Tengo miedo, torero

Tengo miedo, torero Resumen y Análisis Partes 10-11

Resumen

Parte 10 (115-124)

Carlos y la Loca se dirigen en el auto prestado por Laura a la casa de Rana para devolverle el tocadiscos. En el camino, entre risas, charlan sobre el amor, la militancia, la forma en la que habla ella, la homosexualidad, la marginalidad. Al llegar, Rana los invita a pasar para tomar el té, como si fuera la presentación entre ella y el enamorado. Pasan una linda tarde, en la que la Rana, de manera confidencial, le solicita al muchacho que cuide a la Loca y que "no le haga creer cosas que no pueden ser" (121). Al despedirse, los ojos de la Rana se llenan de lágrimas, como si sintiera un presagio funesto.

En el camino de regreso, Carlos le dice que le hacía falta relajarse, porque vienen días pesados. Ella le solicita que tenga cuidado y que le pida cualquier cosa que necesite, salvo tomar un arma. Él le confiesa que ya ha tenido armas en sus manos, a lo que ella contesta que tal vez sí, pero sin saberlo. Para cambiar de tema, pone música en la radio, y una ranchera se mete en los pensamientos de ambos, presagiando otra vez el peligro. En un momento, Carlos apaga la radio y esboza una especie de despedida: le dice que fue hermoso conocerla y que nunca la olvidará. Al parecer las palabras de la Rana lo hicieron reflexionar: se disculpa por haberla metido en todo esto sin preguntarle. Ella, ofendida, porque siente que la ha tomado por tonta y se siente usada, le dice que no hay nada más que hablar sobre el tema y se baja del auto dando un portazo.

Parte 11 (125-145)

En su casa de fin de semana, un cadete atiende al dictador durante la mañana. La forma de hablar y de moverse del muchacho llama la atención de Pinochet, quien, enojado, le pregunta a su secretario de dónde salió ese "pájaro afeminado" (126). El secretario le informa que es el sobrino del coronel Abarzúa. El dictador le ordena que lo saque inmediatamente, que lo dé de baja y que, si el coronel pregunta, le digan que a su sobrino lo sorprendieron en un acto inmoral. Una vez que el muchacho es expulsado, Pinochet respira más tranquilo, lo único que lo disgusta en esa mañana son los picaflores que revolotean.

En este punto de la narración, la acción comienza a desarrollarse con una indicación precisa del horario de los acontecimientos y se van intercalando pasajes protagonizados por la Loca con otros que giran entorno a la figura de Pinochet:

12:00 h.: La Loca, en su casa vacía, despojada de todo, no sabe qué cocinar y continúa molesta con la despedida de Carlos.

12:05 h.: El general le dice a su secretario que no quiere almorzar; se muestra molesto tras ver en un diario español una foto suya con el título de criminal.

16:00 h.: La señora del almacén le avisa a la Loca que tiene una llamada telefónica de la señora Catita. Al llegar al teléfono, decide no atenderla y pedirle a una vecina que le informe a Catita que ella ya no vive en ese barrio y que no sabe dónde está ahora. Al sentirse un poco más libre, la Loca decide salir un poco, ir hacia el centro a distraerse.

16:05 h.: El dictador sufre otra de sus pesadillas; en esta un ave de rapiña lo ataca y le saca un ojo.

18:00 h.: La Loca baja de la micro en el centro de la ciudad, que está regado de panfletos que claman por el fin de la dictadura. Ella se agacha para tomar uno de los papeles y un paco la golpea y le dice que lo tire. Cerca de la Catedral, ve a las madres de los desaparecidos clamando por justicia. Una mujer le hace una seña y, sin pensarlo, toma un cartel con la foto de un desaparecido y se une a la manifestación. Allí no se avergüenza de su voz mariflauta. Una patrulla disuelve al grupo, y la Loca se refugia en una galería comercial. Allí escucha que un joven taxi boy le sugiere que se esconda en el cine. Otra vez, sin pensarlo, se deja llevar y se mete allí con este muchacho.

18:05 h.: Los autos de la comitiva esperan al dictador que no tiene ganas de regresar a Santiago, donde todo se ve tan revolucionado ese septiembre. Piensa que, de ser necesario, pondría mano dura: toque de queda y fusilamiento.

19:00 h.: En el cine comienza la primera película. El taxi boy, sentado al lado de la Loca, espera expectante que ella tome la iniciativa, pero aún no lo hace.

19:05 h.: Pinochet, a pesar de las medidas de seguridad impuestas, le pide a su chofer que disminuya la velocidad para vigilar mejor el paisaje. Intenta no dormirse en el camino, para no sufrir más pesadillas. Le llama la atención la calma atípica del lugar.

19:10 h.: La Loca, aburrida con la película, toca al muchacho que está a su lado en el cine. Este le pregunta cuánto le va a pagar; ella no le contesta y continúa viendo la película.

19:11 h.: El dictador vuelve camino a la cuesta de Achupallas, a pesar de las indicaciones contrarias de sus hombres, él decide hacer ese camino. En el momento en el que, con una sonrisa, piensa en lo fantasioso de la idea de un ataque guerrillero, una casa rodante corta el camino y detiene bruscamente la comitiva de automóviles oficiales. Se desata una violenta balacera. Automáticamente Pinochet se tira al piso del auto y comienza a temblar de pavor.

19:15 h.: A la Loca se le nubla la visión en el cine. En lugar de ver al actor de la película, le parece estar viendo a Carlos, con sus manos aferradas a un cañón, esquivando proyectiles y disparando. Con gritos ahogados le indica al joven cómo esquivar las balas.

19:20 h.: El dictador, aterrado y con los pantalones defecados, le grita a su chofer que salgan de allí. Este, con gran pericia, consigue dar la vuelta y retomar el camino.

19:30 h.: La Loca sale del cine porque un presentimiento la tiene intranquila. La ciudad ahora parece otra: está desierta, salvo en las paradas de micros, donde todos se aprestan a volver con prisa a sus hogares; los policías revisan bolsas y carteras en las esquinas; los helicópteros sobrevuelan las calles con sus reflectores. Cuando consigue subir a la micro, escucha algunos comentarios entrecortados: "Una emboscada-Lo mataron-Está herido-Se salvó-Murieron siete escoltas-Fueron los del Frente" (141). Preocupada, le pregunta a una pasajera si hay sobrevivientes: le dice que sí, que tanto el dictador como los guerrilleros están con vida. En ese momento hacen descender a todos los pasajeros para realizar un control.

Aquí la narración deja de apelar a la precisión de las horas de las acciones.

De regreso en su casa en el Cajón del Maipo, el dictador, recién bañado, toma un té con tranquilizantes. Su esposa grita que ella lo presentía, que Gonzalo se lo había advertido en el tarot.

Ante el control policial realizado a los pasajeros, la Loca recuerda que en el bolsillo tiene la foto del desaparecido que había guardado tras la manifestación de esa tarde. Decide, entonces, actuar para el milico, exagerar su simpatía y provocarlo de manera sugerente. Como resultado, este la deja ir sin revisarla. Llega hasta su casa preguntándose por Carlos y fantaseando con todo aquello vivido.

Análisis

La primera de estas dos partes es el momento de la despedida entre Carlos y la Loca. Él se encamina a la concreción de lo que lleva días planeando; ella, que ya conoce algunas cuestiones, ignora otras, como que el muchacho va a participar en el atentado contra Pinochet, sin embargo, huele el peligro. Antes de esto, mantienen una conversación que hilvana varios temas. Uno de ellos es el de los sentimientos del joven por la Loca. Él lo confiesa que se siente bien a su lado, contento y optimista, que la quiere. Ella le sugiere que eso no alcanza, que ella quiere que la ame y le dice que "entre amar y querer hay un mundo de diferencia" (117). Ante esto, él contesta "Te quiero con tu diferencia", frase que recuerda el título del texto leído por Pedro Lemebel en septiembre de 1986, en el que interpela a las organizaciones de izquierda que no incluyen orgánicamente a las disidencias: "Manifiesto (hablo por mi diferencia)".

En este punto de la conversación, en el que el joven expresa su cariño y también toma conciencia de la disidencia en su aceptación y su integración a los objetivos de lucha por un mundo más justo y equitativo, es también el momento en el que se deja ver por qué Carlos no se enamora. Su amor, sus objetivos y todo su horizonte está puesto en la liberación de Chile. La Loca le dice que querer no es amar, como bien expresa una canción sobre "todo lo que uno puede hacer por alguien que se ama" (117). Carlos le dice que él haría lo mismo, "pero por Chile" (117). Las canciones que le dan materia de amor a la Loca, ahora hacen pensar a Carlos en términos políticos. La música los une y, a la vez, marca una grieta. Esta escena en la que la Loca reclama el amor del joven y él esgrime un mayor amor por su patria, y que rescata cierta arista del tópico del amor imposible en los objetivos diversos de los personajes, debería ponerse en relación con la última escena de la novela. Es como si ella terminara de procesar todo lo hablado aquí en ese último encuentro.

Otro de los temas que surgen en esa conversación es el de la voz y la capacidad narrativa: "¿Nunca has pensado escribir?, tú hablas en poesía. ¿Lo sabes? A casi todas las locas enamoradas les florece la voz, pero de ahí a ser escritora hay un abismo, porque yo apenas llegué a tercera preparatoria, nunca he leído libros, y ni conozco la universidad" (118). La forma de modular y componer con su lengua marucha es percibida como poesía. El origen marginal de su voz, alejada de toda academia, no está libre de barroquismo y belleza. Este punto da pie para hacer ingresar en la novela el tema de la pobreza y la exclusión de los sectores disidentes. La Loca es casi analfabeta, no porque quiera serlo, porque las condiciones de su vida no le permitieron otra salida. Carlos, ingenuo, le dice que conoce muchos homosexuales que estudian en la universidad, pero ella, con conciencia de clase esgrime: "¿Y se les nota? ¿Son locas fuertes como yo, por ejemplo?" (118). Hay aquí una crítica de clase que él, incluso al quererla con su diferencia, todavía no asimila. Ella sabe que "los maricones pobres nunca van a a la universidad" (118). Carlos, militante en contra de las desigualdades, no es capaz de ver esto hasta que ella le abre los ojos.

En la siguiente parte, se trata, en paralelo, qué hace Pinochet en las horas previas al atentado y qué hace la Loca en ese mismo momento. Este episodio se vincula de forma directa con lo que realmente sucedió el 7 de septiembre de 1986, en la Cuesta Las Achupallas, camino al Cajón del Maipo, a cuarenta kilómetros de Santiago de Chile. El Frente Patriótico Manuel Rodríguez realiza una emboscada y un atentado, conocido como "Operación Siglo XX", contra la vida de Augusto Pinochet, con el objetivo de terminar con la dictadura militar que, desde 1973, rige en el país. El atentado resulta fallido: la organización no logra cumplir con su objetivo: mueren cinco militares y hay varios heridos, pero Pinochet sale ileso.

En esos momentos previos, podemos ver otra vez un episodio que da cuenta de la profunda homofobia del dictador. Uno de los cadetes que está cumpliendo funciones en su casa de fin de semana tiene una gestualidad que le llama la atención: "Tiene voz de maricón este cabro" (125), piensa cuando el joven se dirige a él; observa por la venta cómo "su figura de flamenco adolescente, se curvaba a ratos para cortar una florcita que mordía su boca color sandía" (126). Por un lado, el narrador ridiculiza la imagen del dictador y su machismo, ya que lo muestra enojado con el "pájaro afeminado" (126), pero, a la vez, se detiene en la forma sugerente en la que el dictador lo observa: "mirándole el sube y baja de las nalgas apretadas al llevar la bandeja" (125). Por otro lado, se da cuenta de que para el dictador, la homosexualidad es una especie de enfermedad capaz de contagiar, y que, además, son comparables, en su mente, a su odio más temido, los marxistas: "¿No sabe usted que estos desviados son iguales que los comunistas, una verdadera plaga, donde hay uno... ligerito convence a otro y así, en poco tiempo, el Ejército va a parecer casa de putas" (127).

En estos momentos, además, se manifiesta una imagen alegórica y un presagio de lo que sucederá: durante toda la mañana lo molestan al dictador una bandada de picaflores. Más tarde, cuando el dictador se duerme, lo que aparece es una de sus pesadillas alegóricas: un ave de rapiña, que vuela en círculos con sus compañeras de graznido, le arranca un ojo de un violento picotazo. Las horas previas al atentado, en su mansión de fin de semana, el dictador, por tanto, se muestra autoritario, molesto y temeroso.

La Loca, cuyas actividades se narran de forma paralela, tampoco está teniendo un buen día. Su casa, vacía, cobra un tinte siniestro, es como si las pocas cosas que quedan allí, sin lugar para guardarse, personificaran un escenario macabro: "Todos sus trapos, manteles, carpetas y cortinas yacían tirados por el suelo, y en la semipenumbra, los rayos solares arrastraban la luz cruda del mediodía por los pliegues y dobleces de esos bultos, dándole apariencia humana. Algo así como un campo de batalla sembrado de vacíos restos" (128).

Preocupada, y ante el llamado que decide no atender de Catita Ortúzar y que anticipa su alejamiento del barrio y de su hogar, decide salir a la calle para "retomar sus antiguos tránsitos" (130). El centro de la ciudad está convulsionado por las protestas y el humo. En ese momento divisa a un grupo de mujeres manifestándose por sus familiares detenidos desaparecidos y ella siente compasión, toma un cartel y se une a su marcha. Por fin encuentra un lugar en el exterior que la dignifica y donde puede identificarse sin vergüenzas: "Era extraño, pero allí, en medio de las señoras, no sentía vergüenza de alzar su voz mariflauta y sumarse al descontento. Es más, una cálida protección le esfumó el miedo cuando las sirenas de las patrullas disolvieron el mitin y ella tuvo que correr" (133). La voz minoritaria de esas mujeres le da albergue: su conciencia política encuentra allí un despertar más genuino que en ningún otro sitio, porque la hacen parte, cuando una mujer joven le hace una seña para que se una a la manifestación; se trata de un gesto muy diferente del que tienen para ella los militantes de la agrupación de Carlos, que usan su casa y la excluyen de las razones y de la lucha.

Tras esto, la Loca ingresa a un cine que, tras carteles karatecas, oculta una realidad de cine porno -y de porno en vivo, ya que allí se realizan orgías secretas-. Un joven que brinda servicios sexuales a cambio de dinero la invita a entrar y le enciende la "dormida lujuria de su antiguo mariconear" (133). Sin embargo, la Loca no está tranquila, no logra enfocarse ni en el sexo ni en la película, que la lleva a relacionar lo que ve en pantalla con la imagen de Carlos: "Lo veía o lo imaginaba saltando las piedras, rodar la pendiente y volver a pararse disparando, corriendo, evitando el clavetear de los proyectiles en la muralla de rocas" (137).

En ese mismo momento en el que la película la lleva a esas imágenes y en las que teme por la vida de su enamorado, en el Cajón del Maipo, el FPMR está produciendo la emboscada contra el dictador. En ese lugar, la imagen del dictador es completamente diferente de la que siempre intenta dar o de la que muestra la prensa internacional: "el diario español donde aparecía su famosa foto de lentes oscuros con el título de criminal" (129). En el atentando, cuando el chofer, desesperado, le pide que se tire al suelo para protegerse, "hacía rato que el dictador tenía la nariz pegada al piso, temblando, tartamudeando: Ma-mama-cita-linda, esta güevá es cierta" (138). Cuando consiguen escapar, "el dictador temblaba como una hoja, no podía hablar, no atinaba a pronunciar palabra, estático, sin moverse, sin poder acomodarse en el asiento. Más bien no quería moverse, sentado en la tibia plasta de su mierda que lentamente corría por su pierna, dejando escapar el hedor putrefacto del miedo" (139).