Tengo miedo, torero

Tengo miedo, torero Resumen y Análisis Introducción, Parte 1

Resumen

Introducción

Previo al inicio de la novela, hay una página introductoria que informa que "surge de veinte páginas escritas a fines de los ochenta y que permanecieron por años traspapeladas entre abanicos, medias de encaje y cosméticos que mancharon de rouge la caligrafía romancera de sus letras" (7). El autor dedica esta historia a una serie de personas, de quienes coloca nombre, apellido y apodo, a "la vieja del almacén" (7) y a la casa "donde revolotearon eléctricas utopías en la noche púrpura de aquel tiempo" (7).

Parte 1 (9-17)

Corre el año 1986, cuando "La Loca del Frente", la protagonista de la historia, recientemente mudada a una casa bastante ruinosa en un barrio popular y de izquierda de Santiago de Chile, conoce a Carlos. La ciudad se encuentra en permanente conmoción y estado de alerta, debido a las frecuentes manifestaciones en contra de Augusto Pinochet y su dictadura militar, vigente en el momento en el que transcurre la acción. La Loca, un personaje que no se ajusta a los géneros binarios tradicionales y al que a veces se lo nombra como un hombre gay afeminado y a veces como una travesti, es la protagonista de esta historia: tiene más de cuarenta años, se dedica al bordado de sábanas y manteles, adora escuchar clásicos boleros en la radio, no muestra preferencias ni intereses políticos y es la inquilina de esa antigua, derruida y pequeña casa de tres pisos, en la que sucede gran parte de la acción de la novela.

La Loca adora su casa, lugar al que reconoce como "único espacio propio que tuvo en su vida" (11), y se encarga de limpiarla y decorarla. Para hacerlo, utiliza pesadas cajas que, tapadas por sus mantillas, fundas y cojines, ofician de muebles. Estas cajas pertenecen a Carlos, un joven apuesto y universitario que conoce en el almacén, quien le solicita, como favor, guardarlas allí. Están llenas de libros prohibidos por la dictadura militar. En un principio, las cajas son tres; luego, van llegando cada vez más, y Carlos la ayuda a decorar el sitio y a usar esas cajas, disimuladas bajo las telas bordadas por la Loca, como mesas de luz, mesitas ratonas, sillones, superficies para colocar la radio u otros objetos y como separadores de ambientes; en síntesis, las cajas amueblan la casa que, de otra manera, estaría casi vacía. Para el mes de agosto, la casa ya está lista para recibir la primavera tal como la Loca siempre soñó que sería su hogar.

Luego de las cajas, Carlos le pide permiso para realizar reuniones en su casa con sus compañeros de universidad, excusándose en que no tienen dónde estudiar. La Loca, cada vez más enamorada del joven, accede al pedido. Así, comienzan a llegar, por la medianoche, jóvenes que se reúnen en el altillo, mientras uno de ellos espera, alerta, en la esquina. La Loca escucha baladas de amor; ellos cambian el dial y sintonizan Radio Cooperativa, una emisora que denuncia los crímenes de lesa humanidad del régimen militar e informa, bajo la voz de la periodista Manola Robles, a los opositores. A veces, por la tarde, las pocas amigas maricas de la Loca la visitan y le piden que presente a los muchachos, pero ella siempre se niega y las despide antes de que los jóvenes lleguen.

Como sucede con las cajas, que se van multiplicando con el paso del tiempo, lo mismo ocurre con las reuniones: cada vez son más. A algunas de ellas ni siquiera Carlos puede asistir. A veces él se duerme y ella, enamorada, lo mira e intenta tocarlo, hasta que él despierta sobresaltado. A veces, para no dormirse, mientras espera que las reuniones del altillo terminen, Carlos le pide a la Loca que le hable para mantenerlo despierto. Así es como ella le cuenta parte de su vida: su pasado como prostituta; su niñez, sufrida por la pérdida materna; los maltratos del padre, descontento con el hijo gay; la violación sufrida bajo las manos de ese padre alcohólico; la huida del hogar paterno, tras el intento del padre de enviar a su hijo a realizar el servicio militar para "corregirlo".

Esta primera parte termina cuando ese relato autobiográfico que la Loca le confiesa a Carlos se ve interrumpido por la finalización de una de las tantas reuniones del altillo. Para cerrar aparecen cuatro versos de "Mucho corazón", un bolero mexicano, que hace referencia a preguntas sobre el pasado y a lo que es el cariño.

Análisis

La página introductoria brinda indicios de que esta novela puede llegar a tener origen autobiográfico. El autor señala que las veinte hojas que conforman la génesis de la novela están manchadas con rouge y guardadas entre medias y cosméticos, como los que gusta de usar la protagonista de esta historia, pero también el propio autor, Lemebel, en sus presentaciones públicas. En esa página, dedica la obra a una serie de personas que tienen, como Carlos, nombres falsos o apodos. Al autor se le "aprieta el corazón" (7) al recordar a uno de ellos, asesinado por la CNI (Central Nacional de Informaciones), un organismo de inteligencia que funciona entre los años 1979 y 1990 en Chile y que se encarga de la persecución, secuestro, tortura y asesinato de los opositores al régimen dictatorial de Augusto Pinochet. Además, dedica la novela a "la vieja del almacén", cuya figura es análoga a la dueña del almacén que aparece en la novela y cuyo teléfono la protagonista utiliza; también dedica la obra a una casa, que puede ser aquella en la que se inspira para usar como escenario principal de la obra.

La novela presenta un narrador en tercera persona que incorpora, en su discurso, los diálogos y pensamientos de los personajes, sin cortar el flujo de la narración ni utilizar guiones u otros signos que demarquen esto. Se trata de una narración en estilo indirecto libre. El personaje en que mayormente focaliza el narrador es la Loca, quien asume el rol protagónico de la novela, y también es de su discurso del que más se contamina y con quien más empatiza, como veremos a lo largo de la novela. Lo primero que hace este narrador es poner al lector frente al contexto en el que se desarrolla la historia. Durante la primavera del año 1986, las calles de Santiago de Chile están conmocionadas: hay manifestaciones, neumáticos prendidos fuego en las calles, personas que cacerolean, un apagón provocado, camiones blindados, disparos, corridas, gritos de oficiales que dicen "párate ahí, mierda" (9), gritos de las personas que se manifiestan en contra del gobierno de facto que cantan "Y va a caer" (9), comunicados que suenan en la radio del "Diario de Cooperativa". Todos estos datos, que generan una imagen visual y auditiva de una ciudad en estado de alerta y manifestación, responden al contexto de la dictadura militar a la que es sometida la República de Chile y anticipan lo que en la casa de la Loca, durante el mes de agosto y sin que ella sepa, se está comenzando a preparar.

Entre 1973 y 1990, en Chile se establece un Régimen Militar tras un golpe de Estado que derroca al gobierno democrático del presidente socialista Salvador Allende. Augusto Pinochet (1915-2006), comandante en jefe del Ejército, es quien preside la Junta y quien se queda por la fuerza en el poder durante aquellos largos y sufridos años, imponiendo un sistema autoritario y violento de extrema derecha. Entre otras medidas, prohibe la participación política y los partidos políticos, veda los sindicatos, disuelve el Congreso y limita la libertad de expresión. Para implementar las medidas, perpetuarse en el poder y sembrar el miedo en la sociedad, los militares violan sistemáticamente los derechos humanos y dejan un gran número de víctimas, a los que someten a la prisión política, la tortura, el asesinato, la desaparición y el exilio.

1986 es un año clave, ya que las protestas son cada vez más fuertes, se realizan paros nacionales y cortes de energía eléctrica, dado que hay esperanza de ciertos sectores antagonistas al régimen de que este sea el "año decisivo", es decir, el año en que, por fin, Pinochet deje el poder y Chile retorne a la democracia. En primavera, además, más precisamente el 11 de septiembre, es el aniversario del golpe de Estado, por lo que es la época en que, año a año, las protestas se renuevan con mayor fuerza.

En este momento, en la primavera de 1986, llega al barrio en el que transcurre la acción la Loca del Frente, la protagonista del relato. No se conoce su nombre y es un personaje que no se reconoce en los géneros binarios y normativos heteropatriarcales: no es hombre, no es mujer, es loca. Este es un término que tiene un origen peyorativo en Chile, y en otros países latinoamericanos, para referirse así a varones afeminados y diferenciarlos, tanto de varones heterosexuales como de varones homosexuales cisgénero, es decir, de aquellos en los que coinciden identidad de género y sexo biológico; en este sentido, Lemebel realiza una reapropiación del término y lo resignifica. Las "locas" no siguen los patrones homonormativos hegemónicos y, en su mayoría, son latinoamericanas, pobres, marginadas, afeminadas, se travisten; en ellas "sobrevive un folclor mariposón" (Pedro Lemebel, Loco afán: crónicas de sidario, p. 59). En esta novela, veremos cómo la Loca construye su identidad como loca: a partir de sus gustos, su afiliación a lo esterotipadamente femenino y su lengua particular para nombrar la realidad que la rodea. Los pronombres y sustantivos utilizados por los otros para referirse a "La Loca del Frente" fluctúan entre el femenino y el masculino, el narrador usa generalmente el femenino y la Loca utiliza casi exclusivamente el femenino. Así, por ejemplo, cuando llega al barrio, todos saben "que el nuevo vecino era así, una novia de la cuadra demasiado encantada con esa ruinosa construcción. Un mariposuelo de cejas fruncidas que llegó preguntando si se arrendaba ese escombro terremoteado de la esquina" (10).

La Loca se encarga de la limpieza y del orden de aquella casa derruida mientras escucha sus boleros y cuecas. Es aquí, en estas primeras páginas, donde aparece, por primera vez, la frase que da título a la obra y que, como otras frases que se incorporan en la narración, es un fragmento de una canción. En este caso, la Loca, mientras limpia la casa, canturreando un pasodoble de Augusto Algueró, popularizado por varias cantantes, como Sarita Montiel, Lola Flores, Marifé de Triana y Carmen Sevilla: "Tengo miedo torero, tengo miedo que en la tarde tu risa flote" (9-10). Esta canción, que trata sobre la enamorada de un torero que teme por la vida de este cuando se encuentra en la plaza de toros, prefigura el miedo que tendrá la Loca cuando su enamorado, Carlos, el joven que le solicita usar su casa para guardar cajas con elementos secretos y realizar reuniones clandestinas a las que presenta como jornadas de estudio, esté en peligro. Es significativo que la Loca cambie la letra de la canción original y que esto aquí no se señale. Los versos originales dicen: "Tengo miedo, torero / De que al borde de la tarde el temido grito flote". Ella cambia el temido grito por la risa del torero, y esto prefigura, en cierta forma, la lengua transformadora de la Loca sobre las cosas y anuncia uno de los mecanismos defensivos con los que convive: la reticencia que manifiesta, todavía en este momento, a ver todo lo negativo que sucede a su alrededor. Más avanzada la obra, como veremos, la frase que da título a la novela cobrará un nuevo significado para ambos personajes.

Durante los años en que se mantiene la dictadura en Chile, varios grupos se reúnen en la clandestinidad para organizarse e idear planes para terminar con el gobierno de Pinochet. Uno de los medios de difusión de noticias por los que los opositores reciben información confiable es Radio Cooperativa. Se trata de una emisora histórica de Chile que, si bien en un comienzo apoya al Golpe, a partir del año 1977 comienza a alejarse y a denunciar los crímenes de lesa humanidad cometidos sistemáticamente por el gobierno militar. En el barrio de la Loca, los vecinos escuchan esta radio, pero a ella no le interesa la política: "ella no estaba ni ahí ni con la contingencia política" (11). La Loca prefiere música del recuerdo para pasar las tardes bordando: "le daba susto escuchar esa radio que daba puras malas noticias" (11). En las reuniones de los amigos de Carlos, los jóvenes cambian el dial de la radio y sacan las canciones de amor que escucha la Loca para oír, en Radio Cooperativa, a Manola Robles o a Sergio Campos. Estas dos personas son los periodistas emblemáticos de esta emisora, que cubren los actos de protesta en el centro de la ciudad y que entregan la información sin la censura oficial o de manera cifrada, para que el público pueda enterarse de qué es lo que está sucediendo.

Carlos le pide permiso a la Loca para juntarse allí con sus compañeros a estudiar y ella acepta. Aunque no se lo dice aún, ella sospecha que hay algo más detrás de esas reuniones, dado que de algunas de ellas ni siquiera el joven puede participar y "le embolinaba la perdiz para que ella no viera a algunos tapados visitantes (...) y le cerraba el paso cuando ella amablemente curiosa ofrecía café" (14). Pero todo esto parece no importarle: es más fuerte la pasión que siente por él. Incluso, para no pensar en aquello, piensa excusas que la dejan tranquila, pero que, a la vez, nos permiten notar que sospecha que hay algo más que estudio detrás de esas reuniones: "los chiquillos que pudo ver eran jóvenes educados y bien parecidos. Podían pasar como amigos".

Además, desde que Carlos y su grupo están allí, la casa de la Loca cobra vida y se parece cada vez más a sus anhelos. A las cajas que contienen "solamente libros, pura literatura prohibida" (11) y que comienzan a poblar su hogar, les quita el aura negativa que les otorga la censura y que las asocia con ese periodo de crímenes y muertes, y las transforma en otra cosa. Ese vínculo con el peligro que conllevan esos objetos se patentiza en el símil que la Loca utiliza mientras da órdenes decorativas: "No, Carlos, tan juntas no, que parecen ataúdes". Ella decide cómo y dónde van para que todo quede a su gusto. Para vestir ese espacio propio, el primero de su vida, inventa "muebles para el decorado de fundas y cojines que ocultaban el pollerudo secreto de los sarcófagos" (13). El resultado se expresa mediante las siguientes comparaciones metafóricas: "la casa era un chiche. Una escenografía de la Pérgola de las Flores improvisada con desperdicios y afanes hollywoodenses. Un palacio oriental encielado con todos de sedas crespas y maniquíes viejos, pero remozados como ángeles del apocalipsis o centuriones custodios de esa fantasía de loca tulipán" (13). A partir de las cajas y su inventario de manteles y sábanas bordadas recrea, en su propio hogar, los escenarios vistos en obras de teatro y en el cine hollywoodense.

En esas noches de vigilia compartidas con Carlos, la Loca teje su propia historia: "ella tejía la espera, hilvanaba trazos de memoria, pequeños recuerdos fugaces en el acento marifrunci de su voz" (15). Así, como el resultado de un trabajo sobre la tela de su vida, el lector y Carlos conocen el pasado de la costurera: costurera real, porque se dedica a tal oficio; costurera alegórica, porque con su voz "marifrunci" o "marucha", voz propia y barroca de Loca que propone este texto, realiza un bordado de palabras durante esas noches de toque de queda y reuniones clandestinas. Así, da cuenta de diferentes "retazos" (15) que conforman su pasado, arrasado por la violencia. Antes de mudarse a esa casa y dedicarse a ese oficio, se prostituye para sobrevivir a cambio de monedas. Su infancia y adolescencia son momentos de mucho sufrimiento: primero, por la pérdida de su madre, que fallece cuando es un niño; luego, por las continuas discriminaciones y violencias perpetuadas sobre su persona. Pasa su infancia en una escuela que lo excluye con burlas de sus compañeros y llamados de atención de los docentes por su actuar afeminado, por ser un "niño colibrí" (15). Vive con un padre violento y machista, que intenta mediante golpes, una violación y el servicio militar reformar a su hijo para que se normalice, es decir, para que se adapte a la heteronorma y no lo avergüence.

En esta primera parte es evidente la proliferación de términos asociados con los pájaros y otros seres alados para referirse a la protagonista. La casa es presentada como un "palomar" (9), la Loca es para sus vecinas un "mariposuelo" (10) y un "picaflor" (10), su música es para el vecindario como "un canto de gallos al amanecer" (10), los adornos de las cornisas de la casa llevan "pájaros" (11), su cabecita es la de una "pájara oxigenada" (12), se mueve por la casa como "abejorro zumbón" (...) "emplumado con su estola" (12), Carlos le "hundía aquella mirada de halcón en su inocencia de paloma" (14), el movimiento de sus manos era un "plumereo" (15), "su corazón golondrino" (15), su infancia era la de un "niño colibrí" (15), sus "manos de alondra" (16), su resistencia en la violación lo lleva a "aletear como pollo empalado, como pichón sin plumas" (16). Este campo semántico simboliza la diferencia de la Loca y las ansias de libertad, de poder tener alas sanas y listas para volar. Aparece también en las crónicas de Pedro Lemebel y en su "Manifiesto (Hablo por mi diferencia)", donde también se tematiza, como en esta novela, el vínculo entre la homosexualidad y la militancia política de izquierda: "¿Van a dejarnos bordar de pájaros / las banderas de la patria libre?"

A lo largo de las diferentes páginas de la novela, estas asociaciones aladas se van a reiterar y van a formar parte de la "lengua marucha" (12) que propone el texto. Y, además, esa condición de pájaro, que es débil, alegre y parlanchín, va a contrastar con otras figuras que lo violentan y se simbolizan, por ejemplo, en un animal como el elefante. En esta parte eso sucede en la terrible experiencia atravesada con el padre: cuando lo viola, él se siente como un "pollo empalado, como pichón sin plumas", mientras el cuerpo paterno es el de un elefante que ahoga y aplasta con todo su peso.

En relación a cómo se conforma la realidad de la protagonista, debemos detenernos en esa lengua y en el imaginario cultural. La lengua de la Loca, y muchas veces también la del narrador, que se contamina con la de ella, es, entonces, una lengua diferente a la tradicional; el narrador la llama "lengua marucha". Se trata de una forma de expresión disidente, que se aleja de la lengua nacional y oficial; que se opone a la productividad y tiende, en cambio, al derroche; que utiliza gran cantidad de metáforas, de símiles, de neologismos. El imaginario cultural de la Loca, su educación sentimental y sus deseos están influidos por los melodramas y los boleros. Por eso adorna su casa como si fuera una escenografía teatral, escucha y canta boleros que musicalizan sus días, anhela un amor como el de esas canciones que entona.