Sueño de una noche de verano

Sueño de una noche de verano Temas

El amor

Este tema aparece en la obra de diferentes maneras, entrecruzándose con otros temas.

Por un lado, el amor aparece relacionado con el dominio del hombre sobre la mujer, en la relación entre Teseo e Hipólita. En el primer acto, Teseo le dice a su futura mujer, con orgullo, que él conquistó su amor gracias a la fuerza de su espada. Esto hace referencia al mito griego en el que Teseo se enfrenta a las Amazonas, que eran grandes mujeres guerreras. Hipólita era la reina de las Amazonas y Teseo, tras vencerla en la batalla, la secuestra. Pese a esta violencia, en Hipólita no hay ninguna reacción de rebeldía, sino todo lo contrario: ella también desea casarse pronto con Teseo.

Todo lo contrario sucede en el caso de Hermia, a quien su padre le impone el casamiento con Demetrio. Hermia se rebela y decide escapar junto a Lisandro. Incluso afirma que preferiría morir antes de estar con Demetrio. En Hermia aparece, entonces, la idea del amor romántico. Hermia es como Julieta en Romeo y Julieta: ama por sobre todas las cosas. Lisandro es como Romeo. El amor romántico que hay entre ambos es eterno e incondicional.

Las diferentes concepciones del amor de Hermia e Hipólita se relaciona con otro tema fundamental de la obra: el conflicto intergeneracional. Hipólita está por casarse con Teseo, duque de Atenas, representante de la generación adulta. Hermia, por el contrario, representa la juventud. En Sueño de una noche de verano, como en diferentes obras de Shakespeare (Romeo y Julieta y Hamlet, por ejemplo), los jóvenes son aquellos que se atreven a desafiar lo establecido y, al desafiarlo, suelen desatar el conflicto. Aquí, además, hay que sumar a Elena, otra joven que vive el amor de manera romántica y no le importa ser despreciada por Demetrio, ya que ella lo ama y es lo único que le importa.

Ahora bien, ¿qué sucede con el amor en el espacio del bosque? En Sueño de una noche de verano, Shakespeare le da un giro a la concepción del amor romántico cuando, de repente, los personajes masculinos cambian de “amada”. Lisandro ama perdidamente a Hermia, después a Elena, después de nuevo a Hermia. Demetrio ama perdidamente a Hermia y luego a Elena. Shakespeare, a través del recurso de las pócimas mágicas, pone en escena la idea de que el amor romántico, tan eterno e incondicional, puede ser en realidad débil e inconsistente.

Parte de la crítica ha interpretado esta concepción liviana y cambiante del amor como una parodia a los matrimonios de la nobleza, que eran arreglados por conveniencia durante el periodo isabelino. Por otro lado, también puede leerse Sueño de una noche de verano como el espejo cómico de Romeo y Julieta: las dos obras fueron escritas en el mismo periodo. En Romeo y Julieta, el amor romántico se mantiene hasta el final, causando la tragedia. Aquí, la inconsistencia y la liviandad del amor permiten que haya un final feliz para todos, un final donde todos se casan. Sin embargo, cabe preguntarse si realmente ese final es tan “feliz”.

En este punto se debe tomar en cuenta otro tema fundamental de la obra, que se relaciona con el amor: la identidad. Durante todo el desarrollo de Sueño de una noche de verano, los jóvenes atenienses solo piensan en estar con su amada o amado. No hay otro interés. El amor es lo que los mueve, lo que los hace ser quienes son. Pero ¿qué pasa si ese amor cambia constantemente? ¿Quiénes son realmente? Aunque los jóvenes atenienses terminen casándose con la persona que aman, una sombra de duda queda en ellos; una sombra que genera sospecha acerca de la verdadera felicidad del “final feliz”. ¿Se están casando realmente con quien aman, o al no saber ni quiénes son puede que se estén casando con alguien y, al poco tiempo, arrasados por un impulso desconocido, amen perdidamente a otra persona?

Ficción y realidad

En Sueño de una noche de verano, los límites entre la realidad y la ficción están desde el principio hasta el final puestos en duda. Esta duda genera una inquietud constante en los personajes y, sobre el final, con el monólogo de Puck, busca instalarse en el público.

Para generar esta inquietud, para difuminar los límites entre lo que es y no es, Shakespeare utiliza dos elementos que, precisamente, se ubican entre lo real y lo ficticio: los sueños y el teatro.

¿Son los sueños algo completamente ficticio? No necesariamente. Los sueños son un producto de la mente que, mientras se sueña, se sienten como reales. Por supuesto, al despertar, aparece la certeza de que esa realidad solamente fue un sueño. Sin embargo, por un momento fue o se sintió real. En Sueño de una noche de verano, Shakespeare hace que sus personajes crean que todo lo que les sucedió fue un sueño, mientras que el público sabe que no lo fue.

Esos mismos personajes son los que, en el último acto, como si tuvieran total discernimiento entre lo que es ficción y lo que es realidad, critican la poca verosimilitud que tiene la representación de los artesanos. Y he aquí donde entran en juego los espectadores reales: Puck, un personaje de la obra, sobre el final, le habla al público, gente real que vio la obra, y los invita a pensar que lo que acaban de ver puede haber sido solamente un sueño. Puck pone al público, así, a la misma altura que los nobles atenienses, o sea, que los personajes de la obra que acaban de ver. Estos personajes también acaban de ver una obra con la certeza de que fue una ficción, pero antes también creyeron que lo que vivieron fue solamente un sueño, es decir, otra ficción. Y estaban equivocados. Entonces, el público está terminando de ver una obra con la certeza de que es una ficción, pero ¿qué garantiza que realmente lo haya sido? ¿No les puede estar pasando lo mismo que a los personajes? ¿Dónde está el límite?

Este procedimiento de construir una ficción dentro de otra ficción, con una temática similar o idéntica, se llama “puesta en abismo”, y efectivamente busca difuminar los límites entre realidad y ficción. Un ejemplo clarísimo se puede encontrar en la pintura de Diego Velázquez Las meninas. En este cuadro, aparece el pintor pintando el cuadro que estamos viendo.

En la metaficción de Píramo y Tisbe, desde el primer momento en el que aparecen los artesanos repartiéndose los roles, ya aparece el conflicto entre realidad y ficción. Los artesanos temen que sus espectadores (no los reales, sino los personajes) no puedan comprender que lo que están representando es una ficción. Si el león ruge de manera muy realista, las señoras se pueden asustar; pueden creer que el león es realmente un león. Asimismo, si no avisan que el suicidio de Píramo es una ficción, el público puede creer que alguien acaba de suicidarse. Es decir, ya desde el principio, los humildes artesanos, de manera cómica, ponen en escena el conflicto entre realidad y ficción. Temen que los atenienses no puedan reconocer los límites. Lo paradójico es que, luego, los atenienses se reirán de los artesanos, de estos constantes avisos que le brindan a la audiencia acerca de la naturaleza ficticia de su representación, pero hasta al acto anterior, esos atenienses no podían diferenciar lo real de lo ficcional.

La inquietante idea de que la realidad puede no ser real surge junto a la duda acerca de la existencia de Dios (duda que, por supuesto, no existía en la época medieval). En el Renacimiento, la existencia y la naturaleza de las cosas depende de cómo las perciba el ser humano, mientras que en la Edad Media se consideraba que todo estaba hecho por Dios y, por lo tanto, las cosas eran de un solo modo, no dependían de la percepción del humano. Coherente con la cosmovisión de su época, la inquietud en relación a lo que es real y lo que no lo es atraviesa toda la obra de Shakespeare.

La identidad

¿Quiénes son realmente los jóvenes atenienses? ¿En qué se diferencian Lisandro y Demetrio? ¿En qué se diferencian Elena y Hermia? Si, al hacer estas preguntas, se intenta responder enumerando características distintivas de la identidad de los personajes, inmediatamente se advierte que estas no existen.

En la primera escena, cuando Egeo argumenta que su hija Hermia debe casarse con Demetrio, Lisandro se le enfrenta, afirmando: “(…) soy tan bien nacido como él, y mi posición es igual a la suya. En amor lo aventajo; mi fortuna es, en todos sentidos tan alta, cuando no superior, a la de Demetrio. Y lo que vale más que todas estas ostentaciones: soy el preferido de la hermosa Hermia” (pp.22-23). La única diferencia entre ambos es que, supuestamente, es apenas más rico, y que él es el preferido de Hermia.

Entre Elena y Hermia, como lo demuestra la siguiente cita de Elena, tampoco hay diferencias: “Así crecimos juntas, semejantes a dos cerezas mellizas que se diría que están separadas, pero que un lazo común las une; dos lindas bayas modeladas sobre el mismo tallo. Así es como, con dos cuerpos visibles, no teníamos más que un solo corazón…” (p.76). Ellas solo diferirán en un punto, mínimo, destacado con fines cómicos: Elena es más alta que Hermia. La belleza de ambas es equiparable, y Lisandro y Demetrio dicen que una es más bella que la otra de acuerdo a quien aman en los diferentes momentos de la obra.

He aquí el punto fundamental para definir la identidad de los jóvenes atenienses: el amor. Lisandro, Demetrio, Hermia y Elena se definen de acuerdo a quién aman y por quién son amados. De allí que los personajes sean intercambiables, un hecho que las pócimas mágicas resaltan, pero que existe antes de que estas aparezcan en la obra. Lisandro y Demetrio son la misma persona cuando aman a Hermia, y luego pasa lo mismo cuando aman a Elena. Solo se diferencian sobre el final, cuando cada uno ama a una mujer distinta. Elena y Hermia, por su parte, solo están pendientes de poder ser correspondidas en su amor. No hay otro motor que mueva a los personajes.

En definitiva, la obra demuestra que, para estos jóvenes, el amor es todo. Que el amor sea todo es, por un lado, positivo, ya que se rebelan a la ley en pos de estar con quien aman. Pero también aparece como algo que puede ser negativo. Esto se nota, fundamentalmente, en el final del cuarto acto cuando, ya encaminados a las bodas que consagrarán sus parejas, los personajes no están seguros de quiénes son, de qué es un sueño, de qué es real y, por lo tanto, una sombra de duda se posa sobre sus sentimientos. ¿Cómo puede ser real el amor cuando cambia constantemente? ¿Se puede realmente amar a alguien sin saber quién es uno mismo y de dónde surge dicho amor?

La ley vs. el deseo

Hermia se opone a la ley ateniense al desobedecer a su padre, Egeo, que pretende casarla con Lisandro, y a Teseo, duque de Atenas. La ley ateniense impone que las hijas deben obedecer el mandato de sus padres y, si no lo hacen, son castigadas con la castidad o, incluso, la pena de muerte. Hermia, por sobre la ley, impone su deseo: estar junto a su amado, Lisandro. Ambos desobedecen la ley y escapan al bosque para, allí, poder casarse. El bosque aparece, entonces, como el lugar al que la ley no llega. Así lo afirma Lisandro: “Allí, gentil Hermia, puedo casarme contigo, y en ese lugar no podrá seguirnos la dura ley de Atenas” (p.25).

Ahora bien, escapar de la ley de Atenas, sin embargo, no resuelve el conflicto de los amantes, ni mucho menos. Cuando Lisandro y Hermia llegan allí, en lugar de poder casarse y llevar a cabo su deseo, entran en una sucesión de conflictos. El primero de estos, que pasa casi inadvertido, es que se pierden: no encuentran la casa de la tía de Lisandro en donde se refugiarían al casarse. Por lo tanto, deben dormir en el bosque. Allí, entra en juego un segundo conflicto: Hermia y Lisandro se desean, pero por pedido de ella no duermen juntos, ya que eso los incitaría a tener relaciones sexuales y, por lo tanto, Hermia perdería su virginidad antes de casarse. Es decir, más allá de no estar en Atenas, la ley ateniense sigue teniendo peso sobre ellos, sobre su deseo.

Lo paradójico es que la ley del bosque, en contraposición a la ley de Atenas, obedece al deseo. La relación entre Oberón y Titania, reyes del bosque y representantes, por tanto, de su ley, está en constante tensión a causa de los celos generados porque cada uno tiene relaciones con otras personas, pero aun así quieren estar juntos. Esto sucede porque obedecen ciegamente a su deseo. Lo que se demuestra, entonces, en el espacio del bosque, es que el deseo como ley también trae conflictos. Y eso les acontece a los jóvenes nobles: cuando llegan al bosque, lejos de la ley ateniense, que les prohíbe estar con quien desean estar, ya no saben, paradójicamente, con quién desean estar.

En definitiva, Sueño de una noche de verano demuestra las fallas de la ley que impone matrimonios arreglados, dejando de un lado el deseo, pero también expone cuán difícil es saber de verdad a quién se desea, sin cambiar de parecer “mágicamente” una y otra vez.

La entrada en la adultez

Uno de los temas fundamentales de Sueño de una noche de verano es la entrada en la adultez. Gran parte de la crítica comparte la idea de que los jóvenes atenienses van al bosque para superar las pruebas que les impone su juventud (esa juventud cambiante, que ama, deja de amar, vuelve a amar) y convertirse en adultos. Lo fundamental aquí es preguntarse qué convierte a alguien en adulto.

Para responder a esa pregunta, hay que tener en cuenta el contexto social e histórico. Si bien Shakespeare utiliza personajes de la Antigüedad clásica y, por lo tanto, la obra podría ubicarse en Grecia en los siglos previos al nacimiento de Cristo, lo cierto es que esta sociedad que el autor describe, en la que los matrimonios son arreglados por conveniencia, se adapta a la perfección a su época, el Renacimiento. Es importante recordar que el Renacimiento retoma los valores y la visión del mundo de la Antigüedad, y por eso es completamente funcional la utilización de personajes míticos.

En el Renacimiento, el matrimonio era, prácticamente, obligatorio, ya que estaba totalmente ligado con lo económico. Casarse significaba unir la fortuna de una familia con la de otra, acrecentando la riqueza de ambas. Por esto mismo, los matrimonios eran arreglados por los adultos, como se ve en el caso de Egeo y Hermia.

Dicho esto, es posible responder a la pregunta planteada anteriormente: lo que convierte a los personajes en adultos es, precisamente, el matrimonio. El matrimonio es lo que les otorga la capacidad de tomar decisiones propias, más allá de sus padres. Lo paradójico es que el matrimonio es, justamente, una decisión de los adultos; más precisamente, del padre. Es decir, para entrar en la adultez y poder tomar decisiones propias, primero hay que acatar la decisión de otro adulto, y no cualquier decisión, sino la de compartir con otra persona toda la vida. Esa decisión es la que Hermia no quiere acatar. Aquí se ve claramente la obligatoriedad del matrimonio: si Hermia no se casa con quien su padre se lo indica, deberá someterse a la castidad o a la pena de muerte.

Entonces, la resolución de Hermia junto a Lisandro es convertirse en adultos, pero fuera de la ley ateniense: casándose en el bosque. Por su parte, Demetrio va al bosque para convencer a Hermia de que debe casarse con él. Así, también, él entraría a la adultez. Elena hace lo mismo, pero con Demetrio. El problema, como hemos visto, es que durante gran parte de la obra no hay correspondencia entre los amados, y eso hace que no puedan concretar su deseo de convertirse en adultos y deban quedarse allí en el bosque. Este espacio, además, vale la pena destacar, es un espacio regido por fuerzas muy poco adultas: Puck y sus travesuras, las pócimas mágicas de Oberón, los bailes de las hadas y Titania. Recién cuando, en el cuarto acto, los amores se corresponden -gracias a las pócimas mágicas que resuelven lo que la ley ateniense y sus arreglos no pueden resolver-, los personajes podrán salir del bosque rumbo a sus bodas, es decir, rumbo a la adultez.

La mujer

En toda la obra de Shakespeare, la mujer se destaca por cumplir roles que no se correspondían con los típicos roles de la época. La construcción de la mujer que se rebela, que se enfrenta al hombre, que toma decisiones por sí misma es típica en las obras del dramaturgo, y es una de sus más grandes virtudes como creador. Podría decirse que, durante el Renacimiento, las mujeres tienen más poder en las obras de Shakespeare que en la vida real. Para citar algunos ejemplos, podemos nombrar a Julieta, en Romeo y Julieta; Desdémona, en Otelo y, por supuesto, a Hermia, en Sueño de una noche de verano.

En el caso de esta pieza, Hermia no puede elegir con quién casarse. Ama a Lisandro, pero su padre le impone el casamiento con Demetrio. Es interesante destacar, en este punto, que es su padre quien lo impone. No su padre y su madre, sino solamente él. El poder familiar durante el Renacimiento lo detentaba plenamente la figura masculina. Sin embargo, pese a la pena que puede sufrir por desobedecerlo, Hermia decide rebelarse y escapar.

Ahora bien, ese sometimiento no recae solamente sobre Hermia; no aparece solo como una cuestión entre hija y padre. También aparece entre marido y mujer. Hipólita fue raptada por Teseo a fuerza de espada, tal como lo afirma él en el primer acto, y ahora deberá casarse con él. La diferencia con Hermia es que Hipólita no muestra rebeldía ante tal sometimiento; todo lo contrario: parece aceptarlo complacientemente.

Otra cuestión fundamental, que se desprende de esto, es la virginidad. Durante el Renacimiento, la mujer, para asegurar que el matrimonio arreglado por su padre se llevara a cabo, debía mantenerse virgen. Como le dice Demetrio a Elena: “Aventuras demasiado tu pudor al abandonar la ciudad y entregarte a merced de quien no te ama, exponiéndote a la oportunidad de la noche y la mala inspiración de un lugar solitario con el rico tesoro de tu virginidad” (p. 45). La virginidad era un tesoro, no por lo que implicara sentimentalmente para la mujer, sino porque perderla implicaba perder la fortuna familiar que provendría del matrimonio arreglado. Incluso Hermia, pese a estar con su amado Lisandro, y a haber decidido casarse fuera de la ley ateniense, se resiste a perder su virginidad antes de la boda. Esto demuestra cómo la mujer, incluso la más rebelde de la obra, está atravesada por ciertos mandatos sociales que recaen sobre las mujeres.

Un punto interesante en relación con este tema surge al analizar la figura de Titania. La reina de las hadas, la reina del bosque, no solo no responde a los mandatos sociales de los atenienses, sino que se opone radicalmente a ellos. Desde el principio Titania desobedece a Oberón, quien se supone que es su “señor”, aunque ella no parece estar muy de acuerdo con esto:

Oberón: ¡Detente, jactanciosa coqueta! ¿No soy tu señor?

Titania: Entonces debo ser tu señora”.

(p.39)

La respuesta de Titania es absolutamente irónica. Se muestra sorprendida por ser “la señora” de alguien. Además, desobedece a Oberón al negarse a devolverle al paje que él le exige. Para lograr su cometido, Oberón no tendrá otra opción que recurrir a sus pócimas mágicas. Y aún más, tanto Oberón como Titania se recriminan el uno al otro haber sido infieles. En esta recriminación, ambos están a la par: Oberón acusa y Titania también acusa. Oberón no tiene un privilegio por ser el hombre. Como vemos, en el bosque, el espacio que desafía la ley ateniense, donde reina la libertad, la mujer y el hombre están a la par.

Por último, cabe destacar que Shakespeare escribió la mayoría de sus obras durante el reinado de Isabel I, y que gran parte de la crítica afirma que es posible que, en la construcción de estos personajes femeninos rebeldes, el autor haya sido influenciado por la reina, una mujer que se destacaba por su gran personalidad, su inteligencia y su carácter fuerte, y que desafiaba el poder y la autoridad de los hombres.

El conflicto intergeneracional

Este tema, fundamental en toda la obra de Shakespeare, es clave en Sueño de una noche de verano. Es un componente intrínseco de otros temas importantes de la obra, como el amor, la mujer y la ley.

El conflicto intergeneracional aparece desde el primer acto, cuando Egeo le pide a Teseo que haga valer la ley de Atenas contra su hija si ella lo desobedece y no se casa con Demetrio. Aquí no solo se enfrentan padre e hija, sino que también Hermia se enfrenta con Teseo, el duque, quien le da la razón a Egeo. Hermia, en definitiva, se enfrenta con la generación de sus padres, y esto desata el conflicto de la obra.

Ahora bien, ya en este punto el conflicto intergeneracional se mezcla con otros temas. En primer lugar, la ley y el deseo. Hermia no se enfrenta a su padre y Egeo simplemente porque es de otra generación, sino porque estos representan la ley ateniense e imponen lo que se debe hacer, mientras que ella, al igual que los otros jóvenes de la obra, representan el deseo, lo que se quiere hacer.

En este caso, lo que Hermia quiere hacer es elegir a su amado de acuerdo a sus sentimientos. He aquí otra diferencia generacional: tanto su padre como Teseo desestiman la importancia del amor. En ningún momento Egeo se conmueve por las palabras de amor de su hija hacia Lisandro. Lo único que le importa es que se cumpla su orden. El hecho de que la ley ateniense lo respalde demuestra que el amor tiene menos importancia que los mandatos sociales. Es más, ni siquiera tiene importancia. Lo interesante de la obra es que a los jóvenes, precisamente, lo único que les importa es el amor.

Otro tema que aparece asociado a este choque intergeneracional es el de la mujer. El padre tiene absoluto control sobre la vida de su hija. Y aunque Lisandro también está desafiando la ley al pretender casarse con Hermia, las amenazas legales no recaen sobre él. La pena de la castidad o la pena de muerte en caso de desobediencia solamente se aplican a la mujer. En definitiva, el conflicto intergeneracional es mucho más grave cuando implica a la mujer, ya que esta no solo desafía los mandatos sociales que debe obedecer por ser joven, sino también aquellos a los que debe someterse por ser mujer.

El conflicto intergeneracional es tan claro en la obra que cada generación tiene su propio espacio: el palacio del duque en Atenas, pertenece a la generación adulta, es el de la ley, mientras que el bosque es el lugar de los jóvenes. Allí deben ir para poder concretar su deseo. Lo que finalmente resuelve el conflicto de la obra y permite unir ambas generaciones es el matrimonio. Una vez concertadas las bodas, ambas generaciones pueden volver a Atenas y vivir en armonía. Entonces, las dos generaciones están dentro de la ley, porque la más joven ahora también se enmarca en el mundo adulto.