Soledades

Soledades Resumen y Análisis Dedicatoria al Duque de Béjar, Soledad primera (Primera parte)

Resumen

Dedicatoria al Duque de Béjar

Góngora comienza afirmando que la “dulce Musa” le dictó versos acerca de los pasos errantes de un peregrino. Luego alaba al Duque y destaca sus habilidades en la caza.

Finalmente, le pide que dedique un momento de descanso a disfrutar los versos del errante.

Soledad Primera (Primera parte)

El yo lírico comienza situando la obra en primavera. Un joven hermoso, que ha sufrido el rechazo de su amada, sobrevive a un naufragio aferrado a una tabla. El yo lírico lo llama “peregrino”. Durante toda la obra se referirá a él de este modo.

Finalmente, el mar arrastra al peregrino hasta una orilla. Al llegar, él besa la arena y agradece a la tabla que lo llevó hasta allí.

El peregrino escurre sus ropas y las tiende al sol para que se sequen. Luego camina hasta advertir, a lo lejos, una cabaña iluminada por una fogata. Durante este tiempo llega la noche. El peregrino teme que los árboles le impidan llegar hasta la cabaña al taparle la visibilidad.

Tras caminar un largo trecho, el peregrino llega. Un perro le ladra y luego unos cabreros lo reciben amablemente, aunque sin grandes pompas. El yo lírico destaca largamente la simpleza del hogar en el que habitan dichos cabreros, así como sus costumbres.

El peregrino y los cabreros comen cecina. Después, el peregrino se acuesta a dormir. Se despierta abruptamente con los ladridos del perro. Sin embargo, rápidamente vuelve a dormirse y sueña con el canto de las aves.

Análisis

Para comenzar el análisis de la obra, primero debemos definir su marco histórico y estético.

Luis de Góngora forma parte del llamado “Siglo de Oro español”. Dicha denominación abarca desde el 1492, año del descubrimiento de América, hasta 1659, año en el que España y Francia firman el Tratado de los Pirineos, que marca el comienzo de la decadencia económica española.

El Siglo de Oro se caracteriza por la conjunción del auge cultural y el auge económico de España. Dentro de este siglo aparecen autores como Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Lope de Vega y, como hemos dicho, Luis de Góngora.

Durante los primeros cien años del Siglo de Oro, la estética dominante, tanto en España como en el resto de Europa occidental, es el Renacimiento. Dicha estética le deja paso al Barroco a partir del comienzo del siglo XVII. A este movimiento pertenece Luis de Góngora.

El pasaje estético del Renacimiento al Barroco responde a un contexto histórico en el que España comienza a entrar en crisis política y económicamente. Las colonias de América dejan de proveerle a la nación un sólido ingreso económico dadas las malas inversiones y los errores administrativos de la Corona. Además, ciertas zonas quedan un tanto despobladas por la emigración de los españoles a América.

En el arte barroco, como consecuencia, reina el desengaño y el pesimismo: se ha perdido la fe en los ideales renacentistas de la serenidad, el equilibrio y la paz. Como contracara, las características fundamentales del Barroco son un profundo inconformismo y desconfianza en lo que se refiere a lo considerado “verdadero”; la evasión a la realidad de la época mediante la construcción de leyendas o la recurrencia a la mitología de la Antigüedad Clásica; la exuberancia verbal y retórica; y el uso del ingenio y el artificio para ir más allá de la vulgaridad reinante.

Ahora bien, dentro de la poesía barroca, de la que forma parte Luis de Góngora, los temas y motivos que aparecen con mayor recurrencia son el amor trascendental, el valor de la naturaleza por sobre los valores de la civilización, la fugacidad del tiempo, y los problemas de España, sobre todo, de la Corona.

Cabe mencionar que incluso dentro de la poesía barroca no hay uniformidad absoluta, sino que se abren dos vertientes: el conceptismo y el culteranismo. Luis de Góngora es el representante máximo de esta última. El conceptismo, que tiene como mayor representante a Francisco de Quevedo, intenta expresar ideas de manera ingeniosa, utilizando numerosas figuras retóricas. El culteranismo, por el contrario, se preocupa más por la belleza de la forma que por la claridad del contenido. De hecho, cuando Góngora difunde sus Soledades, las críticas más importantes que recibe la obra apuntan a su cripticismo.

Dentro de la poesía de Góngora, encontramos como características más destacadas la utilización de una gran cantidad de metáforas complejas, referencias frecuentes a la mitología clásica, y un uso constante del hipérbaton, figura retórica que consiste en alterar el orden común de la sintaxis.

Hecha esta introducción general, ya podemos adentrarnos en el análisis específico de Soledades y ver cómo se reflejan las diferentes cuestiones mencionadas.

Comencemos por la dedicatoria de Góngora al Duque de Béjar. En los primeros cuatro versos, ya aparecen tres cuestiones interesantes que atravesarán la obra:

Pasos de un peregrino son errante
cuantos me dictó versos dulce Musa,
en soledad confusa
perdidos unos, otros inspirados (“Dedicatoria”, vv. 1-4).

Aquí, el autor declara que su poema tiene como protagonista a un errante. El errante, como figura literaria, es representativa del Barroco. Dentro del orden renacentista, en el que reina el equilibrio y la paz, no hay lugar para una figura semejante. Solo dentro del Barroco, momento en el que reinan la pérdida de referencias y la desconfianza hacia la verdad, el errante es absolutamente idóneo.

Por otro lado, ya desde el segundo verso de la dedicatoria aparece la primera referencia a la mitología griega. Góngora afirma que los versos le fueron dictados por la “Musa”. Las musas, dentro de dicha mitología, son las divinidades que inspiran a los artistas. Como hemos visto, las referencias a la mitología clásica son una característica del Barroco y, en especial, de la poesía de Góngora. Dicha característica, en Soledades, el autor la lleva al extremo.

Un tercer punto a destacar, que ya se ve con claridad en estos primeros cuatro versos, es la utilización del hipérbaton, otra de las características fundamentales de la poesía de Góngora. Para dar una idea de hasta qué punto la sintaxis de estos primeros cuatro versos está alterada por el uso del hipérbaton, transcribimos aquí cómo se leerían estos si no estuvieran alterados por el uso de dicha figura retórica: “Cuantos versos me dictó [una] dulce Musa en soledad confusa, son pasos de un peregrino errante, unos perdidos, otros inspirados”.

Tras este comienzo, Góngora describe una escena de caza en la que el Duque mata a distintas fieras con sus venablos. El autor lo alaba por sus cualidades como cazador. He aquí otro punto que hemos destacado como propio del Barroco: la exaltación de la naturaleza por sobre los valores de la civilización. El Duque de Béjar es loado por su capacidad para interactuar con la naturaleza y no por sus modales o su refinamiento.

En lo que se refiere al Duque de Béjar, llamado Don Alonso Diego López de Zúñiga y Sotomayor, es interesante destacar que Miguel de Cervantes le dedicó la primera parte de El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha. Esto no es una mera casualidad, sino que el Duque de Béjar era el mecenas tanto de Luis de Góngora como de Cervantes.

Acerca del poema en sí, lo primero que debemos señalar es que cierta parte de la crítica considera que la historia de Soledades está inspirada en el episodio de Nausicaa de la Odisea, la epopeya de Homero (he aquí otra referencia a la mitología griega). En la Odisea, Nausicaa va al río a lavar sus vestidos y encuentra allí a Odiseo, quien ha naufragado, y lo lleva junto a su padre. Otros críticos, por el contrario, consideran que esta relación es algo forzada y que el único punto en común entre el episodio de Nausicaa y Soledades es la llegada de un náufrago a una isla.

La “Soledad primera” comienza situando la historia en la estación de la primavera. Como ya anticipamos, el complejo modo en el que se expresa el yo lírico es ilustrativo del cripticismo que tiene toda la obra. Los primeros versos dicen así:

Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa,
media luna las armas de su frente
y el sol todos los rayos de su pelo,
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas (“Soledad primera”, vv. 1-6).

El primer verso es el más cristalino de la cita: la estación florida remite a las flores de la primavera. Ahora bien, para darle sentido a los siguientes versos hay que remitirse a la mitología, en este caso, romana. Júpiter (el “mentido robador”) rapta (“roba”) a Europa disfrazado de toro y, para recordar su acto, deja en el cielo la imagen de ese animal. Dicha imagen es la constelación de Tauro. En Europa (el continente, no el personaje mitológico), dicha constelación aparece durante la primavera. Por eso, el yo lírico dice que, en la estación florida, el mentido robador de Europa, el toro, está paciendo estrellas. Es decir, en el cielo hay un toro “alimentándose” de estrellas: en el cielo está la constelación de Tauro. Estamos en primavera.

Luego de situar la acción en la primavera, el yo lírico presenta al protagonista del poema, el náufrago, a quien también presenta aludiendo a la mitología clásica:

Cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago y desdeñado, sobre ausente,
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar, que condolido,
fue a las ondas, fue al viento
el mísero gemido
segundo de Arïón dulce instrumento (“Soledad primera”, vv. 7-14).

Ganímedes es, en la mitología griega, un hermoso príncipe troyano que, por su belleza, oficiaba de garzón (o copero) entre los dioses. Es decir, les llevaba las bebidas. Ganímedes pasaba gran parte de su tiempo en el monte Ida. “El garzón de Ida”, por lo tanto, alude a esta figura mítica. Ahora bien, lo que afirma el yo lírico es que el náufrago podía ser mejor copero que él. De esta manera, el yo lírico declara que la belleza del náufrago es incluso superior a la gran belleza de Ganímedes.

Luego, el yo lírico hace referencia a Arïon, músico del siglo VII a.c., que, según la leyenda, antes de ser arrojado al agua por unos marineros, pidió permiso para tocar la lira. Tras tocar la lira, fue arrojado al agua, pero lo salvaron unos delfines que atrajo con el sonido de su instrumento. Aquí, el yo lírico afirma que, así como Arïon, el náufrago también lanzó sus lamentos en el agua, aunque estos fueron causados por conflictos amorosos.

En resumen, en estos siete versos citados, sabemos que hay un náufrago sumamente hermoso que, mientras lucha por sobrevivir, sufre por amor.

Tras presentar al protagonista, el yo lírico afirma que este resiste sobre el agua aferrado a una pequeña tabla, a la que compara con los delfines que salvaron a Arïon. Luego, el peregrino llega a la orilla, besa la arena y le ofrece su tabla como ofrenda a la primera roca que tocó. Aquí, el yo lírico dice:

En la playa dio a la roca,
que aun se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas señas (“Soledad primera”, vv. 31-33).

Todo el poema está plagado de críticas a la vida de la corte y loas a la vida sencilla. Aquí, el yo lírico destaca que las piedras son agradecidas, aun recibiendo simples “ofrendas” como una tabla. Esta es una primera pequeña crítica a la vida de la corte, donde se deben realizar grandes ofrendas para recibir agradecimientos y no ser despreciado.

Estas críticas hacia la vida de la corte, así como las loas a la vida sencilla, se acentúan en el momento cúlmine de esta primera jornada del peregrino: el momento en el que llega a la cabaña de los pastores.

En primer lugar, el yo lírico destaca que los cabreros reciben y ayudan al peregrino “sin ambición, sin pompa de palabras” (“Soledad primera”, v. 91). El yo lírico considera honesta la simpleza de los cabreros, y la compara tácitamente con las costumbres de la corte en donde los saludos, deshonestos, se hacen con grandes pompas con el fin de conseguir beneficios.

Luego, desde el verso 94 hasta el 135, el yo lírico repite varias veces: “¡Oh bienaventurado/ albergue, a cualquier hora”, para elogiar la simpleza de las costumbres y el hogar de los cabreros.

Lo primero que destaca es que el albergue fue construido con simpleza, sin necesidad de que alguien bosqueje diferentes diseños y modelos para lograr “un edificio sublime”. He aquí un elogio a la vida campesina en contraposición a la vida de las ciudades. Después, el yo lírico afirma que en dicho albergue no vive la Ambición (a la que nombra en mayúsculas), como sí lo hace en la corte. Tras esto, destaca que, a diferencia de lo que sucede en la corte, la vida del albergue no depende de la Adulación, ni de la Soberbia ni de la Mentira (sustantivos comunes a los que también nombra en mayúsculas, como si fueran propios).

Tras realizar esta comparación crítica entre el albergue de los cabreros y la corte, el yo lírico se detiene en elementos mínimos que aparecen dentro del hogar de los cabreros y profundiza en dicha crítica. Por ejemplo, dice:

Limpio sayal, en vez de blanco lino,
cubrió el cuadrado pino,
y en boj, aunque rebelde, a quien el torno
forma elegante dio sin culto adorno (“Soledad primera”, vv. 143-146).

El yo lírico destaca la simpleza del sayal (que es una sinécdoque de mantel), del pino cuadrado que oficia de mesa y del “boj”, que es un cuenco hecho de dicho madera. Esta mesa ha sido elaborada de forma elegante por los cabreros sin necesidad de cubrirla con ningún adorno superficial.

Luego de comer la cena, que también destaca por su simpleza, el peregrino duerme y, no casualmente, sueña con el canto de las aves: un elemento simple y a la vez bello, surgido de las entrañas de la naturaleza, libre de cualquier tipo de “profanación” humana, civilizatoria.