Sostiene Pereira

Sostiene Pereira Resumen y Análisis Capítulos 21-25

Resumen

Capítulo 20

Se publica la traducción de "La última clase", de Daudet. Quizás Cardoso se equivocaba al creer que el “Viva Francia” no pasaría la censura, piensa Pereira.

Pereira trabaja en la traducción de los textos de Bernanos cuando suena el teléfono (había olvidado dejarlo descolgado, como hacía desde que lo conectaron con portería). Celeste le comunica con un llamado de la clínica talasoterápica de Parede. El doctor Cardoso felicita a Pereira por el cuento de Daudet, que encontró maravilloso, y le propone que almuercen juntos ese día. Quedan en encontrarse en el Café Orquídea.

Al llegar al Café, Pereira le pregunta a Manuel por las noticias. Manuel le informa: los nacionales conquistaron el norte de España, pero los republicanos vencen en el centro. Pereira le pregunta al camarero a favor de quién está él. Manuel responde que a veces de un lado y a veces del otro, pero en el fondo siente que no hay motivo para combatir contra una república; al fin y al cabo, Portugal también lo es desde que expulsó al rey en 1910. Pereira acuerda con él.

Llega el doctor Cardoso y felicita a Pereira por el cuento de Daudet, aunque lamenta que no haya firmado la traducción. Pereira dice que no lo hizo por orgullo, para que no se descubra que la página cultural la escribe enteramente él. Cardoso replica que, quizás, el nuevo yo hegemónico de Pereira ganó unos puntos con esa publicación, en tanto Pereira pudo escribir “Viva Francia”, aunque sea a través de otra persona.

Luego Pereira le cuenta a Cardoso lo que le contó antes Manuel. El doctor le recomienda que no se haga ilusiones, puesto que Mussolini envió submarinos a Francia y Alemania, aviones, por lo que los republicanos no podrán vencer. Luego, le cuenta que en quince días partirá definitivamente a Francia. Pereira se entristece: Portugal precisa a personas como él. Cardoso considera que es mejor irse antes del desastre.

El doctor pregunta por el chico que colabora en su página cultural, y Pereira le cuenta que no escribió aún nada publicable, y no sabe por qué le sigue dando dinero. A Cardoso le parece bien que lo ayude, y piensa que si Pereira dejara que su nuevo yo hegemónico asome la cabeza podría hacer incluso algo más, como reunirse con él: seguramente su novia sabe dónde está. Sugiere también que debería abandonar a su superego, que está atentando contra su nuevo yo hegemónico. Pereira pregunta qué quedaría entonces de él, sin sus recuerdos, su vida pasada. El doctor le indica que debe elaborar el luto, despedir su vida pasada y vivir el presente, de modo contrario se convertirá en un fetichista de sus recuerdos y acabará hablando con el retrato de su esposa. Pereira admite que ya hace eso. Cardoso sonríe y agrega que esas conversaciones con el retrato son fantasías dictadas por su superego. Luego le recomienda a Pereira hablar con alguien sobre esas cosas. Pereira no tiene a nadie: su amigo profesor en Coimbra está a favor de la situación política actual, al igual que el director del Lisboa y que Celeste, su portera, y Monteiro Rossi está en la clandestinidad. Cardoso le sugiere buscar a Monteiro Rossi: es recomendable que trate con un joven, que es el futuro. Pereira replica que lo último que le quedaba era él, Cardoso, pero lo deja para irse a Francia. El doctor le dice que pueden hablar en Francia, que Portugal tampoco está hecho para Pereira. Además, está lleno de recuerdos, y él debería intentar dar espacio a su nuevo yo hegemónico.

Cardoso paga la cuenta y se va. Pereira siente nostalgia de la vida pasada y de una vida futura.

Capítulo 21

A la mañana siguiente lo despierta el llamado del director del Lisboa, quien le reclama que se presente más seguido en la redacción central en lugar de encerrarse en su oficina. Pereira le recuerda al director que él le dio total responsabilidad de la página cultural. El director le pide que comparta con él sus proyectos, y luego pregunta por el colaborador al que contrató. Pereira dice que sus artículos son aún inmaduros, que es joven y que está de vacaciones. El director le dice que entonces lo despida, pero Pereira pide darle una oportunidad. El director debe atender otro llamado y dice que volverá a llamarlo más tarde. Pereira se queja con el retrato: el director no tiene nada que reprocharle, puesto que él solo publica cuentos franceses del siglo XIX.

El director del Lisboa vuelve a llamar y le pregunta a Pereira por qué nunca tiene necesidad de ir a conversar con él acerca de lo que publica en la página cultural. Pereira le recuerda que que él le dijo que la cultura no era lo suyo. El director acaba exigiéndole que se presente en su oficina esa misma tarde.

Pereira está nervioso y decide almorzar en el Café Orquídea. Cuando llega, Manuel le informa sobre el triunfo de submarinos italianos en el perseguimiento de un barco francés. Luego Pereira toma un periódico: la nota de tapa es sobre una exposición inaugurada por la Secretaría Nacional de Propaganda, y la siguiente nota festeja el apoyo de un contingente portugués a los submarinos italianos. Antes de entrar a la redacción central del Lisboa se toma un aguardiente en un café.

El director del periódico le exige explicaciones por el “panegírico de Francia” (p.143) que publicó en el número anterior, y que tanto malestar causó en círculos importantes. Pereira actúa sorprendido y acaba diciendo que es un cuento del siglo XIX, pero el director lo interrumpe: es un cuento contra Alemania y, en la actualidad, Alemania es aliado de Portugal. Pereira alega que la censura no puso ninguna traba en la publicación, y el director responde que eso es porque son analfabetos, y que por eso queda en ellos, los periodistas con experiencia histórica y cultural, estar atentos a esas cuestiones: “somos nosotros quienes tenemos que vigilarnos a nosotros mismos” (p.144), dice. Pereira responde que es él quien está siendo vigilado, puesto que sus llamados pasan por Celeste, confidente de la policía. El director responde que la policía los protege y que Pereira debería estar agradecido. Luego, le pide que a partir de ese momento le muestre lo que va a publicar antes de hacerlo. Acaba por sugerirle que abandone a los escritores franceses y empiece a publicar portugueses, y cita a un crítico nacionalista del momento que afirma que los escritores portugueses deben regresar a su tierra.

Capítulo 22

Al día siguiente, Pereira guarda los textos de Bernanos que estaba traduciendo: ya no se publicarán en el Lisboa. Encuentra en su biblioteca una novela de Camilo Castelo Branco, escritor portugués. Lee las primeras páginas y las encuentra deprimentes, sin la ironía de los autores franceses.

Permanece todo el día en su casa. A las cuatro de la tarde suena el timbre varias veces, con insistencia. Es Monteiro Rossi, quien entra en el departamento muy nervioso. Pide disculpas, pero que precisa con urgencia ducharse y cambiarse.

Al salir de la ducha, Monteiro Rossi dice estar muy agotado y precisar una siesta. Pereira le prepara su habitación y le dice que lo despertará más tarde. Luego vuelve al salón, guarda el libro de Castelo Branco y vuelve a tomar el de Bernanos para terminar de traducirlo. Si no puede publicarlo en el Lisboa lo publicará como libro, piensa.

Horas después Monteiro Rossi sigue durmiendo. Pereira cocina y prepara la mesa para dos, con mantel blanco y candelabros. Después despierta a Monteiro Rossi. Se sientan a comer, Monteiro Rossi le agradece por todo y luego le cuenta que su primo fue arrestado en Alentejo mientras intentaba reclutar a los alentejanos y que él escapó de milagro, pero cree que lo persiguen. Pereira le pregunta si alguien sabe que está en su casa y Monteiro Rossi responde que no, ni siquiera Marta, a quien le gustaría avisar que está en un lugar seguro. Luego le pregunta a Pereira si lo echará. Pereira responde que puede quedarse todo el tiempo que quiera, pero que por el momento no se comunique con nadie, ni siquiera con Marta. Luego hablan de los artículos de las efemérides y Monteiro Rossi confiesa que las ideas principales son de Marta, que los nacionalistas españoles gritan “Viva la muerte” (p.152) y que él no sabe escribir sobre la muerte, no puede escribir necrológicas: a él le gusta la vida.

Rossi le cuenta que con su primo recorrieron la región de Alentejo. Allí hicieron una cantidad de pasaportes falsos y repartieron la mayoría; los que no llegaron a repartir los tiene él. El joven le muestra entonces a Pereira una bolsa con veinte pasaportes. Pereira se asusta y los esconde tras el retrato de su esposa.

Monteiro Rossi insiste en comunicarse con Marta. Pereira promete llamarla al día siguiente desde un teléfono público. El joven se duerme. Pereira se queda pensando en por qué se metió en aquella historia; quizás porque vio a la muchacha demasiado delgada, quizás porque Monteiro Rossi no tiene padres en los que refugiarse, quizás por Cardoso y su teoría de la confederación de las almas. Decide descansar. Pasa frente al retrato de su esposa y no le habla: solo le hace un gesto de despedida con la mano.

Capítulo 23

A la mañana siguiente Pereira se despierta temprano y sale a hacer compras. Al volver a casa le deja una nota a Monteiro Rossi avisando que hay comida; él hablará con Marta y volverá a la tarde.

Pereira llega a la redacción y llama por teléfono a su director. Este le dice que el día anterior lo llamó a la redacción de la página cultural y no lo encontró; Pereira replica que se sentía mal y no fue. Luego le comunica que publicará un cuento de Camilo Castelo Branco, un escritor portugués, como él le pidió. El director aprueba, pero le pide que continúe con la sección de efemérides, y que escriba sobre un poeta de la patria, como Camoens. Pereira alega que Camoens murió cuatrocientos años atrás. El director insiste, dice que además António Ferro, director del Secretariado Nacional de Propaganda, hizo coincidir el Día de Camoens con el Día de la Raza. El director habla de celebrar la épica y la raza portuguesa. Pereira objeta que las fechas no coinciden y que en esa tierra primero fueron lusitanos, luego llegaron los romanos y los celtas, luego los árabes, lo cual le hace dudar acerca de qué raza pueden conmemorar los portugueses. El director se molesta con Pereira y sostiene la existencia de una raza portuguesa. Luego explicita su deseo de que el Lisboa sea un periódico “muy portugués” (p.158) incluso en la página cultural. Se despiden.

Pereira se queda pensando en António Ferro, un hombre inteligente que había sido amigo de Pessoa, ahora en ese puesto del gobierno. Luego intenta escribir una efemérides sobre Camoens, pero la termina tirando a la basura.

Va al Café Orquídea y llama al número que le dio Monteiro Rossi. Atiende una voz femenina. Pereira pregunta por la señorita Lise Delauney y la voz niega conocerla. Pereira insiste, y la voz pregunta a su vez quién llama y quién le dio ese número. Pereira no dice su nombre, y agrega que si no puede hablar con Lise querría comunicarse con Marta. La voz pregunta qué Marta. Pereira no sabe su apellido. Cuelgan el teléfono.

Pereira sale hacia la redacción. Allí encuentra a Celeste, que le dice que recibió la llamada de una mujer cuyo nombre no recuerda (era extranjero y complicado), y que buscaba al señor Rossi. Ella le respondió que allí no había ningún Rossi. Pereira dice que no se siente bien y que se va a su casa.

Cuando llega a su casa prepara la mesa con velas y decide cocinar unas pastas. Luego le comenta a Monteiro Rossi que no logró comunicarse con Marta, y que esta pudo haber llamado luego a la redacción diciendo que buscaba a Rossi, lo que puede haber sido una imprudencia. Pereira le sugiere al joven que, si sabe de un lugar más seguro, se aloje allí, pero que, si no, se quede en su casa. Empiezan a comer y se escuchan golpes fuertes en la puerta y gritos: “Abran, policía, abran la puerta o la abriremos a tiros” (p.163). Monteiro Rossi, yéndose hacia las habitaciones, le dice a Pereira que esconda los documentos. Pereira responde que están escondidos, dirige una mirada cómplice al retrato de su esposa y abre la puerta.

Capítulo 24

Entran tres hombres vestidos de civiles, con pistolas. Uno de ellos, el más delgado y bajo, anuncia que son “policía política” (p.164) y tienen que registrar el piso porque buscan a una persona. Pereira les pide ver sus tarjetas de identificación, pero el hombre se burla del pedido y uno de los otros dos pone el arma sobre la boca de Pereira: “¿Te basta ésta como tarjeta de identificación, gordito?” (p.164), le dice. El delgado le ordena que le no hable así a Pereira, que es un periodista serio, de un periódico que sigue una línea correcta. Luego le pide a Pereira que no les haga perder el tiempo: él debe ser una buena persona que simplemente se involucró con una persona sospechosa. Pereira pide telefonear al director del Lisboa y vuelve a pedir las identificaciones. Uno de los hombres lo golpea. Luego, el delgadito le explica que vienen a darle “una lección” a un joven que “no conoce los valores de la patria” (p.165). Pereira dice que allí no hay nadie, y que los interrogatorios se hacen en las comisarías. El delgadito responde que el departamento es ideal para “un interrogatorio privado como el nuestro” (p.166). Entonces ve la mesa puesta con candelabros y se burla: “veo que han tenido una cena íntima con velas y todo, ¡qué romántico!” (p.166).

Cuando consigue que Pereira diga que Monteiro Rossi está en la habitación del fondo, el policía da indicaciones a los dos sicarios: “no quiero golpes en la cabeza, mejor que sea en los hombros y en los pulmones, que duelen más y no dejan señales” (p.167). Los sicarios entran al cuarto y el delgadito se queda con Pereira, quien pide hablar con la policía. El delgadito le explica que ellos son la policía, o al menos hacen de ella por las noches. Pereira oye gritos y pide hablar con su director. El delgadito le dice que este debe estar durmiendo con una mujer, porque es un hombre de verdad, no como Pereira, “que busca los culitos de jovencitos rubios” (p.168). Pereira da una bofetada al delgadito, que entonces golpea a Pereira con la pistola. Este empieza a sangrar por la boca. Pereira sigue oyendo gritos e intenta ir hacia la habitación, pero el delgadito lo detiene. El delgadito se queja de que su periódico solo publica escritores franceses, y Pereira replica que estos son los únicos que tienen valor en momentos como ese. El delgadito replica que deberían ir todos al paredón.

Regresan los sicarios, nerviosos. Dicen que el jovencito no quería hablar, por lo que le dieron una lección, y lo mejor sería irse rápido. El delgadito pregunta: “¿No habréis hecho alguna calamidad?” (p.169) y uno de los sicarios responde que no sabe, que lo mejor es que se marchen. El delgadito le dice a Pereira: “usted no nos ha visto nunca en su casa, no se pase de listo” (p.169). Luego salen.

Pereira cierra con llave, corre al dormitorio y encuentra el cuerpo de Monteiro Rossi sin vida. Con desesperación, intenta revivirlo pero no lo logra. Entonces lo cubre con una manta y piensa que debe apurarse.

Capítulo 25

Pereira se dirige a un café próximo que tiene teléfono. Llama al doctor Cardoso y le anuncia que quisiera decirle algo importante y que necesita su ayuda. Le explica que lo llamará al día siguiente y que él debe simular ser “un pez gordo de la censura” (p.172) y decir que el artículo de Pereira tiene el visto bueno. Cardoso acepta.

Pereira regresa a su casa y cubre con una sábana limpia el cuerpo de Monteiro Rossi. Luego se sienta ante la máquina de escribir. Escribe el título “Asesinato de un periodista” y, debajo, describe la vida de Monteiro Rossi: los autores que le interesaban, su personalidad, el hecho de que amaba la vida, y luego detalla las circunstancias de su muerte. También informa dónde está su cuerpo y las heridas mortales que presenta. Finalmente, envía un pésame a la “muchacha bella y dulce” de la cual Rossi estaba enamorado, e invita a las autoridades a vigilar episodios de violencia como aquel. Firma “Pereira”, tal como había firmado sus crónicas durante años.

Se duerme unas horas y, cuando despierta, toma un taxi hasta su redacción. Celeste le cuenta que le dieron una semana de vacaciones. Pereira entra a su oficina, recoge la carpeta de “Necrológicas” y sale. En el Café Orquídea toma un oporto seco y le pregunta a Manuel por las noticias. La radio Londres habló de que los republicanos están padeciendo la situación, y también se está hablando de Portugal: de que hay una dictadura y la policía está torturando gente. Pereira dice que los ingleses tienen razón.

Pereira llega a la imprenta y le da al encargado el artículo que escribió la noche anterior, informando que es una necrológica que cierra la página cultural. El encargado lee el artículo y duda: dice que quizás es demasiado delicado, que no tiene el visto bueno de la censura. Pereira alega que en treinta años nunca le causó problemas, pero el encargado responde que los tiempos cambiaron y ahora debe respetar la burocracia. Pereira le dice entonces que la censura le dio el visto bueno; el mayor Laurenco está de acuerdo. El encargado objeta que sería mejor que llamen al director. Pereira acepta, pero la secretaria del director les informa que este salió a almorzar. Pereira le dice al encargado que no pueden esperar, y sugiere telefonear directamente al mayor Laurenco. Pereira marca el número de la clínica talasoterápica, oye la voz de Cardoso, le habla como si fuera el mayor Laurenco y le explica que es por el artículo que ya le leyó, que el tipógrafo precisa escuchar que tiene el visto bueno. Entonces le pasa el teléfono al encargado. Este termina colgando, dice que el mayor le explicó que la policía no tiene miedo a esos escándalos y que el artículo debe salir ese día, y que agregó que Pereira debe escribir un artículo sobre el alma.

En su casa, Pereira echa una mirada a la sábana que cubre el cuerpo de Rossi. Arma una maleta con lo estrictamente necesario y la carpeta de necrológicas. Elige un pasaporte francés bien hecho, con la foto de un hombre de su edad y el nombre François Baudin. También empaca el retrato de su esposa. Antes de salir, echa una mirada apurada al departamento: el Lisboa sale una hora después y no tiene tiempo que perder.

Análisis

En los últimos capítulos de la novela se concreta finalmente la transformación de Pereira. Este se vuelve capaz no solo de enfrentar a la “policía política” que lo amenaza a punta de pistola en su propia casa, sino también de publicar un artículo denunciando los hechos y exiliarse del país utilizando un documento falso. La heroicidad de Pereira en estos últimos capítulos se vuelve más notoria en tanto se la compara con el carácter del mismo personaje al inicio de la novela. Pereira pasa de desinteresarse de temas políticos a ser un actor importante de la reacción revolucionaria y subversiva, y esta transformación se manifiesta en la novela con lujo de detalles: en estos capítulos, la narración se detiene en pequeñas instancias que evidencian un cambio decisivo en el protagonista, quien, en palabras del doctor Cardoso, habría dejado lugar a la emergencia de su nuevo yo hegemónico.

Una de esas instancias se da en el diálogo entre Pereira y el director del Lisboa. En esa conversación, donde se pone en escena una oposición de perspectivas acerca de la realidad nacional y su vínculo con el periodismo y la cultura, el protagonista no teme hacer frente a los dichos de su jefe y posicionarse en sus ideas. Mientras que el director evidencia una total adhesión al criterio oficial, manifiesta en su ferviente nacionalismo, Pereira comparte su desacuerdo acerca de la real existencia de una identidad nacional (noción que en la Europa de la época justificaba los más terribles crímenes). La conversación entre el director y su empleado pone en escena además una situación muy representativa de lo que sucede en los estados totalitarios en relación a la cultura: lo cultural no es “asunto” del director hasta que el régimen decide hacer uso de las expresiones culturales a su propio favor. Y a pesar de que al regresar a su casa después de esa reunión Pereira suspenda la traducción del texto de Bernanos para pasar a trabajar en un escritor portugués, esta situación no prospera: la llegada de Monteiro Rossi a su casa vuelve a activar en el protagonista su voluntad de comprometerse con la realidad, y el texto de Bernanos vuelve a ponerse sobre el escritorio.

El tema de la cultura y su relación con la política se pone en escena entonces en esa situación, y la novela se inclina por evidenciar, finalmente, ambas nociones como indesligables. El posicionamiento crítico del relato en torno a este tema coincidiría así con la teoría expuesta por Mijaíl Bajtín, lingüista ruso que afirmaba que el discurso, cualquiera fuera este, nunca es neutro: las palabras, también las literarias, existen en determinado contexto social, son pronunciadas por agentes que viven en determinada sociedad en un momento histórico, lo cual vuelve innegable su naturaleza social y política. Al inicio de la novela, Pereira pretendía escribir (y que Monteiro Rossi escribiera) artículos literarios excluyendo todo factor político o social, como si la literatura (o el discurso ensayístico o periodístico) pudiera negar su relación con el resto de las esferas del mundo que componen un contexto histórico. Esa pretensión no tiene ningún correlato en la realidad, y personajes como el doctor Cardoso y el director del Lisboa lo saben: el primero le advierte a Pereira la posibilidad de que el cuento de Daudet no sea bien recibido por los cultores del nacionalismo en Portugal; el segundo confirma esa advertencia.

Estos capítulos no solo dejan en claro la naturaleza social y política del lenguaje, tanto literario como ensayístico o periodístico, sino que también evidencian la naturaleza social de todo ser humano, incluso de aquellos que pretenden negarla y recluirse en soledad, como Pereira. El protagonista se permite dejar emerger a esa parte de sí mismo que quiere pronunciarse social y políticamente. Además, no puede dejar de observar cómo, a su alrededor, le sucede lo mismo a otros: artistas e intelectuales europeos denuncian los crímenes ejecutados por los estados totalitarios, o bien se exilian (situación común en la época) o, en otros casos, se manifiestan en apoyo al oficialismo y, algunos de estos, hasta ocupan cargos políticos en el gobierno totalitario. En la novela, hemos visto cómo Silva, profesor de literatura, es un intelectual a favor del régimen dictatorial. Ahora, Pereira se entera que el escritor António Ferro ejerce como director del Secretariado de Propaganda de la dictadura. Este personaje, tanto como su posicionamiento político, tienen su correlato en la realidad: efectivamente, Ferro es un escritor portugués recordado hoy, en gran medida, por haber ejercido como propagandista del Estado Novo (como se llamó al período en que gobernó Salazar en Portugal, entre los años 1933 y 1974).

La alusión a personajes de la realidad portuguesa en el momento histórico en que se enmarca el relato contribuye, como hemos visto, a la búsqueda por imprimir en el relato las características propias de un discurso periodístico. Así lo hacen, también, las muchas alusiones al contexto histórico político europeo del momento. En estos capítulos, esa tendencia se intensifica, lo cual puede estar obedeciendo a más de una razón: por un lado, la situación histórica europea recrudece, efectivamente, hacia los años cuarenta; por el otro, Pereira ya tiene en esos capítulos una mayor conciencia social y política y, por lo tanto, esta clase de hechos tienen más lugar en su experiencia.

Además, el modo en que estos hechos aparecen en el discurso de Pereira y sus interlocutores es distinto en relación a capítulos anteriores: al preguntar al camarero Manuel por las noticias, el protagonista no buscaba más que una sensación, aunque vaga, de estar informado, preciso por su oficio de periodista. Ahora, Pereira incluso incita a Manuel a abandonar el carácter neutro de sus opiniones políticas:

¿A favor de quién está usted, Manuel? A veces de unos, a veces de los otros, respondió el camarero, porque los dos bandos son fuertes, pero esa historia de nuestros chicos de la Viriato que han ido a combatir contra los republicanos no me gusta, en el fondo nosotros también somos una república, expulsamos al rey en mil novecientos diez, no veo por qué motivo se combate contra una república. Exacto, aprobó Pereira (p.130).

En tanto la novela narra la experiencia del protagonista en un período determinado, los hechos del contexto histórico aparecen siempre justificados por las vivencias del mismo, es decir, los hechos históricos no aparecen en la novela sino aludidos en las conversaciones que Pereira mantiene con otros personajes. Esto último también funciona para evidenciar en el relato la temática de la censura en la época, en tanto los hechos no aparecen en las noticias de los periódicos ni en la radio, y solo llegan a la vida de los personajes por el boca a boca entre estos.

En el diálogo mantenido por Pereira y Manuel, a lo que se alude, en particular, es a la Guerra Civil Española y a la postura de Portugal frente a la misma. La Guerra Civil en España se desata en 1936 cuando el bando nacional, liderado por Francisco Franco, intenta derrocar al gobierno democrático, lo que resulta en la reacción de los republicanos, que procuran defender la democracia. En el momento en que los personajes dialogan, el enfrentamiento está en su auge (culmina en 1939, con la victoria de Franco), y el dictador cuenta con el apoyo del gobierno portugués, en tanto Salazar enarbola los mismos valores nacionalistas y dictatoriales que el líder español. De alguna manera, la opinión manifestada por Manuel acerca del republicanismo y el nacionalismo en España funciona como una crítica indirecta al gobierno de Portugal, a sus ideas políticas y su consecuente posicionamiento en apoyo a un líder que atenta contra la democracia.

Quizás la crítica más importante que la novela hace a la dictadura se dirime en el Capítulo 24, con la irrupción de la "policía política" en la casa de Pereira. En dicho capítulo, los crímenes ejecutados por orden de la dictadura en Portugal dejan de ser solo un rumor que llega a Pereira en boca de otras personas para convertirse en un hecho concreto del cual el protagonista es testigo absoluto, además de víctima indirecta. La violencia, el comportamiento criminal y abusivo, la expresa homofobia y el fascismo de los tres personajes que se presentan en el domicilio de Pereira funcionan para materializar en la novela aquello que hasta entonces se conservaba como un ente más bien abstracto: la dictadura. A su vez, la aparición de estos tres personajes sirve para poner en evidencia el modo en que pueden reflejarse en acción ciertas ideas: hasta entonces, la novela proponía, sobre todo a través de la perspectiva de Pereira, al menos un ápice de equilibrio entre las distintas posturas políticas existentes en el contexto, o al menos el protagonista tendía a igualar toda opinión demasiado expresa, cualquiera fuera su naturaleza. Con la escena de la "policía política", aquellas ideas nacionalistas que habían sido expresadas con cierta tranquilidad, como era el caso del director del Lisboa o Silva, ahora aparecen en boca de personajes que son, directamente, asesinos. Este tipo de decisiones contribuyen a construir la crítica que la novela realiza al autoritarismo y al fascismo: no solo Pereira toma una postura crítica en relación a su contexto, sino que la trama misma ofrece elementos que buscarían predisponer al lector en la misma dirección.

En cuanto a la transformación de Pereira hacia el final de la novela, esta se concreta en el hecho de que el protagonista decida publicar una denuncia sobre el crimen oficial que tomó por víctima a Monteiro Rossi, pero también en el formato de dicha denuncia. El artículo escrito por Pereira posee el mismo estilo y formato que las necrológicas que Monteiro Rossi le presentaba y que él consideraba impublicables: las palabras señalan sin temor la vocación y compromiso político del fallecido intelectual, los ideales por los cuales luchó y las crueles e injustas circunstancias de su muerte, ejecutadas por orden de un Estado dictatorial. El hecho de que Pereira, que no había firmado su traducción del cuento de Daudet, decida poner su nombre en el cierre del artículo es, por demás, significativo, y funciona como un símbolo de su transformación y decisión de compromiso.

La transformación final de Pereira implica un desligue con su pasado y un compromiso con su presente. “Usted necesita elaborar el luto, necesita decir adiós a su vida pasada, necesita vivir en el presente” (p.133), había explicado Cardoso a Pereira. Y efectivamente el protagonista, quien había dicho que no podría dejar Portugal porque lo ataban sus recuerdos, decide dejar de proyectarse en el pasado. Pereira se permite mudar su piel y dejar surgir a su nuevo yo hegemónico, adoptar un nombre francés y, en compromiso con el presente, proyectarse hacia un futuro indeterminado.

La elección del pasaporte es por demás significativa: no sabemos a qué destino se dirige Pereira, pero sí que la identidad que eligió para sobrellevar su nueva vida es francesa. Esto acentúa el gesto ya presente en el exilio: el protagonista no solo abandona su país, al que se encontraba antes atado, sino que también abandona su nacionalidad portuguesa, y lo hace para adquirir la nacionalidad de un país que, en ese momento histórico, hace frente al fascismo en el continente. El movimiento pareciera ser una fuerte reacción al nacionalismo ensordecido que militaban Silva, el director del Lisboa, la policía y todo el oficialismo de Portugal. Pereira decide desvincularse de una esencia muy importante de la identidad, el lugar de origen, extirpando así de su vida, simbólica y formalmente, el pasado.