Tengo miedo, torero

Tengo miedo, torero Símbolos, Alegoría y Motivos

El bordado (Alegoría)

El trabajo de bordado que la Loca realiza sobre los manteles, sobre los que con sus hilos dibuja pájaros y angelitos, es alegórico de la escritura que la Loca, casi analfabeta, no tiene y de la voz propia de la Loca, que, desbordada, se expresa no solo a través del habla, sino también a partir del trabajo artesanal de sus manos. Su disidencia, es decir, el hecho no asumirse hombre ni mujer sino pájara, se presenta a través del bordado y queda como firma en sus manteles.

La Loca borda como oficio, de eso vive. Se lo enseña su amiga Rana, cuando la salva, y, al hacerlo, la maestra compara el bordar con el escribir: "Es parecido, fíjate bien, la puntada debe ser bien fina y seguir la línea del dibujo" (65). Y la Loca, en poco tiempo, aprende a la perfección la tarea. Pero también borda cuando habla y eso le da vida: "Como si la repetición del nombre bordara sus letras en el aire arrullado por el eco de su cercanía. Como si el pedal de esa lengua marucha se obstinara en nombrarlo" (12). El aparato fonatorio de la Loca funciona como una máquina de coser a pedal.

La Loca es una poeta oral: "tú hablas en poesía" (118), le dice Carlos a propósito de esto. La Loca no posee los conocimientos para pasar esa oralidad al papel: "de ahí a ser escritora hay un abismo, porque yo apenas llegué a tercera preparatoria, nunca he leído libros, y ni conozco la universidad" (118). Las telas le sirven como papel para expresar lo que siente a través del "arácnido oficio de sus manos" (11), de sus "dedos tarántula" (32); esas trabajadoras manos, que como arañas, tejen.

Cuando habla, con su voz también forma un hilado. Cuando la Loca recuerda su pasado y lo cuenta, el texto es como un tejido de memoria: "ella tejía la espera, hilvanaba trazos de memoria, pequeños recuerdos fugaces en el acento marifrunci de sus voz" (15). Cada recuerdo es un retazo de tela que se une a otros y conforman su pasado.

Los pájaros (Símbolo)

Hay una tradición literaria que vincula las aves y la homosexualidad. Lemebel se afilia a esa tradición y utiliza, a lo largo de toda la novela, los pájaros, las plumas y algunos seres alados, como las mariposas y los angelitos, para referirse al personaje de la Loca. Esto se relaciona con la capacidad de estos seres de ser libres al levantar vuelo.

Cuando alguien los lastima, sienten como si tuvieran un ala rota y no pudieran volar. Ante el peligro, los pájaros reaccionan: "el alboroto de alas por el zumbar de un helicóptero" (27); si los seres alados sufren, la Loca también: "Parecen mariposas muertas, dijo ella con un dejo de tristeza, y encendió la radio para no llorar, para huir de allí" (25); como un presagio de lo que le sucederá, Pinochet se molesta ante la presencia incesante de picaflores en su jardín: "Pequeñísimas las aves, juguetearon enredadas en la baranda, y quietas en su helicóptero flotar, succionaron a destajo el polen de su jardín. Con un manoteo enojado las espantó. Zancudos de mierda, moscas pichiruches que se creen pájaros picando flores" (126).

El elefante (Símbolo)

El elefante es símbolo de brutalidad y de un gran peso. Las dos veces que la Loca sufre situaciones de violencia física, quien ejerce la violencia aparece referido como un elefante. Cuando sufre la violación paterna, siente ardiente sobre sí el "cuerpo de elefante" (16) del padre; cuando la Rana la golpea, ella termina en el suelo "sin poder defenderse de ese elefante furioso" (65). Su cuerpo parece empequeñecerse y no poder defenderse al lado de aquel que la violenta y humilla.

También aparece este término para designar al dictador: "tirado en el lecho como un elefante somnoliento" (60).

El mantel (Motivo y Alegoría)

El mantel bordado por la Loca aparece en reiteradas ocasiones significativas en la novela. Los bordados son alegóricas imágenes de pájaros y angelitos, figuras aladas que simbolizan la identidad sexual disidente de la protagonista.

El primer momento en el que cobra protagonismo la tela es cuando la Loca decide llevarlo al picnic. Allí forma parte de la escenografía bucólica que prepara para Carlos: el mantel deviene vestido de corte andaluz superpuesto sobre la ropa de la Loca. Rendido ante los encantos misteriosos que provienen de la imagen que tiene frente a sus ojos, Carlos prende la casetera y musicaliza el momento. Verla de ese modo, lo lleva a pensar que nunca se sintió así por ninguna mujer.

Luego, vuelve a aparecer el mantel con Catita Ortúzar, la esposa de un general y una de las mejores clientas de la Loca. Ella la telefonea y pide que se lo lleve; en ese momento se entera de que no tiene el escudo chileno solicitado, dado que la Loca no quiso bordarlo. Ese símbolo oficial no acompaña, entonces, al de los pájaros y angelitos. La entrega, finalmente fallida del mantel, la lleva a recorrer la ciudad hasta la mansión de Catita. Allí, la Loca imagina su mantel vistiendo la mesa de los generales y manchándose con el licor sangrado de los perpetuadores de la dictadura. En esa imagen funesta y alegórica, los pajaritos se ahogan en coágulos espesos: "A sus ojos de loca sentimental, el blanco mantel bordado de amor lo habían convertido en un estropicio de babas y asesinatos. A sus ojos de loca hilandera, el albo lienzo era la sábana violácea de un crimen, la mortaja empapada de patria donde naufragaban sus pájaros y angelitos" (56). Eso es lo que la lleva a tomar la decisión de huir y no dejar el mantel en ese sitio: salvar a esos seres bordados de las risas macabras de los generales. Al salir de la casa y llevarse el mantel, siente una oleada de dignidad.

En la escena final, en la que la Loca decide no acompañar a Carlos y escena en la que otra vez se usa el mantel en un picnic compartido por los protagonistas, se muestra que ella deja el objeto bordado en la playa: "la marea se encrespaba arrastrando el albo mantel olvidado en la arena" (173). Las fantasías y esperanzas de la Loca se dan por terminadas y espera, como la canción que canta en ese momento, que esos pájaros puedan algún día, por fin, volar.

Las pesadillas (Motivo y Alegoría)

Pinochet sufre recurrentes pesadillas y por eso teme quedarse dormido. Son una suerte de premonición, alegoría de la cobardía de ese hombre que se muestra autoritario ante el mundo. La cantidad de pesadillas y el miedo del hombre que se niega a dormir para no caer en ellas buscan presentarlo de una manera diferente a cómo él quiere demostrar que es; intenta ridiculizar su figura autoritaria y, a la vez, pone en un primer plano la figura del dictador como criminal, ya que sus sueños macabros son alegóricos en la medida en que están relacionados con sus acciones.

En un momento, sueña con su propio funeral y se ve a sí mismo hundiéndose en un terreno que, como una especie de arena movediza, lo traga entre cadáveres que lo sumergen: como si los desaparecidos enterrados sin nombre en suelo chileno se hicieran presentes para reclamar algún tipo de justicia. Antes del atentado, por ejemplo, sueña con un vuelo centrífugo de cóndores o águilas que se van acercando hasta donde él, inmóvil, se encuentra, "tan solo y diminuto, tan indefenso allá abajo recostado en la terraza, como un abuelo muerto, presa fácil para esos pájaros carnívoros" (131). Esos pájaros del sueño le arrancan un ojo. Horas más tarde será la emboscada que atenta contra su vida.

El amor imposible (Motivo)

El amor imposible es un motivo recurrente en la historia de la literatura. Por lo general, está relacionado con causas que impiden que los enamorados cumplan su objetivo de consumar una vida juntos en plenitud. En esta novela, lo que impide que los protagonistas vivan libremente su amor son las diferencias en relación con los objetivos de cada uno y, sobre todo, las imposiciones de una sociedad heteropatriarcal. Sin que en ningún momento se establezca esto de forma explícita, el personaje de Carlos, a pesar de sufrir una serie de cambios positivos en su valoración hacia la Loca, está atado a ciertas convenciones y, en público, se ajusta a las normas establecidas. La mira, quizás enamorado al final, pero la sabe imposible: "Mi loca, pensó. Mi inevitable loca, mi inolvidable loca. Mi imposible loca" (172).

La protagonista intenta varias veces concretar su relación y le pide a él que le diga qué es lo que siente, pero no encuentra la respuesta deseada. Incluso, llega a ser explícita en su pedido. Ante la pregunta sobre qué es lo que quiere, ella contesta: "Que me ames un poquito" (117), pero él no la ama. La quiere, con su diferencia, pero no la ama. Cuando al final ella insiste para que hablen en su idioma de amor, él no se anima, y demuestra "cierta vergüenza en sus ojos de macho marxista" (169). Y aunque finalmente la invita a ir con él hacia Cuba, la que se niega es ella que comprende la imposibilidad de sus sueños.

En broma y en serio, la única respuesta de él parece ser la que le brinda una tarde que lo ve llegar apurado: "La Patria me llama" (103). Los objetivos primarios de los personajes son diferentes: mientras ella busca vivir libremente un amor, para él la liberación de Chile, su patria, está primero. Al final de la novela, ella le pregunta: "¿Te fijas, cariño, que a mí también me falló el atentado?" (173). Ella quiere atentar contra los mandatos sociales que Carlos lleva consigo, pero, como él con su plan contra el dictador, falla: no logra sus objetivos.

La casa (Alegoría)

La casa de la Loca es el lugar en el que se desarrollan gran parte de las acciones de las novelas: allí se prepara el atentado y Carlos y la Loca maduran su relación. La casa presenta el mundo íntimo de la protagonista, sus transformaciones son una suerte de representación figurativa de lo que sucede en la intimidad de la Loca. Al principio, este lugar se presenta como un lugar casi en ruinas, un "escombro terremoteado" (10), en un país que sufre terremotos cada tanto. Y así es el pasado de la protagonista que conocemos con el correr de las páginas de la novela: su pasado ha sido de mucho dolor, primero por la ausencia materna y la violencia paterna; luego por un amor que la dejó sumida en el alcohol.

A esa casa, como al cuerpo y la vida de la Loca, hay que rescatarlas. Con la Loca lo hace Rana, su amiga cola, "cuando ella era una callejera perdida (...) aconsejándola que no se dejara morir, que la cortara con el trago, que olvidara al cuargüilla que la hundió en el vicio" (64), enseñándole el oficio de brodado. Con la casa lo hace la propia Loca, "implacable, plumero en mano, escoba en mano rajando las telarañas con su energía de marica falsete entonando a Lucho Gatica, tosiendo el «Bésame mucho» en las nubes de polvo y cachureos que arrumbaban la cuneta" (10).

Luego, la casa comienza, como la vida de la Loca, a ser parte de sus fantasías de enamorada. Con la llegada de Carlos, la casa se torna escenografía de su amor, poblada por cajas que ofician de muebles. Es en ese lugar cerrado, íntimo, privado y propio en donde las fantasías de la Loca se pueden concretar, porque allí, en ese mundo creado por ella misma, su disidencia es posible y aceptada.

Cuando las cajas comienzan a partir, dejando la casa otra vez vacía y presagiando el final, también se empiezan a disuadir las esperanzas de la Loca, que comprende, hacia el final, que el amor entre ellos es imposible de concretarse: "Su palacio persa, sus telones y drapeadas bambalinas de carey, todo ese proyecto escenográfico para enamorar a Carlos había sucumbido, se había desplomado como una telaraña rota por el peso plomo de una historia urgente" (128).