Dios y al rey con lealtad, y buscando el honor y la gloria de su linaje por medio de sus hazañas.

La familia Manrique había cogobernado junto con otras familias nobles y los reyes Juan II y Enrique IV. Si bien otros miembros de la familia Manrique ocuparon puestos prominentes en la sociedad, ninguno llegó tan alto como don Rodrigo, quien fue nombrado maestre de la Orden de Santiago, el rango más alto al que podía aspirar un noble que se dedicaba a la guerra. Ser maestre de la Orden de Santiago implicaba ocupar el lugar más poderoso entre los nobles que servían al rey. Durante mucho tiempo el nombramiento de maestre era decisión interna de la Orden, pero para el momento en el que vive Manrique, la decisión recaía en el rey. Cuando muere don Rodrigo, la familia Manrique espera preservar el lugar prominente dentro de las familias nobles al ser el hijo primogénito de don Rodrigo, Pedro Manrique, quien tendría que sucederlo como maestre. Así y todo, los Reyes Católicos, que para ese momento ya no se disputaban el poder con Juana la Beltraneja porque habían salido vencedores, eligieron a otra persona para ocupar el puesto. La lealtad del mismo poeta fue puesta en duda cuando luego de una batalla en la que fracasó fue tomado prisionero porque se consideraba que no había luchado a favor de los intereses de la corona de Castilla y Aragón.

La situación frágil de la familia Manrique en comparación con la buena consideración de la que había gozado durante la vida de don Rodrigo es lo que en parte inspira al poeta. Las Coplas a la muerte de su padre son una manera de alabar su linaje que se veía cuestionado a partir de lo narrado anteriormente. Para ello, Manrique destaca todo aquello que hace de su padre el perfecto modelo de un señor medieval. Tal vez es por eso que la Muerte que se presenta ante don Rodrigo está caracterizada como un caballero cortés que se dirige al hombre que está por morir con una fórmula de tratamiento apropiada: "Buen caballero, / dexad el mundo engañoso" (v.397-398). No correspondía a tan gran señor como don Rodrigo que se apareciera la Muerte macabra o irreverente, sino una que va a igualar en dignidad a don Rodrigo. Todo el intercambio entre la Muerte y el padre del poeta se da en clave cortés, es decir, recurriendo a los códigos caballerescos. Por ejemplo, la Muerte lo exhorta a enfrentar una "batalla temerosa" (v. 410) y "esta afruenta" (v.407).

En definitiva, estas últimas coplas le permiten al poeta alabar a su padre, defender su linaje y establecer una estrecha correlación entre las tres vidas que ha venido explorando. En esto último, la Muerte se le presenta gentil al padre, y le rinde honores y lo desafía a morir del mismo modo en que vivió: con honor. La Muerte que visita a don Rodrigo es aquella que el padre del poeta se ha ganado a través de sus actos nobles y alineados con lo que se espera de un caballero cristiano.