Soledades

Soledades Resumen y Análisis Soledad segunda (Segunda parte)

Resumen

Soledad segunda (Segunda parte)

Tras el discurso del viejo pescador, llegan dos jóvenes cantando. Se llaman Lícidas y Micón, y son los pretendientes de dos hijas del hombre. En su canto destacan que han navegado hasta allí, a esa isla en la que quieren morir junto a sus pretendidas.

El peregrino se maravilla al oír el canto de los jóvenes. Decide intervenir por ellos y pedirle al viejo pescador que los acepte como yernos. El hombre acepta esta petición y todos, incluido el peregrino, se abrazan. El yo lírico destaca el hecho de que el peregrino, siendo hermoso y noble, haya fracasado en el amor, mientras que estos dos humildes pescadores hayan triunfado.

Luego, el peregrino vuelve a subir al barco con los dos hijos del viejo pescador. Tras dejar atrás la isla, descubren a lo lejos una gran casa de campo. Allí hay unos hombres montados a caballo: están cazando con halcones.

El yo lírico describe largamente las diferentes aves que estos hombres van a utilizar para cazar. Entre ellos destaca un príncipe; es alto y tiene un porte heroico, pero no deja de ser modesto. Luego presenta a su obediente caballo.

Finalmente, el yo lírico comienza a describir la caza de las aves. La obra, inconclusa, termina aquí, en el verso 979 de la “Soledad segunda”.

Análisis

Por primera vez en toda la obra, aparecen cuatro personajes que son llamados por su nombre: los pretendientes, Lícidas y Micón, y las hijas del pescador, Leucipe y Cloris. El resto de los personajes aparecen en la obra nombrados por su oficio: pescadores, cabreros, cazadores. Desconocemos también el nombre del príncipe que aparece en esta última mitad de la “Soledad segunda”. A esto se le agrega, como ya hemos visto, que ni siquiera sabemos el nombre del propio protagonista. En suma: ¿a qué responde esta elección de no ponerle nombre a los personajes? ¿Por qué, en cambio, el autor elige darles nombres a los pretendientes y las pretendidas?

Según la crítica, Góngora decide que sus personajes sean llamados por sus oficios porque pretende construir una sociedad ideal en la que sus habitantes no tienen una existencia feliz y armónica por sus cualidades individuales, sino que es el modo en el que viven el que les depara de por sí dicha felicidad y armonía. Es decir, el viejo pescador vive feliz y armónicamente en su hacienda porque dedicó su vida a pescar y a ser parte de una sociedad rural. No importa su nombre, no importa su historia particular; importa la vida que elige y la comunidad en la que se inserta.

Del mismo modo, el peregrino tampoco tiene nombre y deja atrás su historia particular al entrar en contacto con esta sociedad ideal. Una sociedad en la que, como hemos visto previamente, y según el plan de Góngora, decide finalmente formar parte, ya que allí encuentra la armonía que no gozó en su vida de la corte, y de la que huyó en un barco que le deparó el naufragio. El príncipe, aun con su cargo, tampoco tiene nombre. No importa de quién es hijo o si, en el futuro, podrá ser un rey. Importa el hecho de que vive armónicamente allí, en esa sociedad rural, ideal. De hecho, puede pensarse que Góngora colocó allí un príncipe para recalcar la idea de que cualquier persona, incluso la más noble, puede encontrar en la vida campesina la verdadera nobleza, la verdadera dicha.

En lo que se refiere a Lícidas, Micón y Cloris, la crítica afirma que Góngora, al ponerle tales nombres a sus personajes, estaba rindiendo homenaje a Jacopo Sannazaro. Se trata de un escritor napolitano del siglo XV considerado como el primer autor de una égloga piscatoria. Una égloga es un poema en el que se idealiza la naturaleza. Una égloga piscatoria es, más precisamente, un poema en el que se idealiza la naturaleza marítima, la relacionada con la pesca. Phyllis es el título de la égloga piscatoria escrita por Sannazaro y publicada en 1526. En relación con Soledades, dos de los pescadores que aparecen la égloga de Sannazaro se llaman, justamente, Lícidas y Micón; mientras que Cloris es una muchacha pretendida por otro pescador llamado Cromis.

Por su parte, el nombre de Leucipe también responde a la tradición de las églogas piscatorias. Leucipe aparece en las Egloghe Pescatorie escritas en 1560 por Bernardino Rota, autor napolitano, al igual que Sannazaro. En la décima égloga de Rota, un pescador llamado Nigello ama a una muchacha llamada, precisamente, Leucipe.

Más allá de la cuestión de los nombres, es interesante detenerse en el canto que llevan a cabo Lícidas y Micón para declarar su amor hacia las hijas del pescador, así como sus intenciones de casarse con ellas. Este canto se denomina “canto amebeo” y es un modo de competencia o desafío que se llevaba a cabo en la Grecia Antigua. La estructura del canto amebeo es muy similar a la que, hoy en día, podemos ver en las batallas de rap: se aborda un tema y dos cantantes van demostrando sus cualidades para improvisar y argumentar mejor que el otro al respecto.

En las primeras estrofas del canto amebeo de Lícidas y Micón no aparece una competición, sino que el canto de ambos se complementa: los dos coinciden en que nacieron en sus barcos y estos son, probablemente, los lugares donde morirán. Además, ambos declaran el amor que sienten por las hijas del pescador. Sin embargo, en las siguientes estrofas sí aparecen argumentaciones enfrentadas: Lícidas elogia su propia belleza que se refleja en el agua; Micón, a continuación, afirma que el reflejo del agua es incapaz de hacerle justicia a su belleza. Luego, Lícidas destaca que su cabaña está adornada con conchas, y Micón afirma que la suya es más bella porque está adornada con corales. Por último, Lícidas le dice a su amada que debe gozar su juventud; Micón, nuevamente, se opone a esta idea al advertirle a su pretendiente acerca de la fugacidad del tiempo. Veamos un ejemplo de este último enfrentamiento argumentativo, cuando Lícidas le dice a su amada:

Goza pues ahora
los lilios de tu aurora,
que al tramontar del Sol mal solicita
abeja aun negligente flor marchita (“Soledad segunda”, vv. 601-604).

Ante ello, Micón responde:

Mira que la edad miente,
mira que del almendro más lozano
Parca es interior breve gusano (“Soledad segunda”, vv. 609-611).

La última escena de la obra tiene como actividad central a la cetrería. A lo largo de Soledades, el peregrino compartió una jornada con cabreros, otra con pescadores, y ahora, esta última jornada, la compartirá con cazadores; más precisamente, cetreros.

La cetrería es una actividad que consiste en entrenar aves rapaces para cazar presas silvestres. Las aves que se utilizan más comúnmente son los halcones. Ahora bien, a diferencia de la pesca o el cuidado de cabras, la cetrería es una actividad rural más costosa y tiene una tradición noble. Vale la pena señalar que la crítica considera esta última parte de la “Soledad segunda” como la primera obra literaria en la que describe y poetiza acerca del arte de la cetrería.

Por último, cabe mencionar que el origen noble de la cetrería se refuerza, en estos últimos versos, cuando Góngora presenta a un personaje que pertenece, de hecho, a la nobleza, el príncipe. Lo interesante en este punto es que el yo lírico deja bien en claro que este príncipe, pese a ser un noble y tener un porte que lo demuestra, no deja de ser un hombre modesto. A través de la figura de este personaje y de la cetrería, Góngora introduce a los nobles dentro del mundo rural, pero los despoja de cualquier dejo de pompa o artificio. Es como si el autor quisiera demostrar que incluso aquellos que pertenecen al mundo de la nobleza, de la corte, al estar en contacto con la naturaleza y la vida simple, se convierten en personas virtuosas y verdaderas.

Debemos recordar que el plan de Góngora para los siguientes poemas era que el peregrino decidiera dejar atrás su vida como noble para vivir en la isla junto a los campesinos, en donde es posible encontrar un modo más virtuoso de vivir: una existencia signada por la vida comunitaria, la humildad y el contacto con la naturaleza.